CAPITULO 3
Las calles de Marfo tienen un particular olor a vejez, ceniza y acero, esa ha sido la primera impresión apenas regrese tras cinco años. Eran las 9 de la noche, a paso lento me dirija a la tienda de 24 horas más cercana a mi piso. Observé con detenimiento (aunque también discreción) a los jóvenes al otro lado de la acera, amontonados en un callejón. Me recordaban a mi en cierto modo, pero yo estaba solo. Guarde mis manos en mi chaqueta gris, protegiéndolas del frío nocturno.
Mi aliento emanaba una ligera nube de desaliento, Helena (en aquel entonces una vecina amiga de mi madre) me decía que cada vez que eso sucedía significaba que tendría buena suerte, tal como un dragón de alguna historia infantil que nunca me contó.
—Heeeey —Un pesado cuerpo se sostuvo de mi hombro. Su aliento no era de suerte, era de un ácido alcohol.
A este joven le siguieron otros dos. No fue hasta que alejé su brazo erráticamente que me di cuenta: eran los mismos de la esquina.
—Pero si tu eres el nuevo de la claaase —Levantaba sus brazos con mofa. Su centro de equilibrio estaba muy alterado. Aunque no me era una amenaza, los otros parecían casi sobrios, y si podrían significar un problema.
Mantuve la distancia frente a ellos, confuso. Un pie ligeramente más atrás del otro, y mis manos delante protegiendo mi pecho. Tuve que haberles parecido indefenso, porque los dos menos borrachos soltaron una risita.
—Que somos compañeros, hombre, ¿por qué irías a golpearme? —insistió, mostrándome su sonrisa de dientes torcidos y amarillentos. La adrenalina corrió por mi cuerpo derrepente. No me estaban amenazando aún, y eso es justo lo que me inquietaba.
—No te recuerdo, perdón —Baje los brazos por fin, escondiendo solo la mano izquierda.
los dos de atrás de chaqueta de cuero empezaron a cuchichear algo entre sí, no logre escucharlos.
—Yo a ti siiii, culito flácido —Fruncí el ceño con asco. El no estaba nada sobrio. Al instante, el pelirrojo deja de cuchichear y da algunos pasos hacia mi.
—Te vimos cuando saliste de clases de historia hoy —Imponente pero amigable, su voz era reconfortante — Disculpalo, su novia le ha dejado.
Nunca había sufrido por una ruptura, así que no sabía cómo reaccionar ante ello. Nunca he sido especialmente bueno con las mujeres. Quizás podía hacerles sentir bien físicamente, pero más allá de eso, me terminaban abofeteando por tener "nula inteligencia emocional".
—Que fuerte, hombre. ¿reciente?
—Hace dos años.
Hice una mueca de pesar. "Ahora siento menos respeto por este sujeto", pensé. El tercer sujeto cuya voz aún no había oído siquiera, había seguido su camino, por la acera detrás de mí. Justo cuando iba a cortar la conversación, el pelirrojo me tomó del brazo poco más arriba de la muñeca. Era el preámbulo del desastre.
—Queríamos pedirte ayuda con algo, Brandon culito flacido.
Intente alejarme de su agarre, aun con su vacía mirada clavada en mi.
—Que apodo de mierda —reclame con voz rasposa, a un paso de estrellarle el rostro sobre el frío pavimento.
Ya no era agradable su voz, sino chirriante y burlona.
—Respira, culito. Solo queremos una ayudita tuya —Me enervaba la sangre su triangular sonrisa —. Creo que empezamos mal. Mi nombre es Alexander, pero me puedes llamar Alex...
—Repito —Lo mire intensamente —, que apodo de mierda —En cuestión de segundos mi escupitajo entro a su ojo, logrando soltar el agarre.
— ¡QUE PUTO ASCO! ¿QUE TE SUCEDE? —Le empuje con el hombro, haciéndole caer al suelo junto al borracho.
Apresurado, me di la vuelta para escapar, pero ahí estaba el tercero. Sin decir ni una palabra exprimió mi rostro con su puño, haciéndome tambalear hacia atrás. Alex apareció a centímetros de mi en un parpadeo, me tomó de la nuca con su brazo, inclinando mi cara a la altura de su cadera; al primer rodillazo un sabor metálico ya recorría mis labios, mi sangre corría como un pequeño río.
Tome impulso hacia abajo, sujetándome de su pierna hasta que perdió el equilibrio. Tras caer sobre mi espalda, el tercero y más enano de aquel trío avienta una rápida patada que termina por atinar al cráneo de su pesado amigo.
—¡GERMAN, ERES IDIOTA! —Grito el ojo de gargajo. El borracho se reía a carcajadas en el frío suelo, sin intervenir en lo más mínimo.
Con el enano desconcertado tras dar un paso atrás, me libero del gigante imbécil. Con mis oídos zumbando, corro a la otra acera, cojeante. Los gritos de aquel enfermo grupo se oían muy distorsionados. Me sostuve de la pared de ladrillo de un viejo bar, y mire hacia atrás: los tres estaban de pie, discutían gritando sobre algún asunto tan ridículo como ellos. Cuando me voltean a ver se me eriza la piel, "acá viene de nuevo...", me advierto a mi mismo.
Pero no sucedió nada; Una delgada figura llegó de entre las sombras, con un movimiento de caderas ligero e hipnotizante, solo observe lo que la luz de la farola me permitía ver. Piernas largas y desnudas recorriendo el suelo sobre unas botas de tacón negras.
El borracho se acercó muy animado a ella, pero fue apartado con tan solo un dedo. Con su cigarrillo señalo al rubio, después a mi, y después de nuevo a el, aventando lo que parecía ser el regaño más fuerte de su vida. "¿Qué carajo les está diciendo? ¿Será su madre? pero se ve muy joven como para serlo...", me interrogo. Le gritaba cosas, veía en su silueta la boca moverse. Con un movimiento veloz y decidido.
La mujer le arrebata la cartera a German, alias: patadas desviadas. Yo no tenía por qué seguir ahí, a menos que quisiera otra paliza, así que apresure mi cojeante paso hacia la tienda más cercana. Durante el camino por la acera, volteé un instante hacia atrás; los chicos se estaban montando en un coche de gran tamaño, pero la chica no. Ella miraba en mi dirección. El fuego cerca de su segundo cigarrillo por fin me mostró el rostro de la misteriosa mujer.
Becca.
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