—Estás mucho más madura que antes, y eso me encanta de ti. Me siento dichoso de habernos reencontrado en este momento de nuestras vidas para poder apreciar la Aira que eres hoy, la que puedo tocar... —Acarició su mejilla derecha al lado de la izquierda de ella—. La que puedo besar... —Besó su frente y sus ojos, que se hallaban cerrados, presa del pánico por lo que acababa de escuchar—. La que puedo amar...
Le besó en la boca de esa manera tierna que a ella le gustaba tanto para luego asirla hacia él su cintura con frenesí, pero, a diferencia de antes, Aira no le correspondió. Sus piernas le temblaban tanto por lo que acababa de decirle al tiempo que sintió que su corazón palpitaba a mil por hora. Rodrigo notó esto último cuando, luego de sus labios descender por su cuello y por su pecho izquierdo que había dejado al descubierto previamente. Al darse cuenta, abrió los ojos grandemente. Ella respiraba de manera entrecortada echada a un costado de su cama mientras que, el nudo de la gigantesca culpa que la atosigaba estaba por asfixiarla.
—¿Estás bien? —le preguntó preocupado al tiempo que le acomodaba su brassiere, que previamente había levantado.
Ella asintió, mas lo que su cuerpo mostraba le decía a él lo contrario.
—Prometo no insistirte más en que no faltes a clases, si quieres.
Se echó a un costado y le observó con preocupación. Apoyó su mano sobre su cabeza mientras que con la que estaba libre le acariciaba el mentón.
—Total, ya entendí que debes estar preocupada por tu hermano y mañana es viernes. No es que vayas a perder tantos días tampoco.
—Gracias.
Ella trató de relajarse. Cerró los ojos al tiempo que sus manos acariciaban la de Rodrigo sobre su piel, intentando despejar todo resquicio de culpa o de agobio. El tenerlo a su lado, el sentirla sobre ella al tiempo que volvía a besar el lóbulo de su oreja izquierda, su cuello y sus pechos eran la cura ideal para desaparecer la preocupación que la carcomían... La ambrosía ideal... la cura ideal... la droga ideal... que él siempre había sido en su vida.
Sin embargo, esto le duró por poco tiempo. Al cruzar su vista con el reloj de la mesita de noche, y darse cuenta de que no podía quedarse por mucho tiempo, si era que le seguía el ritmo, conociendo cómo era él de intenso con ella, se imaginó que fácil tendrían para otra tarde más —y quizá noche— en plenas lides y todavía no habían almorzado. Debía establecer prioridades y así se lo hizo saber, luego de separarse de él para que no la siguiera besando, sino devorando, sus pechos con frenesí.
—No me puedo quedar mucho rato. Ya te lo dije, señor Bragueta Loca.
—No me gusta ese apodo. —Frunció el ceño.
—¿Y cómo no llamarte así si quieres hacer el amor de nuevo? —Sonrió con picardía—. Parecemos conejos haciéndolo a cada rato.
—¿Conejos? —Enarcó la ceja, poco convencido.
—Sí. Tú y yo somos unos lindos conejitos. —Rió—. Desde ayer, haciendo el amor desde el amanecer hasta el anochecer, señor conejo. —Volvió a reír.
—No me digas así.
—¿Eh?
—No me gustan tus apodos.
—Pero si es de cariño, mi poetín, o mejor dicho, mi peluchín chin chin. ¿Recuerdas? —dijo sonriendo.
—¡Aira, me estás llamando como un perro!
Ella soltó una carcajada.
—Mientras yo te digo chiquita linda, tú me dices bragueta loca... conejo... ¡Compara!
La joven volvió a reír.
—Mi madre me decía conejo cuando era niño y no me gustaba. Yo...
Aira se puso boca abajo.
—Ya que parece que tienes un fetichismo con mis senos, mejor me pondré boca abajo. Así no podrás atacarme de nuevo, mi lindo conejito —dijo con picardía al tiempo que pataleaba sus pies, para luego reír.
—¿Fetichismo?
Ella asintió.
—Siempre empiezas por mi boca, luego por mis orejas, y cuando desciendes por mis pechos, ya me aventuro qué va a pasar. Pero, ahora no tendrás mayor alternativa que dejarme ir, pillín.
—¿Eh?
La miró desde los pies a la cabeza, dándose cuenta de que le gustaba también contemplarla según ese ángulo de visión. Aunque su parte trasera no era tan voluptuosa como la delantera, sus finas y suaves caderas que terminaban en sus delicadas y pequeñas piernas, al tiempo que estas seguían pataleando, le parecieron lo más hermoso que hubiera visto, tanto que podían quedarse clavadas en su retina. En ese instante, se preguntó cómo sería poder unirse a su compañera desde ese ángulo.
Sin mediar palabra alguna, se colocó encima de ella al tiempo que con sus dedos izquierdos empezó a acariciar sus caderas y estimular su interior con los derechos.
—No solo me gustas por tus pechos, sino porque eres tú... toda tú... —le dijo mientras seguía besándola por atrás.
—¡Oye! Que me tengo que ir...
Aira sintió una revolución a mil por hora en toda su piel cuando percibió que los dedos de él jugueteaban en su interior. Todo su cuerpo se tensó y gimió.
—Dijiste que hasta las 2 o 3 pm te podías quedar, ¿ok? —Miró el reloj que mostraba las 12:37 pm.
Ella confirmó con un movimiento de cabeza.
—No te voy a ver hasta el lunes, y tenemos tiempo de sobra todavía. —Le besó el hombro derecho—. Aunque si quieres te dejo libre ahora.
Besó su nuca con frenesí. Siguió jugando con sus dedos al interior de ella para luego empezar a tocar con intensidad su clítoris, estimulando a su compañera. Esto le provocó un intenso orgasmo que la hizo vibrar y chillar.
Aira en ese momento no pensaba, solo sentía. Pero, cuando la cordura regresó a su mente al tiempo que su respiración volvía a su normalidad, en efecto, se dio cuenta de que él tenía razón al decir que todavía tenían tiempo. Ya luego volvería a ser madre y se pondría al día con su hijo. Por ahora, como último recuerdo de aquella inolvidable jornada, se permitiría ser una mujer que solo sintiera... que solo deseara... que solo ansiara...
Con un movimiento de cabeza, le confirmó a Rodrigo que continuara. Este no lo dudó ni un instante. De inmediato, empezó a besarla y a acariciarla por los hombros, por su tronco, en especial por su espina dorsal, provocando que la joven chillara muy fuerte.
—¿Y eso? —preguntó, divertido.
Ella respiraba entrecortadamente. Ladeó de costado y lo miró, sonrojada.
—¿Qué más va a ser?
—¿También es tu zona erógena aquí? —Le acarició la columna de forma delicada.
—¿Zona erógena? —Él le confirmó con la cabeza—. ¿Eso qué es?
—¿Qué cosa?
—Zona erógena.
—Ah, eso se refiere a cuando una zona del cuerpo de alguien se estimula y la persona pues... —Volvió a besarle la columna, provocando que ella se tensara y gimiera—. ¡Eso! —Sonrió.
Ella frunció la frente.
—¿Estás seguro de que tienes Asperger?
—¿Ah?
—Sabes tanto de estas cosas, que me cuesta creer que tu ex se quejara de ti, si lo haces bastante bien.
Él sonrió, complacido.
—¿En serio lo crees?
La adolescente asintió.
—Me parece que te haces el huevón y de Asperger no tienes nada.
—¡Oye! —Arrugó la frente, ligeramente ofendido—. Ahora me llamas huevón.
—Es que es en serio. Lo haces bastante bien, que ya te digo que me parece increíble que tu ex se quejara. —Se echó boca abajo con los brazos y piernas boca estirados—. ¡Hasta sabes cuál es mi zona erógena o no! ¿No que los aspies no saben interpretar el lenguaje no verbal? ¿En qué quedamos?
—Eso fue porque aprendí que, cuando una mujer gime o chilla de tal manera, es porque esa zona de su cuerpo es la ideal para seguirla estimulando.
—Uhm... —Sonrió, divertida—. Ahora, según cómo me has estado tocando y besando, me recuerda al guion de una película porno que vi el otro día. Estaba genial porque, aparte del sexo, tenía buen argumento. La vi varias veces y...
—¿Película porno?
Ella asintió.
—¿Por si acaso no es uno de la página de ****?
Aira abrió sus ojos ampliamente.
—¿Y cómo conoces de esa página?
—¿Eh?
—¿No me digas que tú también ves la página de ****? —le preguntó poniéndose boca arriba y mirándola muy seria.
—¿Debo contestar a eso?
Rodrigo pasó saliva y se puso colorado. Ella soltó una gran carcajada al tiempo que le decía ‹‹¡Ya te descubrí! Sí ves películas porno como yo››, que a él le provocó ponerse debajo de la cama para que no lo siguiera observando con aquella mirada de culpabilidad.
Cuando parecía que, por fin, había dejado de ser objeto de sus burlas, él decidió contraatacar y cobrarse en una las bromas pesadas de su compañera.
—¡Hey! —alegó después de abrazarla, para luego obligarla a estar boca debajo de nuevo, concretamente, a horcajadas.
—¿Qué?
—¿Quieres hacerlo en esta posición?
—No sé... —Le bajó la ropa interior poco a poco. Hizo lo propio con la suya hasta quedar ambos desnudos—. Me gusta lo que veo desde aquí. ¿Por qué no?
Comenzó a besarla desde su espina dorsal, hasta sus nalgas y más abajo. Ella gimió con mucha intensidad, tanto que se tapó la boca en un momento, por la pena que le dio al imaginarse qué pensarían los vecinos de Rodrigo si la escuchaban.
—Eres todo un pillo —dijo luego de regularizar su respiración.
—¿Eh?
—Y encima has admitido que ves películas porno.
—Yo no te he confirmado nada.
—¿Ah no?
—No.
—¡Pervertido! —dijo mientras percibía cómo él le besaba y le apretaba las nalgas con intensidad.
En ese instante ella se puso boca arriba.
—A todos los hombres nos gusta ver y tocar el trasero y los pechos de una mujer.
—Con lo modosito que te mostrabas por chat. ¿Quién diría que nos saliste así?
Él sonrió.
—Normalmente no hablo de sexo con nadie por chat. Soy muy cortado para estas cosas, ya lo sabes. Pero ¿acaso no somos pareja?
—Sí, pero...
—Soy un hombre, a fin de cuentas. Aparte, cuando ya teníamos tiempo de salir, me sentía cortado para hablarte de estas cosas. Intuía que eras menor de edad, y no me equivoqué. —Arrugó la frente.
—Bueeeeno —puso un gesto de falsa inocencia—, no me refería a eso.
—Ahora me siento en confianza para hablar y hacer estas cosas contigo. Pero entonces debía tratarte con mucho cuidado, respetarte y...
—¿Y acaso ahora no me respetas?
—Siempre lo voy a hacer —le acarició la mejilla—, pero ahora que te veo...
La contempló con atención desde la punta de los pies hasta una de la punta de sus pelos que caía armoniosamente sobre uno de sus pezones.
—¡Eres ya toda una mujer, mi mujer! ¡La que elegí para mí! Me muero por hacerte el amor de nuevo.
Los ojos de él le brillaban tanto, que se percató de que era una mirada de completa lujuria y ambición por poseerla. Al percibirse tan deseada, la excitación en ella aumentó, la ideal de lo que a continuación seguiría.
Se puso a horcajadas como él le ordenada. Luego cerró sus ojos. Percibió sus labios dentro de su interior al tiempo que sus dedos jugueteaban con su clítoris. Ella explotó, chilló y lloró al sentir una doble estimulación de su parte. En esta ocasión, la conjugación de placeres era tan intensa, que no se contuvo al momento de gritar.
—Definitivamente, tú ves películas porno.
—¿Vas a seguir con eso? —Arrugó la frente.
Se retiró a un lado para ponerse el preservativo. Ella se mordió los labios, sonrojada, al imaginarse cómo sería verse desde el ángulo que la observaba él.
—¿Lista? —le preguntó, colocándose a horcajadas como ella.
—¿Después de todo lo que me has hecho, me preguntas todavía?
Rodrigo solo sonrió.
—¡Me has visto hasta el alma, pillín!
—¿Y qué más da?
—Esta posición me...
—¿Sí?
—No sé... —dijo con timidez—. Me avergüenza.
—¿En serio?
Ella volteó y asintió.
—Si quieres lo hacemos frente a frente, como siempre, pero quiero demostrarte que no solo me gustan tus pechos, sino que eres tú...
Le besó las nalgas, su interior, tanto de atrás como de adelante. Ella se tensó, gimió y tembló, provocando que él sonriera de complacencia
—Toda tú eres la que me motiva. ¿Lo entiendes o no?
Aira asintió al tiempo que trataba de regularizar su respiración y limpiarse las lágrimas que salían de sus ojos. Se puso boca arriba para abrazarlo con frenesí y decirle que sí, que continuara, no sin antes preguntarle si, la nueva posición en la que lo iban a hacer se llamaba la del perrito. Él asintió y rió al percatarse de su todavía inocencia.
—Te falta muchas cosas por aprender todavía, tontita. —Le acarició la cabeza.
—Entonces solo por ahora ya no seremos conejitos, sino perritos —agregó, muy divertida para luego ponerse boca abajo.
—¡Aira!
—¿Qué?
—Deja los apodos para otro momento —afirmó mientras la tomaba de las caderas.
Ella iba a agregar algo más, pero no pudo continuar. Él empezó a moverse en su interior con tal intensidad, al tiempo que con uno de sus dedos estimulaba su clítoris, que la amalgama de excelsas sensaciones que a ella le entregaba, simplemente desaparecieron cualquier raciocinio que su cabeza pudiera tener en ese momento.
Su alma, su cuerpo, su ser, se entregaban y se mezclaban a las de él, las de su compañero, quien la había elegido para ser su compañera, su amante, su mujer, tal y como se lo había confirmado minutos atrás. El saberse la elegida para ser la recepcionista de todo aquello que él le demostraba, se esforzaba, le entregaba para hacerla suya, la excitaban y la extrapolaban hasta el más infinito estado de las ambrosías existentes.
Incluso, cuando en un momento dado la ternura desapareció por totalidad, para dar paso a un Rodrigo intenso, incisivo y dominante para hacer de ella lo que quisiera, donde quisiera y cuando quisiera, ella no opuso resistencia. Se doblegó por completo a lo que él le quisiera entregar, doblegar, transformar y enseñar.
Percibió que, en ese instante, desaparecer la dulzura para dar paso a solo la lujuria no era malo, todo lo contrario. Solo eran un hombre y una mujer, ahora sí mayores de edad, dispuestos a amarse, a entregarse y a transformarse en una perfecta y nueva pareja, en diferentes posiciones, en diferentes lugares, tanto en la cama, en la ducha, en la cocina, para, si cabía, ponerse al día en las cotidianidades que no se habían entregados desde que se había separado, durante todos aquellos días...
*******
—Déjame tomarte una última foto.
Estaban en el paradero del bus. Como se la habían pasado esa tarde como ‹‹conejos››, como Aira decidiera bautizarse a partir de esa fecha, habían pedido comer algo por delivery para así ‹‹aprovechar mayor el tiempo›› que les quedaba. Y mientras ella había decidido retratarse a ambos —pero sobre todo a Rodrigo— en diferentes ángulos posibles, incluida una foto en la que al pobre se le veía casi su garganta, mientras degustaba su tallarín chino que se había pedido—, el maestro se preguntó si su alumna no tenía como afición la fotografía.
—No me gustan tantas fotos, lo sabes.
—Rodri...
—Si he accedido a que me fotografíes tanto es porque me lo pediste y estábamos en el departamento. Pero aquí, en la calle, no salgo muy fotogénico que digamos. —Arrugó la ceja, con fastidio.
—Vamos, una dándonos un besito aquí. —Hizo un movimiento con la mano—. Agáchate a mi lado, que eres muy alto.
Rodrigo miró a ambos lados y suspiró profundo. Se preguntó si era prudente besarse en público, a plena luz del día y en una avenida muy transitada como en la que se encontraban. Para su mala suerte, habían capturado la atención de los curiosos.
Iba a decirle a la joven que no consideraba conveniente que fueran tan cariñosos en público. Pero, al voltear su mirada hacia ella, quien lo contemplaba tal y cual como si fuera el gato de botas de Shrek, lo minó por completo. El negarse a una petición de ella simplemente le era difícil.
—¡Listo! —dijo la joven muy complacida al tiempo que veía en su celular la fotografía número setenta y uno de ese día. Mas, al revisar la notificación de su celular, frunció el ceño y se quejó.
—¿Qué pasa?
—Creo que se me llenó la memoria de mi celular.
—Súbela a tu drive y luego bórrala.
—Sí, pero...
—¿Qué?
—No tengo internet.
—¿No?
Ella negó.
—Te recargo ahora más tarde. ¿Cuál es tu número? Que me olvidé de pedírtelo. Quiero hablar contigo más tarde para saber si llegaste bien.
—Bueno, es este...
Digitó en su teclado su número telefónico. Él sacó el suyo para guardarlo en sus contactos.
—Y mañana hablamos, pasado mañana también si es posible... —la interrumpió.
—¿Mañana? ¿Pasado mañana también? ¿Quizá todos los días? —habló, sorprendida.
—¿Por qué no?
—Bien, es que tú y yo... bueno... —Sus manos le temblaban.
—¿Qué?
—Como somos profesor y alumna todavía —dijo con tristeza y cabizbaja.
—Aira...
Le levantó el mentón para que lo contemplara.
—Sé que somos enamorados, cierto, pero pensé que solo te podría ver en contadas ocasiones y...
—¡Hey!
—¿Qué?
—Eso no nos impide hablar siempre.
—Lo sé, pero...
—Y lo mantendremos en secreto como quedamos, ¿ok?
Ella asintió, poco convencida.
—Sabes que no puedo poner en peligro mi posición, mi trabajo, y más con lo que te he contado, Aira. Debo mantener mi empleo actual, de eso depende mi futuro, el pago de mi departamento y...
—Lo sé.
‹‹Malditamente que lo sé, por eso todavía no te puedo contar lo de Marquitos››, se dijo al recordar que, horas atrás, había tratado de confesarle sobre su hijo; mas, cuando Rodrigo había vuelto a ser bien enfático en que debían ser bastante cuidadosos con lo que tenían, por lo que una relación de ese tipo podía significar para su futuro laboral, (y por eso no sabría cuándo podrían tener otra oportunidad de pasar una velada juntos como la de ahora), decidió callar por enésima vez aquello que le carcomía el alma.
—Podremos vernos cuando vayas a verme a mi oficina como mi delegada, luego de las clases, y conversar todos los días en la noche por chat, como antes... —dijo acariciándole en la mejilla.
Ella sonrió, con tristeza.
—Pero más allá de eso, no, y lo sabes.
—¿Podremos tener algún día más como hoy? —dijo al borde de las lágrimas.
Rodrigo bajó la vista, incapaz de saber qué decir o hacer.
—No sé... —Hizo una pausa—. Supongo que sí. Habrá otros fines de semana y feriados.
—¿Podremos también salir por ahí a comer o a pasear? —preguntó con timidez, aunque temía conocer la respuesta.
Él bajó la cabeza. Luego la observó, con tristeza, y negó con firmeza.
—Sabes que no, Aira. Ya lo hablamos.
—Lo sé, pero...
—Lo mejor será que no nos vean juntos. ¡Podría meterme en problemas!
—Está bien —dijo al tiempo que percibía un ardor de decepción en su interior.
Un inmenso vacío al saber que estaban impedidos de amarse y de mostrarse como cualquier otra pareja, la invadió, provocando que una pequeña lágrima cayera por su mejilla.
—Lo más prudente es esto. De todos modos, ya nos queda poco. Estos cinco meses, hasta tu graduación, se pasarán rápido.
‹‹Sí, supongo que cinco meses no harán la diferencia en que conozcas ahora o no a nuestro bebé››, se dijo mientras se acariciaba su barriga.
—Es más, incluso pensé en decirte para acompañarte al orfanato a ver a tu hermano y...
—¡No lo hagas! —dijo casi gritando.
Él enarcó la ceja, confundido.
—No lo iba a hacer. Justo por lo que te digo, que no veo conveniente que nos vean en público y...
Ella asintió.
En ese instante, atisbó que a lo lejos venía su bus. Y, al percatarse de ello, el sentimiento de enorme vacío, que anteriormente había percibido al saber que no podía mostrarse ante los demás como si fueran cualquier pareja, volvió a embargarla.
Aira levantó su mano para detener al microbús al tiempo que seguía llorando. Al ver que estaba triste, él le limpió las lágrimas con su pañuelo. Intuyó que lloraba por su despedida, porque a él le pasaba lo mismo. Pero, la diferencia en saber que no podía contar un secreto que la estaba minando, lo hacía incapaz de darse cuenta dela magnitud del vacío que agobiaba a la muchacha.
—¿Estás triste porque nos despedimos?
—Sí. —Otra lágrima caía por otra de sus mejillas.
—Hoy más tarde te escribo para saber cómo llegaste. —Le besó en la frente y la abrazó—. Y en la noche hablamos, ¿ok?
Ella asintió.
—Vamos, te regalo esto. —Sacó un paquete de su bolsillo.
—¿Qué es?
Era un paquete de galletas Chips Ahoy.
—Siempre llevo una conmigo, pero ahora las necesitas más que tú: chocolate para tu tristeza. Es lo único que tengo a la mano ahora.
—Rodri... —dijo llorando, totalmente conmovida por su gesto.
Iba agregar algo más, pero alguien la interrumpió.
—¿Van a subir? ¡No tengo todo el día! —les reclamó el chofer del micro.
Resignada, se alejó de su lado para subir al bus. Pero, antes de hacerlo, él la tomó de la mano muy fuerte para agregar:
—Te quiero.
De inmediato, ella sacó del paquete una de las galletas. Le estampó un tierno beso en la boca, después colocó una de las galletas en aquella para finalmente agregar ‹‹Yo también››.
Cuando subió, Aira le gritó ‹‹¡Nos vemos!››, desde el autobús que estaba en marcha, a pesar de que la puerta ya había cerrado. Corrió hasta la parte del fondo del microbús, al tiempo que, desde la ventana trasera, y hasta donde su vista le permitió, le gritó y le hizo señas de despedida a aquel joven que tanta alegría le transmitía.
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