La calle estaba más viva que cualquier otro día a esa hora, muchas personas iban muy bien abrigadas por las aceras y las tiendas de la ciudad estaban repletas de compradores y comenzaban a decorar sus vitrales con motivos navideños.
Mientras caminaba jugando con las llaves en su mano, comenzó a llover. Una ligera llovizna cayó en la ciudad como pequeñas y casi invisibles gotas heladas. Max comenzó a apresurar el paso.
Miró a ambos lados y cruzó corriendo la calle. Estaban estacionados frente a las casas de ladrillo rojo automóviles de estilo antiguo, los mismos que él había visto hace dos noches. Le recordaron el momento en que recibió los libros.
Abrió la puerta de su casa y estuvo a punto de arrogar su mochila en el suelo, pero se percató de que su mamá se encontraba allí, viendo su encantadora telenovela. Ella, aunque había notado su llegada, no lo miró.
Max quiso decirle algo, pero las palabras no surgieron. Caminó rápidamente y subió las escaleras. Quería pedirle disculpas, lo que había dicho la noche anterior no lo había pensado; pero ese era uno de sus mayores problemas, se quedaba frente al fuego, observándolo sin hacer nada, cuando podía apagarlo con una sencilla acción.
Su madre no se sentía molesta, sabía que Max no quería lastimarla, pero estaba esperando que él se disculpara.
Cuando Max entró en su habitación, aventó su mochila en el sofá y se lanzó en la cama. Iba a seguir leyendo, pero la sensación de culpa que sentía cada vez se hacía mayor, tanto que le hizo bajar a la sala para pedir disculpas a su mamá.
—Lo siento —dijo Max afligido, de pie frente a ella—. No sabía lo que decía.
Su mamá quitó la vista del televisor y le dirigió una mirada amena.
—Lo sé, cariño, lo sé —respondió su madre haciendo una mueca mientras repetía las palabras.
—Siempre me pasa esto una y otra y otra vez. Hago siempre lo mismo, digo todo sin pensarlo.
—Cariño a todos nos pasa. No estoy molesta contigo. No tienes que culparte de esa manera. —Ella se levantó y lo abrazó—. Te he visto más concentrado desde que has estado leyendo. —Soltó a Max y luego lo tomó de las manos—. Eso puedo ayudarte, y mucho.
—Si... —dijo él como si no se hubiera percatado del poder de los libros.
—¿Por qué no te sientas aquí y lees?
—Creo que lo haré después. Ahora sólo quiero estar contigo.
Y se sentó con su madre para ver la telenovela. Subió su pierna derecha al sofá y miró atentamente la telenovela.
—Baja el pie del mueble —le dijo ella con una mirada potente.
Max colocó el pie rápidamente de nuevo en el suelo.
—Lo siento —respondió entre risas.
—Esos libros han de ser muy buenos porque se te ha olvidado esa mala maña tuya con la nevera.
A Max le gustaba abrirla y quedar de pie frente a ella como si hubiera un espectáculo digno de admirar. Luego la cerraba, hacía cualquier otra cosa y volvía a la nevera para hacer lo mismo.
—Lo son... ¡Pero creo que ya me dio hambre! Gracias por recordármelo.
Su madre soltó una carcajada mientras lo veía ir a la cocina.
Tras terminar de comer se dio una ducha y guardó todos los libros debajo de la sábana. No leyó ninguno.
Su madre se notó algo indecisa cuando Max le pidió permiso para ir a la casa Marko. El aura de misterio que ella había estado notando en él la había hecho desconfiar; no obstante, tras la mirada piadosa que él le hizo, lo dejó ir sin problemas.
Era la primera vez que iría a la casa de Marko y cada letra en la dirección que éste le había entregado, en otro pequeño trozo de papel, parecía gritarle que podía perderse en cualquier momento.
«Sube al autobús número 7. Baja en la Av. 15. Camina dos calles arriba hasta que veas un viejo edificio con un letrero que tiene pocas letras. Cruza a la derecha y cuenta 5 casas, la número 6 es la mía».
«Bien, Max, sabes leer así que no te perderás», pensó tras terminar de leer la dirección.
Caminó dos calles desde su casa y esperó en la parada de autobuses el que indicara la ruta «7». Junto a él se encontraban otras cuatro personas, que cuando llegó el autobús, sorpresivamente rápido, perdieron el control al ver la puerta abrirse y comenzaron a empujarse para lograr subir antes que el otro.
Max esperó calmadamente a que llegara su turno para subir, y cuando se sentó, acercó su cachete al frío cristal de la ventana y observó la atrayente ciudad en un clima de invierno mientras llegaba a su destino.
Se bajó en la Av. 15 y caminó dos calles arriba, siguiendo al pie de la letra las instrucciones en la hoja. Pero no observó ningún edificio con aspecto antiguo.
Pasó diez minutos tratando de no hacerle caso al intenso dolor en sus pies mientras caminaba. Tuvo que entrar en una tienda de electrodomésticos para preguntar por el viejo edificio. El cual resultó ser una antigua estación de radio de los años 80 que quedaba cuatro calles más arriba de donde lo había dejado el autobús y en la parte de atrás; no dos calles como había indicado Marko. Caminó hacia allá y pudo divisar perfectamente el edificio con el letrero de pocas letras.
«N W Y RK CITY F.M».
Después, caminó dos calles más y giró a la derecha, anhelando que su amigo no hubiera cometido otra equivocación.
El vecindario que se encontró tenía una apariencia similar al suyo, pero las casas de éste poseían mucho más detalles arquitectónicos y estaban decoradas con colores más vibrantes.
Max contó las casas señalándolas con el dedo y dio con la numero seis, la que supuso era la de Marko. Se acercó a ella y toco el timbre con inseguridad. Fue cuestión de segundos para que, a través de los vidrios de la puerta, se pudiera observar a una mujer caminar hacia él.
—¿Diga? —dijo la mujer con una voz floja e indiferente.
A Max le pareció curiosa la personalidad seria y fría que ésta demostraba. Era el típico prototipo de madre con lentes cuyo pasatiempo era tejer y mirar la televisión todo el día.
—Disculpe, ¿Aquí vive Marko?, ¿Marko Echeverría?
—Sí.
—Eh, ¿Usted es su mamá?
—Sí.
—Mucho gusto, mi nombre es Max. Estudio con él. ¿Puede llamarlo por favor?
—Está arriba.
La señora lo dejó pasar y cerró la puerta.
La casa de Marko era elegante, con paredes color rosa y piso de granito. Max se quedó inmóvil frente a una inmensa escalera, incomodo, y cuando vio que la mamá de Marko se había ido tranquilamente a sentarse en el sofá, asumió que debía subir sólo y buscar a su amigo como si se encontrara en casa.
Sintió confusión mientras subía los escalones, se apoyó de la barandilla y notó que éstos parecían ser interminables, se cansaba más con cada escalón que subía.
El piso superior estaba repleto de puertas exactamente iguales, pero una de ellas tenía muchos afiches y un cartel en el que se leía: «Marko», por lo que agradeció al letrero, pues, de lo contrario él hubiera tenido que bajar para preguntar a la fría señora por la habitación de su amigo.
Max tuvo que tocar la puerta tres veces y decir que era él para que se le indicara que entrara. Abrió la puerta lentamente y observó a Marko con audífonos y sentado en un sillón, moviéndose con el control de la consola que tenía en sus manos. Éste no lo miró, casi ni pestañaba, estaba muy entretenido con un violento videojuego de guerra.
El televisor era la única fuente de iluminación en la habitación. Max permaneció de pie hasta que su amigó recordó su presencia.
—Siéntate hermano —le dijo Marko con un extraño acento hawaiano.
Cuando se sentó, agarró el otro control de la consola, quitó la partida e inició una nueva.
—¿¡Qué haces!? —exclamó Marko notoriamente enfadado.
—Igual ibas a perder —respondió Max con una sonrisa burlona.
—Era mi mejor momento.
—Tendrás otros.
Los chicos permanecieron en silencio, luchando para ver quién sería el vencedor del juego. Pero mientras más avanzaba la partida Max sentía un mayor desinterés y éste fue tan notorio que tras unos minutos su amigo no fue capaz de ignorarlo.
—Oye ¿juegas a perder o qué? —dijo Marko, pausando el juego—. Has actuado extraño en la escuela, aquí... empieza a hablar de una vez.
Max demostró duda al oír esas palabras.
—Vamos, hazlo.
Y sólo bastó un instante para que él comenzara a contar todo; desde la caja en la puerta, el miedo que tenía y las similitudes, hasta su extraña actitud en el colegio y el contenido de los nuevos libros.
Su amigo sintió una curiosidad inmediata al oír cada palabra y le demostró empatía, sin embargo no exploró más el asunto y lo aconsejó de la peor manera posible.
—Sólo envía un mensaje —dijo Marko señalando con la mirada la computadora a su lado.
—¿De qué hablas? —respondió Max frunciendo el ceño.
—¿No lo recuerdas? Te distraerás. Vamos, hazlo.
—Pensé que no querías ser parte de esto. De hecho pensaba que me tenías miedo.
Marko se encogió de hombros y señalo de nuevo la computadora para que su amigo se acercara a la misma. Éste lo pensó un momento, algo inseguro, sin embargo lo hizo.
Envió el mensaje que, sin él saberlo todavía, fue uno de sus más grandes errores.
6: 33 p. m.
A las siete de la noche la temperatura había bajado tanto que era posible ver el aliento de las personas en el aire. Había caído la noche y a Max no le agradó. Andar por las calles a esas horas jamás le había parecido correcto. Estaba en la gran ciudad y eso no mejoraba las cosas.
Cuando salió de la casa de Marko, lo hizo con una sensación de culpa por lo que había hecho. Lo qué resultaba extraño teniendo en cuenta que molestar a otro siempre le aportaba tranquilidad. Y así, con esa simple acción, se dio cuenta de que los libros pueden cambiar los pensamientos de una persona más de lo que se cree.
Max no se detuvo a esperar el autobús, sólo caminó por las calles lo más rápido que pudo con las manos en los bolsillos de la chaqueta que traía puesta, ignorando las iluminadas vitrinas navideñas de las tiendas del centro comercial de la ciudad que atraían a cualquiera.
En todo el trayecto no pasó el autobús que lo llevaría a casa; si no hubiera caminado, aún estaría esperando. Sin embargo, se percató de que la distancia entre su casa y la de Marko no era tanta como él creía, tras poco menos de treinta minutos ya había dejado atrás los lujosos rascacielos y había entrado en la zona residencial, la cual estaba oscura y despejaba el encanto propio del centro de la ciudad.
Comenzó a apresurar el paso, siempre mirando quien iba a sus espaldas. La única característica que resaltaba del vecindario por donde andaba es que era uno de los más inseguros de la ciudad.
Los automóviles que pasaban rápidamente eran la única iluminación, aunque sólo por segundos, y parecía que todas las casas estuvieran desalojadas.
«Si me asesinan, nadie lo sabrá sino hasta después de varios días», pensó.
Faltaban dos vecindarios más para poder llegar a su casa, sin embargo cuando dejó aquel, pudo ver otra vez las vías repletas de automóviles y a más personas caminando junto a él en las aceras. Le parecieron curiosos los diferentes contextos que servían como entrada al centro de la ciudad.
Max comenzó a temblar y presionó más fuerte sus manos en los bolsillos. Esa era la única ciudad que él conocía, llevaba toda su vida viviendo allí, pero nunca logró acostumbrase a la temperatura. Miró hacía arriba y pensó que la luna llena, sola en un cielo completamente oscuro, era la protagonista de la noche.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro