Casualidad dolorosa
Son las siete de la mañana. Sentía un terrible pesar en mi corazón y no pude dormir en toda la noche. Me había preparado un café bastante cargado para poder estar despierta y hacer todas mis actividades diarias.
Le di un sorbo al café y miré el reloj que estaba colgado en la pared de la cocina. Teníamos que irnos ahora.
Me terminé el café y caminé apresuradamente al inicio de las escaleras.
— ¡Scar! ¡Chris! —Les grité a mis hijos, de diecisiete y quince años respectivamente—. ¡En diez minutos los quiero en el auto!
—Me choca cuando tú nos llevas—gruñó Scarlet quien venía bajando las escaleras—. ¿Por qué papá no pudo llegar anoche?
Mi corazón se encogió ante la sola mención de Carl.
Suspiré con pesadez.
—Sabes que su vuelo tuvo un retraso.
—Odio que salga tan seguido, parece que ha olvidado que tiene una familia.
Bajó de la escalera y yo tuve que bajar un poco la mirada. Ella era alta para su edad, pero aún era unos centímetros más bajita que yo.
—No digas eso, Scar.
— ¡Es cierto, mamá! Incluso pareciera que tiene...—frunció los labios negándose a decir aquellas palabras pero aun así las soltó— ¡que tiene una amante!
Tragué saliva y parpadeé varias veces para apartar el escozor de mis ojos. Tenía las mismas sospechas que mi hija desde hace un tiempo, pero amaba demasiado a Carl y no me atrevía a ser yo quien rompiera lo que se suponía que teníamos.
—No vuelvas a decir esas cosas horribles—murmuré con los dientes apretados—. ¡Chris! —Miré hacia las escaleras—. ¡Tres minutos o te vas a la escuela en boxers!
Salí de la casa y subí a la camioneta. Intenté relajarme y deshacerme de esa terrible sensación que me invadía.
El tráfico en Londres se había puesto horrible y por poco mis hijos llegaban tarde a sus clases.
Después de que se bajaran de la camioneta recargué mi frente contra el volante y suspiré con pesadez. Iba a ser un día muy largo y difícil.
Giré la llave y cuando el motor rugió metí la reversa.
Un auto salió de la nada y no pude frenar a tiempo así que golpeé la puerta del conductor con mi defensa.
—Maldición. Maldición—bajé de la camioneta y corría a ver el daño que le había hecho al auto del otro conductor—. No puede ser—gruñí mientras me pasaba una mano por la cara. No era algo grave, pero era una abolladura de buen tamaño la que le había hecho. El hombre que conducía el auto se bajó por el lado del copiloto y rodeo su auto para verlo—. Como lo siento. No-no lo vi.
Comencé a sentir unas terribles ganas de llorar y me tallé los ojos con mi dedo índice y pulgar para ahuyentar las lágrimas. Sentí una mano sobre mi hombro y me sobresalté.
—No se preocupe.
El hombre tenía un marcado acento inglés, sus ojos azules se veían tristes, pero él se las arregló para regalarme una dulce sonrisa y aquello me hizo devolvérsela.
— ¿Cómo puedo arreglar eso? —Comencé a buscar mi celular—. Déjeme llamar a mi seguro.
—No, por favor. No es necesario.
—Insisto, todo fue mi culpa.
—De verdad, no tiene...
Levanté la mano para que él dejara de hablar.
—Soy demasiado persistente, por no decir terca. Ni siquiera mi marido puede hacerme cambiar de opinión—él soltó una carcajada que sonó bastante peculiar y negó con la cabeza—Insisto, señor...
—Dígame Tom.
Él extendió su mano hacía mí y yo la estreché.
—Natalia, un placer.
—El placer es todo mío—nos quedamos mirándonos por un buen tiempo y mi estómago sintió un revoloteo. Dicha sensación me hizo apartar la mano—. Yo... debo irme.
—Sí, yo igual. Déjame anotarte mi número de celular.
Él me entregó su móvil y yo le agregué en su lista de contactos mi número y después me llamé para tener también el suyo. Le regresé el aparató con una sonrisa.
—Cuando tenga tiempo llámeme y nos ponemos de acuerdo para arreglar esto. Si no me llama yo lo haré y créame que le conviene hacerlo a usted.
Él volvió a reír.
—Está bien—dijo entre risas y regresó a su auto—. Encantado en conocerla.
Con un simple movimiento de manos nos despedimos y vi cómo se alejaba el auto entre las calles.
Me di cuenta de que aún estaba sonriendo cuando entré a mi auto. No podía evitar recordar una y otra vez la sonrisa de aquel hombre. Mientras más pensaba en él su rostro me parecía algo conocido. ¿Dónde lo había visto?
Fruncí el ceño y negué con la cabeza. ¿Por qué no podía sacármelo de la cabeza? Vamos, Natalia, eres una mujer casada y que tu marido, tal vez, te esté engañando no significa que tú tienes derecho a hacer lo mismo.
Suspiré con pesar y terminé de sacar el auto del estacionamiento para dirigirme a mi casa.
Mi celular sonó y me encontré deseando que fuera Tom quien me estuviera llamando, pero fue una decepción no ver su nombre en la pantalla.
— ¿Diga?
Apoyé el móvil entre mi hombro y oreja mientras continuaba conduciendo.
— ¿Señora Dawson?
Fruncí el ceo al no reconocer la voz del otro lado de la línea.
—Sí, ¿quién habla?
—Buenos días, me llamo Jack Wood y soy el jefe de la policía en Londres. Necesitamos que venga a la estación lo más rápido que sea posible.
Mi corazón comenzó a latir a toda velocidad contra mi pecho e incluso podía sentir mi presión subiendo mientras fruncía el ceño.
— ¿Qué problema hay?
—Al llegar le informaremos.
La llamada fue cortada y sentía como si una mano estuviera presionando mi pecho con fuerza y me impidiera respirar. Sin pensarlo dos veces pisé el aceleraron para llegar lo más rápido que podía a la jefatura de policía.
Miles de historias horribles me cruzaron por la mente y no hacían nada más que preocuparme mucho más. ¿Qué podía ser tan horrible que no podía ser contado por teléfono?
Al llegar me bajé a toda velocidad del auto y no tuve la precaución de cerrarlo, solo entré corriendo al edificio. Me detuve en la recepción y me apoyé en la barra mientras luchaba por recuperar el aliento.
—Soy-soy la señora Dawson, me llamo el oficial Wood.
El policía que atendía la recepción estaba tecleando un par de cosas en la computadora y ni siquiera se dignó a mirarme.
—Sí, un momento por favor.
Tamborileé con nerviosismo mis dedos mientras esperaba. No estaba segura de cuanto más iba a poder soportar toda esta presión.
Me sobresalté cuando un hombre se detuvo de golpe a mi lado y llegó con la respiración agitada.
—Me llamo Tom Hiddleston, dijeron que tenían algo urgente que decirme.
— ¿Tom? —Me giré para verlo y fruncí el ceño—. ¿Qué haces aquí?
Él arrugó el entrecejo mientras se daba cuenta de mi presencia ahí.
— ¿Natalia? Yo...recibí una llamada de la policía, ¿y tú?
—Igual.
—Señor Hiddleston, señora Dawson—la voz que había escuchado en el teléfono nos llamó y miré que le pertenecía a un hombre entrado en los cincuenta que estaba recargado en el marco de una puerta—, vengan a mi oficina, por favor.
Tom y yo lo seguimos. Al entrar él cerró la puerta a nuestras espaldas y nos hizo sentar frente a su escritorio.
—Señor Hiddleston—el oficial Wood tomó asiento y revisó un par de papeles y sacó la foto de una mujer muy hermosa—, ¿conoce a esta mujer? — Tom miró con confusión la foto, pero asintió con la cabeza—. Me puede decir quién es.
—Se llama Alisson Hiddleston, es mi esposa.
Sentí una punzada en mi pecho y negué con la cabeza ante aquel extraño sentimiento.
—Señora Dawson—alcé la mirada hacia el oficial y él me mostró la misma foto que a Tom—, ¿usted conoce a esta mujer? —Negué con la cabeza—. Muy bien, ¿y qué me dice que él? —sacó una foto de mi esposo y asentí—. ¿Cómo se llama?
—Carl Dawson—tragué saliva y sentí mi estómago revolverse—, es mi esposo.
El oficial Wood suspiró con pesadez y acomodó de nuevo las fotos mientras miraba un documento.
—Oficial—dijo Tom—, por favor, ¿qué esta sucediendo?
— ¿Saben dónde están sus cónyuges ahora? —preguntó Wood.
—Mi esposo estaba en un viaje de negocios—me encogí de hombros—, se suponía que debía llegar en un par de horas.
El oficial miró a Tom esperando su respuesta.
—Mi esposa igual salió de viaje.
Wood entrelazó sus dedos y los puso sobre el escritorio mientras nos miraba con seriedad.
—Sus parejas eran compañeros de trabajo y ambos viajaron juntos—seguía sin entender de que iba todo esto—, pero la empresa no organizó ningún viaje—sentía que algo dentro de mí se estaba rompiendo—.Esta mañana hubo un accidente en la carretera a unos pocos kilómetros de aquí—el oficial sacó un par de fotografías y sentí que las lágrimas me quemaban los ojos al darme cuenta de que era el auto de Carl—. Ambos murieron al instante.
— ¿Qué? —jadeó Tom.
El oficial nos entregó un par de hojas. Eran mensajes de texto y ahí se podía leer el nombre de Alisson y Carl. Tragué saliva pero esta se me quedó atorada en el nudo que tenía en la garganta.
—Ambos eran amantes. Tal vez no sirva de nada ya, pero tiene derecho a saberlo.
Las lágrimas comenzaron a salir y empaparon mis mejillas. Cubrí mi boca para ahogar mis sollozos y me levanté de golpe solo para salir corriendo de ahí. Necesitaba aire con desesperación.
Golpeé la puerta con mis manos al salir y me quedé en la acera jalando todo el aire que me era posible. El frío de Londres me acariciaba las húmedas mejillas y solloce con más fuerza.
Me había engañado. Era verdad. Ahora él estaba muerto.
— ¿Natalie?
Me giré al oír la voz de Tom. Mi labio inferior tembló y me lancé a sus brazos.
—Dime que no es cierto. Dime que todo esto es una maldita mentira.
—Lo...lo siento.
Pegué mi frente en su pecho y lloré, permitiendo que sus brazos me consolaran, porque no había nadie en la faz de la tierra que me entienda más que él.
Un año después
Sus labios estaban semiabiertos y emitían leves ronquidos que eran demasiado graciosos, casi tan graciosos como su risa.
Estiré mi mano para acariciar su rostro con mis nudillos y no pude evitar estremecerme, como cada vez que veía su dulce rostro que había reparado mi roto corazón.
Hoy hace un año mi esposo había fallecido y, además, había conocido a Tom. Había sido demasiado doloroso enterarnos que nuestras parejas habían sido amantes y nos había causado demasiados problemas, pero cuando finalmente lo resolvimos y los quitamos de la ecuación todo entre nosotros comenzó a darse de una manera increíble.
Era demasiado extraño estar enamorada del esposo de la amante de mi marido. Sí, todo había sido asquerosamente enredado. Al inicio de esta relación nadie nos apoya y nuestros propios hijos se oponían a esto opinando que era demasiado enfermo, pero nunca nos importó.
Sus parpados se movieron y él abrió los ojos mientras me regalaba una sonrisa perezosa.
—Rayos, despertaste antes.
—Buenos días a ti también.
Él hizo un puchero y no pude evitar reír. Era demasiado adorable.
—Quería que despertaras diferente.
— ¿Ah sí? ¿Cómo? ¿Con los dientes lavados o con el desayuno en la cama?
Él rió y negó con la cabeza.
—No—giró su cuerpo y sacó algo de su cajón. Volvió a estar frente a mí y tomó mi mano. Sentí como deslizaba un metal por mi dedo anular—. Así.
Él quitó su mano y me permitió ver un hermoso anillo de compromiso. Solté un jadeó mientras admiraba el anillo y después al hombre frente a mí.
—Tom.
— ¿Te casarías conmigo?
Asentí varias veces y tomé su rostro entre mis manos para besarlo dulcemente.
—Claro que sí.
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