Capítulo 15: Like Dreamers Do
Capítulo 15: Like Dreamers Do
❝Yo, yo vi a una chica en mis sueños
Y parece
Que la voy a amar.
Oh tú, tú eras la chica en mis sueños,
Así que parece
Que te voy a amar.
Y yo, esperé por tu beso,
Esperé por la dicha,
Como lo hacen los soñadores❞
Like Dreamers Do, The Beatles.
Había lloviznado durante el día, lo cual no era de extrañar. Pero luego salió el sol así que lo húmedo del suelo cuando Rose y George se dirigieron a la Casa Verde era a causa del rocío, como todas las noches. Aquella noche en particular estaban conversando sobre algunas opiniones formuladas en la infancia que luego cambian con el paso del tiempo.
—Es curioso como uno cuando es pequeño quiere crecer para que le hagan caso —comentó George— pero luego, cuando creces, te das cuenta de que no valía mucho la pena a decir verdad. Es una gran responsabilidad, de hecho, porque la gente espera cosas de ti. Que lo que hagas o digas sea relevante, acertado. No entiendo por qué deseábamos esto cuando éramos niños.
—Coincido contigo —asintió Rose. —A veces quisiera volver a ser niña. Siento que pensaba tan claramente en aquel entonces. No de una manera racional como la que se aprende, sino de una manera natural, pura.
— ¿Qué querías ser cuando eras pequeña? ¿Qué fue lo primero que quisiste ser? —preguntó George.
—No estoy segura, pero creo —rio Rose— que quería ser actriz y científica.
— ¿Actriz y científica? ¿Primero una y después la otra, o las dos a la vez? —preguntó George.
—Las dos a la vez —afirmó la chica— como Hedy Lamarr.
—La pequeña Rose McCartney era muy ambiciosa por lo que veo —sonrió George enternecido. — ¿Y después qué quisiste ser?
—Todavía quiero ser eso —bromeó Rose y ambos rieron. —De hecho, después quise ser maestra. Y es algo que aún me gustaría hacer.
—Pero terminaste siendo modelo —contradijo George.
—No planeo serlo toda la vida —explicó ella. —Los años pasan y la belleza, ante los ojos del público, se desvanece.
—La juventud tal vez, pero la belleza jamás. Mucho menos la tuya —objetó George.
— ¿Y qué hay de ti? —Preguntó Rose con la intención de cambiar de tema, sonrojada— ¿Qué querías ser cuando eras pequeño?
—Quería ser vaquero —dijo orgulloso.
—Vaya, no me sorprende —rio Rose.
—Luego quise ser astronauta —prosiguió— pero le tengo un poco de miedo a las alturas, así que no hubiese resultado.
—Y después ¿qué? —sonsacó la muchacha.
—Bueno, después quise ganar dinero sin tener que tener un trabajo real —confesó. —Y luego me uní a los Beatles.
—Quiere decir que lo lograste —se burló Rose.
—Exacto —rio George. —Oye Rose.
— ¿Sí?
— ¿No te sientes extraña?
—No particularmente.
— ¿Ni un poco?
—No.
— ¿Acaso no sientes ganas de...?
— ¿Besarte? No.
—Vaya, qué directa.
—Porque tú eres muy sutil.
—Te contaré algo, porque veo que no dará resultado —comenzó a decir George. —He estado investigando hace tiempo sobre sueños. Y he leído que existe la posibilidad de controlarlos si uno lo desea.
— ¿De verdad? —dijo Rose, algo preocupada y curiosa a la vez.
—Por supuesto. Pero tienes que ir entrenando esa habilidad, y es lo que he estado haciendo hace noches. En mi mente he estado deseando que me besaras, y pensé que si lo deseaba mucho, tú, al ser un producto de mi imaginación, lo harías —expuso. —Pero al parecer soy tan patético que ni siquiera en mi propio sueño quieren besarme —se lamentó.
—No digas eso, George —dijo Rose acariciando su hombro. —Tal vez hay algo que esté fallando en tu técnica. A ver, inténtalo de nuevo.
— ¿Para qué? Si no tiene caso —dijo él.
—Tú inténtalo —ordenó Rose.
George suspiró y no dijo palabra alguna por unos instantes. Al parecer lo estaba haciendo.
—George ¿lo estás haciendo? —preguntó Rose y él asintió— qué extraño, porque yo no siento... ¡oh George, bésame ahora! —demandó Rose de repente.
Se podía notar la sorpresa en la expresión de George. Su técnica de control del sueño había resultado, o al menos eso le estaba haciendo creer Rose. Ella se compadeció de él porque parecía estar esforzándose bastante. Además, si lo besaba, él dejaría de insistir.
— ¿Lo dices en serio? —preguntó George y ella lo confirmó.
George no pudo evitar sonreír. ¡Al fin! ¡Al fin lo haría! Y pensar que casi deja de intentarlo. Finalmente, estaban uno frente al otro. Ambos estaban terriblemente nerviosos aunque preferían no decirlo. Respiraron hondo y, juntando un poco de valor, fueron acercándose.
— ¿Hola? ¿Hay alguien? —preguntó una voz masculina. Era Paul.
¡Era Paul!
—¡Es mi primo! —susurró Rose, ahogando un grito. Su voz provenía de dentro de la casa.
—Déjame que lo mato y así continuamos con lo nuestro —sugirió George.
— ¡Debes ocultarte! ¡Rápido! —ordenó Rose poniéndose de pie.
— ¿En dónde? ¿En dónde? —preguntó George imitándola.
—No lo sé, ¡por los arbustos o algo! ¡Pero corre! —demandó Rose.
George rápidamente corrió a ocultarse. Lamentablemente, como el George sonámbulo no podía ver el perímetro sino imaginarlo, se chocó la cabeza con una de las columnas de la Casa Verde y cayó al piso como costal de papas.
—Oh por Dios, ¡George! —susurró Rose, más alarmada aún.
— ¿Rose? —preguntó Paul, a unos metros detrás de ella.
Afortunadamente George se encontraba desmayado detrás de la plataforma de la Casa Verde, así que Paul no pudo verlo.
— ¡Paul! ¿Qué haces aquí? —preguntó Rose acercándose a él.
—Fui al baño y escuché voces —respondió su primo.
— ¿Eres esquizofrénico o algo? —bromeó la chica, pero Paul tenía demasiado sueño como para entender. —Ah, no debiste preocuparte. Era simplemente yo —explicó mientras lo acompañaba del brazo a ingresar a la casa.
— ¿Hablabas sola? —preguntó Paul confundido.
—Eh... no, claro que no. Hablaba con... Martha —improvisó ella. —Verás, me levanté porque creí haber oído algo también pero cuando salí afuera vi que sólo era Martha. De vez en cuando hace un poco de ruido por las noches, es toda una traviesa.
—Es probable —asintió Paul— como yo soy de buen dormir no puedo dar cuenta de ello.
— ¿Así que así le llaman ahora? —dijo Rose con sarcasmo. —Cuando ni siquiera te despiertas por un sismo, Paul, entonces no es "buen dormir". Es tener el sueño igual de pesado que un elefante.
—Te he dicho cientos de veces que aquel fue un simple temblor, no un sismo —se defendió Paul. —En fin, volveré a la cama. Y tú deberías hacer lo mismo.
—Eso haré. Buenas noches, Paul.
—Buenos días —corrigió Paul y le dio un beso en la frente. Luego volvió a su habitación.
Paul tenía razón. No con lo del temblor, sino con lo del día. El cielo estaba aclarando, señal de que poco a poco estaba amaneciendo. Rose volvió junto a George y verificó si aún seguía inconsciente. Sí lo estaba, lo cual hacía las cosas más difíciles. Ya se estaba haciendo de día y no podía dejar a George allí, en parte porque era abandono de persona y en parte porque los demás lo verían. Así se vio con la ardua tarea de tener que cargarlo a la habitación —otra vez. La diferencia en esta ocasión era que, por fortuna, contaba con una cómplice.
Rose se escabulló al cuarto de Paul y Jane, sabiendo lo que sabía sobre el "buen dormir" de Paul. Le tocó el hombro a Jane con cuidado, para no asustarla, pero lo hizo de todas maneras cuando abrió los ojos. Rose la hizo salir del cuarto y le explicó la situación, y la llevó a que vea la evidencia de casi un metro ochenta que yacía en el suelo. Jane accedió a ayudarla y ambas, con mucho esfuerzo y una pausa para reponerse, lograron cargar al guitarrista hasta su habitación y lo acostaron en su cama.
—No está muerto ¿no? —preguntó Jane observando lo profundo que dormía George.
—Claro que no —dijo Rose— si lo estuviese, no me hubiese tomado el trabajo de cargarlo hasta aquí.
—Creo que tiene inflamada la frente —notó Jane.
Rose lo examinó y efectivamente tenía hinchazón en donde se golpeó. Ahora tendrían que inventar algo para justificar una herida que supuestamente se hizo estando acostado, y se le ocurrió lo ideal. Encima de la cabeza de George había un estante con libros, así que las chicas se apresuraron en buscar el destornillador y aflojaron los tornillos de este, haciendo que una parte esté más caída que la otra. Colocaron los libros del estante junto al rostro de George pero simplemente no parecía creíble. Ningún libro tenía el peso suficiente como para dejar inconsciente a alguien. La Biblia tal vez, pero no estaba sobre el estante, por lo que las chicas tuvieron que desatornillar la repisa por completo y colocarla con delicadeza sobre la cabeza de George. Si tenían suerte, lo creería. Habría que esperar hasta el amanecer para ver.
Ya de mañana, mientras todos desayunaban, faltaba George. Invadida por la curiosidad de si recordaba lo ocurrido o no, Rose se paseó casualmente frente a su habitación y, como estaba la puerta abierta, se detuvo al ver al Beatle atornillando el anaquel de nuevo en su lugar. Rose tuvo que reconocer que la vista de George Harrison con herramientas era bastante atractiva.
—Hola —saludó tímidamente Rose desde el marco de la puerta, sorprendiéndolo. Se sentía tan extraño hablarle cuando estaba despierto. —Los chicos preguntan si irás a desayunar.
—Eh... no, tal vez más tarde —declinó él, dejando de hacer lo que estaba haciendo.
Hubo una pausa por unos segundos.
— ¿Qué fue lo que ocurrió? —preguntó Rose, apuntando a la repisa.
—Al parecer mi estante se cayó encima de mi cabeza mientras dormía —contestó, tocándose la frente pero luego arrepintiéndose, porque aún le dolía.
Todo apuntaba a que sí había creído la artimaña que Rose y Jane habían ideado. Rose se sentía aliviada, aunque un poco triste por George.
—Lamento lo de tu frente, debe doler mucho —comentó Rose apenada.
—Sólo un poco. Ya pasará —dijo George, a punto de tocar su frente de nuevo pero luego absteniéndose.
— ¿No deseas que te traiga un poco de hielo para tu golpe? —sugirió la muchacha.
—No es necesario.
—Lo traeré de todas formas.
Rose fue a buscar el hielo y George se sentó en su cama. Cuando la chica volvió, se sentó junto a él. Le pidió permiso para colocarle el hielo y aunque él dudó, finalmente accedió. Ella se acercó y apoyo la bolsa de hielo sobre la frente del muchacho. Le dolió, pero al menos con el hielo la hinchazón pasaría más rápido. Durante esos instantes no miró a Rose a los ojos ni una vez. Aunque su subconsciente lo traicionó y miró sus labios por una centésima de segundo, desviando la vista con rapidez.
—Te lo agradezco —murmuró él, con la vista en el suelo.
—No hay por qué —sonrió ella.
Con la llegada de una nueva noche, Rose y George hicieron la rutina de siempre. Él comenzó a llamarla, ella se despertó y fue hasta su cuarto. Luego ambos salieron y fueron hasta la Casa Verde, donde pasaban todas las noches admirando el cielo y hablando de todo tipo de cosas. Luego de algunos minutos, y debido a la gran cercanía que tenían, George sintió que podía confiar en "Rose de Ensueño", así que le hizo una importante confesión.
—Hay algo que quiero decirte, Rose —comenzó a decir George.
— ¿Es un secreto? —preguntó Rose con curiosidad.
—De hecho sí. No se lo he contado a nadie nunca —dijo con total seriedad.
— ¿De qué se trata entonces? —preguntó Rose, sintiéndose más intrigada aún.
—Es sobre mi abuela —especificó el joven. —Resulta ser que era actriz.
— ¿En verdad? ¿De qué época?—indagó Rose, gratamente sorprendida.
—Hizo algunas películas en los años veinte. Yo también estaba igual de sorprendido que tú cuando lo supe hace algunos años —comentó George. —Era un secreto muy bien guardado en la familia.
—Pero ¿por qué? —inquirió Rose— ser actriz suena como algo muy genial.
—Sí, bueno, tú sabes lo mal visto que estaba ser actriz antes. Inclusive hoy en día aún hay gente que cree que es algo infame —señaló.
— ¿Y tu familia se avergonzaba de ella por ser actriz, y por eso jamás te lo habían dicho? —preguntó Rose sintiendo pena.
—Eh... sí, pero en realidad comprendo que me lo hayan ocultado —justificó George. —Verás, cuando tenía como dieciséis, mi abuela pidió que le bajara algo del desván. Fui hasta allí y encontré lo que buscaba, pero también encontré una caja con películas, con cintas. Así que tomé una y me la llevé con la intención de ver si aún se podía ver, y si se podía, sorprendería a mi abuela para verla juntos. Tenía un amigo cuyo tío tenía un proyector así que se la llevé. Pero lamentablemente fui yo el que se llevó la sorpresa. Resultó ser que la abuelita Harrison había sido una actriz de películas... para adultos.
— ¿Qué cosa? —exclamó Rose sorprendida. — ¿Hablas en serio?
—Créeme, jamás inventaría algo así —juró George. Luego rio. —Ahora me causa gracia, pero en ese momento quería que me tragara la tierra. Además mi amigo lo vio todo, ¡yo estaba tan avergonzado!
Rose tampoco pudo evitar reír. Sentía pena por George, pero también le causaba gracia la anécdota.
—Habrá sido espeluznante ver eso —rio Rose.
—Sí, y mucho. ¿Acaso no sientes pena por mí? —preguntó George.
—Bastante —admitió Rose.
— ¿La suficiente como para besarme? —consultó él discretamente.
—George Harrison, ¿acaso ese fue otro de tus trucos? —preguntó la chica con desconfianza.
— ¡Por supuesto que no! —se apresuró a decir George. —Lo que te conté es verdad. En la película mi abuela era una enfermera y para que su paciente se sintiera mejor ella... ¡Rose! No me hagas revivir esas imágenes, por favor, que ya estoy bastante trastornado al soñar contigo todas las noches.
— ¿Fue eso un insulto hacia mí? —intentó corroborar Rose.
—No, fue más bien un hecho —corrigió George. —Soñar con la misma persona todas las noches no puede ser propio de una persona mentalmente estable ¿o sí?
—Puede ser que no —rio Rose. — ¿Acaso estás obsesionado conmigo, George?
—Tú sabes que sí —dijo él con una sonrisa. —Inclusive te miro cuando estás dormida —bromeó.
—No, eso es lo que yo hago —reconoció Rose. Era precisamente lo que estaba haciendo en ese mismo momento después de todo.
—No comprendo —dijo George confundido.
—No importa —sonrió Rose y continuaron conversando de temas menos traumáticos.
El amanecer significaba que comenzaba otro día de cuidados para con John, y Cynthia ya no podía soportarlo. Como si fuera poco, el señor se despertó antes que nadie para molestar a su esposa por más tiempo. Sin embargo, para sorpresa de todos, Ringo se ofreció a cuidar de John. Nadie podía comprenderlo: ¿cómo es que un ser humano cuerdo querría cuidar a John, con lo latoso que era? Era algo inconcebible. Pero si él deseaba hacerlo, Cynthia no iba a negarse. De hecho le dio algunas indicaciones, tomó a Julian y salió de la casa lo más rápido que pudo. Los chicos hicieron apuestas para ver si Cynthia había abandonado a John para siempre o sólo por ese día. Todos en la casa apostaron cinco libras a que no volvería jamás, mientras que John, que también participó, decidió apostar al amor. Entretanto, Ringo cuidaba a John y le cumplía todos sus caprichos. Maureen, intrigada, le preguntó por qué lo hacía.
—John es mi amigo y quiero que se mejore —respondió Ringo.
—Pero es sólo una gripe, Ritchie. Ya se le pasará —dijo Mo. —Nadie en su sano juicio se atrevería a cuidarlo. ¡Hasta su esposa lo abandonó!
En ese momento la campanilla sonó. Ringo fue hasta el cuarto de John y volvió con el plato del cual acababa de comer.
—Tú estás ocultando algo —dijo Maureen con desconfianza. Sus miradas se enfrentaron unos segundos hasta que él no resistió más.
— ¡Bien! —bufó Ringo vencido. —Lo cuido porque quiero contagiarme de su gripe.
— ¿Qué? —Dijo su esposa sorprendida— ¿por qué?
—Porque si me enfermo no iré al tour, y pensé que así podría pasar más tiempo contigo y con el bebé —explicó Ringo con las manos en los bolsillos.
—Oww, Ritchie —suspiró Maureen y lo abrazó— ¡vaya locura planeabas! Espero que no te enfermes, porque debes ir al tour. El bebé y yo estaremos bien, esperando tu regreso con ansias.
—Pero yo deseo quedarme con ustedes —se quejó Ringo, abrazándola también.
—Bueno, si tanto deseas enfermarte, entonces deberías besar a John. Esa es una forma segura de transmitir gérmenes —sugirió Mo, riendo por dentro.
Ringo se quedó espantado con la idea.
—Les enviaré cartas todos los días —prometió Ringo y su esposa rio.
Estaba atardeciendo cuando la puerta se abrió. Una mujer rubia y su hijo habían ingresado para sorpresa de los presentes. Cynthia preguntó por su esposo y Ringo le dijo que estaba durmiendo. Ella se dirigió a la habitación y todos fueron detrás de ella. Se sentó en el borde de la cama a observar a Johnny dormir. Acarició su rostro y él despertó. Se llevó una grata sorpresa al ver a su amada.
— ¡Cynthia! —exclamó John y la abrazó— oh cielo, ¡qué alegría verte! ¡Pensé que me habías dejado para siempre!
—No podría hacerlo. Eres el amor de mi vida, John —dijo tiernamente ella.
—Cyn, jamás me dejes —imploró él y la abrazó más fuerte aún.
Cynthia se sintió igual de conmovida que los que contemplaban la escena, así que disfrutó de su abrazo.
John, mientras tanto, extendía su mano a sus espaldas para recaudar las cinco libras que le debían los demás. Rebuscaron en sus bolsillos con resignación mientras John sonreía victorioso.
Al caer la noche, el cielo parecía haberse vestido de gala. Se veía tan azul y tan oscuro que parecía el más profundo de los mares. Las estrellas resplandecían como los más finos diamantes y la luna cubría todo con un delicado manto de plata. Pero por más bella que estuviese la noche afuera, tendría que esperar para ser contemplada, puesto que Rose tenía otro asunto que tratar con George —y con suma urgencia. Los chicos habían anunciado hacía unos días que iban a aparecer en el próximo episodio de Ready, Steady, Go!, programa que se miraba religiosamente todos los jueves en la casa, así que las chicas no se perderían la presentación por nada del mundo. El problema era que se habían olvidado de anunciar también que sería un programa especial extendido ya que tocarían junto a The Everly Brothers, o más bien, lo ocultaron a propósito. Las chicas se enteraron porque lo oyeron en la radio, y cuando lo supieron, se lo recriminaron de inmediato a sus parejas. Claro que Rose tuvo que esperar a que anocheciera para reclamarle a George.
—No es mi culpa —se excusó George— los chicos quisieron mantener la boca cerrada porque decían que si ustedes lo sabían, querrían conocerlos y actuarían como fans enamoradas.
—Claro, porque ustedes no —dijo Rose sarcásticamente y se cruzó de brazos. George, que estaba junto a ella, sintió esto, así que tomó una de sus manos para que no se pudiera cruzar de brazos nuevamente.
—Yo moría por contártelo, debes creerme —expresó George sujetando la mano de la chica, besando su palma dulcemente.
—No sé si creer en la palabra de un Beatle —sonrió Rose con recelo, y luego algo llamó su atención. — ¡Hey! Has estado escuchando a los Everlys por lo que veo —dijo observando el pilón de discos revueltos en una esquina— Preparándote para conocerlos, ¿no es así?
George había estado escuchando algunos discos el día anterior, pero no pudo reordenarlos porque se tuvo que marchar. Curiosamente, recordaba con exactitud cómo había dejado los discos. Tenía un cajón donde guardaba algunos, y en esa colección era que conservaba los de los Everly Brothers. Encima de este cajón de discos había dejado dos discos que olvidó guardar, al igual que uno que yacía junto a este mismo cajón. La cubierta del disco estaba en el suelo, el disco debajo (en vez de estar dentro de la cubierta) y la funda protectora de papel estaba a un lado. Vaya desorden había dejado. Rose se acercó a los discos y apartó los dos que estaban encima para poder así acceder a los de abajo. Encontró los de los Everly Brothers entre los de Elvis y los de Fats Domino. Tomó uno y volvió junto a George.
—"All I Have to do is Dream" —anunció la chica, observando el sencillo. —Me encanta este.
—A mí también —sonrió George. —Permíteme ser tu tocadiscos —dijo y tomó el disco, haciendo círculos sobre él con su mano, como si fuera el brazo de un tocadiscos, mientras cantaba— "When I want you, in my arms, when I want you, and all your charms, whenever I want you all I have to do, is dream... dream, dream, dream..."
Rose sonreía al oírlo cantar y no tardó en sumarse a la melodía. Apoyó su mano sobre la de George y ambos hacían círculos sobre el sencillo mientras entonaban la canción.
— "When I feel blue, in the night, and I need you, to hold me tight, whenever I want you all I have to do, is dream..." —cantó la chica, soltando una risita avergonzada.
A George le encantaba oírla cantar. Su voz era tan dulce y melódica que hacía que algo dentro de él se conmoviera. A Rose, en cambio, le avergonzaba un poco cantar junto a él, sabiendo que el Beatle lo hacía tan bien. Sin embargo, sabía que él no se burlaría de ella. ¿Y cómo lo haría? Si de todos modos estaba hipnotizado con su voz. No sólo con su voz, sino con su presencia. Todas las defensas del Beatle George parecían debilitarse cuando la tenía tan cerca, y por eso creía prudente mantenerse alejado de ella de día. Pero de noche se permitía caer presa de sus más profundos deseos, inocentes como estos eran, ya que el simple hecho de platicar de pequeñeces con ella lo hacía sentirse extasiado.
Luego de terminar de cantar Rose volvió a guardar el disco en donde estaba, dejando todo exactamente en el lugar en el que lo había encontrado, por más de que sintiera el impulso de ordenar esos pobres álbumes. Tomó a George de la mano y ambos salieron a la Casa Verde, donde contemplaron la belleza del cielo de aquella noche. Bueno, al menos ella lo hizo; él sólo lo imaginó. Conversaban de los pequeños asuntos que tanto les entretenían cuando de repente, George hizo una proclama.
—Rose McCartney, declaro oficialmente que ya se me acabaron las excusas para convencerte de que me beses, así que ya no te molestaré más.
— ¿Lo dices en serio? —rio Rose, porque la cuestión le causaba gracia.
—Lamentablemente —dijo George, aparentando estar decaído para causarle lástima a Rose. —Podrías ocultar un poco tu felicidad ¿no crees?
—No estoy feliz, George —dijo Rose con una benévola sonrisa. —Estoy francamente decepcionada.
— ¿Decepcionada? ¿Por qué? —preguntó George, sorprendido.
—Porque de todos los motivos que me diste para besarte, no se te ocurrió decirme el más importante.
— ¿Y cuál sería ese? —cuestionó el joven con sumo interés.
—La verdad —respondió Rose con simpleza. — ¿Qué es lo que sientes por mí, George Harrison?
— ¿A qué t-te refieres? —tartamudeó George, siendo tomado por sorpresa.
—A eso mismo. ¿Qué sientes por mí?
—Yo... no puedo decirlo —respondió.
—Eso no me sorprende. No lo puedes decir ni de día ni de noche ¿no es así? —dijo Rose poco impresionada.
—No te enojes conmigo, por favor —imploró George, quien de verdad lamentaba no poder decirle todo. —Si te lo digo, probablemente no sientas lo mismo, y no podría soportarlo. Te ruego, Rose McCartney, que no rompas mi corazón. Al menos no esta noche —suplicó el muchacho, tomando su mano.
—Jamás lo haría —dijo Rose con suavidad mientras acariciaba su cabello.
Rose comprendió que había algo que torturaba a George desde hacía mucho, y en ese momento, se dio cuenta de que era algo relacionado a ella. De que le gustaba su compañía, pero al mismo tiempo, le lastimaba. Y que ahora esos malos pensamientos lo estaban molestando, así que Rose no quiso indagar más sobre el tema y prefirió brindarle un poco del consuelo que él le había dado durante tantas noches. Y atreverse, incluso, a algo más.
—George, yo... —susurró dulcemente la joven— quiero besarte.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro