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Capítulo 10.- Sin límites [Primera Parte]

Nota de la autora: 

Hola, primero que todo, ¡mil disculpas por el atraso! Pero, para los que me paraban reclamando por aquí por la demora en la actualización de esta historia, sepan que en el tablón de mis mensajes de mi perfil de Wattpad, así como en mis redes sociales (entiéndase el grupo de facebook de la historia, su página de facebook, mi instagram y mi perfil personal de fb) avisé de mi actividades durante estos dos meses de mi ausencia. No solo durante todo marzo debía preparar los trámites para mi mudanza  (lo cual, por la burocracia en Perú, una simple transferencia de línea telefónica me tomaba ¡hasta cinco días!), sino que luego de viajar a otro país (sí, no me mudé a otra ciudad como muchos creían, sino que viajé al otro lado del charco, a España en concreto). ¿Saben lo que implica esto? Pues que te cambia la vida por completo y debes empezar desde cero. 

No es fácil dejar tu país, dejar tu familia atrás, no. Debes dejar tus pendientes bien hechos en tu país de origen para luego, a la distancia, no tener que preocuparte porque olvidaste algo y nadie más lo puede hacer por ti (entiéndase dinero, estudios, posesiones, etc.). Luego, ya habiendo llegado a España, pues la cosa no es simplemente sentarse frente a la computadora y ya, escribir, et voilá, lo que salga. Tengo que comenzar desde cero, como les decía, y encontrar el tiempo necesario para poder retomar mis proyectos que dejé pausados, con el parón de escritura que tuve y que me costó retomar mi ritmo de de escribir de antes. A su vez, se me complicó con un tema que muy pocos saben, y este es mi salud.

En abril detecté un bulto en mi pecho, producto de la autoexploración mamaria que me hago mensualmente debido a que en mi familia hay antecedentes de cáncer al seno. Por ello, se imaginarán lo que pasé en ese momento. ¡Sentí que el mundo se me venía encima! No tenía ganas de nada, ni de escribir, ni de pasear, nada. Me hallaba sola, lejos de mi casa, y aún con mi novio y mi familia política que me han acogido muy bien, no es lo mismo como hubiera sido si esta noticia me tocaba en mi país, al lado de mi familia. Felizmente que, luego de diversos exámenes, todo salió bien y solo es un tumor benigno, pero el susto y mal rato pasados durante los días previos a que me entregaran los resultados de mis pruebas no se lo deseo a nadie, pero me hizo replantearme muchas cosas. No obstante, no quiero terminar esto sin antes aconsejarles que se examinen siempre que puedan. La prevención a tiempo puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Un cáncer al seno puede ocurrir a cualquier edad y depende de nosotras, al estar pendientes de los cambios de nuestros cuerpos y cuidarnos siempre. 

Ya con este panorama (y aquí termino de contarles mi vida, pero veo necesario que lo sepan para que estén enterados del porqué de mi retraso en actualizar, porque creo que se lo merecen por su paciencia), pues retomé con muchas ganas la escritura de mis proyectos pendientes, y empecé con SyA. Y et voilá, aquí tienen el resultado, el cual espero que les guste, porque muestra otras facetas en el proceso de maduración de pareja de Aira y Rodrigo. Y por último, como no hay mal que por bien no venga, les cuento que voy a hacer todo lo posible por actualizar más seguido, por lo menos un capítulo por semana, aunque puede que esté desaparecida un par de días más después de esta actualización porque en pocos días es mi boda! Wiiii! ¡Sí, me cazaron! XD En pocos días me iré de putas y me emborracharé, ah no, que soy mujer y no me gusta beber alcohol, pero en fin, brindaré con batido de chocolate Puleva viendo The Big Bang Theory XD

Y bueno, eso es todo. Mil gracias por continuar aquí, por sus comentarios de apoyo y de cariño, tenerme paciencia y acompañarme en esta historia del gran amor de Aira y Rodrigo. Los quiero mucho <3

En fin, sin más los dejo con la lectura ;)

***********

Aira tocó la puerta, dubitativa. Se sentía rara, avergonzada, como si estuviera cometiendo un pecado. No solo encontrarse con Rodrigo a escondidas, a pesar del amor puro y sin restricciones que le prodigaba, sino por lo peculiar del lugar.

Sus mejillas se habían encendido cuando se había presentado en la recepción del hostal. El cuartelero, un hombre chino de mediana edad, la miró de arriba abajo con curiosidad; en especial parecía haber prestado atención en su uniforme escolar y en la insignia de su colegio que se podía visualizar sobre su pecho izquierdo.

Antes de que le pidiera el DNI como pensaba, ella lo sacó de su bolsillo. Sus manos le temblaban tanto que al principio se le cayó, pero luego, como pudo, lo colocó encima del mostrador.

—¿De verdad tienes dieciocho años? —le formuló enarcando la ceja.

Ella asintió varias veces al tiempo que se arrancaba varios mechones de pelo.

—¿Y por qué llevas uniforme de colegio? —Frunció la frente—. A esa edad los niños ya terminan la secundaria.

—Porque repetí de año, ¿bien? —dijo exasperada—. ¿Me va a dejar pasar o no a la habitación 305?

El hombre apagó el cigarrillo que fumaba. Con una parsimonia que la desesperaba, lo dejó sobre el cenicero a unos centímetros más allá. Observó por delante y por detrás el DNI varias veces mientras Aira se decía ‹‹¡Maldito chino, si no me vas a dejar pasar dímelo de una vez, pero no me hagas sufrir más!››. Finalmente, colocó aquel sobre la mesa, que Aira lo interpretó como que su DNI era rechazado.

—Pues vaya que sí parece un DNI verdadero.

—¡Es verdadero!

—Con la pinta de colegiala que tienes, lo dudo.

Aira rodó los ojos.

—Para una vez que es verdadero, no me creen —afirmó desanimada, recordando las veces que había presentado un DNI falso para irse a tomar cerveza con Xico tiempo atrás.

El cuartelero la miraba con un gesto inexpresivo tal, que terminó por desesperarla.

—¡Tanta cosa para nada! —habló fuera de sí al tiempo—. Desde un primer momento me hubiera dicho que no me iba a dejar pasar y...

—¿Quién dijo eso? Solo lo he puesto en la mesa, pero luego lo guardaré.

—¿Eh?

Y dicho esto, lo vio guardar el DNI en un cajón del mostrador.

—Me da igual que seas menor de edad o no. Eso sí, por favor, sé discreta. El hombre que se registró en el 305 llevaba un maletín con tu misma insignia de colegio y no tiene pinta de ser un colegial propiamente dicho, a diferente de ti.

Ella pasó saliva.

—Es que yo... —se apresuró en decir, mas él extendió la mano derecha, tal cual un policía de tránsito diciéndole ‹‹Stop››.

—No hay que ser muy listo para saber lo que sucede entre ustedes dos, ¿ok?

—Ah, eso es porque yo... porque yo... —Se estrujó las manos sin saber qué más agregar. Decenas de gotas de sudor bañaban su frente, sus mejillas, la comisura de sus labios y su mentón, que se maldijo en ese instante.

—¡No necesito de excusas! Me importa muy poco lo que tengan entre manos. Aquí entran y salen parejas todo el tiempo, y no todo es legal. Si te contara lo que he visto en todos estos años que regento el hotel...

Le guiñó el ojo. Aira sintió que su cabeza hervía, tal cual una tetera caliente.

—¡Pero lo de nosotros sí es legal...!

En ese instante, hizo un gesto con las manos indicándole a cuál pasillo acudir para su encuentro con Rodrigo.

—Mira, niña, mientras me paguen el servicio por la habitación y me la entreguen en buenas condiciones, todo ok. Solo, por favor, no andes diciéndole a nadie que te encuentras con tu novio aquí. No quiero padres armándome un escándalo y buscando a su hija en medianoche.

—¡Tenga por seguro que ninguno de mis padres vendrá a buscarme!

—Ni quiero a la policía aquí. ¿Te quedó claro?

Percibió que varias gotas de sudor más le bajaban por la sien izquierda.

—¿Po-policía?

El chino asintió.

—Sí. —Abrió el cajón y con la mano le señaló su DNI—. Pero, ante cualquier redada que haya, este documento será mi respaldo. Ahora, por favor... —Cerró el cajón y movió la cabeza con dirección al pasillo—. Vete, que quiero seguir viendo mi partido.

Y dicho esto, cogió el control remoto y aumentó el volumen de la televisión. Aira se dio la vuelta y prosiguió su camino. Escuchó que un reportero narraba la repetición de un gol de un partido de fútbol al tiempo que el hombre maldecía. Le iba a decir que tenía simpatía por el equipo contrario al que aquel hinchaba, pero prefirió callar. Si fungía como ‹‹cómplice››, por decirlo de alguna manera, lo mejor no era contrariarlo, aún a pesar del mal rato que le había hecho pasar.

*******

Cuando llegó a la habitación, respiró profundo. El número asignado a ella estaba pintado sobre aquella, aunque el número cinco se veía borroso. Fácil podría parecer de lejos que era la habitación 30. Aquello le hizo gracia en un comienzo y aligeró en algo las decenas de mariposas que revoloteaban en su interior.

Aunque sabía que lo que estaba por suceder no estaba mal porque ambos eran mayores de edad y se amaban sin atadura alguna, el hecho de encontrarse a escondidas con Rodrigo solo provocaba que su interior se retorciera, de tal manera como si estuviera próxima a cometer un delito. Había subido con cautela y rápido la escalera del primer piso hacia el tercero, mirando a ambos lados a cada rato, por si era espiada por alguien. Cuando percibió el aleteo de unos pájaros sobre la rama de un árbol que daba para una ventana del pasadizo del segundo piso, por poco gritó producto del susto que aquellos le habían provocado. Al ver a las aves escapar, suspiró tan fuerte, como si con ello pudiera dejar atrás la ansiedad que tenía, pero fue en vano. Sus manos le sudaban tanto, que se preguntó si Rodrigo no la rechazaría cuando la viera y las tocase. De inmediato, sacó un pañuelo de su mochila y se las secó como pudo, mas cuando ya había llegado a la habitación, aquellas seguían tan mojadas, que se maldijo por su mala suerte. A su vez, por subir rápido, sumado a su nerviosismo, su cuerpo sudaba más de la cuenta, tanto que sintió calor y se quitó la chompa de encima, a pesar de estar en pleno invierno.

‹‹Si alguna vez tengo plata, juro que iré a un doctor para que me arregle las glándulas sudorípatas o como mierda se llamen››, pensó mientras tocaba.

—¿Quién es? —Oyó la voz ronca de Rodrigo.

De inmediato, la leve distracción que le había provocado el sudor de sus manos se disipó. El escucharlo hablar había encendido mil y una revoluciones en su corazón. Sonrió de manera tímida al tiempo que percibía que sus mejillas hervían. En ese instante, se secó las gotas de sudor que caían por su frente, pero fue en vano. Era tanto el nerviosismo que la embargaba que, de inmediato, su rostro se volvió a llenar de sudor.

‹‹¡Vamos, cálmate!››, se dijo mientras se limpiaba las palmas de sus manos sobre su falda.

—He preguntado quién es —insistió Rodrigo detrás de la puerta—. Es de mala educación no contestar cuando alguien formula una pregunta, ¿ok?

Iba a responderle, mas en ese instante él ya había abierto la puerta. Tenía el ceño fruncido, en un gesto de evidente molestia que, en ese instante, al observarla cambió por completo. Abrió los ojos muy grandes al tiempo que pestañeó varias veces, dedicándole una mirada tan penetrante que le hizo pasar saliva.

—Rodri... —dijo cabizbaja y nerviosa mientras jugaba con el asa de su mochila izquierda—. Soy... soy yo.

Alzó el rostro para contemplarlo. El rostro de Rodrigo tenía un gesto entre serio y concentrado, muy difícil de calificar. Creyó que estaba enojado por su demora, lo cual, sumado a su nerviosismo inicial por su encuentro con el cuartelero, provocó que volviera a bajar el rostro por vergüenza.

—Discúlpame por no contestarte, es que yo... yo...

Mientras Aira seguía excusándose de una y mil maneras, Rodrigo simplemente ya no escuchaba nada. Sus ojos se habían detenido en las gotas de sudor de la muchacha, que de sus sienes bajaban por sus mejillas, dándole un tono rosa que hacía precioso juego con el color de sus labios. La forma de corazón de estos, aunque lo había visto varias veces, le parecieron algo tan delicioso y provocador, que de inmediato encendió en él la pasión que horas antes se moría por consumar. A su vez, producto del sudor que tenía, Aira al quitarse la chompa dejaba ver lo que los ansiosos ojos de Rodrigo apreciaban. Debajo de la blusa blanca sudorosa de la muchacha, podía apreciarse de tono tenue, pero nítida, un sujetador con flores rosas que, días atrás, durante su reconciliación, también se lo había contemplado, pero que, ahora, al tener sobre sí las trenzas de la joven cayendo sobre aquellos, estimularon mucho más al hombre que se moría por explotar dentro de sí. Y por si no fuera poco, cuando bajó la vista hacia su cintura y vio cómo la falda de su uniforme escolar, apretada por su chompa amarrada, se amoldaba de manera exacta a aquellas caderas que horas atrás había acariciado y poseído, rememoró cómo era sentirse en el interior de ella. Adicionalmente, al percibir por primera vez el olor natural de la joven, ya que había olvidado echarse su perfume de vainilla, algo dentro de él terminó de crecer.

Así, el sudor en el cuerpo de la muchacha, tanto a nivel visual como olfativo, le pareció lo más hermoso que alguna vez había experimentado en su vida, estimulando cada fibra de su ser. El volcán en él simplemente estaba a punto de hacer ebullición, pero se controló..., mas no por mucho tiempo.

De inmediato, decidió no perder más tiempo en seguir oyendo el monólogo de la joven. Él era solo un hombre que sentía, ya no razonaba, y así actuaría.

La haló de la mano para hacerla entrar a la habitación. Cerró la puerta con rapidez detrás de ellos. Le quitó la mochila con fiereza al tiempo que una asombrada Aira le preguntaba qué pasaba.

—Rodri... —dijo mientras percibía que él la cogía de las nalgas y la cargaba sobre una mesa detrás de ella.

Quiso seguir repitiendo su nombre, mas no pudo. Su boca empezó a ser devorada con avidez por él. Las manos de Rodrigo desabotonaron con dureza los botones de su blusa al tiempo que sus labios devoraban con necesidad aquel lóbulo izquierdo que era uno de los puntos cumbres que la llevaban al éxtasis infinito.

Chilló de excitación al percibir cómo empujaba con su entrepierna su interior mientras que con una mano acariciaba con fiereza su pecho izquierdo. Aquella bajó con desesperación hacia una de sus nalgas para unirse a la mano derecha de él. Con rapidez, descendió debajo de su ropa interior y acarició su trasero con frenesí, empujándola contra él para ayudarlo a su próximo e inevitable acoplamiento, provocando que ella gimiera de placer.

—Oye... —dijo luego de recuperar su respiración después de su primer orgasmo, pero solo de manera momentánea.

Al percibir cómo era desnudada por él, mientras este desamarraba la chompa que tenía atada a su cintura para luego volver arriba para terminar de quitarle la blusa, quedó asombrada. A diferencia de otras veces, él ni siquiera reparaba en quitarle el brassier, simplemente se lo levantaba para devorar sus pechos mientras que con sus manos terminaba de quitarle la ropa interior y empezaba a introducirse en ella, empujándola con desesperación y fiereza.

Se preguntó qué diablos le pasaba. El Rodrigo desesperado, posesivo y con signos de salvajismo distaba mucho del tierno, paciente y amoroso que había conocido.

—Hey... —habló, pero de nuevo, sus palabras fueron acalladas por los besos ansiosos de él.

Rodrigo no quería hablar, solo actuar, pero esto no era percibido al comienzo por Aira. Los reclamos de la joven continuaron siendo acallados por los besos de él al tiempo que sus cuerpos se unían de forma tan imperiosa para llegar al momento cumbre. Pero, en ese instante, él se contuvo. No quería culminar, no todavía. Cuando la vio contraerse, aferrarse con sus uñas a su espalda y gritar de placer, sonrió complacido. De inmediato, una idea lo invadió y actuó con premura.

La bajó de la mesa. Deseoso de cómo estaba por alargar la inmensa gama de placeres exquisitos que percibía, la colocó a horcajadas sobre el piso de la habitación, de espaldas a él y apoyada a la parte lateral de la cama.

—Rodri —dijo en un susurro, que fue ignorado por él.

Con avidez le levantó la falda para tener el ángulo que días atrás había extrañado. Y allí se hallaba frente a él, su Aira, su mujer, a su merced, deseable, de espaldas, con su fina espalda, su espina dorsal devorada por él, haciéndola gemir, provocando que sus sonidos lo estimularan, que su interior se tensara, que su cuerpo le reclamara y le dijera que sí, que volviera a ella. Él no esperó más, se volvió a introducir dentro de ella con desesperación, mientras la joven percibía que cada célula de su ser se extrapolaba al infinito con cada embestida que él le entregaba. Y, sin darse cuenta, ella también empezó a devolverle sus movimientos, terminando de componer aquel cuadro de pintura. Era una unión perfecta, inefable, indescriptible.

Ambos se movían, uno hacia adelante, la otra hacia atrás, en un baile infinito sin fin, en una entrega mutua de placer, solo sazonado un poco más por la estimulación doble que él le provocaba en ella al jugar con sus dedos derechos sobre su otro punto de placer. Era una sincronización perfecta iniciada por el deseo, compuesta por la necesidad, motivada por la avidez, que no tenía miramiento alguno... y era que aquella habitación, clandestina, de colores claros, se abrió a los dos, a aquellos cuerpos que solo querían amarse y entregarse sin límite alguno.

Aunque ambos llevaban tatuados en su ropa la insignia del colegio al que pertenecían, en esas cuatro paredes aquellas desaparecieron por completo. Él solo quería poseerla, solo quería amarla, sin más, sin ataduras, sin códigos de ética, sin más tiempo que esperar, sin más cosas que reprochar, sin más límites que mirar...

El cuerpo de él deseaba y sentía de esa manera por ella, solo por ella. Actuaba como un hombre solo motivado por el deseo y pasión contenidos por la mujer que adoraba. Quería amar con ella hasta el infinito. Alcanzar tierras inhóspitas de la pasión. Explorarla hasta límites insospechados; por eso... por eso, no tuvo reparos cuando en un momento de descanso y regularización de su respiración contempló su trasero. Aunque no era muy exuberante, esto no le importó. Le pareció que estaba dibujado por las curvas más perfectas que alguna vez pudiera haber apreciado. Y era de él, solo apreciado por él de aquella manera. Mas, a pesar de que todavía se hallaba en el interior de la muchacha y el placer por ello lo envolvía, esto no le bastó.

Embobado y enceguecido por la pasión, un pensamiento poco casto lo embargó. Con cuidado, mojó uno de sus dedos y lo introdujo dentro de las nalgas de la joven al tiempo que continuaba y se compaginaba con sus movimientos acompasados en su otro interior.

—¡Rodri! —dijo, confundida.

En ese instante, el joven acomodó su mentón sobre el hombro izquierdo de ella. Trataba de regularizar su respiración, mientras sonreía de excitación.

—¿Qué pasa? —preguntó, por fin, respondiendo a sus requerimientos.

Una dubitativa Aira le indicó con un gesto en la cabeza hacia atrás. Él solo sonrió al ver la cara de confusión e inocencia en la joven.

La adolescente pasó saliva. Avergonzada, formuló con palabras a continuación:

—¿Qué...? ¿Qué me estás haciendo?

—¿Eh?

—¿Qué te pasa hoy? Estás muy raro, ¿sabes?

—Raro dices.

Ella asintió.

—¿A qué te refieres?

—Pues esto... —Movió su mano como pudo para tocar la suya que tenía su dedo introducido dentro de ella.

—Ahhh.

—Ahhh.

—¿Te incomoda?

—No —dijo, dubitativa—. Es solo que...

Aunque todo su cuerpo se había tensado a tal punto de su piel hacerla vibrar y sus vellos erizar, le parecía poco higiénico y súper vergonzoso que Rodrigo, tan escrupuloso como lo conocía, llegara a aquella situación con ella. Y así se lo hizo saber.

—No me parece asqueroso para nada —confirmó muy seguro de sí—. Pero si no te gusta, lo dejamos.

Y al decir eso, se separó de ella.

—¡Hey! —Se apresuró en darse la vuelta—. No he dicho que no me guste, es solo que...

—¿Qué?

—Hoy estás...

Rodrigo enarcó la ceja.

‹‹¿Rudo? ¿Salvaje?››, pensó. ‹‹¿Cómo calificarlo? ¡Es que hasta suena ridículo viniendo de él! Pero, ¿si le digo que está muy salvaje, eso quiere decir que ya no me hará el amor como hoy?››.

—¿Cómo decírtelo, Rodri? Tú hoy estás... estás...

—¿Qué cosa?

‹‹¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Me ha tocado el trasero! ¡¿Qué significa esto?! ¿No le daré asco? ¿No le daré...?››.

—Aira, ¿qué cosa quieres decirme?

Ella lo miró, entre avergonzada y complacida. Le gustaba esa nueva faceta de Rodrigo, cierto. Pero sus temores iniciales de que no le gustase hacer el amor con ella al saberse sudorosa, menos al explorarle aquellas zonas a los que nadie había tenido acceso, que consideraba tan íntimos y a la vez asquerosos, la llenaban de una vergüenza tal que el color rosa de su rostro se acrecentó.

—No sé qué es lo que quieres decir, pero si no me lo haces saber, tampoco me enteraré.

—Sí, lo sé. Es solo que... —Le desvió la mirada—. Es solo que...

—¿Sí?

Él la contempló, ansioso por su respuesta. Mas la joven solo se sentó sobre la cama y se cubrió con la almohada, al sentir que su rostro le ardía por el bochorno que la invadía. Esto fue interpretado por Rodrigo, pero de una manera equivocada.

Él resopló profundo, un poco decepcionado. Luego agregó:

—Nunca había venido a un hotel a hacer el amor, menos hecho estas cosas. —Miró a las cuatro paredes de la habitación—. Supongo que me dejé llevar sin tomar en cuenta tu opinión. Discúlpame si te fastidió. No volverá a pasar.

Iba a separarse de ella para acomodarse su ropa interior y el cierre de su pantalón, pero de inmediato, fue halado por Aira para que se sentara a su lado.

—¿Eh?

—Dime algo con sinceridad.

—Siempre soy sincero, recuerda que por mi síndrome muy pocas veces miento.

—¡Era un decir! Pero me refería a si, cuando te pregunte lo siguiente, me responderás con la verdad, por favor.

—Me parece algo redundante sabiendo que soy yo con quien hablas y nunca miento, pero bueno. —Se encogió de hombros.

—Okeeeeey. —Ella rodó los ojos recordando lo corrector obsesivo que era—. Pero volvamos a lo que te decía. Júrame que, si te pregunto algo ahora, a todo me responderás con la verdad.

—Aira...

—Por favor... —Lo miró con ojos de cordero degollado.

Rodrigo resopló profundo. Alzó la mano derecha imitando el gesto de ella y le dijo ‹‹Lo juro››.

—Primero, quiero saber... ¿Es la primera vez que vienes a un hotel?

—Sí —dijo todavía poco convencido del porqué de ese interrogatorio.

—No... ¿No viniste nunca con Noelia a uno? —pregunto, ansiosa.

—¿Otra vez vas a sacar el tema de Noelia? —arguyó, fastidiado.

—Pero, Rodri...

—¡Creí que lo habías dejado atrás!

—Sí, pero, por favor, solo respóndeme.

Él enarcó la ceja. Ella lo siguió contemplando, implorante por su respuesta.

—¡No! —contestó, muy seguro—. Nunca vine a un hotel con ella.

—¿Por qué?

—¿Nunca se me ocurrió? —Él se encogió de hombros—. ¡Yo que se sé! Tenía mi departamento propio. Siempre que se nos antojaba... —hizo una pausa—, bueno tú sabes —ella asintió—, pues nos íbamos para allá y ya. Solo una vez, durante un viaje escolar, surgió el tema, pero me negué de plano. Ella se enojó, aunque después se le pasó cuando volvimos a Lima.

—¿Por qué?

—¿Por que qué?

—¿Por qué no fuiste a un hotel en esa ocasión con ella?

—Ahhhh. ¡Porque los hoteles son tan poco higiénicos! Una vez leí una noticia de que eran pocos los que lavaban de verdad las sábanas y tal. —Hizo un gesto de asco.

—¿En serio?

—Sí.

—¡Qué asco!

Él asintió.

—Viniendo de ti y de tu apego por las cosas limpias y demás, como el llevar cubiertos a los restaurantes o el no comer en los puestos de venta ambulante, no me sorprende, además.

—Sí que me conoces bien, ¿eh? —Sonrió y ella con él—. Pero sí, uno debe tener mucho cuidado en qué hotel se hospedará y más para hacer el amor con su pareja. No es algo por lo que sienta especial afición, como puede pasarle a otras personas. —Se echó boca arriba y se acarició la cabeza para retirarse un mechón de su cabello.

En ese instante, la afirmación de Rodrigo solo la había motivado a continuar con su interrogatorio

—Y entonces... Entonces, ¿cómo se te ocurrió venir a un hotel conmigo?

—¿Eh? —Volteó a contemplarla, interrogativo.

—¿No es algo contradictorio lo que has dicho y que ahora...? ¿Ahora...? ¿Ahora tú y yo estemos en esta situación?

Se colocó encima de él, con las piernas abiertas sobre su cintura, provocando roces que estimularon que se despertara lo que antes ya se había dormitado. Él sonrió, excitado al tiempo que la abrazaba de la cintura.

—¿No decías que no te gustaba? Pensé que no querías seguir haciéndolo.

—¡Yo nunca dije eso! Tú lo interpretaste así.

—Bueno...

Se incorporó para besarle uno de sus pezones, provocando que ella chillara. Aira sabía lo que vendría después. No obstante, antes de que continuara, quería estar segura de que sus dudas fueran disipadas.

—¿No es algo contradictorio que digas que no te gustan los hoteles por lo antihigiénicos que son, pero que ahora me hayas dicho para venir contigo aquí?

Rodrigo levantó una ceja, confundido.

—¿Qué me dices a eso?

Él se encogió de hombros.

—Bueno, una de las razones por las que vine primero que tú, no solo fue para salir separados del colegio y que nadie nos viera, sino también porque quería cerciorarme del estado de la habitación.

—¿Ah?

—Nunca te haría el amor en un lugar sucio, o por lo menos medianamente aséptico.

—¿Asepqué?

—Aséptico. Es sinónimo de esterilizado. —Hizo un gesto de niño sabihondo, que le provocó a Aira un puchero.

—Ahhh.

—Ahhh.

—Se me olvidó tu afición por las palabras raras.

Él sonrió.

—Pero si me lo has hecho en la enfermería del colegio —replicó.

—Una enfermería o centro de salud es el primer lugar en ser esterilizado —dijo muy orondo, pareciendo un sabelotodo.

—¿En serio?

—Claro. ¿No ves que tienen que atender ahí a un enfermo? Sería peligroso curarlo en un lugar sucio.

Hizo un gesto de decepción. No obstante, eso no significaba que iba a dar su batalla por perdida.

—¿Y en la cocina de tu casa el día de nuestra reconciliación? No creo que hacer el amor sobre el repostero sea lo más recomendable.

—Técnicamente, comenzamos en la cocina, pero luego lo consumamos en el comedor.

Volvió a hacer un puchero. Odiaba que tuviera la razón.

—Pero en el comedor tampoco es recomendable —contraatacó, esperanzada—. Ahí se come, digo yo.

—Y antes de hacerlo retiré el mantel.

Aira abrió los ojos, sorprendida.

—Por eso fue que sentí la espalda fría.

Él asintió.

—¿Y la ducha cuando lo hicimos con ropa?

—Limpio el baño cada dos o tres días con lejía.

—¿La sala?

—La aspiro todos los días.

Ella abrió los ojos ampliamente, muy asombrada.

—Cambio las fundas de los sofás cada semana y las lavo a temperatura de 60° en la lavadora —prosiguió—. Lo mismo con mis sábanas y cortinas. Para alguien como yo, que sufre de asma, no es recomendable vivir en un ambiente que tenga mucho polvo. Cuando puedo, me despierto media hora antes de lo habitual, antes de trabajar, para hacer una limpieza diaria rápida, luego hago una más profunda cada semana.

—¿En serio?

—Ajá. Y ten por seguro que, antes de que vinieras, me he fijado que cada rincón de la habitación y del baño estén dentro de los estándares de limpieza aceptables. El baño en especial tiene un olor a Poett bebé, muy bueno. Y las sábanas de esta cama huelen a un rico suavizante. Solo en una habitación con estas condiciones haría el amor contigo.

—¡Guau! —Se encaramó sobre su cuello y lo miró extasiada, dando de buena gana su batalla por perdida—. No existen muchos hombres como tú, obsesionados con la limpieza.

—Bueno, supongo que es otra de mis peculiaridades. —Se encogió de hombros.

Le ordenó el flequillo, dándole un beso en los labios y contemplándolo totalmente enamorada. Saber que había sido tan cuidadoso con los lugares en donde su amor se consumara le provocaba una ternura inmensa.

—Si es que cuando digo que eres el enamorado perfecto, no puedo estar menos que equivocada. —Sonrió.

—Gracias —dijo orgulloso.

‹‹Mejor para mí, porque no me gusta hacer las labores de la casa. Si algún día vivimos juntos con Marquitos, ya sé a quién encargarle la limpieza de todo››, pensó, divertida.

No obstante, al reparar en su obsesión por la limpieza y recordar lo que le había provocado vergüenza, su temor inicial volvió. De inmediato, resolvió dejarse de medias tintas y tomar el toro por las astas, tal y como se había prometido en que se esforzaría porque no hubiera malentendidos en su relación.

—¿Puedo hacerte otra pregunta?

—Dime.

—¿Por qué...? —Lo miró de reojo, imposibilitada de no sentirse abochornada, a pesar de su resolución—. ¡¿Por qué me metiste el dedo en el trasero?! —dijo tapándose el rostro con ambas manos y separándose ligeramente de él.

Él sonrió, divertido.

—Si te digo la verdad, no lo sé.

—¿Ah? —Retiró las manos de su rostro para contemplarlo.

—¡Yo que sé! Estar aquí, en un hotel, al que nunca he venido antes con alguien...

Le acarició el seno derecho. Entrelazó los dedos de su mano derecha con la izquierda de ella en donde colgaban las pulseras rojas de ambos.

‹‹¿Ya no le molesta que sude mi mano?››, pensó temerosa. Pero, para su asombro, a él parecía no importarle. Más todavía, cuando le dio un tierno beso en la boca y con su mano libre aferró su cintura a la de él.

—Te vi hermosa en la puerta del umbral. —Acarició su nuca para ayudarse a besarla mejor—. Y aquí solos, en estas cuatro paredes, en donde nadie nos conoce y nos puede juzgar como profesor y alumna, lejos de todo y de todos...

—Rodri... —Le acarició la nuca, jugando con el pelo de él. El olor de su shampoo se coló por sus glándulas olfativas, provocándole una agradable sensación.

En ese instante, la abrazó muy fuerte, tanto que Aira lo comparó con esa tarde que se aferró a ella, antes de despedirse para irse con Marquitos.

—¿Sabes lo frustrante que es verte a lo lejos durante horas y horas, aparentar que eres solo mi alumna y no poder siquiera darte un beso o abrazo, cuando me muero de deseo por hacerte mi mujer?

—Rodri... —dijo, conmovida.

—¡Creo que me volveré loco! Me volveré loco, Aira. —Se separó de ella y la contempló—. En cambio, en estas cuatro paredes, puedo besarte como quiero —le besó el cuello—, tocarte como quiero —le acarició el pezón derecho y succionó de él, provocando que ella chillara—, amarte como quiero—, uno de sus dedos se introdujo dentro de la joven provocando que su cuerpo se tensara—. En este lugar no encuentro límites para ti y para mí. Solo somos tú y yo, y esto que nos une, ¿comprendes? —La observó esperando una respuesta.

Ella asintió con la cabeza.

—Eres mi mujer, ya te lo dije, la que escogí para mí...

Volvió a asentir, conmovida por sus palabras, aunque las hubiera escuchado días atrás.

—Y no quiero tener límites para amarte, por lo menos, no por los impuestos por personas ajenas a nosotros. Perdóname si me he portado de manera inapropiada hoy, y si algo te incomoda cuando te hago el amor, no dudes en decírmelo. La comunicación es muy importante si queremos que esto funcione. Acuérdate lo que hablamos el día que nos reconciliamos.

—Lo recuerdo.

—No quiero de nuevo malentendidos o peleas por ocultar cosas.

Aira sintió un estrujón al darse cuenta de que, por más que lo había prometido, no podía sincerarse con Rodrigo como quisiera. Su garganta le comenzó a arder al verse imposibilitada de no soltar aquello que la atosigaba.

—Confío en que todo será mejor para nosotros de ahora en adelante, pero solo si ponemos de nuestra parte.

—Yo también —dijo con tristeza.

Se sentía miserable por estar en aquella situación y burlar la confianza que Rodrigo, de nuevo, había depositado en ella. El estrujón en su garganta era de tal manera, que solo pequeñas lágrimas fueron el desahogo inicial para dejar escapar el sentimiento de culpa que la embargaba.

—Te quiero, Aira. —Le dio un beso en los ojos al notar que lloraba.

—¡Rodri!

Ella se aferró a su cuello con firmeza. Él se preocupó al notar su pecho y el cuello de su camisa estaban mojados.

—¿Algo te dolió? ¿Fui muy brusco? ¿Por qué estás llorando? ¡Por Dios, Aira, respóndeme, que me estoy preocupando! —preguntaba mientras trataba de elevarle el rostro para contemplarla, pero ella se negaba.

—¡Déjame llorar!

—¿Eh? ¿Pero estás bien? ¿Te lesionaste o algo? Quizá se me fue la mano y yo...

—¡Calla! ¡Solo estoy llorando de felicidad!

—Ahhh.

‹‹Lo siento, Rodri››, pensó. ‹‹Pero ten por seguro que, ni bien pueda, sabrás la verdad de todo››, se dijo mientras seguía llorando.

Luego de que se desahogara y limpiarse las lágrimas, ella le terminó por confesar sus temores iniciales.

Él se le quedó contemplando con el rostro serio, apoyado en su mano derecha, pensativo, provocando en la muchacha decenas de dudas y de preguntas. Mas, en el fondo, lo que el joven buscaba era terminar por procesar lo que ella le había soltado. Cuando se dio cuenta de que no había estado equivocada en sus temores, debido a su rechazo inicial por sus manos sudorosas, así como su obsesión por la limpieza, soltó una carcajada tal, que a Aira la tomó desencajada.

—Pero, ¿cómo voy a tener asco de ti, tontita? —Sonrió, aunque Aira todavía no estaba muy convencida—. Admito que todavía me causa asco el tocar el sudor de las personas —Hizo un gesto de repugnancia—. Esta es una de las razones por las que nunca tuve inclinación por los deportes colectivos y cuando mi psicólogo me sugirió practicar algún deporte, preferí ir al gimnasio y correr por mi cuenta, pero...

—¿Pero?

Ella lo miró, todavía dubitativa.

—Hemos hecho el amor ya varias veces y no necesariamente lo hemos hecho sin sudar.

—¿Ehhhh?

—Digo, tanto tú y yo hemos sudado. Es algo natural, ¿no?

—Sí, pero...

—¿Tú has tenido asco de mí cuando hemos hecho el amor y me has sentido sudar?

—¡Claro que no! —dijo ligeramente ofendida.

—Pues lo mismo ocurre conmigo respecto a ti. —Le agarró la mano izquierda, y entrelazó los dedos de ella a los de él—. Recuerda lo que te dije hace tiempo, no tengo por qué sentir asco de ti. —Tocó con ternura la palma de su mano, todavía sudorosa—. Por eso le llaman a esto hacer el amor.

—¡Rodri!

Ella se encaramó en él y lo abrazó muy fuerte, siendo correspondida por Rodrigo. Posteriormente, y siendo el curso al que había llegado la conversación, Aira se sintió envalentonada y formuló lo último que quedaba por aclarar.

—¿Y....? ¿Y sobre lo otro...?

—¿Eh?

—¿Sobre lo otro que piensas?

—¿Qué cosa?

—Ya sabes —sus mejillas volvieron a arderle—, tu dedo... mi trasero...

—¡Ahhh! Eso.

—Sí, ‹‹eso››. Por ahí sale el ‹‹dos››. —Se tapó los ojos durante unos segundos—. ¡Debe de oler feo! ¡Qué vergüenza, por Dios!

—Bueno...

Se le quedó viendo en un gesto indescifrable.

—¿Sí?

En ese instante, el rostro de Rodrigo se puso como un tomate. A ella le causó curiosidad y así se lo hizo saber.

—Si te confieso —la miró de reojo—, lo que menos se me pasó por la mente fue a qué olía. En realidad, la pasé muy bien al sentir que yo... ahí...

El color rojo de su rostro pasó a sus orejas. Todo en él parecía una tetera en ebullición.

—¿En qué pensaste? Vamos, Rodri, dímelo.

—Si te lo digo, prometes no reírte.

—No, claro que no, pero...

Se lo quedó observando con curiosidad. De pronto, una conclusión llegó a ella, provocando que abriera sus ojos como plato, totalmente asombrada.

—Creo que tanto porno, que has visto últimamente para saber cómo complacer a tu pareja, te ha corrompido el cerebro.

—¿Ah? —habló con el rostro desencajado.

—¡Rodri, eres ambicioso! Ya no solo quieres quitarme la virginidad por delante, sino también por detrás.

—¡Estás equivocada! ¡Yo no soy de esos que les guste hacerlo por ahí! ¡Nunca lo he hecho de esa manera además! —trató en vano de excusarse.

—¡Mi culito, pobrecito! —Hizo un gesto de falsa tristeza, acentuando su puchero más de la cuenta.

—¡Aira!

Ella comenzó a reírse tanto, que no fue solo porque Rodrigo le hizo recordar que había prometido no hacerlo hasta que se calmó. Pasados unos segundos, de tensa espera para él, de comicidad para ella, la remembranza de algunas sensaciones la trajo de nuevo a la realidad.

—Entonces, eso quiere decir que no te dio asco el ponerme el dedo ahí, ¿no?

Él negó con la cabeza, todavía incapaz de observarla de reojo por la vergüenza que sentía.

—Si te confieso —prosiguió—, me gustó esta nueva faceta tuya hoy.

—¿Eh?

—Apasionado... rudo... ¿salvaje quizá? Rodri, the wild boy.

Ella rió provocando que Rodrigo volviera a sentirse abochornado.

—Aira, prometiste no burlarte.

—Pero no me refiero solo a que me quieras quitar la virginidad por detrás. ¡Mi culito, pobrecito! —Soltó una carcajada.

—¿Vas a insistir con eso?

—¡Tonto! Me refiero a todo cómo actuaste hoy, cuando ni bien nos encontramos, cómo me pusiste sobre la mesa y luego sobre el piso. —Se apoyó sobre su codo derecho para contemplarlo mejor—. Me gusta que seas así, más espontáneo... más impulsivo en tus acciones... más...

Él se le quedó mirando, esperando a que terminara lo que tenía que decir.

—Aunque adoro tu manera de ser tan peculiar por tu síndrome, que te hace ser tan cuadriculado en muchas cosas, me gusta ver este crecimiento en ti... tan apasionado, que nunca creí que conocería esta nueva faceta en ti. —Se colocó encima de él y lo contempló con total enamoramiento—. ¡Me encantas tanto!

—Y tú a mí.

Ella se aferró al cuello de él mientras ambos se dedicaban un tierno beso, el cual luego mutó a uno más apasionado, que iba in crescendo. Sus células se extrapolaron, fundiéndose de placer, de excitación, de ambición, del uno por el otro, sin límite alguno.

De inmediato, Rodrigo no esperó más. Se quitó la camisa mientras que sus manos terminaban por desabotonar con tanta avidez la blusa de la muchacha. Ella escuchó que algo caía debajo de sí. Quiso bajar su rostro para fijarse qué era, mas no tuvo tiempo. Él ya la había colocado sobre la cama y él a horcajadas sobre ella, para luego besarla con ambición por el cuello y bajar por sus senos.

Un pensamiento cruzó por su mente. Sin reparos, lo formuló, provocando que el joven enarcara la ceja, confundido.

—¿Quieres continuar en donde lo dejamos?

Ella asintió.

—De todas las formas que lo hemos hecho, le estoy empezando a agarrar el gusto por el perrito, sobre todo porque, por la posición, te permite a ti tocarme ahí adelante. Y yo... yo... —dijo ligeramente avergonzada, cubriéndose el rostro con la primera almohada que su mano derecha cogió.

—¿Te refieres aquí? —expresó al tiempo que le acariciaba su clítoris y ella se estremeció.

—S-sí. Se siente muy bien —habló casi en un susurro mientras cogió la otra almohada que tenía de lado y terminó de cubrirse el rostro con ambas—. ¿Podemos continuar haciéndolo así?

—Bueno... —dijo empujándola de costado para proseguir.

Mas, antes de hacerlo como tenía pensado, lo siguiente que le propusiera ensanchó sus ojos por completo. Él pasó saliva, dubitativo.

—¿Estás...? ¿Estás segura? —Volvió a pasar saliva.

Ella asintió al tiempo que volvía a cubrirse su rostro con ambas almohadas.

—Mira que yo no quise decir que quería llegar a ello. —Hizo una pausa—. Solo me dejé llevar brevemente por el ambiente. Quería amarte sin miramientos...

—Sin límites de nada —lo interrumpió. Se retiró las almohadas y lo contempló muy segura de sí—. Según te entendí, tú quieres amarme sin ningún límite alguno, solo lo que nos une a los dos, ¿cierto?

—Sí.

—Y es por eso que hoy, me has traído a un lugar que nunca antes habías venido, ¿cierto?

Él asintió.

—Y según mencionaste antes, nunca lo habías hecho por ahí —con su dedo índice se refirió a su parte trasera, provocando que Rodrigo enarcara la ceja—, ni con tu ex, ¿cierto?

—¿Vas a volver a traer a Noelia a colación? —dijo, fastidiado.

—Respóndeme, ¿es verdad o no?

—¡Claro que es verdad! Yo nunca miento.

Ella sonrió, complacida.

—Entonces, eso quiere decir que, por primera vez, estaríamos en igual ventaja experimentando algo los dos juntos.

—Bueno, yo...

Se rascó el pelo, confundido sin saber qué decir o hacer. La joven se incorporó y lo abrazó por el cuello.

—Intentémoslo. Ya si no me gusta, ten por seguro que te lo diré.

—¿Estás segura? He leído que eso no es muy agradable para algunas mujeres, para otras sí... depende... no sé...

Lo cogió del mentón y lo contempló. Finalmente, agregó con firmeza:

—¿Puedes continuar amándome sin límites como hace unos instantes y mostrarme más de esta loca faceta tuya? Aquí, en estas cuatro paredes, mientras tenemos unas cuantas horas solo para nosotros dos.

—Aira...

—Quiero que me ames como a nadie más has amado.

Le acarició la mejilla izquierda. Él hizo lo propio para luego besar la palma de la mano que le arrullaba.

—Está bien.

—Diooooos, qué miedo. ¡Mi culito, pobrecito! —habló en un falso tono de ayuda.

—¡Aira!

Ella se carcajeó.

—No ayudas mucho, ¿eh? —agregó Rodrigo, separándose de ella.

Buscó su camisa y se la colocó. De inmediato, ella se levantó de la cama y le reclamó:

—¿Por qué te vistes?

—Si vamos a hacer lo que propones, hay que hacerlo en condiciones. —Terminó de abotonarse los botones de una de las muñecas de la camisa—. Solo tengo algunos preservativos, nada más. Hay que ir a la farmacia y comprar lo que hace falta.

—Pues sí que sabes de eso, aunque nunca lo hayas hecho antes, ¿eh?

—¿A qué te refieres? —Le dio la espalda para cerciorarse en el espejo de la habitación si la camisa estaba bien colocada.

—Es un hecho universal que yo veo porno y que sé a qué te refieres con ‹‹hacerlo en condiciones››.

Él enarcó la ceja ante su desparpajo. Pensó en regañarla por ello y decirle que no estaba bien que viera esas cosas, mas prefirió obviarlo porque no se sentía todavía cómodo hablando sobre el asunto.

—Pero como no soy la única que ve porno, pues tú estás muy enterado sobre cómo debes prepararme para tener sexo por... tú ya sabes.

—¡¿Vas a insistir con eso?!

—¿Acaso no te descubrí viendo porno esa vez de Año Nuevo?

—¡Eso fue porque quería saber cómo hacerlo bien con una virgen!

—¿Y luego de eso qué? Ha pasado mucho tiempo, pero sigues viendo porno, pillín.

—Yo nunca admití que lo hacía.

—Tampoco lo negaste.

—Aira...

—¿Continuaste viendo porno y por eso sabes cómo debes prepararme para estas nuevas circunstancias, sí o no?

Rodrigo se sonrojó como un tomate. De inmediato, le dio la espalda y buscó su suéter para colocárselo encima de la camisa. Aira se carcajeó.

—¡Te descubrí, pillín!

—¡Contigo es imposible!

En ese instante, él hizo el ademán de abrir la puerta de la habitación.

—¿Ya te vas? Espera, que me visto.

—Voy a ir solo.

—¿Eh?

—No es conveniente que nos vean a los dos por ahí y más en un lugar tan concurrido como este.

—Sí, pero...

—Acuérdate lo que hablamos.

—Lo sé, pero... —Ella hizo un gesto de decepción—. No puedo evitar sentirme un poco desilusionada, ¿ok?

Él soltó la perilla de la puerta y se acercó hacia ella de inmediato. Le acarició el rostro con ambas manos para luego besarla en la frente.

—No tardo. —Empezó a abotonarle la blusa, mas no pudo continuar—. Espérame, chiquita linda. —Le dio un beso en la boca, le dedicó una tierna sonrisa y luego se alejó para irse.

Pero, antes de que cerrara la puerta, lo siguiente que diría Aira lo atajaría.

—Rodri...

—Dime.

—¿Sabes coser botones?

—¿Ah?

—¿Sabes o no?

—No. Soy pésimo para las manualidades y cosas de esas.

—Ni modo, tendré que hacerlo yo. The wild boy y sus consecuencias.

—¿Eh?

—Nada. Compra también una aguja e hilo, por favor...

********

Anotaciones finales

Este capítulo me está saliendo larguísimo, así que por eso habrán visto que lo he dividido en dos. El siguiente lo tendrán en breve, en los próximos días.

Por último, ¿sorprendidos por las nuevas facetas de Rodrigo y de Aira? Bueno, recuerden lo que les decía en notas de autora meses atrás, ambos han madurado, tanto como persona y como pareja. 

Nos vemos en breve con la parte dos del capítulo 10 ;)

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