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CAPITULO 4

Cahabo. Año 2018

       Cahabo. Año 2018

        Habían pasado dos años desde que el joven Brandon, el inocente niño que tarareaba en los pasillos del colegio, había tenido que lidiar con su expulsión del centro y el funeral de su propia madre. No tenía adonde ir más que a los cálidos brazos de su vecina Helena. Esta mujer, de cabellos rubios y canosos, se ocuparía de él como si fuera su propio hijo. Como último favor a su amiga, se juró a sí misma amar a Brandon con todo el corazón y nunca hacerle sentir juzgado. Este chico creció bajo el cobijo y afecto de la mujer que llamaría "tia". 

        A Hector nunca le había agradado tener que cuidar a ese "criminal", y mucho menos, que estuviera cerca de su verdadero hijo; creía que sería una mala influencia. "Cariño, tiene solo quince años", le decía su esposa, "hay que tenerle paciencia, no ha hecho nada malo realmente", confiaba profundamente en aquel muchacho.

        Ella siempre parecía perdonar lo imperdonable, quizás por la edad había perdido el carácter. Llevaban dos años en Cahabo, pueblo natal de Hector. Este había decidido el mudarse a ahí, tras el funeral, para así alejarse de las habladurías y las miradas juzgadoras de los vecinos, "mírenlos, son los que adoptaron al asesino, ese niño seguro que mató a su madre también. Que tragedia", decía la gente. No tenían derecho a dañar sus reputaciones así, sin pruebas. Esa fue la razón de su auto-exilio.

        A los dos años parecía haberse superado ya el pasado, en Cahabo la vida parecía más prometedora, excepto para Brandon, este seguía con su"rebeldía" usual. Tal vez, y solo tal vez, su verdadero él estaba aún atado a los recuerdos en el oscuro Marfo.


Cahabo. Actualidad.

Alguna calle de mala muerte.

        La tienda olía a medicamentos y plástico, Mi palpitante rostro gritaba por algo frío para disminuir el dolor. El lugar estaba en soledad, a excepción de mi y la encargada de caja que oía "girls just wanna have fun" a un extremo volumen de audífonos, frente a su móvil. Aun así, la tienda estaba hundida en una neblina de desvalimiento.

        "¡Quítense del medio, idiotas!", recuerdos... mis propios gritos de amenaza a otros en el pasado parecían regresar como puñales redireccionados a mi garganta. Yo era más respetado en Cahabo, "Si me vuelven a provocar verán de que soy capaz", todas amenazas vacías, todas amenazas con miedo. 

        Ahora me doy cuenta que nunca he sido tan valiente como quería aparentar, y la golpiza que los tres idiotas me dieron en la calle era evidencia de ello. Es vergonzoso: de no ser por Becca me habrían dejado sin vida en algún callejón, y ya nadie sabría de mí, nunca más. Pude haber muerto, mierda, y solo quedarían falsos testimonios en la televisión de quién era yo.

        Como le pasó a Beth.

        "Carajo", rechiste frunciendo la frente, la lata de soda estaba realmente fría. De todos modos me ayudaba con la hinchazón. Sentí de pronto como si mis manos perdieran fuerza al momento de recordar el rostro de Beth.

        "¿Por qué quieres estar acá?, ¿por qué quieres estar conmigo?", su tenue voz me atormenta, "Brandon...", una tierna voz implorante.

        No supe responderte en ese momento, Beth, y creo que nunca sabré... Si te viera a la cara y pudiera tocar tu cabello solo una vez más, quizás entendería muchas cosas. ¿Por qué estabas tú conmigo?

—No sabía que vivías por aquí —Oírla tan cerca de mi me hizo dar un salto hacia atrás.

—Becca.

—A la orden —dijo dedicándome una sonrisa tonta. Tomó también un refresco y cerró el congelador. —. Por estas calles trabajo yo —Abrió la lata con una de sus largas uñas de color negro casi despintadas.

        Lo admito, me daba vergüenza que me haya visto tan vulnerable ante ese trío de imbéciles, me creí más listo que ellos y me hicieron comer polvo. No quería ni mencionar lo sucedido hace unos minutos, tampoco quería que me explicara de qué los conocía. De todos modos, con lo poco que conocía de ella, ya sabía que era inevitable que empezara a hablar.

—El rubio borrachin es mi ex —empezó —. Bueno, "novio novio" no era, ¿sabes? Era más como un cliente que creyó que teníamos algo "especial", ¿no? o un asunto así.

        fruncí el ceño, genuinamente interesado en ella por primera vez. "¿Cliente?", pregunte. Soltó una risita ronca.

—Qué tierno eres, zoquete —Dio un paso sonoro con sus tacones hacia mí, sacando algo del bolsillo —. "Cliente" —recalcó, dejando un sobre cuadrado en el bolsillo de mi camiseta. Era un condón —Si vives por aca me verás mucho —Me guiño el ojo y dio el último sorbo a su lata.

—No puedes hacer eso.

—¿Beber esto sin pagar? —Rio con hipo.

—No, vender tu cuerpo —Me parece indignante que una mujer se rebaje de ese modo, era asqueroso buscar la alternativa fácil de esa forma en lugar de hallar un empleo de verdad —. No te ves bien, y solo estás buscando que algún pervertido de esos te haga algo terrible —Hasta a mi me sorprendió dirigirle una frase tan larga a esa muchacha tan facilona.

        El buen humor y luz que emanaba parecía esfumarse al instante. Su rostro se ensombreció. Dejó la lata vacía sobre el congelador y se enderezo frente a mi (con esos tacones era más alta que yo por unos centímetros).

—Lo que haga o no haga es mi problema, chiquillo. A diferencia de ti, mi único delito es el uso que haga de mi maldito cuerpo, no el asesinato, ¿captas?

        Un escalofrío recorrió toda mi espalda al oír eso. No, no he matado a nadie, y pensé que este estúpido pueblo había olvidado quien era yo ¿por que ella aún creía en ese rumor? Ese atrevimiento por su parte me tensó el puño al instante, un solo puñetazo mio le igualaría el rojo de sus mejillas mal maquilladas.

—¡¿Pero qué te pasa?! ¿Es que estás zumbada o por qué...?

        Volvió a su usual sonrisa burlona.

—¿No me agradecerás por salvarte el culo? —El cambio de tema tan brusco me asustó. Empezó a caminar a la caja detrás de mí, aun sonriente. —. Dos refrescos —dijo, y soltó tres monedas frente a la dependienta.

        Fui tras ella, irritado. ¿ Cómo podía ignorarme de esa manera tan infantil tras semejante acusación? Becca era muy extraña.

        No se despidió, movió sus caderas hasta la puerta y abandonó el lugar dejando atrás el aroma dulce de su perfume.

        ¿Qué más sabía Becca de mi? Era claro que buscaba algo. No le serviría de nada manipularme o extorsionar, no tenía nada que me pudiera arrebatar.

        Toqué el bulto que se formaba en el bolsillo de mi camiseta y pensé "quizás solo le gusto a esa chiflada". 

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