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20: Una palabra entre gustar y amar

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Cuando el camaro negro se detuvo en el callejón detrás del bar, Persephone se giró para ver a Derek, su rostro suavizado incluso cuando pensaba darle un pequeño regaño, aunque sería más como una advertencia si lo pensaba mejor.

—Todavía no sabemos si Lydia es el kanima o no —le recordó al alfa—. Peter pudo haber mordido a alguien más sin que lo supiéramos.

—Si no pasa la prueba...

—Solo creo que ella estaría más dramática si estuviera siendo un tipo de serpiente evolucionada —comentó Persephone, ladeando la cabeza mientras sus labios se fruncían en una mueca—. Pero tú eres el alfa, tú tomas las decisiones finales.

Derek no pudo evitar rodar los ojos ante el comentario final de la mujer que tenía a su lado. Si hubiera sido cualquier otra persona, seguramente la habría amenazado con cortarle la garganta. Sin embargo, se trataba de Persephone Blackburn, la mujer de la que estaba completamente perdido, así que sabía soportar sus comentarios. Tampoco eran tan malos. Solo demostraban cuando no estaba de acuerdo en sus decisiones.

Para Persephone, si se deshacían de Jackson no era tan importante porque la realidad era que no lo toleraba. En especial desde que estuvieron juntos en la noche que Peter los encerró en la escuela; ahí demostró qué tan imbécil podía ser.

Pero estaban hablando de Lydia. Había visto a la muchacha. En cierto modo le recordaba a cómo había sido antes de estar con Derek en la secundaria. Quizá Lydia podía ser mejor de lo que ella había sido si dejaba de lado esa máscara de niña bonita. Ella merecía algo mejor que Jackson.

—Pers...

—¿Quieres mi opinión sobre esto? —preguntó, frunciendo sus labios en una mueca.

Derek suspiró.

—Sé que la dirás de todos modos.

—Tal vez no deberías apresurarte con esto —sugirió—. No me importa Jackson, pero Lydia es diferente. Tengo una corazonada sobre ella y me dice que no se convierte en un kanima durante las noches.

—A veces la forma que tomas refleja la persona que eres.

Persephone se rio un poco.

—Derek, si yo no hubiera nacido siendo lo que soy y me hubieran mordido, ¿qué forma crees que yo tomaría? —interrogó, ladeando su cabeza.

Estaba tratando de probar su punto. Derek lo entendió a la perfección. Persephone se estaba comparando con Lydia, recordándole las cosas que solían decir de ella en la secundaria. Incluso si las ponían una al lado de la otra a la misma edad, Persephone siempre ganaría el premio de la mejor perra en Beacon Hills.

Y eso no significaba que no sintiera ni tuviera un corazón bueno por las personas que se lo merecían.

—Me estás poniendo en una posición difícil, Persephone. El kanima es una amenaza casi peor que Peter. Necesito proteger a mi manada y a ti también.

—Podemos atraparla y retenerla hasta que demostremos que es el kanima con gran certeza —murmuró Persephone, suplicándole con su mirada que lo tomara en consideración—. ¿Qué sucedería si la matas y resulta ser que no es el kanima?

—Por eso haremos la prueba antes.

—Derek, no sabemos si la prueba es certera —le recordó—. La estamos haciendo en base a una teoría. Pero necesitamos otra confirmación. Esto es lo único que te pido, por favor. Sé que no eres un asesino como yo tampoco lo soy.

Nuevamente, Derek se vio atrapado, debatiéndose entre lo que debía hacer. Su plan era realizar la prueba y matar a la persona para deshacerse del problema antes de que se hiciera peor. Sin embargo, allí estaba Persephone pidiéndole que se aguantara un poco antes de tomar una decisión apresurada sin poder comprobar antes la verdadera transformación de un kanima.

Por un momento, pensó en que debía ignorarla, que Persephone solo se había encariñado ligeramente con los adolescentes, pero luego llegó a su mente el recuerdo donde ella le decía que el alfa había matado a Laura y no los cazadores.

Apretando el volante con sus manos, Derek decidió lo que haría.

—Si falla la prueba...

—¿Qué harás? —quiso saber, estando verdaderamente aterrada por la respuesta.

—La retendremos hasta la noche y si resulta ser el kanima, entonces sabes que no podré dejarla vivir.

El alivio que corrió por sus venas en ese momento hizo que quisiera gritar, pero retuvo el sonido en su garganta, solo susurrando un «gracias» antes de agarrarlo del cuello para atrapar sus labios. Lo besó con entusiasmo y emoción, sintiéndose más feliz de lo que había estado antes.

—Eres tan... increíble —murmuró entre sus besos, su sonrisa inevitable y contagiosa.

Parecía brillar.

—No te acostumbres, sé que lo joderé en algún momento.

Persephone rodó sus ojos.

—No hables de joder si no piensas joderme a mí en el buen sentido de la palabra —dijo, molestándolo un poco.

—¿Cómo puedes pensar en sexo cuando tu padre nos agarró en medio de eso esta mañana?

Ella encogió los hombros, sintiéndose divertida al ver la expresión horrorizada que cubría el rostro de Derek.

—Porque es gracioso y porque sé que ya mi padre quedó lo suficientemente traumatizado como para no interrumpirnos en un futuro cercano —respondió, sonriendo ampliamente—. Debo irme. ¿Me mantendrás actualizada con lo que suceda?

Derek asintió, inclinándose para darle un beso de despedida.

—No tortures muchas almas hoy.

La vio hacer una mueca irritada.

—Hoy será una noche suave para mí teniendo en cuenta que no tengo pene —replicó, restándole importancia—. Ah, por cierto, ya que no fue mi culpa que mi padre entrara —se acercó a su oído para poder susurrarle—, cuando vengas en la noche, será mi turno de usar las esposas.

Le dio un beso en la mejilla y bajó del camaro, disfrutando de su reacción.

Cuando empezó a caer la noche, Persephone se encontraba arreglada y en el bar, analizando meticulosamente a los empleados que estarían trabajando esa noche. Era una estrategia que había aprendido a desarrollar con el pasar del tiempo; entre mejor se veían los bármanes y los demás empleados, más ganancias tenían en la noche de gays.

Para esa noche en específico, todos los que estarían sirviendo en la barra serían hombres y los más atractivos; los de seguridad serían los más fortachones que no tuvieran problemas en imponer el orden en la fila del exterior. Las mujeres trabajaron durante el día, arreglándolo todo para la noche final. Solo Brooke estaría supervisando a los encargados de bebidas, principalmente la verificación de identificaciones.

Los empleados, excepto por los de seguridad, irían todos vestidos iguales: pantalón negro, camisa de botones blanca doblada hasta el codo, tirantes negros, y un sombrero fedora. Y Persephone se aseguraba de que no hubiera ni una sola mancha o arruga en la ropa.

—Recuerden que hoy es especial, chicos. Al igual que las pasadas noches de gays estaremos teniendo cuenta de las ventas de la noche de cada uno, el que más tragos venda se llevará el bono especial del mes —habló Persephone, caminando lentamente, evaluándolos uno por uno en línea recta—. Esta noche se estarán verificando identificaciones, ningún chico menor de veintiún años recibirá una gota de alcohol.

» Underworld estará haciéndole una enorme competencia a Jungle esta noche e incluso si son el único club gay de Beacon Hills, no se comparan con nosotros. No hay nada mejor que un poco de reconocimiento y apreciación para una comunidad, así que vendrán personas hasta del Condado Beacon. Por lo tanto, también tendremos más presión de los policías. Eso significa que nadie toma sin identificación, no me importa que luzcan como si tuvieran cuarenta. Las drag queens tienen descuento. Ah, y si viene el gerente del Motel El Faro: no le den descuentos.

—¿Y si nos da descuentos a nosotros por la bebida? —cuestiona uno de los bartender, Kyle.

Persephone sonrió falsamente.

—¿Estás infiriendo que no les pago lo suficiente como para necesitar un descuento en ese motel cutre? —cuestionó, arqueando una de sus cejas, esperando una respuesta.

Jefa, me agradabas más cuando no tenías a ese tipo alrededor.

—Y a mí me agradabas más cuando eras mi empleado, ¿cómo está eso? —Kyle abrió los ojos, alarmado.

—Era una broma, lo juro —aseguró, elevando sus manos en el aire para mostrar inocencia.

—Más vale porque no las tolero. Tú eres mi empleado y yo soy tu jefa, me respetarás para mantener tu empleo, ¿estoy siendo clara, Kyle? —preguntó y lo vio asentir—. Bien. ¿Alguna duda? —El resto de los chicos negaron—. Estaremos abriendo las puertas en quince.

Asegurándose de que todos estaban dirigiéndose a sus lugares y que la barra estaba repleta con los licores esenciales, Persephone se dirigió a la oficina que tenía cerrada con llave y alcanzó su teléfono, el cual no utilizaba frecuentemente. Marcando el número correcto, llevó el aparato a su oreja mientras caminaba en el interior de la oficina, acomodando el papeleo e intercambiando los viejos permisos por los nuevos.

—¿Cómo están yendo las cosas? —le preguntó tan pronto escuchó que respondió la llamada.

—Falló la prueba. Estoy en la casa de Scott, tienen a Lydia aquí.

—¿Scott está? —cuestionó, sorprendida de que no se hubieran puesto a pelear todavía.

—No, todavía no ha llegado. Solo están Stiles y Allison planificando dispararme con una ballesta como si no pudiera escucharlos tramar algo, y Jackson y Lydia —dijo Derek.

Persephone tuvo ganas de reírse porque podía imaginar que Stiles había sido el propietario de la idea de dispararle a Derek con la ballesta. Solo él podría pensar que Derek no podía escucharlos en el interior de la casa.

—Te dejo entonces. No quiero distraerte de una posible flecha en la cabeza —se burló.

—¿Está todo tranquilo en el bar? —quiso saber.

—Sí, todo está bien. Próximamente a estar lleno de gays y drag queens.

—Si algo sucede...

—Puedo protegerme, Derek —le aseguró, interrumpiéndolo—. Además, dudo que mi hermana quiera venir a formar un escándalo frente a tantas personas. Si está aliada a los Argent, ellos no se lo permitirían. Déjame saber si pasa algo con Lydia, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Las primeras horas de la noche fueron relativamente tranquilas. El lugar estaba abarrotado y no parecía caber un alma más, sin contar la enorme fila que estaba en la entrada de chicos esperando su turno para entrar. La música llenaba los vacíos y ahogaba los murmullos de las personas alcoholizadas.

Y todo iba bien.

Hasta que vio una figura familiar entrar al bar. Podría reconocerlo en cualquier lugar. No solo porque sabía quién era, sino porque no encajaba en lo absoluto dentro del bar. Mucho menos en la noche de gays mientras era rodeado por un grupo de drag queens.

Inmediatamente, se dirigió al adolescente, captando a Scott a un lado, mirando a los alrededores confundido.

—Pensé que dijiste que Underworld era un bar normal —escuchó que Scott dijo.

—Se llama noche de gays, Scott McCall —habló Persephone, mirándolos como si deseara matarlos en ese instante, agarró a Stiles del brazo, sacándolo de las garras de las drag queens—. ¡Tiene dieciséis, es un niño! —les exclamó en respuesta cuando protestaron por la pérdida del chico—. ¿Qué demonios creen que hacen aquí?

—Estamos... —Notó que Scott interrumpió a Stiles con la mirada, negando ligeramente—... estamos buscando a Danny.

A pesar de que supo que estaba mintiendo, Persephone lo dejó pasar y los llevó a la barra donde Brooke ciertamente podría vigilarlos de que no la metieran en problemas. Kyle, el barman más cercano, arqueó una ceja cuando Persephone los obligó a sentarse.

—Dos cervezas —pidió Stiles, sonriendo ampliamente, moviendo su cabeza al ritmo de la música electrónica que estaba retumbando en el interior del bar.

—Ellos tomarán dos coca-colas —especificó Persephone. Le hizo una seña a Brooke de que los mantuviera vigilados y comenzó a alejarse cuando se topó con Derek en medio de la multitud—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Lydia no es el kanima, pero esa cosa está aquí.

—¿Qué?

—El kanima está aquí y vino a matar a alguien.

El terror de que pudiera hacer una masacre en su bar abarcó a Persephone. Dejó a Derek en su lugar y se puso a buscar, desesperadamente entre la multitud, la criatura que estaba atormentándolos. La ubicó en el techo durante un segundo antes de que la máquina de humo le diera oportunidad de desaparecer de su campo de visión.

—Maldición.

Cerró sus ojos durante un segundo, concentrándose en los sonidos que eran opacados por la música. Los corazones bombeando con rapidez por el baile y el alcohol, las respiraciones agitadas, los pasos pesados, y después escuchó el ruido seco de personas colapsando en el suelo. Sacó sus garras, aproximándose al lugar que sus sentidos localizaron.

Tuvo que esquivar unos cuantos cuerpos en el suelo antes de poder llegar al kanima. Las dos hileras de colmillos voltearon a enfrentarla y Persephone actuó para defenderse, rasgándole la garganta a la criatura con sus afiladas y puntiagudas garras.

Fue cuando los gritos empezaron a llenar el lugar, percatándose del grupo de chicos en el suelo paralizados por las toxinas del kanima.

Persephone miró a su alrededor, intentando ubicar a la criatura, pero se encontró a sí misma sola con una situación difícil en las manos.

—Llama a emergencias —le ordenó a Brooke.

—¿Puedes repetirme los hechos? —volvió a preguntar el sheriff Noah Stilinski, sosteniendo una pequeña libreta en la que estaba anotando las palabras que salían de los labios de Persephone.

—Es la noche de gays. Todos los presentes en el club, a excepción de una de mis empleadas y yo, eran hombres. Tiende a ser una noche pesada y muy conocida, no solo en el pueblo, sino en el Condado, sheriff. Supongo que alguno de esos trajeron un tipo de droga. No sería la primera vez que sucede un evento como este —habló Persephone, manteniendo la calma al hablar.

El sheriff suspiró porque, incluso cuando no le gustara que fuera de esa forma, sabía que solía suceder. Especialmente cuando se trataba de un ambiente como el de Underworld. No tenía por qué culparla a ella en específico, no es responsable de lo que las personas puedan lograr escabullir entre las ropas que sean pasadas por alto cuando los de seguridad verificaban en busca de armas.

El bar, por más que no le gustase, era legal. Tenía su mala fama y algunos rumores de que no era un buen lugar, pero no podía construir un caso basado en comentarios de personas conservadoras. La joven dueña era mayor de edad, tenía todos los permisos al día, expedientes perfectos y también había cámaras corroborando que se les pidiera la identificación para el consumo de alcohol. En caso de que hubiera menores, no era problema de ellos, sino de aquellos quienes tenían cédulas falsas.

—¿No recuerdas nada más?

Entrecerrando los ojos, sintiendo que el sheriff lucía poco satisfecho con su declaración, decidió empujarlo a otro camino.

—Ahora que lo menciona, sí. Vi a su hijo intentando comprar alcohol.

La expresión de Noah fue una combinación de frustración y cansancio; parecía que su hijo se le estaba saliendo de control.

—Gracias por la información, Persephone.

—Por cierto, ¿cuándo mi bar estará disponible? —quiso saber, cruzando sus brazos—. Un día cerrado es un día de pérdida para mí.

—Me aseguraré de que el equipo de trabajo recoja toda la evidencia pertinente para mañana a lo más tardar.

—Perfecto.

Su sonrisa fue genuina porque mientras ella había estado ofreciendo su voluntario testimonio, Brooke había estado en el interior de su oficina, eliminando cualquier rastro de criaturas sobrenaturales en las cámaras de seguridad. La sangre que había brotado del cuello del kanima había sido limpiada antes de que encendieran las luces y no había forma de que pudieran probar que había sido un encontronazo entre cambiaformas.

Vio al sheriff alejarse y se dirigió a la entrada del bar, pasando entre los paramédicos y las ambulancias hasta que llegó al lado de Brooke.

—¿Qué encontraste en las grabaciones?

—Apenas se vio un pedazo de la cola del kanima, pero no se nota si no conoces de la criatura —respondió Brooke, luciendo natural al sacar su teléfono y entregárselo a Persephone—. Lo que sí vi fue a Scott y a Stiles cargar a un adolescente desnudo y sangriento al Jeep.

—¿Jackson es el kanima? —se cuestionó a sí misma, frunciendo el ceño. Ella había visto cómo se había paralizado con el veneno. A menos que...—. No puede delatar la identidad del kanima porque no sabe lo que es —susurró.

Brooke ladeó la cabeza.

—Pero si no sabe lo que es, ¿cómo sabe a quién matar?

—No estoy segura —murmuró—. Tendría que preguntarle a Derek a ver si sabe algo sobre eso.

Brooke la codeó.

—Pregúntale rápido porque tengo el presentimiento de que ellos saben —señaló discretamente la camioneta que se encontraba en la esquina de la calle.

En el interior de ella pudo ver a Chris y Gerard Argent en los asientos delanteros y a su hermana hablándoles desde el exterior.

En la madrugada, Persephone todavía se encontraba despierta, rebuscando en su armario la posibilidad de poder encontrar el antiguo cuaderno que utilizaba en las clases particulares que Talia Hale le ofrecía sobre el mundo sobrenatural. Derek y ella fueron entrenados y educados juntos por cuestiones de edad. Laura siempre había estado más avanzada que ambos y Cora apenas iniciaba sus entrenamientos oficiales.

—¿Qué exactamente buscas?

No se sobresaltó porque lo había escuchado introducir la llave en la cerradura de la puerta, pero sí volteó para verlo cuando habló. Derek estaba observándola desde el marco de la puerta con cejas elevadas, interesado en enterarse de lo que estaba haciendo.

—Solo buscando un cuaderno. Probablemente lo quemé junto a muchas cosas después de lo sucedido con Sera. —Dejó salir el aire de sus pulmones y pasó las manos por su cabello, acomodándolo sobre su hombro derecho—. Es riesgoso que estés aquí considerando que hace unas horas los Argent estuvieron merodeando el bar.

Derek encogió sus hombros, restándole importancia al asunto.

—Quería asegurarme de que estabas bien con lo que pasó.

—Bueno, tuve razón nuevamente al meter las manos al fuego por alguien, así que estoy perfecta —dijo, esbozando una sonrisa y se puso de pie, sacudiendo su pantalón de calaveras—. Jackson es el kanima.

—Lo supuse luego de que Lydia saliera de la casa sin él —murmuró Derek, suspirando.

Dio un paso para acercarse a ella, colocando sus manos en las caderas de Persephone. Ella rodeó su cuello con sus brazos, pegándose a él en puntitas. Notando su esfuerzo, decidió alzarla para que rodeara sus caderas con sus piernas, de esa forma sería más fácil trasladarlos a la cama donde podían continuar hablando.

O hacer otras cosas también.

La depositó sobre el colchón y luego se quitó la chaqueta y los zapatos para subir a la cama junto a ella. Se sentó con las piernas estiradas y la espalda contra el espaldar. Persephone se arrastró hasta quedar apoyada en su pecho.

—Se siente extraño tenerte aquí conmigo —comentó Persephone, agarrando su mano y comenzó a juguetear con los dedos de Derek.

—¿Por?

Encogió los hombros.

—No lo sé. Hemos estado tanto tiempo en este juego peligroso y ahora estamos... juntos —dijo y relamió sus labios antes de continuar hablando—. Admitir lo que sentimos es extraño. Somos fríos con el mundo, pero cuando estamos juntos es como si todo a nuestro alrededor quemara.

—Te estás convirtiendo en una poeta. Una semana más que pasemos juntos y estarás recitándome sonetos —la molestó.

Persephone rodó sus ojos con exasperación y sintió su rostro arder porque se estaba volviendo una romántica de primera. Le estaba sentando mal pasar tanto tiempo con él.

—Ugh, lárgate, por favor —pidió, aunque no lo decía en serio.

Solo estaba avergonzada con lo que había dicho y Derek estaba disfrutándolo en grande.

—No quieres que me vaya —la acusó, apartándole el cabello para poder apreciar su rostro sonrojado—. Eres tan preciosa, Pers. Estoy muy agradecido de tenerte conmigo.

Se inclinó para besar su frente una vez. Luego bajó por sus mejillas hasta detenerse en sus labios, depositando cortos besos en ellos. La tentaba con eso porque la dejaba deseando más. Unos segundos más de tortura pasaron antes de atrapar su boca en un baile más agitado y apasionado, bordeando lo desenfrenado, entre sus labios. En ocasiones, deslizaba su lengua en la boca de Persephone, y también daba pequeños mordiscos.

En esos momentos eran como dos adolescentes nuevamente. Había toqueteos por encima de la ropa, algunos chupetones que no estarían mucho tiempo en sus cuellos y uno que otro gemido o gruñido que se escapaba cuando no aguantaban la tensión.

La habitación se había llenado del sonido de sus jadeos pesados, de sus corazones golpeteando sus pechos y de un ambiente cargado de pasión. Era pesado, les llevaba una ola de calor, y corrientes eléctricas se sentían en sus cuerpos cuando se tentaban al rozar sus pieles sin darle el contacto que necesitaban.

—Derek —susurró Persephone, sonando agitada—, te necesito.

La despojó de su camisa con facilidad, concentrando sus caricias durante un minuto en sus pechos desnudos para luego descender su mano al interior de su pantalón, apartando la fina tela que cubría su feminidad. El primer toque en su punto sensible la hizo estremecerse, mordiendo su labio inferior al sentir la corriente de placer expandirse por su cuerpo.

No supo con exactitud en qué momento Derek le quitó las dos prendas restantes que cubrían su cuerpo, pero no le importó cuando sintió la calidez de su boca en su centro. El placer la consumió cuando añadió sus dedos a la ecuación, provocando que se deshiciera en el momento. Gimió pasando sus manos por el cabello oscuro de Derek, animándolo a que la llevara a un orgasmo devastador.

Entre jadeos y con dedos temblorosos, Persephone le ayudó a quitar los pantalones antes de volver a acomodarse en la cama, permitiéndole estar arriba. No luchaban ni se debatían en quién tomaría el control; era para ellos ese momento, para ambos, para expresar sus sentimientos.

Esa noche, Derek y Persephone no solo tuvieron sexo, sino que se amaron en cuerpo y alma, adorando cada segundo que estuvieron entrelazados en un manojo de jadeos, besos y gemidos. Fue como si finalmente las piezas entre ellos hubieran encajado, dejando de lado cualquier rastro de orgullo y frustraciones ocultas.

Durante ese tiempo, podía pasar una tormenta y no les importaría porque ellos juntos eran un huracán. Eran la brisa cálida del verano, la primera lluvia de mayo y la primera nevada del invierno. Eran la estrella fugaz que apenas logra verse en el cielo durante una noche de luna llena. Eran el calor vivo de las llamas de fuego que consumían sus corazones en un solo sentimiento.

Atesoraron esa noche como nunca lo habían hecho. No hubo movimientos apresurados y tampoco exigencias. Tampoco hubo palabras mientras lo hicieron, incluso el silencio los rodeó por largos minutos luego de que se encontraran bajo las sábanas, recuperando sus energías y casi dejándose llevar por el sueño que se había instalado en sus cuerpos.

—Escuché lo que dijiste en el tren el otro día. Sé que actué como si no lo hubiera hecho, pero lo hice —confesó Persephone en un susurro, deseando con toda su alma que no arruinara por completo el ambiente.

«Creo que me estoy enamorando de ti».

Persephone había entrado en pánico cuando lo escuchó, no porque no fuera capaz de sentirlo, sino porque no se encontraba preparada para decirlo todavía.

—No tienes que decirlo si no quieres, Pers. No lo dije porque quería presionarte a sentirlo. Solo quería que lo supieras —dijo Derek en un tono calmado.

Los latidos de su corazón permanecieron en un ritmo estable, detalle que calmó a Persephone.

—Sé que no fue así, pero también soy consciente de que hay personas que se sentirían terribles al pensar que sus sentimientos no son recíprocos. —Hizo una pausa en la que dejó salir un suspiro, preparándose para explicarle—. No sé si estoy preparada para decir esa palabra con a. Desearía que hubiera una palabra entre gustar y amar que describiera cómo me siento ahora hasta que pueda decirlo.

Derek se quedó en silencio y Persephone pensó que lo había arruinado por completo. En su imaginación pudo verlo marcharse y dejándola antes de que empezaran a formar una relación completa. El terror fue su compañero más cercano en esos minutos.

Querer.

—¿Qué? —cuestionó, frunciendo el ceño con confusión.

—La palabra que buscas es: querer —especificó en un tono suave—. No la utilizamos acá, pero sé que en culturas hispanas utilizan la expresión «te quiero» antes de decir la impronunciable.

Durante un segundo, Persephone quiso llorar de alivio, pero en lugar de ello lo besó castamente, preguntándose qué había hecho para merecerlo.

—Adoro lo inteligente que eres —murmuró—. Y te quiero, Derek.

Lo vio sonreír, sus ojos verdes resplandeciendo con felicidad. Acarició su mejilla con cariño.

—Y yo te quiero a ti, Persa.

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