𝓸. 𝑝𝑟𝑜𝑙𝑜𝑔𝑢𝑒
El aula estaba llena de murmullo y expectativa mientras los jóvenes genin esperaban la asignación de sus equipos. Kiyomi, de cabello oscuro y ojos llenos de misterio, estaba sentada con serenidad, su rostro impecable mostrando una calma que muchos envidiarían. A su lado, su hermano mayor Orochimaru mantenía una expresión fría e inmutable, observando a los demás como si estuviera analizando cada detalle de sus futuros compañeros.
El momento llegó. El instructor comenzó a nombrar a los equipos.
—Equipo 3: Orochimaru, Kiyomi, Tsunade y Jiraiya. Su maestro será el Sannin Blanco, Hiruzen Sarutobi.
El salón estalló en murmullos. Era una combinación interesante: la poderosa y decidida Tsunade, el impredecible Jiraiya y los enigmáticos hermanos Kiyomi y Orochimaru.
Kiyomi se levantó con elegancia, sus pasos apenas audibles mientras se acercaba al frente del salón. Tsunade se unió a ella, sus ojos evaluando rápidamente a su nueva compañera. Finalmente, un niño de cabello desordenado y una sonrisa descarada apareció: Jiraiya.
—¿Eres tú Kiyomi? —preguntó Jiraiya, sin molestarse en disimular cómo sus ojos se detenían en los de ella, como si acabara de ver algo fascinante.
—Sí —respondió ella, su voz suave y musical, pero con una firmeza que lo hizo enderezarse un poco.
—Vaya, vaya… —murmuró Jiraiya, inclinándose ligeramente hacia adelante—. ¿Cómo es posible que una belleza como tú esté aquí? Deberían prohibir que alguien tan guapa entre al campo de batalla, sería un crimen contra la humanidad.
Tsunade bufó con irritación.
—¡¿Qué demonios estás diciendo, idiota?!
Kiyomi arqueó una ceja, sin mostrar signos de molestia ni interés.
—¿Es siempre así? —preguntó, dirigiéndose a su hermano.
—Desafortunadamente, parece que sí —respondió Orochimaru, con un toque de desdén mientras observaba a Jiraiya con una mirada helada—. Pero no te preocupes. Esto no durará mucho.
Sin embargo, Jiraiya no parecía inmutarse por la fría actitud de los hermanos. Sus ojos seguían fijos en Kiyomi, y por primera vez, el joven conocido por ser un mujeriego y pervertido había quedado completamente desarmado.
—Yo... si necesitas ayuda con algo, lo que sea, puedes contar conmigo.
Tsunade soltó una carcajada incrédula.
—¡Esto va a ser interesante!
Kiyomi, con un leve pero intrigante gesto en su rostro, desvió la mirada hacia su maestro que acababa de entrar al aula.
—Espero que seas tan bueno como dices, Jiraiya —dijo finalmente, antes de girarse hacia Hiruzen con gracia.
Jiraiya sonrió de oreja a oreja, ignorando el sarcasmo en sus palabras, mientras Orochimaru rodaba los ojos. Aquél era el inicio de lo que se convertiría en una leyenda.
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