Nota de la autora
En principio, parte de esta charla entre Aira y Rodrigo iba a contarse en un par de capítulos próximos, pero... dado que en el grupo de Facebook me pidieron un extra del epílogo de la primera parte de SyA, vi conveniente juntar lo que tenía pensado para este extra con este capítulo 3, y juntarlo en uno solo, aunque con lo largo que me está saliendo, pues he visto conveniente dividirlo en dos.
Aunque no se menciona explícitamente, por los diálogos se entiende que esta es la última charla de Rodrigo y Aira, antes de que despidan y de que ella vaya al orfanato a ver a su bebé.
Sin más, los dejo con la lectura.
***********
—¿Hasta qué hora te puedes quedar?
Aira se hallaba en el dormitorio de Rodrigo, buscando su ropa para cambiarse. El susodicho, luego de su intenso abrazo mientras le pedía que se quedase un rato más todavía, había ido a la cocina muy entusiasmado a prepararle algo para que comiera antes de que se fuera al orfanato. Había sido muy insistente en que debía irse con el estómago lleno, dada la hora transcurrida y que todavía ni siquiera había desayunado.
—Quizá hasta las 2 o 3 pm. El orfanato cierra a las 05:30 pm y ya que me quedaré hasta este fin de semana, pues quiero ir antes de que termine su horario de atención.
A Rodrigo se le encendieron las alertas de alarma.
—¿Vas a faltar al colegio? —preguntó dirigiéndose a su dormitorio de inmediato.
Ella asintió mientras terminaba de colocarse su sostén. Le había hecho gracia encontrar toda su vestimenta, ropa interior incluida, perfectamente doblada y colocada sobre una silla. Aún cuando se encontraran horas antes en pleno relax durante los preludios para entregarse mutuamente, Rodrigo no dejaba su manía de perfecto orden en todo.
—Sí. —Le dio la espalda y se agachó para buscar sus zapatillas. No las encontraba en donde creía haberlas dejado—. ¿En dónde están mis zapatos? ¿Los guardaste en mi mochila? Porque recuerdo que vine descalza, luego me los puse y...
Al verla agacharse, Rodrigo se dio cuenta de que le gustaba el ángulo de visión que tenía delante de sí. Principalmente su vista se posaba siempre en los pechos de ella, cierto, pero ahora, que la veía a horcajadas, en su parte trasera, y solo vestida con su ropa interior, buscando debajo de la cama por sus zapatillas, percibió que aquella vista estimulaba de igual manera a su interior. No obstante, decidió dejar atrás la calentura del momento para encausar su charla a donde le preocupaba:
—No creo conveniente que siempre estés faltando a la escuela, Aira.
La adolescente lo miró, interrogativa.
—He estado viendo tu expediente, y tienes muchas faltas acumuladas para tener solo cinco meses en el año escolar. Es cierto que son justificadas, pero ha habido ocasiones en las que has faltado incluso semanas enteras y...
Ella pasó saliva. Él suspiró, le tomó de las manos, se sentó a su lado y agregó:
—Te hablo ahora como tu profesor, no como tu pareja, Aira, y me preocupa que te atrases en tus clases. En algunas asignaturas tienes notas muy bajas y...
La joven bajó la vista, al darse cuenta a qué se refería.
Al estar lejos de su hijo, la culpa muchas veces la había carcomido y había habido meses en los que incluso faltaba hasta dos semanas seguidas para quedarse en el orfanato —la última vez antes de su reencuentro—. Esto provocaba que, varias veces, le fuese difícil seguirle el ritmo a las clases perdidas y se atrasase mientras se ponía al día. En más de una ocasión, incluso, había dado una prueba sorpresa, en la que los profesores evaluaban a los alumnos sobre la clase anterior, y ella al faltar y sin todavía tener tiempo de ponerse al día, había salido desaprobada. Y si bien sus notas bimestrales habían sido todas aprobatorias, esto no significaba que le fuera tan bien como hubiera deseado.
Había algunas materias con notas de onces y doces sobre veinte, que habían despertado la alerta en Rodrigo, y como su tutor en más de una ocasión había visto conveniente hablarle sobre ello para que mejorase, de no ser porque, la incomodidad y la tensión que tenía al estar a solas con ella se lo impedía. Ahora, al haber cambiado la situación, se sentía con la facilidad de abordar el tema como creía conveniente y así se lo hizo saber.
La adolescente asentía mientras lo escuchaba con atención. No pudo evitar experimentar sentir un ardor en su interior y más de un nudo en su garganta al impedirse sincerarse como quería y explicarle los motivos que la obligaban a descuidar tanto sus clases.
—¿Tan necesario es que te quedes con tu hermano hasta el fin de semana?
Él le apretó la mano con firmeza. Aira seguía cabizbaja, incapaz de mirarlo porque la culpa de la mentira le impedía observarlo frente a frente.
—Sé que te preocupas por él, y te entiendo. Estar en un orfanato para un niño tan pequeño no debe de ser fácil.
—No —dijo al tiempo que su interior se removía—, no lo es.
Recordaba con tristeza todas las ocasiones en las que su hijo lloraba desconsoladamente, mientras se aferraba a ella y gritaba de manera desgarradora ‹‹¡Mamá!››.
Quiso llorar, pero se contuvo. Se soltó de su agarre y se levantó. Le dio la espalda y trató de concentrarse en seguir buscando sus zapatillas, para que los recuerdos de la culpa no la vencieran. No podía permitirse llorar frente a Rodrigo, provocando que este se preocupara y no poder sincerarse como podía para explicarle... confesarle... que no era su hermano quien tanto la necesitaba, sino su hijo, el de ambos, quien la buscaba y la requería con tanta ansiedad como él.
En esos instantes, Rodrigo percibió un déjà vu. Y al experimentarlo, todo su cuerpo se tensó como entonces.
Tiempo atrás, como preludio de alguna discusión, Aira se soltaba de su agarre, hacía ese gesto en su rostro —mezcla de enojo y de tristeza— y le daba la espalda, provocando una tensa barrera de silencio entre los dos. Temió que, ahora, a pesar de los armoniosos momentos que habían pasado juntos, la sombra de aquellos malentendidos regresara y dieran paso a una nueva pelea. Y, cuando cayó en ello, una nueva revelación ante él se mostró, aunque le daba miedo enfrentarla. Sin embargo, si quería que todo marchase bien entre ambos, debía aclarar las cosas a como dé lugar para no regresar aquellos momentos grises que tanto ensombrecían la luz que sus corazones iluminaran
—¿Estás...? ¿Estás enojada? —preguntó, temeroso.
—¿Eh? —Volteó para encararlo.
Rodrigo juntó sus manos con nerviosismo, al tiempo que sonreía con tristeza.
—Desconozco mucho de los códigos no verbales. Ya sabes, por mi Asperger... —dijo cabizbajo.
Ella asintió, dubitativa.
—Pero, antes de pelearnos por cualquier malentendido, siempre hacías lo de ahora. Cuando yo tomaba tu mano, me la soltabas, hacías esa mueca que tienes —con un puchero, la frente arrugada y esa mirada sin brillo en tus ojos—, luego me dabas la espalda y...
Ella sonrió, complacida, al darse cuenta de que él no había olvidado los momentos que había pasado a su lado, ni aún aquellos que no merecían ser recordados.
Acortó la distancia que los separaba. Se sentó frente a él y le cogió las manos con ternura para prodigarle la seguridad que necesitaba.
—No estoy enojada, tontín.
—¿No? —La miró, esperanzado.
—No.
—¿Y por qué? —Tragó saliva—. ¿Por qué actúas ahora como antes? No... no entiendo.
La miró expectante, tratando de encontrar en sus ojos aquella respuesta que calmara los terribles déjà vus que empezaban a azotar su corazón.
Al contemplarse en aquellos ojos que la ansiaban, Aira no pudo evitar rememorar las de su bebé. Sintió que la estocada de la culpa la atravesaba cada vez más.
Ambos ojos eran tan verdes, tan inocentes, tan transparentes, cuyos dueños la necesitaban y ansiaban tanto, que no pudo evitar desviarle la mirada, bajar la cabeza y derramar una lágrima. Creyó que con esta podía dejar salir siquiera un resquicio de la culpa que la atosigaba por fallarle a los hombres más importantes en su vida, pero se equivocó. Tanto a él, su pareja, como a su pequeño hijo, les estaba fallando, y sea por quien se decantase, en ese preciso instante, significaría que el otro vería menguado la atención que tanto le reclamase.
Indecisa sobre qué decir o responderle, simplemente atinó a acariciarle la mejilla derecha, tal y como hacía siempre con su bebé, y sonreír.
—De más chico fuiste un niño precioso, ¿sí?
—¿Eh? —dijo enarcando la ceja.
—Lo digo por la foto, con tu mamá, la que está en tu comedor.
—Ahhh. —Sonrió, orgulloso, al tiempo que se acomodaba los lentes en la nariz, muy orondo—. Bueno, sí. Incluso, aunque la foto está en blanco y negro, más tirando a sepia, entonces tenía el pelo castaño claro y rizado.
‹‹¿Castaño y rizado? ¡Dios mío! Hasta en eso se le parece mi Marquitos››.
—Aunque no sé qué me pasó, que al crecer se me alisó el pelo y se me oscureció. Supongo que debí hacerle más caso a mi madre y lavarme el pelo con shampoo de manzanilla como aconsejan en estos casos —dijo acariciándose el pelo con la mano derecha y recordando los consejos de su progenitora.
Rodrigo sonrió y ella junto con él.
—Creo que, por eso al crecer, mi padre no dudó de que fuera su hijo en un comienzo —afirmó, con tristeza—. Él es de pelo negro; en cambio, mi padre biológico es rubio, casi pelirrojo diría yo.
—¿Pelirrojo?
Él asintió.
—Incluso con bastantes pecas en la nariz. Yo felizmente no las saqué. Me parezco físicamente mucho a él, quitando las pecas en el rostro y el color del pelo.
‹‹Ahora ya sé a quién salió de pecoso mi bebé...››, se dijo al recordar que adoraba ver cómo Marquitos sonreía cuando la imitaba y cómo se la arrugaba su pequeña nariz, adornada por curiosas pequitas. En su familia no era muy usual que las tuvieran y se dijo que lo más probable fueran de herencia paterna. No estaba equivocada.
—Me hubiera gustado conocerte de niño o de más joven, ¿sabes? Así podríamos tener la misma edad, la misma inmadurez, la misma inexperiencia para equivocarnos juntos —entrelazó los dedos de su mano derecha con los suyos— y quizá se hubiera evitado que yo cometiera tantos errores en el pasado. En esta relación soy yo la que tantas veces he metido la pata... Yo... —Bajó la vista, con tristeza.
‹‹Por mi culpa nuestra familia está separada... Tú te sientes mal y tienes miedo al creer cosas de mi parte que no son››, pensó al tiempo que el nudo en su garganta se hizo más fuerte.
—¡Hey! —Alzó su mentón para que lo observara. Ella obedeció—. ¿Lo dices por lo de antes, que te pregunté si estabas enojada?
Ella asintió.
—¡Quiero preguntarte! ¡Saber qué te pasa! Hemos tenido tantos malentendidos, discusiones, peleas... que ahora que hemos regresado, si percibo que algo no marcha bien, no dudes en que voy a hacer lo necesario para resolverlo.
—Antes también lo hacías, tontín.
—Cierto. —Asintió.
—Era yo la que metía la pata —afirmó sintiendo vergüenza de sí misma y separándose de su lado. Se sentó a otro lado de la cama, lejos de él—. A veces me digo por qué te fijaste en mí y si de verdad te merecía antes y si te merezco ahora. Incluso, y con razón, me estás regañando por descuidar mis clases y es que no se me da muy bien el estudiar, a diferencia de ti.
De inmediato, él se acercó donde ella y le abrazó por la espalda.
—¿Sabes?, hay algo que me di cuenta hace dos años y ayer lo confirmé. —Le besó en el hombro derecho.
—¿Qué cosa? —dijo, triste.
—Mientras... —le desvió la vista, entre apenado y excitado—, mientras te hacía el amor, no te quejaste en ningún momento...
—¿Eeeeeh? —Volteó para confrontarlo.
—Me... me refiero de mala manera.
Él la observó de soslayo, sonrojado. Los pequeños ojos negros de ella se habían abierto tanto mientras lo contemplaba, que no pudo evitar sonreír con timidez al verla así.
—¿A qué te refieres, pillín?
Él volvió a sonreír con timidez.
—Luego de nuestra pelea inicial por internet, cuando te comenté que yo tenía Asperger..., ¿recuerdas?
—Sí.
—Quitando los malentendidos que teníamos por tu inmadurez y depresión, en el fondo, siempre me aceptaste como yo era, incluso al hacerte el amor, antes y ahora. Y eso me gustó mucho de ti, Aira, contigo podía... puedo ser como yo soy, soy como yo soy, con mis manías, mi manera peculiar de ser y de hablar, que sé que no son fáciles para los demás...
Ella soltó una carcajada al recordar las peleas que habían tenido por internet, cómo le tomaba el pelo más de una vez al no poder captar el doble significado de las palabras o al colmarle la paciencia varias veces.
—Bueeeno, aceptarte, aceptarte... por tu manera tan peculiar de ser, como quien diría El Chavo, ‹‹¡Orale, mano, qué bruto!››, pues... —habló en un falso acento mexicano—. Como que no. Creo que estás un poco equivocado, ¿eh? —Le sonrió, divertida.
Él la contempló con total esperanza, a pesar de su interlocución.
—Más de una vez he tenido ganas de ahorcarte por tus cosas, te lo confieso. —Alzó sus manos para abrazarlo del cuello—. A veces te lo he dicho y otras me he callado. O me he sentido muy mal porque no tenía una respuesta esperada de tu parte, ¿ok?
—Sí, pero, por ejemplo... —Ladeó la cara a un costado, volviendo tiempo atrás—. Cuando quedamos para almorzar por primera vez, no te burlaste ni te enojaste porque yo saqué los cubiertos de plástico que siempre llevo a todos lados.
Ella rodó los ojos al recordar el peculiar almuerzo al cual se refería.
—Bueeeeno, tampoco es que me pareciera muy normal. Eres... tú sabes... peculiar.
Él asintió, apenado.
—Pero en ese momento me dije ‹‹Bien, así es él. ¿Qué más da?››.
—Sí, pero por ejemplo ¿no saliste espantada por eso o sí? ¿O quisiste dejar de verme entonces? —preguntó, esperanzado.
Ella sacudió la cabeza.
—Teníamos poco tiempo de conocernos —agregó—, yo te gustaba y mis defectos no te incomodaron al punto de no querer volver a saber nunca más de mí, ¿no?
—No, ¡claro que no, Rodri! —Volvió a negar rotundamente con la cabeza y frunció la frente. No se imaginaba haberlo rechazado por tan poco.
El maestro sonrió al confirmar la primera buena impresión que ella le había dado durante sus primeras salidas.
—¿Por qué habría de hacerlo, Rodri? Era una manía tuya y ya está.
—A eso me refiero.
—¿Eh?
—Después de Noelia y antes de conocerte, yo intenté salir con algunas chicas que me interesaban, pero todo... todo... —Resopló profundo y habló apenado—. Incluso antes de reencontrarnos, mi psicólogo intentó emparejarme con su secretaria en una reunión por su cumpleaños, pero... ¡Todo era un desastre!
Aira arrugó la frente. Estaba curiosa porque no sabía que él hubiera querido tentar suerte con otras mujeres. En su mapa mental, Rodrigo solo había tenido una experiencia amorosa antes de ella, nada más, pero se dio cuenta de que estaba equivocada.
—¡Todas salen espantadas!
—¿Ah?
Él asintió, avergonzado.
—De ahí que mi mejor amigo, Fabián, me aconsejara que mejor intentara primero una relación virtual, en donde no tendría que exponerme a un lenguaje corporal o de doble sentido que no podría interpretar o mostrarme con mis obsesiones que desesperaban a más de uno.
—¿Y fue por eso que te creaste una cuenta en Wattpad?
—Exacto.
Ella asintió con la cabeza.
—Y saliendo o no saliendo con alguna mujer, en más de una ocasión, ante cualquier manía u obsesión mía, la gente se ha referido mal, se ha burlado o me ha señalado con el dedo cuando ha pasado, ¿ok? Y aunque no me he dado cuenta en ese instante, después me he sentido mal, muy mal.
Bajó la cabeza. La tristeza lo embargó por breves instantes. El recordar todas las veces que se había sentido apartado, burlado o humillado, tanto por su entorno social, en el colegio, en la universidad, en cualquier lado, en sus ansias por solo querer encajar en un mundo en donde, la gente peculiar como él, simplemente no tenía cabida... Todos aquellos tristes recuerdos removieron dentro de sí viejas heridas que creía cicatrizadas.
—¡Es tan difícil encajar para la gente como yo!
—Rodri...
Le tocó la mejilla para consolarlo.
—Yo tampoco soy lo que se llama normal, ¿ok?
—Aira... —iba a agregar algo más, pero ella le interrumpió dándole un beso en la boca.
—Y bueno, sí, tienes tus peculiaridades que me desencajan un poco, tengo que confesarlo. Por ejemplo, tu obsesión por colocar todos tus libros por orden de colores —señaló el estante de la izquierda—, tu altar del diccionarismo —indicó a la mesita en donde el diccionario de la RAE descansaba tal cual un tesoro nacional...
—¿Diccionarismo? ¿Qué es eso? —dijo con la frente fruncida.
Ella rió.
—La religión que tú has creado en honor a la RAE.
—¿Ah?
—¡Olvídalo! Pero, volviendo a lo que quería decir, incluso vives obsesionado por la nutrición o cosas varias... No sé, no son normales, pero ¿quién en esta vida es normal? —Se separó un poco de él y se señaló a sí misma—. Mírame a mí, ¿de qué me sirve no tener Asperger, si soy una loca depresiva que escribe versos suicidas, que se corta en las muñecas y con internamiento al manicomio, y luego a un orfanato?
Estuvo a punto de agregar ‹‹Madre adolescente que deja a su hijo a cuidado de otros››, pero se contuvo. Se limitó a encogerse de hombros, para tratar de restarle importancia al asunto y que la estocada de la culpa no la invadiera de nuevo.
Él abrió la boca para hacerle una observación, pero ella le interrumpió y continuó hablando:
—Todas tus peculiaridades te hacen ser tú y, aunque al principio me sacan de quicio, lo admito, en el fondo me terminaron gustando. Por ejemplo, si no tuviéramos esos malentendidos porque tu Asperger no te permite captar algo que yo quise decir, no tendría oportunidad para tomarte el pelo y divertirme a tu lado... Aunque a veces creo que me paso de la raya —se dijo más a sí misma que para él.
Sonrió y le contempló con ternura. Él la observaba con expectación, ansioso por lo que diría a continuación:
—Me gustas cómo eres. Te quiero cómo eres. Me enamoré de ti por cómo eres, Rodri.
Se acercó y le dio un tierno beso. Luego cuando abrió los ojos para contemplarlo a los ojos, Rodrigo le pareció un niño pequeño, tal y como el suyo, semejante a un cachorro huérfano que buscaba aceptación y solo ser amado.
—Gracias, Aira.
Ambos sonrieron al tiempo que se miraban con devoción y adoración.
—De todas... de todas maneras hay algo que de lo que me di cuenta hace dos años y ayer lo confirmé —agregó él.
—¿Qué cosa? —Se cruzó de piernas, apoyó su codo sobre su rodilla y su mentón sobre su mano derecha.
—Antes, hace dos años, yo tenía muchas inseguridades al tener pareja, incluso en el plano sexual. —Bajó la cabeza. Su mirada se volvió sombría—. Mi ex se quejaba siempre de esto o de aquello, y yo... y yo...
—¿Me estás comparando con tu ex? —dijo, fastidiada.
No le gustaba para nada las comparaciones y la sinceridad de Rodrigo no ayudaba. El fantasma de sus celos hacia ella había vuelto. Mas, para su buena suerte, lo siguiente que dijera Rodrigo, sin filtro como siempre, la hizo salir bien parada, provocando que aquel fantasma se disipara.
—Sí, porque tú eres mejor que ella, Aira, y que cualquier otra mujer que me hubiera interesado alguna vez en mi vida.
‹‹¿EHHH?››.
—¿EHHH? —dijo, todavía incrédula.
Rodrigo confirmó con la cabeza, todavía inconsciente del remolino de emociones que había provocado en su compañera... De emociones alegres por saberse mejor que aquella mujer de la que había hecho experimentar tantos celos e inseguridades... De emociones negativas al sentirse culpable y preguntarse si cualquier otra mujer que él hubiera conocido le escondería al hijo que él tenía derecho a conocer...
‹‹¡Ay, Rodri! ¿Mejor que cualquiera?››.
El nudo en su garganta, que minutos antes la había atosigado por guardarse aquel secreto que la carcomía, volvió a ensombrecer su alma.
‹‹Si tú supieras. Si tan solo supieras...››, pensó al tiempo que una lágrima bajaba por su mejilla izquierda, como única vía de escape de aquellas emociones que estaban terminando por golpearla.
Bajó la cabeza al tiempo que aquella lágrima seguía cayendo. La culpa y la vergüenza por no saberse a la altura de la persona que él creía que ella era, le impedían observarlo a aquellos transparentes ojos que la contemplaban con dulzura.
Él, ignorante ante la pena que ella sentía, atinó como siempre a tomarla de la nuca, beber aquella lágrima y a decirle ‹‹Tú eres mejor que cualquiera otra persona que hubiera conocido. Me siento muy a gusto contigo, como no me he sentido nunca con nadie más››, sin saber que, con ello, solo provocaba que la estocada de la culpa se clavara con más intensidad en el corazón de aquella joven, quien se preguntaba por cuánto tiempo podría más callar...
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