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VIII. UNA NOCHE EN COYOACÁN

La siguiente noche es cálida y llena de estrellas. Muy rara vez se logra apreciar el cielo de noche en la Ciudad de México. Entre la contaminación y las luces es una escena escaza.

Thais y Eulogio decidieron salir del departamento. Caminan por el Centro de Coyoacán buscando una cafetería para tomarse un capuchino y comer cuantos churros se les antoje. Thais se había quedado en su habitación todo el día, tomando pañuelo tras pañuelo y evadiendo todas las llamadas de los dos únicos clientes que le quedan. Eulogio le hizo el favor de contestar algunas de las llamadas para informarles que se encontraba muy mal de salud pero que la siguiente semana entregará los pedidos que le faltan.

Estos son los momentos en que Thais agradece tener a Eulogio en su vida. A pesar de que transmite sus emociones igual que un microondas; por lo menos reacciona ante situaciones difíciles. Eulogio es el único amigo que le queda. Los demás no están interesados en alguien que confecciona uniformes. Sus amigos de la preparatoria aman juntarse con dentistas, ingenieros, o con alguien que si reciba dinero de su familia.

Eulogio fue leal sin obligación, estaba pensando irse a trabajar a España para convertirse en un gran economista. Pero prefirió quedarse en el país a lado de su familia y de Thais. Su amistad ha dado varios giros y sienten que ya no hay nada ni nadie que los separe. A Eulogio le interesa que Thais logre sus sueños y que sea feliz. Está seguro que en el futuro se irán juntos a Europa para triunfar.

***

El Centro de Coyoacán brilla como un gran bloque de oro. Entre esas edificaciones coloniales envueltas en una luz dorada que agudizan la vista y el olor a buñuelos con azúcar en los puestos sobre las banquetas, Thais y Eulogio sienten que esta ciudad existe para sanar el alma. Se escuchan varias risas de niños y de adultos por todos lados. Las calles están vivas con el sonido de los distintos calzados, los organilleros y el agua de las fuentes. Sin duda hay veces que se olvida que es un lugar lleno de magia y que está a disposición de todo aquel que quiera escapar de su realidad y expandir sus sentidos.

Thais camina cabizbajo y en silencio desde que salió del departamento. Ambos le dejaron una lata de atún a Pérez Pardo y suspendieron una serie de Netflix que ni vieron.

Se detienen a una cafetería recién inaugurada llamada «Las encrucijadas» para leer el menú.

Es un desfile de todos los postres en existencia: churros rellenos de cajeta, crepas, pay de limón, galletas con chispas de chocolate, selección de pan dulce, vinos y café.

Thais no se esperó a leer todo el menú y jala a Eulogio de su brazo hacia una de las mesas al fondo. El lugar huele a azúcar, chocolate y vainilla. Lo pintaron con contrastes de café crema y tonos oscuros. También decoraron con velas y luces difuminadas. Hay cuadros renacentistas ilustrando la crucifixión de Cristo. «Un poco inusual para una cafetería», pensó Thais.

Ambos se sorprendieron al ver una imagen del diablo en frente de ellos al sentarse. Era una imagen de un humanoide con alas de murciélago en medio de un mar de fuego. Las sombras y la textura de la pintura le provocan un ligero escalofrío a Thais. «¿Quién en su sano juicio pone esto?» Pensó.

Uno de los meseros los saluda y les regala una sonrisa de oído a oído. Hay unas cuantas mesas llenas y la mayoría con señoras entre los 50 a 60 años de edad. A Eulogio y a Thais siempre les ha gustado ir a lugares con gente grande, los hace sentir que tendrán una plática profunda y memorable. En otras palabras, les gusta sentirse un par de señoras chismeando con un café y un enorme postre que les tape las arterias.

Ambos ordenan ese capuchino del que tanto tenían antojo. Thais no pierde el tiempo y le pide al mesero el postre que contenga más calorías —De ser posible me lleve a un coma diabético, por favor—.

Eulogio niega con la cabeza y ríe con discreción para después pedir un helado de chocolate con dos galletas de arándano para acompañar.

El mesero les sonríe confundido y se retira hacia la cocina. Thais baja su mirada para verse las uñas y tratar de quitarse un pellejo a punto de caerse. Eulogio lo detiene poniendo su mano sobre el brazo de Thais.

—¿Ya me vas a hablar cabroncito? —dijo Eulogio, desabrochándose un botón de su camisa y quitándose su saco.

Thais continúa viendo su dedo y levanta la mirada para estudiar el rostro de su amigo. «Sin duda es un hombre guapo. Su piel sin ni una arruga, sus ojos cafés, su cabello corto y peinado a la perfección; soy afortunado de estar en esta mesa con él en un lugar raro que destila diabetes», pensó.

La mente de Thais está llena de todas las cosas que le han pasado esta semana y tiene miedo de que la siguiente sea mucho peor. Todo parecerse ser la obra de algún chamán que le está llenando la vida de magia negra. Su cuerpo se siente pesado y sin energía, está seguro que cualquier cosa que haga o diga lo llevará al caos.

—Siempre pensé que las telenovelas del canal siete eran pura mamada, pero resulta que la realidad es más culera —dijo Thais mientras voltea a ver al mesero quien se dirige hacia él con sus platillos y el capuchino.

Hay unas crepas de cajeta gigantes con helado de vainilla enfrente de Thais. Su mesa se llena de un aroma dulce mientras el calor del capuchino le llega a su mejilla.

—Si la vida no te mata, el azúcar de este lugar sí —dijo Eulogio tomando su capuchino.

—Pues si las cosas siguen así, me voy a prostituir Elu —dijo Thais dándole un enorme bocado a sus crepas y azotando su tenedor en el plato. —No puedo creer que me haya dejado cayado, no le contesté a Yuki, que pendejo. Después de tres años de relación, ¡todo se fue a la mierda! ¿Sabes que es lo peor?

—¿Qué me acabas de llamar Elu? —respondió Eulogio negando con su cabeza mientras saca una anforita de su pantalón y se sirve en su capuchino.

Thais lo ignora y continua con su discurso.

—Lo peor es que no se si estoy enojado por eso o porque siente que estoy enamorado de alguien más —dijo Thais recargando su cabeza en la pared y dejando salir un suspiro.

Eulogio mueve sus ojos de abajo hacia arriba y aclara su garganta sin voltearlo a ver.

—¡Le dije desde un principio que no tenía ni puta idea de mi sexualidad! Que seguro soy pan sexual —dijo Thais.

—Si tan solo el pan que te estás tragando pudiera hablar —contestó Eulogio.

—¡Pendejo! Creo que debería declararme asexual y ya no molestar a nadie.

Eulogio muerde una de las galletas de arándano y se recarga en su silla. —Abre un OnlyFans Tao.

Thais se reincorpora y se inclina un poco hacia adelante con curiosidad.

—No mames, es broma. Pero si me preguntas, Yuki sabe lo que sucedió entre tú y yo.

Thais se muerde el labio y niega con la cabeza. —Eso pasó en la secundaria, ¿cómo se enteró?

—No sé mucho de mujeres, pero si todas fuesen detectives, ya hubiéramos valido verga —dijo Eulogio dándole un último trago a su capuchino y cruzándose de brazos. 

Thais se queda pensando viendo como el último pedazo de helado de vainilla se derrite en su plato. Siente que su pasado lo castiga. Thais azota sus manos en la mesa y alza un poco la voz. —¡A la chingada, que se joda Yuki, mi papá, el señor Sánchez, Fermín y este estúpido concurso! Mañana voy a entregar todos los pedidos que me hacen falta y me voy a poner la meta de ganar diez clientes más. Me voy a mudar y vivir como se me hinche el huevo.

Eulogio levanta las cejas y le sonríe. Siente que podría pararse a aplaudirle o abrazarlo.

—Cabroncito, bien por ti, ¡puta madre! —le contestó Eulogio emocionado, pero tratando de contenerse.

Los dos se sonríen mientras se escucha un grupo de músicos tocando la marimba bajo la luna que baña las hermosas calles de Coyoacán. La música resuena por toda la cafetería y luego hace que sus pies comiencen a bailar al ritmo. Thais siente que poco a poco su energía vuelve a él y como el día de mañana se transforma en una oportunidad y no en una sentencia de muerte.

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