Capítulo 5: Leave my woman alone
Capítulo 5: Leave my woman alone
❝Si no quieres,
No tienes que meterte en problemas.
Será mejor que dejes a mi mujer en paz❞
Leave My Woman Alone, Ray Charles.
Rose estaba un poco enfadada consigo misma esa noche, por estar tan cansada pero aun así no poder dormir. Estaba concentrada en su libro cuando oyó unos ruidos provenientes de afuera de la casa. Se asustó, pero como el sonido cesó pronto, no le dio importancia. Sin embargo, unos minutos después volvió a escuchar los sonidos más cerca. Tuvo que pausar su lectura, y aunque estaba un poco atemorizada, resolvió que lo mejor sería ver de qué se trataba. Estaba a punto de salir de su cama cuando el sonido se oyó en su ventana. Ahogó un gritó y volteó rápidamente. No había nada. Esperó unos segundos más, y al ver que no había nada pero que el ruido aún persistía, se asomó por la ventana, y un ladrido hizo que dirija su vista hasta el suelo. Y allí estaba la causante de tal alboroto.
—Martha ¡eras tú! —suspiró Rose aliviada. Notó que la perrita estaba haciendo ruido porque estaba paseándose por donde Julian había dejado sus juguetes ese día. —No ladres, linda, o despertarás a alguien —le ordenó y la acarició con ternura desde el marco de la ventana. — ¿Qué haces despierta a esta hora, eh? Es muy tarde. Será mejor que vuelvas a dormir ¿sí, preciosa? Aprovecha y duerme, tú que sí puedes.
Y como si hubiese entendido, Martha se dirigió a su casita a dormir.
Rose se colocó sus pantuflas y se levantó de la cama. Fue hasta el baño, donde se lavó las manos. Fue allí cuando oyó unos sonidos otra vez, pero estos le resultaban familiares. Inmediatamente se situó junto a la puerta de la habitación de George, esperando a que saliese.
—Rose... Rose... Rose... —la llamaba George dormido.
—Shh, aquí estoy George —le susurró ella, para no asustarlo.
—Rose, necesito que me ayudes —dijo él.
— ¿Qué sucede?
—Es Martha. Se escapó y no la encuentro.
— ¿Se escapó de nuevo? —preguntó Rose, porque esa historia ya la conocía.
—Sí, debes ayudarme a encontrarla. Por favor —suplicó.
Hay dos motivos por los cuales Rose accedió ante aquella petición: uno era porque ya estaba cansada de explicarle todas las noches a George que era un sonámbulo, y pensó que si lo hacía creer que todo era un sueño, entonces sería más fácil. Y la otra razón era que George cuando estaba dormido era un chico realmente dulce, por lo cual era difícil negarse. Comenzaron a llamar a Martha, claro que Rose le dijo a George que no grite, porque al ser una perrita, Martha tenía buen oído y podría escucharlos igual. Recorrieron casi toda la casa, George en busca de Martha, y Rose siguiéndole la corriente.
—Tal vez... tal vez debas cantarle —sugirió Rose.
— ¡Esa es una gran idea! —se alegró George.
—Cuando se presentaban en Liverpool... me gustaba cuando tocaban Glad All Over de Carl Perkins. Hace mucho que no te oigo cantarla —dijo ella.
—Es cierto, ya hemos dejado de tocarla en vivo. A Martha le gusta esa canción también —sonrió y comenzó a cantar.
"Ain't no doubt about it
This must be love,
A-one little kiss from you and I feel
Glad all over
Oo baby, hot dang gilly, it's silly,
But I'm glad all over..."
—Bueno, no me dejes cantando sólo —dijo él. Rose rio y continuó la canción junto a él.
Continuaron buscando y, por supuesto, sin éxito, porque Martha no estaba en el interior de la casa.
— ¡Oh, lo había olvidado! —exclamó Rose llevándose la mano a la frente, fingiendo recordar algo. —Paul me había dicho que llevaría a Martha a dar un paseo. Por eso no la encontramos, porque Paul se la llevó.
—Tiene que ser una broma —se quejó él. —Me esforcé buscándola para nada. Inclusive le canté y ella ni siquiera estaba aquí —comentó triste.
—Oye, yo estaba aquí —dijo ella, apoyando una mano en su hombro. —Y me agradó como cantaste. Eres muy talentoso.
George no dijo palabra alguna, por lo que Rose prosiguió.
—Hay algo que debo decirte, George.
— ¿Me dirás que esto es un sueño? —preguntó.
Al oír eso, Rose se dio cuenta de que cada vez que George deambulaba en estado sonámbulo, él estaba consciente de que estaba soñando. No estaba consciente de que su cuerpo se movía mientras lo hacía, pero sí de que todo era un sueño. Claro que no para Rose, pero sí para él.
—Hmm, sí, eso iba a decir —dijo ella, decidiendo que de ahora en adelante, le seguiría la corriente en vez de intentar hacerlo entender que era un sonámbulo. —Estás soñando.
—Lo sé.
— ¿Cómo es que lo sabes?
—Porque, tú sabes, estamos conversando. Y en la realidad no pasa eso —respondió.
—Bueno, eso no es mi culpa necesariamente —bufó Rose, de brazos cruzados.
—Lo sé —dijo él, sin mirarla.
Rose iba a decirle algo, pero luego recordó otra cosa.
—Ven, necesito que me acompañes —dijo Rose, tomándolo de la muñeca.
Rose llevó a George a su habitación. No a la de él, sino a la de ella. Lo sentó en la cama mientras ella revisaba sus gavetas, en busca de algo.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó George.
—Necesito que hagas algo antes de que amanezca —respondió ella, y se sentó en la cama junto a él, con lápiz y papel en mano. — ¿Por qué es que cierras tu puerta con llave todas las noches, George?
—Porque, tal vez no sabías esto, pero soy sonámbulo —confesó.
— ¿En verdad? No me digas —dijo ella, haciéndose la sorprendida. —Bueno, ahora no lo harás más, porque no tiene resultado. Como sé que para mañana no recordarás nada de lo que te estoy diciendo ahora, lo escribiremos.
Que George encontrara una nota para él de parte de Rose sería extraño, dado que ni siquiera se hablaban. Por lo que Rose ideó que sería mejor si fuese una nota escrita por él mismo, y como no recordaría cuándo la escribió, se lo atribuiría a su sonambulismo. Hizo que George tome el lápiz y ella manejó su mano, haciendo que escriba "no le coloques llave a la puerta". Claro que la caligrafía no era perfecta, pero aun así era legible. A George le causaba gracia que Rose lo utilice como un títere, y reía. Y era extraño verlo reír, al menos para Rose. Pero lo disfrutaba, porque pensaba que George tenía una bella sonrisa.
—Rose... —dijo George, tomando una de sus manos— quería disculparme. No he sido muy gentil contigo desde que llegaste a la casa, y quiero que sepas que lo lamento. En verdad me agradas.
—Tú también me agradas, George —sonrió ella, y con nerviosismo, se dirigió a sus gavetas. Mientras guardaba el lápiz y el papel, continuaba hablando. —Sabes, los chicos y las chicas de la casa han sido muy buenos conmigo. Inclusive tú, porque aunque no lo sepas...
Cuando Rose volteó, se encontró con un George Harrison profundamente dormido que yacía en su cama.
— ¿George? —dijo ella, en un intento de llamarle la atención. —George, por favor dime que no te has dormido. No puedes dormirte aquí, es mi habitación.
Pero todo fue en vano, ya que sólo se oían sus leves ronquidos. Rose se llevó las manos a la cabeza, no pudiendo creer su mala suerte. Había amanecido, George estaba dormido y aún había que llevarlo hasta su habitación. Dado que no podía permitir que George despertase en su habitación, o que los demás lo viesen allí, intentó cargarlo. Sin embargo, le fue imposible, ya que al parecer él era más pesado de lo que creía. Intentó cargarlo sobre su espalda, con los pies arrastrando, pero aun así no pudo. Pensó rápido, y creyó que si tal vez lo sentaba en una silla, y arrastraba la silla hasta la habitación, sería más fácil. Pero luego de traer una silla del comedor, sentar a George en ella e intentar arrastrarla, supo que no funcionaría, porque aún no era para nada ligero, sin contar el riesgo de que pudiera caerse. A todo esto, cabe agregar que George tenía el sueño realmente pesado, como todos en la casa, y por eso no se despertó en ningún momento. Afortunadamente, Rose no se rindió, y pensó que un tapete sería una buena alternativa. Colocó a George en la cama. Devolvió la silla al comedor. Tomó un gran tapete. Lo llevó hasta su habitación. Acostó a George sobre él. Lo arrastró, y finalmente había funcionado. Luego de un gran esfuerzo para poder arrastrarlo hasta a habitación, Rose acostó a George en la cama en la que se suponía de debía estar. Lo arropó, como siempre hacía, y devolvió el tapete a la sala. Exhausta, Rose se acostó en su cama. Pero recordó algo.
— ¡La nota! —exclamó.
Tomó la nota que habían escrito juntos de su escritorio, y dio una rápida carrera hasta la habitación de George, para dejarle el papel sobre su mesa de noche. Ahora sí, ya todo estaba listo. Volvió a acostarse a su cama y cerró los ojos. Pero oyó algunos sonidos, y un minuto después, alguien tocó a su puerta.
— ¿Rosie? —preguntó Paul, del otro lado de la puerta.
— ¿Qué sucede? —gruñó ella, porque al parecer no la dejarían descansar nunca.
—Estamos a punto de desayunar. ¿Nos acompañas? —preguntó cortésmente su primo.
Rose suspiró.
—Seguro. Estaré allí en un momento.
Como sus ojeras y el hinchazón de sus ojos ya eran imposibles de ocultar, Rose optó por unas gafas oscuras. Ni siquiera se molestó en peinar su cabello, sólo lo recogió con un lazo. Se cambió y se dirigió hasta la cocina, arrastrando sus pies. Rose ya no podía recordar la última vez que había descansado apropiadamente, y eso era muy malo. Estaba fuera de sí, malhumorada y enfadada con el mundo, y todo gracias a su insomnio. Si bien los chicos le hicieron algún que otro chiste en el desayuno, dejaron de hacerlos cuando notaron que Rose en verdad no estaba de humor. No recordaba mucho de la conversación de ese desayuno, puesto que había ignorado a todos. Pero pudo oír cuando las chicas le contaban a John sobre el chico que había halagado a Cyn el día anterior, y este intentó ocultar sus celos, sin éxito. La escena le causó gracia a Rose, aunque no logró expresarlo.
Cuando fue la hora de partir, Paul le pidió a su novia que por favor cuide bien a su prima. John besó a Cynthia más apasionadamente que de costumbre, y cuando terminaron de despedirse, se marcharon. Rose no estuvo allí para presenciarlo, porque se anticipó y se dirigió a su habitación. Intentó conciliar el sueño por un buen rato, pero no pudo. Se sentía realmente frustrada; el no poder dormir la estaba destrozando. Se volvió a dirigir a la cocina, donde las chicas escuchaban la radio y platicaban. Se sentó junto a ellas.
—Por favor díganme que hay alguna droga o algo parecido para hacerme dormir, porque no lo soporto más —lloriqueó. —En este punto, consumiría lo que sea. De verdad, lo que sea.
—Que suerte que no tenemos caballos, porque de seguro te echarías de cabeza sobre sus tranquilizantes —rio Jane.
Rose esbozó una pequeña sonrisa. Si bien le había divertido el chiste de su amiga, no tenía las fuerzas suficientes como para reír.
—Tal vez mi padre sepa algo al respecto —prosiguió Jane, en un tono más serio— él es endocrinólogo. Si aún no puedes dormir, mañana podríamos visitarlo —sugirió.
—Si sobrevivo para mañana, entonces hagámoslo —bromeó Rose. Las chicas rieron, pero ella no. —Ya no sé qué hacer. Mi cabeza me está matando, estoy exhausta, mis ojos están tan hinchados que parece que están a punto de estallar y, honestamente, siento que quiero golpear a todos. Odio a todos. Ni siquiera me soporto a mí misma —se quejó.
—Descuida, todos quisimos golpear a todos alguna vez —dijo Cyn. —Y afortunadamente, nosotras sí te soportamos. Es sólo cuestión de tiempo, ya verás.
—Si eso dices...
La radio seguía sonando, pero Mo tenía que cambiar de estación continuamente porque Rose siempre tenía alguna queja sobre la canción que sonaba.
Black Denim Trousers and Motorcycle Boots, The Cheers — siempre odió esa canción.
Leader of The Pack, The Shangri-Las — demasiado aguda.
Bury My Body, The Animals —demasiado grave.
Goodbye Cruel World, James Darren —muy cirquera.
Walk, Don't Run, The Ventures —sin letra.
To Know Him Is To Love Him, The Teddy Bears —deprimente.
Luego comenzó a sonar Breaking Up Is Hard To Do, de Neil Sedaka.
"Do do do
Down dooby doo down down
Comma, comma, down dooby doo down down
Comma, comma, down dooby doo down down
Breaking up is hard to do..."
—UGGH, ¡SACA ESO! ¡ODIO A NEIL SEDAKA! —exclamó molesta.
— ¿De qué hablas? Tú amas a Neil Sedaka —protestó Jane.
—Sí, pero hoy lo odio —dijo Rose y reposó su cabeza sobre la mesa. — ¿Se han dado cuenta de que todas las canciones que pasamos son realmente deprimentes? Todas son trágicas, no necesito oír eso ahora —se quejó.
—Tal vez no debamos oír nada entonces —concluyó Mo, y por el bien de Rose, apagó la radio. Luego meditó por uno segundos. —Sabes, cuando trabajé de estilista, también aprendí otras cosas, como tratamientos de relajación. Una mascarilla podría hacerte sentir mejor —sugirió.
Las otras chicas no dudaron en apuntarse también a la idea de Mo. Jane y Rose se fueron al patio trasero, donde platicaban, mientras Mo prepara todo en la cocina. Cyn se había ido a comprar los aguacates que Maureen requería, cuando, antes de ingresar a la casa, se topó con alguien.
— ¡Eres tú! —exclamó una voz masculina.
—Oh, hola —sonrió Cyn, sorprendida. Era el chico del día anterior.
—No pensé que iba a cruzarte de nuevo. Soy muy afortunado —sonrió. —Disculpa mis modales. Soy Michael —se presentó, extendiendo su mano.
—Ahm, Cynthia —dijo ella, dándole un apretón.
—Cynthia. Tienes un nombre muy bello —halagó él.
El muchacho era guapo y gentil. Tenía cabello castaño, ojos azules y una sonrisa tímida.
—Bueno, gracias —dijo Cyn, incómoda, y cambió de tema— disculpa pero ¿cuántos años tienes? —preguntó, porque su admirador se veía bastante joven. Pero nunca se imaginó que tan joven.
—Diecisiete —respondió.
—Por Dios, eres un niño —suspiró Cynthia, quien tenía veinticinco.
—Sé que puedo parecerte algo joven pero, conseguí un trabajo y, cumpliré dieciocho dentro de tres meses —se apresuró en agregar.
—Eso suena muy bien. Felicitaciones —sonrió ella. —No quiero ser grosera, pero me están esperando. Fue un placer conocerte, Michael.
—El placer es mío, Cynthia —dijo avergonzado, con sus manos en los bolsillos de su pantalón.
Cuando Cyn ingresó a la casa y les contó a sus amigas lo que había ocurrido, lo primero que hicieron estas fue llamar a los estudios Abbey Road y contarle a John, para reírse un poco.
"Estudios Abbey Road, ¿con quién tengo el placer de hablar?" Dijo una voz femenina al teléfono.
—Buenas tardes, habla Jane Asher.
"Buenas tardes, señorita Asher. ¿En qué puedo servirle? ¿Desea hablar con el señor McCartney?"
—De hecho, deseaba hablar con John —sonrió ella y Cyn la fulminó con la mirada, aunque tampoco podía evitar reír.
"El señor Lennon está ocupado ahora, pero si es un asunto de extrema importancia, tal vez podría hacer una excepción"
—Por favor, dígale que haga esa excepción. Se trata de su esposa.
Luego de un par de minutos, John atendió.
"Hola Jane ¿sucedió algo? ¿Cyn está bien? ¿Qué hay de Julian?"
—Descuida, Johnny, todo está perfecto por aquí —rio.
"No comprendo. Diana me dijo que era algo importante"
—Tal vez exageramos un poco —intervino Mo.
"¿Me dirán qué diablos ocurre, entonces?"
—Tranquilo, John, guarda ese carácter para Michael ¿quieres? —rio Jane.
"¿Michael? ¿Quién es Michael?"
— ¿Recuerdas que hubo un muchacho que halagó a tu esposa ayer, en la calle?
"Sí, lo recuerdo perfectamente"
—Pues tiene nombre —dijo Jane— se llama Michael y Cyn se topó de nuevo con él hoy, cuando salió a comprar algo. ¡Es tan buenmozo! ¿No es así, Mo?
—Realmente apuesto —comentó Mo. —Tiene ojos azules y es muy dulce. Le dijo que era muy afortunado porque pudo cruzarse con ella de nuevo. ¿Me dirás que eso no es dulce, John?
"Así que eso dijo ¿eh? Si lo vuelven a ver, díganle que se aleje de mi mujer, o se meterá en problemas"
—Además, es más joven que tú. Tiene diecisiete —agregó Jane.
"¿Diecisiete? ¡Es un maldito niño!"
—Claro que no, cumplirá dieciocho dentro de poco —corrigió Mo.
"Háganme un favor y recuérdenle a Cynthia que del único bebé del cual se debe ocupar es de su hijo ¿bien? Nuestro hijo. Porque está casada y no hay nada que ese niño pueda ofrecerle que su marido no pueda"
—En eso te equivocas. ¿Ya te hemos dicho lo apuesto que es? —lo provocó Jane.
Por unos segundos no se oía nada de la otra línea, sólo la fuerte respiración de John. Finalmente colgó el teléfono sin decir palabra. Las chicas rieron, porque habían logrado lo que querían: fastidiar a John. Cynthia no se opuso a su plan, porque sabía que no tenía caso, así que rio junto a ellas, sintiéndose halagada por los celos de su esposo. Mo cumplió con su palabra, y les hizo las mejores mascarillas de aguacate a las chicas, haciéndolas sentir mejor, inclusive a Rose. Y luego de una merecida tarde de relajación, la noche había llegado, al igual que los Beatles. Pero el Beatle John se había tardado un poco más en llegar, porque había ido a comprar un regalo especialmente para su dama.
—Oh John ¡es hermoso! —exclamó Cyn, mientras se probaba el abrigo que su esposo le había traído.
—Sabía que te gustaría —sonrió John— tardé un poco más porque hice que una modista le agregue unos pequeños detalles.
Cuando los demás vieron a Cyn con el abrigo puesto, estallaron en risa. No porque le quedara mal, sino por los "arreglos" que le había hecho John. Del frente estaba todo bien, por lo cual Cyn no comprendía qué les causaba tanta gracia. Rápidamente se dirigió al espejo de la habitación más cercana, y se miró de espaldas.
— ¡JOHNNNNNNN! —gritó furiosa desde la habitación. Luego volvió hasta donde estaban todos — ¡¿qué demonios es esto?!
Lo que Cyn tardó en notar era que, en la parte trasera del abrigo, había un gran parche que decía "Propiedad de John Lennon" en mayúsculas y con lentejuelas.
—Lo mejor para mi esposa —rio John y le dio un beso en la mejilla, pero Cyn se alejó.
—Estás loco si piensas que usaré esto, John Lennon —exclamó molesta, quitándose el abrigo de manera brusca y arrojándolo al sofá.
—Pensé que te había gustado —se burló él.
Las blancas mejillas de Cyn se habían tornado carmesí del enojo. Pero John siempre podía salirse con la suya.
—Vamos, Cyn, sólo estaba jugando —dijo John, tomando una de sus manos. —Pero tú sabes que no me gusta nada la idea de que otro hombre se acerque a ti. Cuando nos casamos juraste ser sólo mía ¿recuerdas?
Cyn asintió.
—Y yo juré ser sólo tuyo —le susurró en el oído. Cyn sonrió y John comenzó a besar su cuello.
—Ahm... ¿se dan cuenta de que seguimos aquí, no es así? —le preguntó Paul a Mo. Ella se encogió de hombros, porque tenía la misma duda.
George carraspeó, y Paul igual, para llamarles la atención. Luego le siguieron Mo, Ringo, Jane, Cyn, Rose... y básicamente se había formado un coro de catarrientos. Finalmente, el matrimonio les prestó atención.
— ¿Tienes hambre? —le preguntó Cyn a John.
—Sí. Pero no de comida —respondió él, de manera seductora. Se miraron cómplices y John cargó a Cyn en sus brazos. — ¡Disfruten su cena! —exclamó John, mientras se llevaba a su esposa a su habitación.
—No quería saber tanto —se quejó Jane y los chicos rieron. Todos estaban sentados en la mesa, excepto Rose, quien tampoco cenaría. Les deseó buenas noches a todos, pero antes de ingresar a su habitación, alguien la detuvo.
— ¿Estás segura de que no quieres comer nada? —preguntó Paul, preocupado.
—Sí, estoy segura. Sólo, tú sabes, intentaré dormir sin éxito —dijo ella, con una pequeña sonrisa.
—Si eso es lo que deseas... —suspiró él— que descanses, Rose —dijo y le dio un beso en la frente.
—Que descanses, Paul —sonrió ella e ingresó a su habitación.
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