II. PÉREZ PARDO
Ciudad de México, hace cuatro meses.
El café termina de salir de la cafetera emitiendo un olor que despierta todas las neuronas de Thais. Es un aroma que lo motiva todas las mañanas a tomar su libreta, repasar sus pendientes y evitar mandar a chingar a su puta madre a todos.
Después de servirse el café en una de esas tazas enormes con figuras abstractas, se sienta en su escritorio y toma nota de las horas de entrega de cada una de sus confecciones. Hoy, la lista parece no tener fin. Las fechas están una encima una de otra. Los uniformes escolares: mañana; los vestuarios para la compañía de teatro independiente: pasado mañana. Y para el viernes, los trecientos mandiles para los meseros del restaurante.
Thais se concentra en trabajar para que este torbellino de tareas no le tapen las arterias.
Es una mañana como cualquier otra: los gritos del señor del gas resonando por todas las esquinas de la condesa, los frenos reventados de los micro buses chillando, entre otras cosas. Así es la Ciudad de México: una sinfonía eufórica.
Thais toma el lápiz que retiene en la parte superior de su oído mientras se acuerda que su renta la tiene que pagar el lunes, que no hay nada en su refrigerador más que un whiskey.
También recuerda a Yuki, su novia y, el último mensaje que le mandó: «Tenemos que hablar». La peor señal.
Thais toma un buen sorbo de café para seguir trabajando y hacer que estos pensamientos desaparezcan. Pero también se acuerda de los mensajes de su papá en su teléfono y se muerde las uñas. No sabe cómo le siguen llegando después de bloquearlo como veinte veces. «No tiene otra cosa mejor que hacer más que chingar», pensó.
Se detiene para girar su silla y contemplar su hogar. Su departamento tiene ventanas enormes con vista al parque España. Un lugar que le proporciona un poco más de luz y áreas verdes que a veces se le llega a inundar en rollos de telas y bolsas de marcas de ropa. Se aseguró de colocar una planta en cada rincón, muebles blancos con manchas negras y fotografías en blanco y negro; dándole a su hogar un toque minimalista. Su gato, Pérez Pardo, parece que nació de su departamento, pues es blanco con manchitas negras; un verdadero hijo de puta con corazón de osito de peluche que hace juego con todos los ornamentos.
Hay música jazz de fondo, una combinación de John Coltrane y Kenny G que envuelve el lugar con el espíritu de un Sanborns de los años 60s. Los amigos de Thais se burlan de él por su selección musical, pero no le importa lo que digan. Su música es lo único que le ayuda a concentrarse.
***
Thais está por terminar la primera orden para la escuela. El tiempo parece haberse acelerado de un momento a otro. Su estrés lo amenaza con una de esas migrañas dónde se siente que el cerebro se sale por la nariz.
Hay dos golpes en su puerta. Se escuchó como si alguien se hubiese pegado por accidente.
—¿Quién? —pregunta Thais.
—¡Yo cabroncito! —dijo su mejor amigo, Eulogio, quejándose de dolor.
Thais abre la puerta y se encuentra con un hombre en sus veintiséis, alto, con músculos pronunciados y un rostro que podría seducir hasta la escultura griega más hermosa. Lástima que su nombre completo no hace sentido con su apariencia física, Eulogio del Real Pozo, un apellido que a muchos les causa una carcajada discreta.
Eulogio viste con unos pantalones grises, cinturón negro y una camisa de rayas rosas con azul. El aroma de su loción se mezcla con las ocho tazas de café de Thais, envolviendo el departamento en magia.
Eulogio corre a la cocina, toma una taza y se sirve café con una generosa porción de Whiskey.
—¿Gustas un poco de café con piquete? —preguntó Thais sarcástico, levantando sus cejas y colocando un lápiz en su oreja.
—No, estoy bien, gracias, pero ¿sabes qué? Siéntate en tu silloncito culero y préstame atención —dijo Eulogio mientras se sienta en una de las periqueras de la cocina.
Thais cierra la puerta del departamento, toma el Whiskey y se sirve un poco. Él sabe que cuando su amigo llega así de la nada, es por qué la noticia que trae o es exageradamente buena o es una historia inventada sobre una expareja para beber el resto del día.
Eulogio bebe su café irlandés de un solo golpe y azota la taza en la barra. —Tienes hasta el día de hoy para inscribirte a este concurso, Tao—le dice acercándole un código en su celular—.
Thais mueve sus ojos de arriba hacia abajo, «seguro es un concurso en dónde te regalan una piñata de mercado y tres cuponcitos para ir al cine Blanquita», piensa.
Thais suspira, saca su celular y escanea el código.
La página en internet se abre y despliega un mensaje sobre un concurso para que cualquier diseñador de modas independiente gane la oportunidad de presentar su colección en el Fashion Week México.
—¿Es una publicación al azar en Facebook? —preguntó Thais, indignado.
Eulogio lo voltea a ver levantando sus cejas y sirviéndose un poco más de Whiskey, pero sin café. —¡Bájale a tu pedo! Te hace falta y lo sabes —dijo volviendo a tomar su trago de golpe.
—Güey, ¿si sabes que son las once de la mañana? —dijo Thais, dejando su celular a un lado en la mesa de dibujo.
—Tienes problemas más grandes que mi alcoholismo, Tao. ¿Te vas a seguir quejando sobre tu renta, tu familia y la mierda que deja tu gato? —le pregunta Eulogio, trabándose la lengua, poniéndose de pie y manteniendo su equilibrio.
Thais se cruza de brazos y voltea a ver a Pérez Pardo quien tomó este punto en la conversación para usar su arenero.
Él sabe que Eulogio tiene razón; si Thais no logra cerrar a dos clientes más en el próximo semestre, va a ser insostenible mantener su departamento y su estilo de vida; tendría que cambiar de carrera, regresar a vivir con su familia y tener que soportar los comentarios pendejos de su papá y sus hermanos. Su familia se asegurará de hacerlo sentir miserable e infeliz, diciéndole que se lo advirtieron, que debió haberse dedicado a estudiar medicina o ser otro abogado corrupto en la familia; eso no puede pasar.
—Voy a echarle un vistazo a este concurso y si resulta ser una mamada me vas a comprar dos botellas de Whiskey, por qué chupas peor que los estudiantes de una prepa abierta —dijo Thais caminando hacia la puerta.
Eulogio lo acompaña, se despide de Pérez Pardo y abraza a Thais como si se despidieran para siempre —Esa mamada te conviene. Quiero que seas feliz y que cumplas tus metas Tao, deja tu orgullo y cámbiale el nombre al gato, es «Pérez Prado» no «Pardo» —dijo, dándole un beso en la mejilla.
Thais se le queda viendo y muerde su labio inferior. En su mente esta una pequeña nube de curiosidad sobre lo que le acaba de decir su amigo. «¿Será posible que este concurso sea legítimo? Está cabrón que el Fashion Week México elija a cualquier diseñador al azar, no cualquiera se presenta ahí. Si alguien logra entrar es a huevo con conexiones o un currículum mamón, no por talento. A parte, ¿qué tengo yo? He confeccionado puros diseños para escuelas y empresitas, no tengo la experiencia suficiente para competir contra alguien de esa altura, pero si no intento, voy a valer madres».
—¡Pídete un Uber, güey! ¿No traes carro verdad? —le grita Thais a Eulogio.
Su amigo se mete al elevador y le manda un beso con su mano.
«Pinche pendejo», piensa Thais.
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