Capítulo 4. ¿Cómo orgullo y prejuicio?
De acuerdo, no llegué tarde a la clase de biología, sino a la clase de química, ¿y saben con quién? Sí, con él, con princeso.
Retrocediendo unos cuantos minutos... con exactitud treinta. Bajé tranquilamente del microbús, sin ningún altercado —misteriosamente—, cuando una silueta me detuvo: Josué; el muchacho que me había gustado en la escuela. Se veía tan lindo como lo recordaba.
Habían pasado muchos meses desde la última vez que mis ojos lo vieron, así que me quedé toda boba viéndolo con la baba escurriendo por lo boca.
Fue así como me tardé y llegué tarde a la academia. Porque lo miré hasta que él decidió seguir su camino junto a sus hermanas.
Por más que corrí y corrí, llegué tarde, y grande fue mi sorpresa al toparme con princeso en la entrada. Se había hecho tarde también, claro que no por una tontería como la mía. O quién sabe sí.
La cuestión es que subí tras él las escaleras hasta llegar al salón. El profesor de química orgánica nos retuvo en la puerta. Miró su reloj y dijo:
—Pasarán, pero deben resolver un ejercicio.
Asentimos.
Escribió dos ejercicios en la pizarra y nos indicó desarrollarlos. Cuando pasamos, nuestros compañeros imitaron el sonido de la ambulancia. ¡Uh, uh, uh!
Pobre de mi princeso, se puso rojo como tomate. Tomó el primer ejercicio, mientras yo el otro. En cuanto lo desarrollábamos, escuché la voz de Natalia.
—Jeimy, Jeimy —susurró, pero lo suficientemente fuerte para alentar al resto a repetir mi nombre. Luego siguió—: princeso, princeso.
El aludido seguía desarrollando el ejercicio, no sé si escuchó los cotilleos, bueno es decir si prestó atención, pero si no lo hizo, Natalia se encargó de que sí lo hiciera.
Después de terminar los ejercicios, el profesor nos dio permiso para ir a nuestros asientos; cuando lo hicimos, al pasar princeso junto a la pandilla, susurraron mi nombre.
¡Adiós dignidad!
Miré a Nati con expresión de advertencia. Llegué al asiento que ella me había separado en medio de las miradas y risas de todos.
—Esta miércoles, te pasas. Aurita, te meto tu keche(palabra a la que utilizábamos para referirnos a golpe).
—Pa que sepa quién eres pue, miércoles.
—Espérate nomás —le advertí. Ya vería como vengarme.
Y así fue, cuando el chico que le gustaba a Natalia pasó después del receso, empecé a susurrar su nombre. Ella se escondió pegando su cara al pupitre, pero fue para su mal, porque el chico obviamente se dio cuenta que se trataba de ella.
A fin y acabo nunca se llegó a ejecutar el plan, sí llegué tarde a una clase de biología, pero no al propósito, sino porque nos quedamos con Natalia más tiempo en el receso. Y sí nos detuvo el profesor para hacernos preguntas, y las contesté no porque las supiera, sino porque Brandy me sopló las respuestas desde su asiento. No tuve más alternativa, porque princeso no había ido ese día, y no tenía ganas de cantar.
Armamos un nuevo plan: hacerme la dormida y recostarme en el hombro de princeso. Mi mayor cómplice: Natalia.
—Pero no le vayas a babear —dijo riéndose.
Me reí con todas la de la ley imaginando que me durmiese de verdad y le babeara el hombro como babeaba mi almohada cuando dormía.
—No pues, solo me voy a hacer la dormida.
—Es que conociendo tus antecedentes.
Natalia conocía todas mis anécdotas, las más vergonzosas. Por ejemplo, aquella vez cuando dejé mi cartera con pegatina sobre mi ropa recién lavada que había dejado sobre la silla. Claro que, si hubiese sido más ordenada, y hubiese guardado mi ropa, no me hubiese pasado aquello. La cuestión es que dejé mi cartera ahí, y pues como tenía el compendio que llevaba dos días consecutivos, no arreglé mis materias. Y pues siendo yo una tardona empedernida, salí el día siguiente como hoja que se lleva el viento, tomé mi cartera y volé a la avenida. Esperaba muy tranquila, hasta que me di cuenta que algunas personas me miraban con gracia. ¿Pero qué les pasaba? ¿Tenía algo en la cara o qué?
Fruncí el ceño y miré hacia la pista a ver si venía el micro. Hasta que una chica ya no aguantó más y se soltó en risa.
—Amiga —dijo casi atragantándose con su saliva—, tienes un calzón pegado a tu cartera.
Pum se volvió a reír en mi cara pelada.
Miré inmediatamente a mi cartera para darme cuenta que la chica a la que reconocí como mi vecina lejana, decía la verdad. Mi ropa interior, mi calzón morado, colgaba de la pegatina de mi cartera.
«Trágame tierra».
Esas cosas solo le suceden a Jeimy.
—¡Ay, pero de dónde salió! —expresé fingida haciendo uso de mi actuación. Lo cogí con las puntitas de mis dedos, fingiendo asco, y lo arrojé al más allá.
La tipita burlona no dejaba de reír.
En cuanto el micro se dignó en venir, subí presurosa y desaparecí de sus burlones ojos.
Ese triste suceso le conté a Natalia y no dejaba de reír.
La cuestión es que me advertía ensimismada, que no me vaya a dormir realmente y malogre el romántico plan. Plan que jamás me atreví a cumplir. Llegué a sentarme junto a princeso, cerré mis ojos, fui inclinando mi cabeza, pero fui demasiado cobarde para concretarlo. No pude.
En vez hicimos otras cosillas, más bien Nati hizo otras de sus ''maldades''. Todo después que princeso mostró su tierna caballerosidad.
Últimamente me sentaba junto a princeso, gracias a Natalia que llegaba temprano, y me separaba asiento junto a él. Y a él que ya no utilizaba las carpetas individuales, sino las compartidas.
Esa tarde se me cayó el borrador, él lo recogió, lo limpió y me lo entregó.
Morí y volví a vivir con su simple acto que a mí me parecía lo más hermoso del mundo mundial.
La condenada Natalia abusó de su caballerosidad y cada vez que podía, lanzaba al propósito mis cosas para que él lo recogiera. Una vez lanzó mi crayón, que no sé por qué, pero yo cargaba en mi cartuchera. Él lo recogió, lo miró con gracia, casi frunciendo el ceño, y me lo entregó. Claro, para que una chica de diecisiete años llevaría un crayón de un niño de inicial a su preparatoria. Solo yo, Jeimy. En mi defensa podría decir que le pertenecía a mi hermanito que iba al jardín de niños, y que misteriosamente llegó a mi cartuchera. Nah, seguro se lo choreé(robé).
¿Qué pensaría princeso de mí? Se reía tanto de mis ocurrencias. Se reía por cualquier cosa que yo hiciera. Creo que se sentaba cerca solo para ver qué tontería se me ocurría ese día. Por ejemplo, aquella tarde que llevé mi naranja y mi cuchillo para cortarla. El profesor me robó la mitad y se la comió sin compasión. Princeso no dejaba de reír. Otra vez lo asusté, pero claro que me asusté yo primero y pegué un fuerte grito, y se asustó, porque brincó en su asiento, y luego sonrió formando esos dos hoyuelos que me derritieron.
En esos mismos meses, Grecia y Daniela, abandonaron la pandilla, ambas fueron matriculadas a universidades privadas, la primera para estudiar obstetricia, y la segunda para estudiar administración. Ya no iban a ir más a la academia.
Nos despedimos de ellas, pero prometimos seguir en comunicación, y que nos visitarían cuando pudiesen.
Daniela me dejó un dibujito de Piglet, hecho por ella misma, y escrito lo siguiente:
Jeimy.
«Yaya, Yaya loca por naturaleza, voluble en los sentimientos, jeje. Extrañaré tus gritos, tus zonzeras.
Cuida a tu princeso, es una buena persona.
T.K.M.
Me extrañarás lo sé. Jeje =)
Pdta: Daniela.
Pero claro que la iba a extrañar. Al igual que iba a extrañar a Grecia.
Podía ver más seguido a Dani si aceptaba la beca que tenía en la universidad a la que ella se había matriculado. De la escuela me avisaron que esa universidad me regalaba una beca para estudiar en sus instalaciones, debido a las buenas notas con las que había culminado la etapa escolar, y porque había sido alcaldesa en cuarto grado. Solo debía mantener un promedio ponderado mayor a 15. Contando que la nota máxima en mi país es 20, y la mínima 11.
En mi inocencia decía: uff sobrado. En el cole para mí era baja nota sacarme 15. JAJAJA. Ahora me río de mi versión adolescente, siendo alumna universitaria y cayéndome de mi nube. La Universidad no es para nada igual al cole, es para sacarse el sombrero por los que mantienen un promedio ponderado mayor a quince.
La cuestión es que mamá quiso que vaya becada a esa universidad y estudiar la carrera cara de medicina, ya que por nuestros medios no alcanzaría pagarme ni en sueños. Pero yo tenía el sueño de estudiar en la universidad nacional, allí como a dé lugar. También escuché a Natalia decir que no debiera estudiar en esa universidad, que nadie hablaba bien de ella y bla bla. Claro que en ese entonces todos pensábamos que íbamos a ingresar a la nacional. Esa era nuestra meta. Soñábamos estar juntas, ella, Morelia, y yo, que éramos más amigas que el resto. Así que tomé la decisión de no ir a esa universidad, e ir a la nacional así sea lo último bueno que hiciese en mi vida. Aunque me preocupaba más por conquistar a princeso, y seguir junto a mis amigas. Chiquilladas supongo.
Yo no iba los sábados a la academia porque me iba a mi iglesia, y por ello no daba los exámenes simulacros que en ese día se daban, y no podía ver cuánto puntaje sacaba. También me perdía las clases de física. Excusa suficiente para acercarme a princeso.
—Anda y le dices que te enseñe la clase del sábado —dijo Morelia mirando en dirección de princeso.
El muchacho llevaba puesto una polera crema y unos pantalones jeans negros. Y tenía recostada la cabeza sobre el pupitre. Esta vez se había sentado en una carpeta individual.
—Sí miércoles —continuó Nati—, anda y dile que te enseñe.
Miré a Marcia y Brandy en busca de iluminación. Ellas también pensaban que debería acercarme a él. Así que, gozando aún del receso, me levanté toda valentona, tomé mi cuaderno y lapicero, y me encaminé hacia el ''amor de mi vida''. Me senté en la banca paralela a la de su carpeta, y le toqué suavemente para llamar su atención.
Pude sentir todas las miradas sobre mí.
Él se incorporó lentamente y reparó en mí. Mi corazón latía a toda velocidad.
Sus mejillas estaban algo sonrojadas. No por mi presencia, creo. Había algo más.
—Eh, hola —saludé nerviosa—, e... eres el amigo de Barry, ¿verdad?
—Sí.
Sacó papel higiénico de su bolsillo y estornudó.
—Es que quería preguntarte si podrías enseñarme la clase de física. —Miré en dirección de las muchachas, que nos observaban expectantes—. Los sábados no vengo a clases, y pues sé que este sábado trataron circuitos eléctricos.
—Ah, sí —contestó sin fijar mucho sus ojos en mí—, pero ahora estoy agripado, voy a contagiarte.
«No hay problema, quiero que me compartas tus gérmenes».
—No importa, no te preocupes.
—Ya.
Se levantó y se sentó junto a mí en la banca.
Levanté la mirada para ver a la pandilla tomarnos fotos. Me quise reír, pero me contuve.
Princeso comenzó con la clase particular de circuitos eléctricos, que en ese momento no entendía ni papas ni camotes. Lo que único que podía grabarme era su suave olor, su voz, su letra pequeña y redonda. El de pies a cabeza. Estaba calada hasta los huesos de él. Templada como cuerda de guitarra.
Sus dos amigos pasaron junto a nosotros y repararon sorprendidos por la escena. Uno de ellos le palmeó el hombro y le sonrió con picardía. Mi pobre muso se sonrojó y fingió que no había pasado nada. Levanté la mirada para darme cuenta que medio salón tenía sus ojos posados en nosotros.
Terminó de enseñarme, le agradecí, y volví con las muchachas. Me mostraron las fotografías que nos habían sacado de diferentes ángulos.
—Qué roche miércoles, princeso se habrá ganado.
—Sus amigos también les han tomado fotos, Jey —aseguró Morelia.
Miré en dirección de los muchachos y me fijé que me miraban curiosos.
—Cuéntanos, ¿qué te ha dicho tu princeso? —Michael se acomodó para escuchar.
Natalia reparó en mi cuaderno.
—Mira qué bonita su letra, para tus garabatos.
Me reí por lo que dijo.
Nos pasamos el resto del recreo comentando sobre el gran evento.
Morelia me prestó su libro de: Orgullo y prejuicio. Me lo leí en un santiamén, y quedé emocionada por la linda historia, y sobre todo por la carta del señor Darcy. Una carta, una carta, y si... ¿Y si le decía a princeso mis sentimientos a través de una carta? ¿Podría hacerlo como en orgullo y prejuicio?
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