11. Mantener cerca al enemigo
En todos sus años de vida, hacer amigos nuevos no fue un gran problema o algo que pudiera quitarle el sueño a Manjiro. Tenía los que quería y necesitaba. Cosa que tenía que cambiar ante su nueva meta; necesitaba acercarse o mejor dicho, obligarse a ser amigo del Satō.
El principal problema era ¿cómo hacerse amigo de Mamoru si cada vez que lo veía quería molerle la cara a golpes?
Fue tal su duda que decidió ir en busca de respuesta con algunos de sus amigos. Primero se acercó a Baji porque si tenía tan fieles compañeros como Kazutora o Chifuyu era por algo, ¿no? Pero la única respuesta que recibió fueron un par de carcajadas mientras decía que "todos lo buscaban a él".
Preguntarle a Draken tampoco fue su elección más inteligente porque fue el del tatuaje quien le devolvió la pregunta y Mikey al no recordar cómo se hicieron amigos fue regañado y "castigado" con no ser más cargado por su mejor amigo por tiempo indefinido.
Aunque claro que esto no lo detuvo y llegó hasta Muto, uno de los capitanes de la Toman y su compañero de clase, quién logró darle un par de palabras: "la amistad se da con personas que serán especiales para ti, no puedes forzarla". Una respuesta muy bonita que de nada le servía.
Al final era como lo había pensado, ganarse la confianza de Mamoru era una hazaña. No sólo era difícil porque no lo soportaba, sino porque el ojiverde no le ayudaba en nada con su cara de espantapájaros.
Compartían clases, pero era inevitable no voltearle la mirada o poner una mueca de fastidio cuando se observaban. Era simple, Mikey detestaba a Mamoru, y Mamoru lo detestaba a él.
Claro que por su mente cruzó la idea de arrojar al Satō por las escaleras y aparecer de pronto para "ayudarlo", aunque eso era un problema. En primera, Mamoru no era un tonto y evitaría caer, y en segunda tampoco quería ayudarlo, a decir verdad, sería capaz de llevar palomitas y golosinas para disfrutar en primera fila de ver la caída del ojiverde.
¿Y quién podría culparlo? Ser un impostor y haberle "arrebatado" al Hanagaki ya le había dado su pase VIP al infierno y a la lista negra de enemigos de Mikey —que creó sólo para él—.
—¿Alguien tiene dudas?
Mikey, quién parecía olvidar que estaba a mitad de su última clase del día, estaba más interesado en sus pensamientos que las palabras de cualquiera de sus profesores, así que fue natural sentirse perdido ante la pregunta de la profesora de literatura, la señorita Hibiki; una mujer joven de llamativo cabello pelirrojo, mirada muy expresiva y un vestido rosa chillón.
¿Qué carajos había dicho?
—Recuerden que este proyecto vale más de la mitad de su calificación.
Resopló fastidiado porque, aunque no cumpliera siempre con todos los trabajos de las clases, le cansaba tener que escuchar como cada uno de sus profesores se esforzaba por ver cuál de ellos era quien cargaba a sus alumnos con más proyectos y tareas.
Él tenía mejores cosas en las que pensar que una tonta tarea.
—Espero que hayan elegido bien a su compañero de equipo, porque ya no podrán cambiarlo después. —Intentó sonar firme, pero el brillo de emoción en los ojos dorados de la mujer no lo permitieron—. ¿Quedó claro?
—¡Sí, profesora! —Respondieron en coro los alumnos, porque aunque la mayoría de chicos que estaban en esa clase fueran pandilleros, también eran unos caballeros, unos a los que les parecía linda la profesora.
Manjiro estuvo a punto de ignorar la palabrería de la maestra por el resto de la clase, hasta que la idea más brillante cruzó por su mente.
¡Bendita profesora de literatura! No lo sabía, pero sería su cómplice.
—Profesora. —Mikey levantó la mano, llamando su atención—. Yo no tengo equipo —dijo con fingida lástima, pues conocía a la profesora. Era el tipo de persona a la que le podía tirar el café encima y ella le preguntaría si él estaba bien.
—¡No me digas eso, Manjiro! —La voz dramática y chillona de la mujer casi le revienta el tímpano—. ¿Cómo que no tienes un equipo para trabajar? Tenía esta actividad tan planeada que no pensé que pasaría esto. ¡Perdóname, Manjiro!
Un sentimiento de culpa estrujó el pecho del rubio porque el mejor que nadie sabía que encontrar a alguien para hacer el trabajo no sería difícil, sin embargo, si quería que su plan funcionara, debía soportar la cara lamentable de la mujer. Cómo siempre decía Emma, el fin justificaba los medios, ¿no?
El Sano negó con la cabeza, mirándola con ojos de cachorrito.
Draken frunció el ceño. ¿Desde cuándo a Mikey le interesaba hacer tareas y buscar un equipo que no fuera él o cualquier otro de sus amigos? Algo estaba planeando ese rubio mañoso.
—Oi, Mikey...
El rubio no pudo terminar de hablar porque Mikey le dió un pisotón por debajo de la mesa que casi le arranca hasta el alma.
Draken se vio tentado a levantarse y enseñarle modales a punta de coscorrones al enano grosero que tenía por mejor amigo.
Con un "no digas nada" era suficiente. Por su culpa tendría que cojear el resto del día y, además, soportar con los comentarios burlones y de doble sentido de Smiley y Baji.
—Creo que los equipos ya están completos, pero haré una excepción y te añadiré a uno —añadió orgullosa la mujer y alzó el puño, decidida. Ningún alumno suyo se quedaría solo, eso sí que no—. Veamos, quién será el afortunado.
El dedo de la mujer de paseo por toda el aula, buscando el equipo perfecto para su "solitario" alumno.
De inmediato descarto al Matsuno y compañía, pues no sólo era un equipo ya demasiado grande, sino que tenía suficiente con imaginar el desastre que sería añadir al Sano con alguien como Baji y Kazutora. Eran demasiados los rumores que esos dos eran capaces de quemar autos y romper piernas, y lo que menos quería era que Manjiro se sumara a ello.
Observó a los gemelos Kawata, pero también los descartó, pues sabía que para el menor de ellos era difícil trabajar con alguien diferente a su hermano y lo que menos deseaba era incomodar a su alumno por más conocidos que pudieran llegar a ser.
Su siguiente opción fue Pah-chan y Peh-yan, pero esos dos eran un gran duo al que estaba de más añadir alguien, porque no podían ser los alumnos más ejemplares, pero eran una pareja que se complementaba a la perfección.
La mujer lo supo, sólo quedaba una opción y era...
El corazón de Mikey casi se detuvo al vislumbrar el dedo de la mujer detenerse a su lado, señalando a su mejor amigo Draken. Esa profesora tenía que unirlo con Takemichi o nada tendría sentido. ¿Por qué no podía leer sus pensamientos?
Su mirada se clavó en el Hanagaki, algo que no pasó desapercibido para la pelirroja.
La profesora calló su risa nerviosa al comprender el mensaje de su alumno. ¿Y que si le ayudaría? Bueno, Manjiro Sano no era el mejor alumno, ni el más brillante y mucho menos el más interesado en su materia. Pero vamos, no era quien para juzgarlo, todos merecían una segunda oportunidad, así que porque no intentarlo.
Además, ¿para qué negarlo? Era una romántica empedernida y sí, también el tipo de profesora que le encantaba shippear a sus alumnos.
La combinación de un chico tan cálido como el Hanagaki junto con alguien tan particular y juguetón como el Sano le emocionaba. Con un poco de suerte, Takemichi contagiaría a Mikey con su interés por la clase —y no al revés—. Pero era un riesgo que estaba dispuesta a correr.
Además, a esa ecuación se sumaba el Satō, y claro que como amante del romance no se negaría a ver un triángulo amoroso. Un poco de drama no le vendría mal al salón de clases.
Para sorpresa del rubio, la mujer sonrió cómplice y le hizo un pequeño guiño.
—Podrías estar con Satō y Hanagaki —comentó con amabilidad. Ambos chicos alzaron la mirada, sorprendidos por las repentinas palabras de su profesora—, si ellos no tienen problema, claro.
Takemichi sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Dejarlos juntos? ¿Acaso quería ver a sus alumnos con los ojos morados?
De ninguna manera podía permitirlo, y no porque tuviera problemas para trabajar con el Sano —a pesar de su mala fama—, el único y verdadero inconveniente era Mamoru. Eran demasiados los momentos dónde ambos parecían querer sacarse los ojos, por lo que imaginarlos compartir más tiempo sólo podía ser la receta perfecta para el desastre.
Las manos de Takemichi juguetearon bajo su regazo al buscar las palabras que podía utilizar para negarse a la petición de su profesora, tratando de no lastimar a su compañero. Sin embargo, su corazón latió con fuerza y todo quedó en el olvido al vislumbrar la mueca suplicante del Sano, porque sí, era débil ante una mirada como esa. Siempre lo había sido.
Claro que para el Satō esto no pasó desapercibido, aunque esto lejos de molestarle le pareció divertido. No podía seguir subestimando a Mikey.
Mamoru lo miró con los ojos entrecerrados, examinándolo como si de esa forma pudiera encontrar algo sospechoso en su infantil rival.
Ambos rubios se miraron fijamente y entonces, con toda la inocencia que pudo contener, Mikey sonrió.
—¿Qué dicen? —Insistió la mujer, mostrándoles una mueca igual de suplicante que la del Sano—. Manjiro será un gran compañero y les ayudará, ¿verdad?
—¡Claro que sí! No los decepcionaré. —Asintió con entusiasmo Manjiro, dejando a más de uno de sus amigos boquiabierto. ¿Quién era ese Mikey y que le había hecho al verdadero?
Mamoru suspiró y volvió su mirada al frente, no sin antes tomar la mano derecha de Takemichi y apretarla sutilmente. Porque, ¿por qué no? Le demostraría al Sano que no sería fácil de vencer.
—De acuerdo, profesora. Mikey puede estar con nosotros. Takemicchi y yo seremos buenos compañeros.
Mikey mordió su labio inferior en un intentó por no gritarle a Mamoru que soltara a Takemichi. Sabía que era una provocación infantil, pero ¡Carajo! ¿Por qué no dejaba de ser un encimoso con el ojiazul?
Además, tampoco era estúpido para no darse cuenta de la amargura con la que el Satō hablaba. ¡Pero al diablo! Ya estaba un paso más cerca de ellos.
—¡Excelente! —Aplaudió con entusiasmo la profesora—. Espero mucho de ustedes, chicos.
Sin decir más, la profesora Hibiki continuó la clase, a la que no está de más decir que Manjiro no le prestó la suficiente atención. Porque aunque estaba agradecido con ella por haberle ayudado, la verdad es que haber pensado demasiado lo había cansado y él, para funcionar, debía descansar.
Minutos después de lo que pareció una pequeña siesta, el sonido del timbre logró despertar a un recuperado Manjiro, uno que decidió mantenerse quieto. O al menos así fue hasta que escuchó una conversación que era de su interés. Su sentido del oído se agudizó al reconocer un par de voces.
—¿Qué me dices, Takemicchi?
—Mis padres no estarán en casa, así que nadie nos molestará, Mamoru-kun.
Abrió los ojos y la imagen que vio le gustó tanto como para sacarse los ojos. ¿Por qué Takemichi dejaba que el desteñido del Satō estuviera tan cerca de él y le tocara el rostro?
—No veo porque no —respondió con tono coqueto el ojiverde—. Podemos hacer mucho sin que nadie nos moleste.
Manjiro se levantó de golpe y caminó a zancadas hasta llegar a ellos. ¿Dejarlos solos? Primero muerto que permitir eso.
—¡¿Ustedes para qué quieren estar solos?!
—Hola, Mikey-kun —saludo sonriente el ojiazul, incapaz de sentir el peligro en los ojos oscuros que esperaban oír una explicación—. Mamoru-kun y yo estábamos planeando empezar con el proyecto de hoy.
—¿Y por qué no me tomaron en cuenta? —Chilló indignado e infló sus mejillas—. Yo también estoy contigo, Takemicchi.
—Porque no estabas despierto, bello durmiente —soltó con burla, Mamoru—. Y el que se duerme pierde.
Manjiro apretó la quijada, en un intento por controlarse y no mandar al Satō a dormir de una patada. Estaba intentando ganar su confianza, pero era imposible soportarlo.
—Pero ahora estoy aquí, así que yo también quiero participar.
—De acuerdo, Mikey-kun. Podemos reunirnos en mi...
—Nos vemos en la biblioteca —sentenció el Satō y posó su mano sobre los hombros de Takemichi. Él tampoco estaba dispuesto a dejar al ojiazul en compañía del sano—, es lo más apropiado. Vamos, Takemicchi.
Manjiro vio como el Satō se alejaba con Takemichi. Debía hacer algo o Mamoru lo alejaría sin poder hacer nada y todo su plan sería en vano.
—Pero podríamos irnos juntos —habló con inocencia—. Si todos vamos a la biblioteca entonces...
—Es cierto, Mamoru-kun —intervino el ojiazul—. Si vamos al mismo lugar podíamos irnos juntos. No dejemos a Mikey-kun solo.
Takemichi miró expectante al ojiverde, esperando por su respuesta. Algo que desespero a Mikey. ¿Qué acaso tenía que aprobar todo lo que hacía? ¿Era como su papá o qué?
Mamoru miró con recelo al Sano, pues la sonrisa inocente del menor le parecía más falsa que un billete de 3. No era ningún idiota para tragarse la falsa amistad que Mikey le ofrecía. Sin embargo, eso no significaba que no podía seguirle el juego.
Siempre era mejor mantener cerca al enemigo.
—No veo porque no puedas venir con nosotros. —Sonrió altivo y atrajo a Takemichi por la cintura—. Todos podemos ser amigos.
Manjiro luchó con todas sus fuerzas por no apretar sus puños y plantarlos en las mejillas del desvergonzado Satō. ¿Quién se creía para tocar así a su Takemichi? ¿Quería perder las manos?
Mas se quedó inmóvil, sabía que se trataba de una de las pruebas de Mamoru. Si era imprudente perdería su única oportunidad de acercarse y no podía ser tan descuidado.
—Claro, seamos amigos.
De las tres sonrisas en esos rostros sólo una era sincera, y esa era la del Hanagaki, quién se sintió aliviado de no tener que lidiar con más problemas, e imaginar que ese par de chicos problemáticos podrían ser grandes amigos. Ya no tendría que lidiar con más peleas innecesarias.
Mientras que para el Sano y el Satō esas sonrisas y falsas palabras no eran más que un ataque de la silenciosa guerra, de la que sólo ellos dos eran conscientes, y donde únicamente habría un ganador.
De camino a la biblioteca, Mikey se mantuvo silencioso, observando de cerca a Mamoru. A simple vista le parecía un chico más, sin nada especial o sobresaliente, aunque claro que sólo era una fachada porque nadie común era capaz de hacer lo que él hacía. Era un impostor con poderes más allá de lo que podía entender.
¿Un monstruo, un demonio, un extraterrestre, un robot? Todo era posible.
Pero si había algo que comenzaba a detestar del desteñido era la cercanía y la afinidad que había con Takemichi. El Satō decía algo y siempre tenía los ojos azules prestándole atención, mirándole con un brillo especial que no hacía más que revolverle el estómago y preguntarse que tanto había alterado los recuerdos de Takemichi.
No importaba, él lo detendría. Se acercaría al Satō silenciosamente hasta que bajara la guardia y entonces... ¡BAM! Le golpearía por la espalda y lo haría volver al sitio de donde quiera que haya salido. Pero claro, de forma metafórica, aunque hacerlo de verdad no dejaba de ser una opción, los accidentes siempre pasaban, ¿no?
—Iré a buscar algunos libros —anunció Takemichi tan pronto como llegaron a la biblioteca, antes de perderse entre los estantes. Estaba convencido de que un poco de convivencia sería suficiente para qué olvidarán sus diferencias.
—Está bien, Takemicchi —respondieron al unísono.
Los rubios se miraron con fastidio. Ninguno lo decía, pero estaban cansados de fingir tolerar al otro. Su plan funcionaba, ¿pero a qué costo?
Ambos caminaron de cerca al lado el uno del otro, ninguno interesado en decir palabra alguna, creando un ambiente tenso a su alrededor. Poco más y una nube gris cubriría sus cabezas.
Una sonrisa de alivio se dibujó en los labios de Mikey cuando logró encontrar algunos asientos libres en una de las mesas, poco le importaba que estuviera un chico ahí sentado. Había encontrado lugares libres y no los desaprovecharía, y si al desconocido no le parecía podía irse al diablo. Estaba cansado y con la paciencia al límite gracias al desteñido que tenía por compañero.
Sin embargo, cuánto Mikey más veía al chico, más conocido le parecía. No había conocido a ningún otro chico de cabellera oscura que utilizará un peinado tan extravagante y tuviera una mirada tan parecida a la de un felino.
Lo reconoció como el chico avaricioso que no daba un paso sin la compañía de cierto rubio. Se trataba de Hajime Kokonoi, un excompañero de clase y el inseparable amigo de Seishu Inui.
No podía olvidar a ese par, sobre todo porque recordaba con recelo que el rubio siguió a Takemichi por días con la excusa de "querer aprender más en las clases de cocina", una excusa barata que seguía sin tragarse, aunque de eso hubiese pasado dos años. Porque podría olvidar sus clases, las tareas, los encargos de Emma, los regaños de Draken y hasta el día en el que estaba —algunas veces—, pero jamás cuando alguien quisiera quitarle su valioso tiempo con Takemichi.
Para desgracia —o suerte— de Manjiro, Kokonoi alzó la mirada, y aunque tardó un par de segundos en reconocerlo, saludó con la mano a Mikey, quién no pudo evitar responder. Su madre había criado a un chico educado.
—¿Un amigo? —Preguntó con desinterés el ojiverde, paseando la mirada por la biblioteca, sin darle importancia a la respuesta del Sano o al chico desconocido.
La pregunta logró descolocar a Mikey. ¿No sé suponía que Mamoru debía conocer ya a todo mundo? Porque si no era así entonces...
Su corazón se aceleró y miró a Mamoru que iba a su lado, sin prestarle atención. Sin saberlo, había bajado la guardia y le había dado la ventaja a Mikey.
¿Y si ellos lo recordaban todo? ¿Qué debía hacer?
¡Hola, holaaa, gente linda! Espero se encuentren bien. Nos volvemos a encontrar con un nuevo capítulo <3
Han llegado nuevos personajes quizá para ayudar o para empeorar la situación. ¿Qué será? ¿Qué será? Pronto lo sabremos
Hoy quiero hacer algo diferente, así que aprovecharé el momento para invitarles a dejar su teoría de lo que sucederá el próximo capítulo y quién sea la personita que adiviné o más se acerque le dedicaré el capítulo :3
No importa que tan loca suene, me encantaría leerla, y ver si de casualidad alguien logra acertar, pero no se sientan mal si no lo hacen, todo es más lindo cuando es por diversión.
Ahora me iré a responder algunos comentarios que dejaron durante la semana.
Si les gustó el capítulo no olviden votar y comentar 🌟 Siempre los leo aunque a veces no pueda responder ♡
Nos vemos la próxima semana con una nueva actualización.
Cuidense mucho, protejanse del sol, resguardense de la lluvia y no se olviden de tomar agua.
Besos 💗
Bye, bye 💕
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro