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003.ʜᴇʟɪᴏᴛʀᴏᴘᴏ

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ʜᴇʟɪᴏᴛʀᴏᴘᴏ

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━━━25 de Diciembre

LA NAVIDAD, tal como la conocen los mortales hoy en día, no era una de mis festividades favoritas, y supongo que cualquiera puede entender por qué si sabes quién soy.

Si me dices que no sabes quién soy, voy a pulverizarte.

La cuestión es que la Iglesia nos robó.

Cuando existía el Imperio Romano, en estas fechas se celebraban las Saturnales, una festividad en honor a Saturno, dios de la agricultura y la cosecha. Durante la celebración, tanto campesinos como esclavos aplazaban el trabajo cotidiano. Los romanos visitaban a sus familiares y amigos, intercambiaban regalos y celebraban grandes banquetes públicos. La fiesta duraba siete días.

Por cierto, el siete es mi número. Es el número de la perfección, por eso es mío.

Volviendo a lo que estaba contando, los católicos no celebraban los nacimientos, solo la muerte era importante para ellos porque "vida eterna en el paraíso si fuiste bueno, infierno de fuego y dolor si fuiste malo".

Pero a ellos tampoco les gustaba que los demás fueran felices, todo lo que era divertido para el resto, para ellos estaba mal, y las fiestas paganas para ellos eran un gran NO.

Así que con el fin de 'convertir' a los romanos entre los años 320 y 353, el papa Julio I fijó la Navidad el 25 de diciembre.

Y así fue como le robó el lugar a las Saturnales en el invierno de Roma.

Por eso a mi familia no le agrada mucho la Navidad.

Pero al parecer, por lo que estoy viendo en este momento, a la chiflada que las destino quieren que haga mi reina, sí le gusta. Y mucho.

Me aparecí en su apartamento con la intención de dejarle el regalo que Afrodita me obligó a traerle. Al parecer Hermes estaba muy ocupado, y ella no me dejó de fastidiar hasta que se lo trajera yo.

—Es tu futura esposa, Apolo —había dicho tirándome la caja a la cabeza—, se útil y llévasela.

No tengo idea de por qué diablos Afrodita quiere darle un regalo de Navidad, si nosotros NO CELEBRAMOS LA NAVIDAD.

La cosa es que antes de que pudiera dejar el bendito regalo, la mocosa esa apareció saltando por el pasillo y mirando el árbol de una manera que me recordó demasiado a Ares cuando alguien lo desafía a una pelea.

No duró ni cinco segundos con la cabeza metida bajo el árbol tratando de abrir los regalos antes que los demás despertaran.

Al final tuve que dejar el regalo en su habitación.

—¡No puedo creerlo! Tienes catorce años y sigues actuando como a los cinco —la reprendió su madre dándole una taza de chocolate al mestizo ese con el que estuvo ayer, que reía junto al anciano por la expresión de Darlene.

—Ustedes no se despertaban —murmuró ella masticando una galleta.

—¡Dices lo mismo todos los años!

—Exactamente, Gill —dijo el abuelo—. Lo hace todos los años, ya deberías saber que lo seguirá haciendo.

Mientras ellos seguían en su rutina navideña, miré la habitación dónde estaba.

Esta habitación gritaba Ares y Afrodita por todas partes.

Tenía una gran cama de estilo victoriana con doseles rosa transparentes, muebles antiguos de color blanco y una alfombra bastante mullida de color crema. Su armario, abierto, estaba repleto de ropa de tantos estilos que parecía que un desfile de modas hubiera explotado ahí.

El suelo estaba repleto de armas, espadas, lanzas, cuchillos, flechas y un enorme arco colgaba de una silla.

Pero lo que llamó mi atención, fueron las flores. El farolillo, la betónica y el brezo habían sido puestos cuidadosamente en el escritorio.

Miré a la diosa frente a mí, ella tenía esa expresión pálida y sus ojos siempre multicolor ahora se veían algo desgastados por el invierno. Esta temporada nunca le favoreció.

—Entonces, ¿es hijo de Hades? —cuestioné enarcando una ceja.

—Mi señor esposo no desea que esto se conozca, ya sabes que no será bien recibida la noticia.

—Sabes que la mentira no es mi campo, Persefone.

—No es una mentira el omitir información. —Sonreí divertido por su palabrería—. Apolo, eres uno de los dioses de la razón, sabes bien que no será bueno para nadie que se sepa que ese niño existe.

—Y sabes que eso se podría arreglar con un chasquido de dedos.

—¿Crees que a mi me agrada? Si fuera por mí lo haría desaparecer de la faz de la tierra sin pensarlo —espetó entre dientes—. Pero ese mocoso es todo para Hades, ahora que la otra niña murió, desea protegerlo a cualquier costo.

—¿Y qué tiene que ver todo esto conmigo, Perséfone?

—Me debes un favor —sentenció.

La miré encarnando una ceja, la diosa realmente no mentía al decir que despreciaba al niño, pero su amor por Hades era lo que la obligaba a pedir ayuda.

—¿Apenas han pasado dos días y ya piensas cobrarlo?

—No tengo muchas opciones, eres el mejor rastreador, salvo quizá tu hermana; pero ella no me debe nada. Tú puedes encontrarlo.

—Y suponiendo que lo haga, ¿qué quieres que haga después, que lo traiga ante tí?

—Suponiendo nada. Vas a hacerlo —dijo frunciendo el ceño—. No tenía ninguna razón para ayudarte, Apolo. Me pediste que te ayudé a conseguir las flores para la hija de Eros, la cual, debo recordarte, es muy querida para ese mocoso y viceversa.

»Te estoy pidiendo ayuda y ayudándote mismo tiempo. ¿No crees que esa semidiosa agradecerá que ayudes al niño?

Torcí los labios, irritado de tener que reconocer que lo que decía era verdad.

—Encuentralo y guialo hacia ella. Darlene Backer hizo una promesa de cuidarlo, ella lo ayudará.

Me apreté el puente de la nariz. Darlene necesitaba dejar de andar de mamá gallina con cada semidiós que se cruzara en su camino.

—¿Cuándo vas a dejar de invadir mi espacio?

La voz a mi espalda me sobresaltó. No esperaba que apareciera aquí, mucho menos que me tomara por sorpresa.

Darlene me miraba el ceño fruncido y cautelosa. Estaba de pie en la puerta y parecía lista para agarrar alguna de las armas del suelo.

—¿Qué haces aquí?

—Yo...vine a traer un regalo —dije. La mentira, tal como le dije a Persefone, no es uno de mis campos. Omitir información o decir una verdad a medias no es mentir.

—Ese es el trabajo del señor Hermes, ¿qué haces aquí?

—Hermes estaba ocupado, y Afrodita no me dejó de incordiar hasta que vine —respondí arrojando la caja que me había dado, ella la agarró al vuelo.

—Creía que los dioses no festejaban la navidad —dijo abriendo el regalo.

—Y así es, pero al parecer a Afrodita le hacía mucha ilusión darte eso —comenté tratando de mirar dentro de la caja. No tenía idea de qué era.

Ella me miró, sin sacar el obsequio.

—Ya lo entregaste, ¿ahora te vas?

—¿Así me agradeces que trajera sano y salvo a ese mocoso? —espeté irritado.

Darlene quedó boquiabierta.

—¿Tú...lo trajiste? —preguntó incrédula.

—Le debía un favor a Persefone.

Además, traer como tal, no. Solo lo hallé deambulando por un callejón e implanté en él el pensamiento de ir en busca de Darlene.

Nico Di Angelo ya había descubierto por accidente que podía usar las sombras para moverse, pero aún no descifraba cómo lo hacía ni mucho menos por qué. Estaba cansado, hambriento y con frío.

Solo había tenido que pensar en Darlene cuando tocó una de las sombras y cayó el sótano del edificio donde ella vivía.

La semidiosa frunció el ceño.

—¿Ya saben...?

—¿Su ascendencia? Sí —respondí—, pero tranquila, de los Olímpicos soy el único que lo sabe. Mantendré el secreto, sería una catástrofe que se sepa de quién es hijo tal como están las cosas ahora.

Darlene parecía estar haciendo esfuerzos por sonreír.

—Gracias, Apolo.

—Ya te dije que...

—Lo sé, sé que no es por mí; pero en serio agradezco el gesto —dijo—. Después de lo que pasó con su hermana, no puedo soportar la idea de qué algo le pase a él —explicó con los ojos brillantes—. Nico es muy importante para mí. 

Ahora entendía lo que me había dicho Afrodita sobre ella.

Darlene tenía un corazón enorme para aquellos que amaba profundamente. Los perdidos, los solitarios, los tristes y los pequeños tenían un lugar especial bajo su cuidado. Era demasiado maternal para su propio bien.

Era la razón por la que no había dudado un segundo en hacer el trato conmigo, no había sido por Artemisa, había sido porque entendía el lazo que me une a mi hermana. Por el amor que sentía por hija de Atenea, por el amor hacia el hijo de Poseidón, por mis hijos, y por todos en el campamento.

Y quizá era la razón por la que últimamente me sentía culpable por lo que le pasó durante la misión.

—El orgullo de los dioses a veces es tan grande que olvidamos lo que de verdad importa, en tiempos de guerra como este, recordar a quienes amamos y a quienes sentimos como familia es muy importante —dije—. Es lo único que puede ayudarnos a mantenernos unidos.

Ella asintió.

—Ya me voy —dije acercándome a ella—. Vuelve con tu familia, nunca sabemos cuánto tiempo nos quedan con ellos.

Tragando mi propio orgullo, saqué una flor de mi bolsillo. Era pequeña, de fuertes hojas verdes, un vibroso tono morado y desprendía un embriagante aroma a vainilla.

—¿Otra flor? —preguntó sujetándola.

—Tómalo como mi ramo de olivo —dije con seriedad.

Quizá ella no lo supiera, pero una verdadera muestra de que intentaré que seamos amigos.

Era un heliotropo. Capaz de florecer hasta una altura impresionante y con una belleza majestuosa bajo los rayos del sol, una flor que debe ser protegida del viento, el aire y las tempestades.

—Feliz Navidad, Apolo —dijo asintiendo. Rodé los ojos por tal osadía.

—Feliz Navidad...supongo —respondí.

Doble capítulo porque el sábado pasado se me hizo imposible actualizar.

¿Adivinaron el Heliotropo?

Y ahora también tenemos portada que me envió Artexmisa, muchas gracias por tomarte el tiempo y el detalle.

No sé si se acuerdan de un detalle que dice Artemisa en el final de La Maldición del Titán....

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