»Gone forever
I feel so much better
Now that you're gone forever
I tell myself that I don't miss you at all
I'm not lying, denying that I feel so much better now
That you're gone forever
Miró bajo sus pies la ciudad a su merced, hecho más allá de la metáfora, después de todo, era el líder de la organización criminal más grande de todo Japón; Bonten.
La noche era jodidamente fría y el aire contaminado de la ciudad daba una sensación asfixiante, aunque claro, el hecho de encontrarse en un edificio de 20 pisos de altura tampoco le ayudaba.
Si lo preguntaban, Mikey actuaba como un psicópata. Esa era la única explicación para volver a la escena de crimen, dónde hace un par de días asesinó a un desafortunado chico que lo único que buscaba era salvarle; Takemichi Hanagaki.
Le bastaron tres disparos para poder detenerlo, y sólo uno par de minutos para que el chico terminara desangrado; una muerte inminente.
El peliblanco no se crispó al ver el charco de sangre y la mueca dolorosa en el rostro de Takemichi, no era su primera víctima, y al final todo se resumía en lo mismo; muerte.
Ignoró por completo la efusividad y alegría de su lacayo pelirrosa al encontrar el cadáver de Hanagaki. Sanzu estaba más que feliz por deshacerse para siempre del fangoso que no dejaba libre a su rey.
Para el peliblanco aquello no supuso ningún problema, continuó su vida y se mantuvo impasible. Tampoco le tomó importancia a la ceremonia fúnebre en memoria de Takemichi; era descarado al borde de maníaco acudir cuando era él el responsable de su muerte.
Manjiro sintió sus cabellos mecerse por la fría brisa nocturna, erizando su pálida piel. Mentiría si dijera que esto le afectaba, no cuando era incapaz de sentir calor o frío, su cuerpo simplemente mostraba reacciones, pero él no sentía nada. Estaba vacío.
Recordaba cuando joven un sin fin de emociones le embriagaban; felicidad, tristeza, rabia, frustración, miedo, amor. Aquello le hacía sentir vivo, en cambio, su adulto yo era incapaz de sentir la más mínima emoción.
La alegría se había esfumado, ya no le quedaban lágrimas que derramar, su miedo había desaparecido junto con su rabia y frustración, y su amor, bueno, ese sucumbió con el paso del tiempo desde que perdió a sus amigos y a Emma, y finalmente dejo de existir cuando acabó con la vida de Takemichi; el chico de ojos celestes que siempre le mostró una sonrisa.
Los recuerdos pesaban, calando en su cabeza y haciéndole imposible dormir por las noches. Cosa que no mejoró tras matar a Takemichi, sino todo lo contrario. Ahora sus escasas horas de sueño eran empañadas por pesadillas, sumado a insoportables dolores de cabeza que le hacían sentir que explotaría en cualquier momento.
Para el resto de los miembros de Bonten esto no pasó desapercibido, su jefe mostraba ojeras visibles a kilómetros, había dejado de comer y su atención divagaba sin ser consciente de ello. Todo esto aterró a Sanzu, quién no necesitó pensar demasiado para descubrir la causa del declive de su rey; el maldito Hanagaki, quién no dejaba de ser una molestia aun después de muerto.
Mikey apretó sus labios en una fina línea al percatarse que su estado no era el mismo desde la partida del pelinegro.
—De ninguna manera te extraño —murmuró por lo bajo-. Estoy mejor ahora que te has ido para siempre.
Buscó en su bolsillo el pequeño envoltorio blanco que le fue entregado por el pelirrosado, indicándole que lo tomara para sentirse mejor.
Mikey no buscaba alivio en las drogas, puesto que no le veía el caso a perderse a sí mismo para olvidar la mierda de realidad en su entorno, pues al volver a la normalidad todo se sentía peor. Aprendió al ver a Sanzu que no era la mejor salida.
Sin embargo, ¿por qué no hacer una excepción? Su mente estaba agotada y no tenía nada que perder. Con ese pensamiento, tomó tres de las pastillas del sobre y las ingirió.
«Me alegra que hayas desaparecido».
Los primeros minutos todo pareció igual que siempre, pero poco a poco sintió como sus latidos incrementaron, haciéndose presente una sensación de euforia.
—¡No te extraño! —Exclamó con ímpetu—. ¿Lo escuchaste? ¡No te extraño!
Carcajeó sin reparo bajo los efectos de la droga. Por primera vez en mucho tiempo podía sentir algo más que un vacío en el pecho. Se sentía al fin libre.
—Yo no te extraño... Takemicchi.
Su mueca se deformó, soltando una perturbadora risa, a la vez que grandes y amargas lágrimas escapaban de sus orbes oscuros, siendo incapaz de detenerlas.
El nudo es su garganta le impedía respirar y la punzada en su pecho le hacía sentir como si un puñal le atravesara.
Lo perdió. ¡Perdió a su querido Takemicchi por sus propias manos! Era el asesino de su héroe llorón. Era el asesino del chico que tanto amó y por el que estuvo dispuesto a alejarse para garantizar su seguridad. Trató de protegerlo y lo terminó matando —era una ironía—.
Gritos desgarradores salieron de garganta, rasgando sus cuerdas vocales, llenando el aire con un quejido lastimero —que si alguien le escuchara, sería capaz de hacerle romper en llanto—.
Lo odiaba, odiaba el hecho de saber que fue él el causante de la muerte de Takemichi. Se alejó durante años para evitar lastimarlo, para que pudiera ser feliz lejos de él, pero el pelinegro fue insistente y quiso ir tras él. Quiso salvarlo de sí mismo y mostrarle que también merecía ser feliz, y Mikey sólo atinó a terminar con su vida.
Se mentía al tratar de convencerse en que no extrañaba a Takemichi. Se repitió a su mismo que estaba mejor ahora que se había ido para siempre, pero pasaba que entre más lo decía, sus palabras volvían a él en forma de ataque y recriminación.
En vano, deseaba otra oportunidad. Una que no desperdiciarla, una que tomaría para quedarse al lado del pelinegro. Una nueva oportunidad para vivir.
Sintió su cuerpo temblar al escuchar unos pasos acercarse a él, así que sin dudarlo sacó el arma que portaba en la cintura y apuntó al intruso. Estaba vulnerable, pero no dejaba de ser un líder criminal y un peligro para cualquier vida humana.
Mikey quedó hecho piedra cuando descubrió que se trataba nada más y nada menos que de Takemichi; su Takemicchi.
El arma cayó al suelo tras vislumbrar la figura del chico. Portaba la misma fea ropa que vistió en su último encuentro, de la cual resaltaban las tres heridas de bala que el peliblanco grabó en su cuerpo. Estaba cubierto de sangre, con el cabello desaliñado y con heridas visibles en su rostro, pero mostrando una sonrisa amable. ¿Por qué le sonreía si lo había lastimado?
Mikey sabía que su mente podía estarle jugando una mala broma, sobre todo tomando en cuenta el regalito de Sanzu que consumió. Pero ¡maldita sea! Era la mejor y más caótica ilusión que podía ver en ese momento.
—Manjiro...
Fue lo único que escuchó pronunciar de los labios del pelinegro. Su voz sonó tan real que le hizo dudar a Mikey si se trataba de una alucinación. ¿Era posible que su querido ojiazul estuviera ahí?
—Takemicchi, tú...
Sus palabras quedaron al aire al observar como Hanagaki caminaba en su dirección, pero al contrario de lo que esperaba, este no se plantó frente a él, simplemente continuó su camino.
Mikey sólo pudo observar como Takemichi caminó hasta el borde de la azotea. El pelinegro se quedó estático por unos segundos, para después girar su mirada al peliblanco, quién no comprendía nada de lo que sucedía.
Takemichi levantó su mano y la extendió en dirección a Manjiro.
—Me tengo que ir —susurró con voz suave, dejando escapar sus lágrimas en el proceso.
Mikey sopesó el significado de aquellas palabras. Su Takemicchi de nuevo lo dejaría solo.
—¡No, no te vayas! —Exclamó lloroso, avanzando con torpeza hasta quedar a unos pasos del ojiazul-. No me dejes solo otra vez.
En el rostro de Hanagaki una pequeña sonrisa se formó ante la inocente petición del peliblanco.
—Ven conmigo, Mikey-kun.
Manjiro sintió, por primera vez en muchos años, una calidez a la altura de su corazón. No era consciente de todo lo que sucedía a su alrededor ni del peligro que le rodeaba, lo único que merecía su atención era su Takemicchi.
Pese a sus errores, tenía la oportunidad de estar con su querido pelinegro, así que su respuesta era obvia.
Eufórico y con lágrimas en los ojos, tomó la mano de Takemichi, quién lo envolvió en sus brazos, resguardándole. Mikey recibió aquel abrazo con gusto. Al fin estaría con Takemichi para siempre.
Por su parte, un pelirrosa veía con terror la escena frente a él. Su rey, Manjiro Sano, se lanzaba desde lo más alto de un edificio, el mismo dónde días atrás perdió la vida Takemichi Hanagaki; era poético.
Pronto los curiosos que acercaron en torno al cuerpo del peliblanco. Sanzu, desesperado, se acercó, deseando encontrar cualquier señal que indicara que su rey se encontraba con vida. Mas desechó esa idea al mirar el inerte cuerpo de Manjiro.
Los cuchicheos entre los presentes no se hicieron esperar, y no, no eran causados por el suicidio de aquel peliblanco, sino por la expresión pacífica y la sonrisa amplia en el rostro del chico.
Una sonrisa que ni el propio Sanzu presenció en todos los años que compartió al lado de Mikey. Jodido Takemichi, hasta muerto era una molestia.
Perdido en sus pensamientos y sumido en una ilusión o quizá con la fortuna de un milagro, fue como murió Manjiro Sano.
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