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VII.




CHAPTER SEVEN
I'm not giving up
august 6th, 2022.




Pedri no tenía planeado ir a prisión.

Bueno, tal vez debió haberlo pensado mejor antes de permitirle a Lory comprar licor para una fiesta que se haría en el jodido Estados Unidos, de todos los países del mundo. La única opción que les pareció buena idea fue escapar de ahí, incluso si no podían usar el ascensor de la suite porque con su suerte se toparían a la policía de Nueva Jersey y el botones que los acompañaba una vez que el ascensor llegara.

—La suite de al lado es la mía —dijo Lizzie, sin apartar la mirada ni un segundo del celular en sus manos. Pedri frunció el ceño—. Dejé la puerta del balcón abierta, pueden colarse por ahí.

—¿Por el balcón? —inquirió Pedri, la voz llena de incredulidad.

Se imaginó a Gavi y Ansu tratando de trepar por los balcones con lo borrachos que estaban. Si tenían suerte, la policía llegaba primero antes de que se tropezaran y cayeran los 20 pisos del hotel hacia el pavimento. Si no tenían suerte, la policía llegaba a la suite de todas formas y Pedri se quedaría sin su mejor amigo y Ansu. ¿Cómo mierda iba a explicarle eso a Xavi?

—Hay tantas formas de que eso salga mal que... —murmuró Frenkie.

—No sé, amor, es eso o ir a prisión —dijo Sara, encogiéndose de hombros. Frenkie se acarició la nariz con aparente exasperación—. Seáis sinceros, ¿queréis explicarle a Xavi por qué rompieron la ley estadounidense? ¿O a Laporta? ¿O a los medios?

—Alexia nos va a regañar por venir en primer lugar —murmuró Mara, como si acabara de darse cuenta. Luego, ella miró a Dylan con ojos de cachorrito pateado—. Por favor, Dy...

Dylan soltó un bufido.

—La puta madre, tía —se quejó Dylan, antes de acercarse a Gavi, maniobrar el cuerpo borracho para que se subiera a su espalda e irse en dirección del balcón. Era un milagro que Gavi no dijera nada, aunque eso probablemente se debía a que estaba medio dormido—. Si este hijo de puta se me cae 20 pisos, os llevaré conmigo a la cárcel, Maräela.

Lory corrió detrás de él, mientras Pedri y Alejandro obligaban a Ansu a acercarse al balcón. Ansu le tenía miedo a las alturas cuando estaba borracho, aparentemente.

—Dylan, ten mucho cuidado con lo que hacés —suplicó Lory, preocupado al verlo treparse a la barandilla de cemento. Dylan le guiñó el ojo y se sostuvo con una mano, ya que usaba la otra para mantener estable a Gavi—. Mio Dio, esta es la peor idea que se le pudo ocurrir a la pelotuda de Lizzie, ¿por qué le hacés caso a las ideas de Lizzie?

—¡Estoy escuchando! —se quejó Lizzie, aún dentro de la suite.

—Si queréis, lo puedo dejar caer —ofreció Dylan—. La policía no se dará cuenta de que está borracho si se hace puré en el suelo.

—¡Dylan Hernández!

—Era una broma, amor —se quejó Dylan, que ya había llegado lo suficientemente cerca del otro balcón para le resultara seguro tirar a Gavi fuera de su espalda. Una risita ahogada se escapó de los labios de Alejandro cuando Gavi se quejó desde el suelo—. Parad de reíros, Ale, y ayudadme mejor con el gilipollas de Ansu.

Alejandro sonrió, como si todo esto le pareciera muy hilarante. No era Alejandro quien tenía los ojos fijos en el número de pisos que subía el ascensor, el cual se quedó unos segundos más de lo normal en su amado número de la suerte, así que Pedri podía entender por qué él estaba tan calmado.

—Le recibí tres cervezas a vuestra hermana, tío.

Dylan volvió por Ansu, luego por Mara, que seguía murmurando algo sobre que Alexia Putellas la iba a matar. Al final, en la suite solo quedaron Pedri, Lory, Lizzie, Frenkie, Sara, Eric y Ferran, los dos últimos metidos en una pelea en el cuarto de baño porque Lizzie señaló que era buena idea bajarle un poco la borrachera a Ferran y Eric, siendo Eric, se ofreció voluntario para meterlo bajo la regadera del agua fría.

El sonido de las puertas del ascensor al abrirse los tensionó a todos. Lory cogió la mano de Pedri por inercia y la sostuvo allí un segundo, dedos cálidos contra dedos fríos, antes de darse cuenta de lo que había hecho y soltarlo. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: Pedri sintió que flotaba de felicidad. Incluso los dos hombres en uniforme y con pistolas taser que entraron a la suite no pudieron romper su burbuja.

Frenkie se levantó del sillón.

—¿Hay algún problema, oficial?

—¿Lorenzo Blanc de Luca? —preguntó uno de ellos, con un acento americano tan marcado que destrozó por completo la pronunciación italiana del nombre de Lory. A Pedri casi se le sale una vena por la indignación de que el nombre de Lory se dijera tan mal—. ¿Quién es Lorenzo Blanc de Luca?

—Soy yo —respondió Lory, también en inglés—. ¿Puedo ayudarle en algo?

—Se nos ha informado que alguien metió licor a esta suite —dijo el oficial.

—Esa fui yo —dijo Sara, alzando la mano. El cuerpo de Frenkie la escondía protectoramente de la vista de los oficiales, y a Sara no debió importarle, ya que no se esforzó por salir de la sombra ofrecida por él—. ¿Por qué el escándalo? Soy mayor de edad, incluso en los estándares erróneos de Estados Unidos.

—Hay menores de edad presentes en esta suite.

—Los menores de edad en cuestión no bebieron —murmuró Lizzie, y su acento inglés contrastó por completo con el de los policías—. Los únicos borrachos aquí tienen más de 21 años, ¿quiere que hagamos una prueba de alcoholemia?

—¿Quién exactamente les dijo que se metió licor a esta suite? —preguntó Lory, de repente. Tenía el ceño fruncido y se veía bastante infeliz con toda la situación—. Creo que se pagó extra por un contrato de fidelidad. Así que la única ilegalidad ocurrida en este hotel fue que los contactaran; a mi hermana le encantará saber eso.

El botones hizo una mueca. Beatrice de Luca tenía una reputación en Estados Unidos.

—¿Es alguna clase de amenaza? —preguntó el otro policía.

Cuando intentó acercarse a donde él y Lory estaban en la barra, Pedri no dudó ni un segundo en esconderlo detrás suyo, lo cual era divertidísimo porque Lory era más alto que él. Sin embargo, a Lizzie se le ocurrió la misma idea al mismo tiempo: hubo un borrón de cabello rubio antes de que se diera cuenta que ella estaba ahí, y con ella, un tío musculoso de traje y aspecto serio el cual entró a la suite con los policías.

—¿A qué viene la agresividad? —espetó Lizzie, cruzada de brazos. El tío musculoso se veía muy amenazante—. Lory solo dijo la verdad. Se rompió un contrato, el hotel será demandado por eso. Y no es como que nos opusiéramos a demostrar que no bebimos licor, el único fuera de lugar aquí es usted, señor.

—¿Quién es ese tío? —murmuró Pedri.

—Es Peter, el guardaespaldas de Lizzie —dijo Lory, entre dientes—. Estaba en el piso 8, ella le escribió para que viniera.

Ah, por eso el ascensor se detuvo en ese piso. Bendito 8, siempre su número de la suerte.

Hicieron la prueba de alcoholemia bajo la atenta mirada juzgona de Peter, que no se apartó ni un segundo de ellos cuando los policías se acercaron. Frenkie y Sara (más Eric y Ferran una vez que salieron del baño) tuvieron que entregar sus respectivas ID para verificarles que en realidad tenían la mayoría de edad en estándar estadounidense; y cuando el test mostró su nivel de licor en cero, los policías tuvieron que acceder a no hablar de esto con nadie.

El botones parecía muy preocupado. Pedri casi se sintió mal por el pobre tío.

—¿De verdad nos vas a demandar? —le preguntó a Lory, con las manos temblorosas.

—Sí —dijo Lory, sin lamentarlo en absoluto. Pedri tuvo que tragarse la sonrisa, no se había dado cuenta de lo divertido que era ver a Lory enojado cuando no estaba enojado con él—. Pero le dejaré eso al abogado de mi hermana.

Pedri vio antes al abogado de Betty en acción. Era aterrador.

Las puertas del ascensor se cerraron detrás del botones y los policías. Esa sensación fría por la tensión se erradicó de la columna vertebral de Pedri, que pudo relajarse después de una media hora muy aterradora. Miró a Lory, la forma en que pareció dejar de cargar el peso del mundo en los hombros y pudo sonreírle a Peter, el guardaespaldas.

—Muchas gracias por venir, Peter —murmuró Lory, en un tono de cansancio bastante genuino. Él se rascó la nuca, pensativo—. Esperemos que Gavi no recuerde mucho de esta parte de su fiesta de cumpleaños.

—Ow, pero eso significaría que no va a recordar que babeó en el hombro de Dylan —se quejó Sara, con un puchero—. ¿Dónde quedará la vergüenza?

Frenkie sacudió la cabeza.

Al final de la madrugada, Pedri tuvo que ir a buscar a un Gavi dormido a la suite de Lizzie, luego cargarlo hasta su propia habitación. E incluso con la agitación de la noche, no pudo olvidar lo que ocurrió en el balcón, lo que habría pasado si Dylan nunca hubiera llegado a la suite de Lory en ese momento. La pregunta aquí era, ¿Lory lo correspondería? ¿O solo lo alejaría?

Pedri soltó un bufido y cerró los ojos, escuchando los ronquidos de Gavi en la otra cama. Ya tendría tiempo para averiguarlo; después de todo, Lory no iba a ir a ninguna parte con ese contrato que firmó con Laporta y el club. A Pedri no le importaba esperar.










***




El día que se jugó la final por el trofeo Joan Gamper, ese 8 de agosto bajo una noche estrellada catalana, en la tierra culer del Camp Nou, a Pedri no le fue muy difícil encontrar a Lory entre la hinchada del Barça. Él movía su celular para captar cada ángulo de los ultras que coreaban el himno del club a todo pulmón, el flash de la cámara encendido mientras grababa lo que sería una historia de ig. Lory usaba la camiseta oficial de la temporada; y como podía ser masoquista a veces, a Pedri le gustó pensar que el dorsal en ella era su 8 y no el 34 de Dylan.

—Podéis ser un poco menos obvio, tío —le dijo Gavi, unas vez que se alinearon en el campo para iniciar el partido. Los ojos de Gavi brillaban, con la mano sobre la boca para que las cámaras no captaran lo que decía—. Que ya parecéis que os lo vais a comer cuando nadie más mire.

—Cállate, Pablo.

Gavi solo se rio con más fuerza, incentivado por el sonrojo en las mejillas de Pedri.

El primer gol fue de Lewan, con asistencia de Pedri, al minuto 3'. Todavía no se podía creer que Laporta haya conseguido a Robert Lewandoski, de todos los delanteros en Europa, para unirse al equipo. Él iba a recibir todas las pequeñas venganzas al Bayern que pudiera, y la satisfacción de darle el pase de gol a uno de los mejores nueves del mundo puso eufórico a Pedri.

Era una sensación de renacer, de tocar las estrellas con las manos como ya lo había hecho hace tres años. Que acabaran la pretemporada de esta manera lo tenía con una sonrisa de oreja a oreja que nadie le quitaría pronto. El futuro parecía prometedor, por primera vez desde que Pedri empezó con el primer equipo. Se sentía imparable, con una energía extraña que burbujeaba satisfecha por sus venas.

Gavi saltó sobre los hombros de Pedri, alentando a la afición culer cuando el segundo gol del partido vino en el minuto 5. Alejandro, Eric, Dylan y Dembélé se estrellaron contra ellos también. Su calidez, agitación y el dulce aroma de la victoria los envolvía en el abrazo, mientras los culer coreaban su nombre a todo pulmón. El chasquido de los labios de Gavi en su cuello sacó una risa de Pedri, que devolvió el cariñoso beso tan fugaz como pudo para que no se cayera.

Recibió los abrazos de todos sus compañeros y chocó las palmas con Dylan, casi sin darse cuenta de lo que hacía, de último. Había sido él quien le dio la asistencia, y Pedri no era idiota para dejar que su animosidad en nombre de su ex arruinara la conexión en el campo de juego. Le sonrió levemente, y Dylan devolvió la sonrisa con entusiasmo.

—Joder, tío. —Gavi se rio, sin dar indicio de querer bajarse de sus hombros. Pedri frunció el ceño con diversión, sosteniéndolo de los muslos—. Tremendo golazo os habéis metido.

Se llevó las manos a los ojos y formó la mímica de las gafas de su celebración habitual. Tampoco apartó la mirada de Lory ni un segundo.

El peso extra proveniente de Gavi se fue por completo, aunque Pedri decidió ignorarlo. Con una risita ante el sonrojo que coloreaba las mejillas de Lory, hizo una reverencia a la afición y dio la vuelta para volver al centro del campo. El resto de sus compañeros ya lo esperaban. Fue un movimiento arriesgado, sobre todo cuando el novio de Lory estaba allí, pero a Pedri no podía importarle menos.

Lory le había pedido que le dedicara un gol, ¿no? Ya que no pudo cuando estaban juntos, no iba a desaprovechar la oportunidad ahora que se la presentaban en bandeja de plata.

Se fueron a los vestuarios en el entretiempo ganando 4-0. La energía en el equipo era diferente a como antes, menos hostil y más amigable, más confiada. Pedri siempre iba a agradecer que Xavi haya llegado como entrenador, porque no estaba seguro de dónde se encontrarían sin él para devolverle al Barca un poco de su vieja grandeza. 

Ganaron el partido, lo cual era un milagro; mantuvieron la portería en cero, otro gran milagro. Y, cómo no, el equipo completo se reunió frente a la grada local del Camp Nou para celebrar la victoria con la aglomeración allí de culers, su fiel hinchada que nunca los abandonaba a pesar de las derrotas y humilladas.

—¡Només entrar a la grada! ¡Em vaig enamorar! —el cántico subió de volumen con cada persona que se unía. Gavi, Dylan y Alejandro eran quienes guiaban las voces de los ultras, subidos a los hombros de Jordi, Marc y Auba respectivamente—. ¡El cor em bategava! ¡No em preguntis perqué!

A su lado, Ferran se reía.

—Y luego a Gavi no le agradaba Dylan, tío.

—Canteranos —se burló Pedri, aplaudiendo al ritmo de la canción. Agarró su camiseta y la agitó, sus pies rebotaron con el sonido de los tambores; Ferran todavía riéndose detrás de él—. ¡Alé, alé, alé! ¡Alé, alé, alé!

—Che, Pepi.

Él se detuvo al instante, sus talones giraron sobre el propio eje para enfrentarse a Lory, que tenía una sonrisa divertida en el rostro. El flash de la grabación seguía encendido, y Pedri no dudó en levantar una mano, hacer la señal de la paz con los dedos y sacar la lengua a la cámara. Era un movimiento que había hecho antes; Pedri estaba seguro de que aparecía en, por lo menos, 10 videoblogs durante la pandemia en el canal de Youtube de Lory.

—¿Visteis mi gol?

—Cómo me iba a perder el momento del partido —bromeó Lory, en una risita encantadora que seguía viviendo a fuego en la memoria de Pedri.

Adoraba la risa de Lory, era una de las razones por las que cayó por él en primer lugar. Tenía la risa más contagiosa que Pedri había conocido nunca, siempre le pareció difícil sentirse molesto cuando estaba alrededor de su nov... ex novio y lo escuchaba así de feliz. Lo ayudó mucho en aquella época, la picazón de la pandemia y la ansiedad de estar aislado, solo, lejos de quiénes más amaba.

En poco tiempo, Lory se había vuelto alguien a quien amaba.

—¿Qué estáis haciendo?

—Busco el mejor ángulo de luz, quédate quieto—dijo Lory, mientras se movía a su alrededor. Pedri soltó una carcajada y comenzó a posar con exageración, lo que sacó una sonrisita exasperada de Lory—. Ya, este es perfecto.

—¿Es mi ángulo bueno? —inquirió, moviendo las cejas.

Lory resopló.

—Todos los ángulos son buenos para vos.

Pedri sintió que se congelaba, el calor le picaba las mejillas y las coloreaba de rojo carmesí. Su atrevimiento murió tan rápido como vino, incapaz de mirar a Lory a los ojos de nuevo. Para ser justos, Pedri nunca fue exactamente el coqueto de la relación: Lory siempre se las arregló para dejarlo mudo, o sonrojado, o agitado, con nada más que palabras.

Aunque Lory siempre tenía usos más creativos para su boca con los dos últimos.

—No sois tan gracioso como creéis que sois.

—Ah, mi número de suscriptores en Twitch te puede decir lo contrario —dijo Lory, encogiéndose de hombros—. Vos no sos tan valiente como crees que sos, Pepi.

Él tragó saliva. Era ahora o nunca.

—No me voy a rendir —declaró, con el corazón agitado. Lory bajó el celular y cerró la boca, los ojos abiertos de impresión—. No me voy a rendir otra vez, no con nosotros.

—¿No es un poco tarde para eso?

—¿Creéis que es tarde?

Lory apartó la cara. Esa fue toda la respuesta que Pedri necesitaba.

Porque aún no era tarde, y él se negaba a permitir que lo fuera. Pedri no iba a cometer el mismo error dos veces.



FIN DEL PRIMER ACTO


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