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»Bad life

When the world is on your shoulders
And the weight of your own heart is too much to bear
Well I know that you're afraid, things will always be this way
It's just a bad day, not a bad life

El sabor salado de sus lágrimas se coló a su boca, despertando sus papilas gustativas, pero poco o nada le interesó al chico rubio. Su mente era un caos total.

La brisa gélida golpeó su rostro y erizó su piel. Miró al frente, vislumbrando el profundo océano y como la cristalina y brillante agua azul ondeaba y chocaba violentamente con las rocas bajo él.

Las alturas nunca fueron el lugar favorito de Takemichi, y estar en aquel risco frente al mar estaba mareándolo. Pero ni siquiera aquella sensación incómoda era suficiente para detenerle. Takemichi estaba decidido a terminar con su vida esa noche.

Para Takemichi Hanagaki su vida no era más que una obra mal ejecutada. En sus poco más de 24 años de vida no había conseguido algo que valiera la pena ni nada que le hiciera por completo feliz. Su vida se trataba de una monotonía aburrida que consumía sus ganas de vivir de poco en poco.

Se encontraba solo, olvidado por su familia y alejado de aquellos que alguna vez llamó amigos. Sin embargo, no era algo que le sorprendiera o lastimara demasiado, después de todo, si ni sus propios padres mostraron alguna vez interés o preocupación por él ¿por qué alguien más lo haría?

Y ni hablar de su trabajo en la tienda de DVDs. Su jefa siempre le reprendía aún si el rubio daba su mejor esfuerzo, siempre le recalcaba lo ineficiente e inútil que podía ser. Nunca era suficiente.

De alguna manera u otra, Takemichi nunca era suficiente, sólo el infortunio era algo seguro en su vida.

Para el rubio era difícil recordar la última vez que fue feliz y que pudo sonreír sinceramente, no obligado para mantener feliz a un cliente que lo trataba como basura.

Cada día era más difícil levantarse de la cama y encontrar una razón para mantenerte en pie. Estaba cansado y con una creciente sensación de vacío en el pecho. Ya nada parecía tener sentido para Takemichi, ya nada era suficiente para hacerle desear despertar cada mañana.

Tomar la decisión de terminar su vida no fue sencillo, sintió miedo natural de morir, de arrepentirse en el último momento y no poder detenerse. Sin embargo, el cansancio y la desesperación superaron al miedo, y cómo resultado se encontraba sobre aquel acantilado a punto de lanzarse.

Cerró los ojos con fuerza, intentando detener su llanto y tomar el valor para terminar con todo.

Quizá su decisión no era tan mala. Quizás ese era su destino. Quizá estaba haciendo lo correcto. Quizá...

—¡No lo hagas!

Una voz masculina le hizo parar en seco y abrir los ojos con sorpresa. Asustado giró su mirada al desconocido.

Era un chico de complexión delgada, brillante cabellera negra hasta la altura de las mejillas y expresión preocupada. Sin embargo, lo que más le llamó la atención de aquel chico fueron los profundos ojos oscuros que resaltaban en aquel atractivo rostro.

—Detente, por favor —volvió a pedir el pelinegro, avanzando hacia Takemichi.
Mikey internamente se alegró de haber detenido su motocicleta y tomar la decisión de pasear hasta aquel acantilado. Una casualidad demasiado afortunada o un destino clemente.

—¡N-no te acerques! —Exclamó el ojiazul, maldiciéndose. ¿Qué acaso ni en sus últimos instantes podría estar tranquilo?

—No voy hacerte daño.

¿Hacerle daño? Estaba al borde de un peñasco, deseando morir. Era evidente que él no podría hacerle daño.

—¡Dije que no te acerques! —Proclamó consternado, Takemichi, al ver cómo el intruso hacía caso omiso a sus palabras—. Déjame solo.

—No hagas algo de lo que puedas arrepentirte —pidió, deseando hacer entrar en razón al Hanagaki.

El rubio rió con amargura.

—Tú no entiendes nada —respondió tajante.

Mikey no se inmutó ante la actitud defensiva del desesperado rubio. Conocía aquella posición y no culpaba al Hanagaki por ser tan renuente a recibir su ayuda. Era un total desconocido, además, ¿qué acaso él no había sido igual?

—Te entiendo mejor de lo que imaginas.

El pelinegro subió las mangas de su chaqueta, dejando a la vista un par de viejas cicatrices en ambas muñecas.

—Como tú, yo también pensé en acabar con mi vida —confesó, dibujando una sonrisa triste en su rostro al recordar el pasado. Esperaba que con eso el rubio bajara la guardia.

Takemichi miró con sorpresa aquellas heridas. ¿Cómo era posible que alguien tan lleno de vida y con aquella presencia tan tranquila pudiera intentar morir?

—Entonces deberías entenderme y dejarme solo —pidió.

No era tan fuerte como el chico desconocido como para seguir. Takemichi sólo quería detener todo.

Mikey se percató de que la actitud del Hanagaki no cambió. Pero, ¡carajo! No lo dejaría solo. Aún si tuviera que amarrarlo para evitar que se lanzará lo haría.

—No voy hacerlo —dijo determinado, sobresaltando al rubio—. No voy a dejarte en este lugar. Me quedaré aquí incluso si es hasta el amanecer, no tengo nada más importante que hacer. ¿Qué me dices tú?

Takemichi se vio tentado en darle un golpe en la nuca a Mikey ante su insistencia. No obstante, ni aquello calmaría la pequeña sensación cálida que despertó en su pecho. ¿Por qué perdía su tiempo con él?

Si en verdad le conociera no dudaría en abandonarle. Todos lo hicieron, hasta él lo hubiera hecho.

—Soy mi peor enemigo y ya no quiero pelear —confesó finalmente.

Era un cobarde, siempre lo supo, pero huir era más fácil que ir de frente.

—Cuando estás corriendo de lo que está dentro no importa a dónde vayas, esa sensación siempre estará contigo.

Takemichi comprendió las palabras del azabache, y eso no hizo más que incrementar su llanto.

Era difícil de explicar la sensación de cercanía que comenzaba a sentir con Mikey. No lo conocía ni un poco y aún así sus palabras lograban tocar lo más profundo de él.

—Así que esta noche iré a la guerra contigo —aseguró Mikey—. Déjame ayudarte.

El corazón de Takemichi latió desenfrenado.

—No tienes que ayudar a un desconocido —señaló. No podía sobreponer una carga en los hombros de aquel amable chico—. Puedes irte y hacer como que no...

—Sé que tienes miedo, las cosas siempre serán así, pero no puedes darte por vencido. Tienes una vida que vivir.

Los ojos de Takemichi se desbordaron en llanto. ¿Merecía una segunda oportunidad?

—¿Por qué haces esto? —Cuestionó temeroso—. Sólo soy un extraño que desea morir.

—Si lo desearas, hace mucho tiempo hubieras saltado —señaló Mikey, dedicándole una pequeña sonrisa —, pero sé que no quieres eso. Sé que dentro de ti quieres seguir viviendo.

—¿Qué dices? Tú no...

La atención de Takemichi dejó de centrarse en el océano frente a él para mantenerse en el pelinegro que le miraba con ternura.

¿Por qué no simplemente le dejaba con su miserable existencia? ¿Por qué le hacía cuestionar su decisión que ya era difícil?

—Sé que se sientes desesperado —añadió— y sé lo cerca que estás del borde en este momento.

Takemichi sólo pudo observar como Mikey caminó hasta quedar a sólo unos centímetros de él.

El pelinegro logró vislumbrarse a sí mismo en los profundos y tristes ojos azules del rubio. No tenía que decir más para que poder entender todo lo que el Hanagaki cargaba consigo.

Extendió su mano a Takemichi y pronunció:

—Es solo un mal día, no una mala vida.
Takemichi miró con duda la mano extendida a él. Estaba aterrado, su vida no era lo que esperaba, pero aún así... ¡Aún así quería seguir viviendo! ¡Merecía su segunda oportunidad!

Mikey sonrió ligeramente al sentir el tacto del rubio tomar su mano. Era temblorosa, cálida y suave, tal como el chico al que le pertenecía.

Apretó ligeramente su agarre, intentando brindarle seguridad y sin pensarlo, lo jaló lejos del borde del acantilado.

Manjiro no dudó en acuñar entre sus brazos al lloroso rubio, quién no pudo calmar su llanto, no cuando instantes atrás estuvo a punto de acabar con su vida.

Durante un par de minutos ninguno de los chicos dijo nada, dejándose envolver por el tacto el uno del otro. El único sonido que los acompañó esa fría noche de otoño fue el sonido de las olas acompañada de los sollozos del Hanagaki.

Para cuándo Takemichi se dió cuenta de la situación al sentirse rodeado por los brazos del pelinegro sintió sus mejillas arder de vergüenza.

Mikey le soltó al sentir como el rubio se removió entre sus brazos, buscando liberarse.

El rubio quiso que lo tragara la tierra y lo escupiera lo más lejos de aquel lugar. El extraño pelinegro no sólo le persuadió de no acabar su vida, sino que también se convirtió en su paño de lágrimas. Era demasiado vergonzoso.

—E-Esto es... —Balbuceó Takemichi, incapaz de mirar de frente a Mikey—. G-gracias por esto.

—Es lo menos que podía hacer —respondió con voz suave—. Yo hubiera deseado que alguien hiciera lo mismo por mí.

Mikey miró con nostalgia como el acongojado rubio mordía sus labios. Le recordaba a si mismo cuando años atrás pensó que su vida no valía lo suficiente para seguir viviendo, no tras haber perdido a toda su familia en un accidente. Se sintió culpable por sobrevivir, por ser él y no uno de sus hermanos.

No estaba orgulloso de admitir que se dejó vencer y buscó la salida más radical para terminar con todo su dolor.

Una salida que fue interrumpida cuando uno de sus amigos y casi cuñado, Draken, le encontró moribundo y le llevó de inmediato a urgencias, salvando su vida.

Al inicio sintió furia al descubrirse nuevamente vivo y fue clara su molestia con aquel rubio "entrometido" por frustrar sus planes.

Reclamos y más reclamos fueron lo que sobrevinieron las semanas siguientes, esto por parte del pelinegro. Deseó ser insultado por su amigo, deseó escucharle decir cuánto le odiaba por vivir él y no su amada Emma. Quería que alguien le odiará más de lo que él se odiaba a sí mismo.

Sin embargo, aquellas palabras nunca llegaron. Draken se mantuvo firme en su decisión y buscó la manera de ayudar a Mikey, claro que acompañado de sus amigos más cercanos: Baji, Mitsuya, Pa-chin y Kazutora. Ellos no se apartaron de él, tratando de darle un nuevo sentido a su vida.

Al principio se mostró renuente e intentó apartarlos, pensando en una nueva manera de poder partir al otro mundo; un nuevo intento que implicaba el risco con vista al océano.

Su actitud hostil acabó con la paciencia de Draken, quién terminó por plantarle un puñetazo en el rostro, cansado de la actitud derrotada de Manjiro.

El pelinegro no fue el único que había perdido a quienes amaba, él también perdió a la única mujer que amó sin tener la oportunidad de siquiera despedirse. Sin embargo, se mantuvo de pie por ella, por él y por todos lo momentos que vivieron. Seguro estaba que ese era el último deseo de la chica.

—Puedes desperdiciar toda tu vida entre lamentos y culpas por su muerte, y aun así ellos no volverán —sentenció Draken—. O puedes vivir tu vida por ellos. Cumple tus sueños y vive por ti, por ellos y por todo lo que dejaron atrás.

Esas palabras calaron en Mikey y se quedaron en su mente durante días. ¿Qué pensarían sus hermanos si le vieran una vez más intentar terminar su vida? Seguramente le regañarían hasta el cansancio y estarían de lado de Draken.

Amargamente tuvo que aceptar que el gruñón de su amigo tenía razón, y, aunque no fue fácil, dejó ir el pensamiento de lanzarse por aquel acantilado.

Mikey dejó de huir de si mismo y enfrentó sus miedos y dolor, y aunque no fue sencillo pedir ayuda no se arrepintió cuando miró los rostros de sus amigos acompañarle en cada momento por más difícil que fuera.

Fueron meses de lamentos, pesadillas y sentimientos de insuficiencia por los que tuvo que pasar. Pero pese a todo, la compañía de sus fieles amigos, grupos de ayuda y terapia le hicieron ver la luz entre todo aquel remolino oscuro en el que estaba sumido.

Manjiro descubrió que no estaba al final del camino, sólo había sido un mal momento. Porque Mikey se dió cuenta de que no tenía una mala vida, sólo era un mal día.

Un mal día como el que estaba pasando el rubio tembloroso frente a él. Pero él le acompañaría hasta un nuevo amanecer.

—¿Puedo saber cuál es tu nombre? —Interrogó Takemichi, soltándose del chico y tomando el valor para mirarlo a los ojos.

Se sintió avergonzado de no conocer al menos el nombre del chico que salvó su vida.

—Yo soy Manjiro Sano, pero puedes decirme Mikey —añadió, mostrando una amplia sonrisa—. ¿Cuál es tu nombre?

—Takemichi Hanagaki —respondió, limpiando los restos de lágrimas de sus mejillas.

—Takemicchi, eh...

El rubio frunció ligeramente el ceño ante la pronunciación equivocada del morocho, pero optó por callar. Comparado con lo que hizo por él, decir mal su nombre no era la gran cosa.

—Seamos amigos, Takemicchi —cantó en tono juguetón, extendiendo su mano.

Hanagaki lo miró ingenuo por unos instantes, sintiendo como sus ojos volvían aguarse. Manjiro vió su parte más susceptible, y sin dudarlo le ayudó, le dijo las palabras que más deseaba escuchar; le detuvo sin acciones y decidió quedarse ahí. Ser amigo de ese entrometido, pero agradable chico era todo lo que deseaba.

—Claro, Mikey-kun —respondió, devolviéndole la sonrisa y tomando la mano del pelinegro.

No pudo evitar dejar escapar un par de lágrimas en el proceso. Por primera vez en mucho tiempo volvía a probar el dulce sabor de la felicidad.

Después de tanto tiempo huyendo de sí mismo lucharía contra sus demonios. Convertiría su dolor en fortaleza y forjaría una nueva vida, un nuevo destino que le hiciera feliz.

Todo se lo debía a la motivación que le ofreció Mikey. De una forma muy particular se había convertido en su salvador.

El pelinegro se sintió abrumado al ver la sonrisa del ojiazul, era como recibir un golpe al pecho, uno que extrañamente no le dolía, pero si que agitaba su corazón.

¿Los ángeles también podían ser salvados? Porque sino, no encontraba otra explicación para lo que acababa de ocurrir.

Ante sus ojos, Takemichi era lo más cercano a la definición de un ser angelical; uno que cuidaría hasta que sus alas dejarán de estar rotas.

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