
Capítulo 24: ¡Qué chico tan comprensivo!
No quería parecer un acosador, pero estaba a punto de estallar por los nervios. Nunca se había sentido tan ansioso.
Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para esperar hasta el final de la tarde e ir a casa de Colette y no caer en plena madrugada, luego de regresar del bar donde le había quitado el teléfono móvil a Jimmy Carter. La furia por la situación que se había creado al verla de la mano de aquel insoportable sujeto le tenía la cabeza echa un lío.
Podía aceptar la vida llena de riesgos que ella tendría al ser una mujer policía, pero que se hiciera pasar por la esposa de un tipo desagradable resultaba demasiado. No quería imaginar que ellos se vieran obligados a besarse para mantener la fachada que se habían inventado, el simple hecho de dibujar a Colette en su mente besándose con otro hombre lo ponía de muy mal humor. Algo que jamás en su vida le había ocurrido.
Subió con rapidez por las escaleras hasta el piso de la mujer y tocó con insistencia el timbre. Oía voces al otro lado de la puerta, y música festiva italiana, pero él no estaba dispuesto a dejar aquella conversación para después.
Francine, la hermana de Colette, abrió la puerta. La chica llevaba en la cabeza un sombrerito colorido de plástico y alrededor de su cuello tenía largos collares de flores de papel. Eddy sonrió al verla, aunque con cierta tensión por culpa de los nervios.
—Hola, amor.
—Pero... ¡mira quien vino! —gritó emocionada y lo sostuvo por el abrigo para obligarlo a entrar, cerrando la puerta tras él.
Adentro, Eddy fue recibido por cinco sujetos de avanzada edad, quienes portaban sombreritos y collares iguales a los de la chica. Todos lo sonrieron y lo observaron con curiosidad. Le parecieron conocidos, estaba seguro que había visto sus rostros antes. Al ver hacia la pared llena de fotografías, notó que eran los sujetos que posaban con las dos hermanas y la mujer agradable.
—Este es el novio de mi hermana. Los encontré hace unos días a punto de tener sexo en la sala.
Eddy soltó el aire que tenía en los pulmones de un resoplido, impactado por las palabras de la joven. Los hombres aumentaron las sonrisas y se acercaron a él para darle palmadas en el hombro, felicitándolo por la hazaña.
—¡Francine!
El regaño de Colette interrumpió el momento e hizo saltar el corazón de Eddy en su pecho. Él se giró para verla, tropezando con su mirada furiosa. Un estremecimiento lo hizo relamerse los labios y repasarla de pies a cabeza. Había ido para retarla por haberse paseado en un bar exclusivo de la mano de un tipejo molesto, pero aquello se le olvidó apenas la miró.
Llevaba puesta ropa de casa y encima un delantal lleno de ketchup, mostaza y otras salsas. El cabello lo tenía atado en un moño extraño y mal hecho en la parte alta de la cabeza y sus manos estaban manchadas de harina. Le resultó tan sexy que casi se abalanzó sobre ella para comérsela a besos.
—¿Cocinas?
—¿Qué haces aquí? —preguntó la mujer con dureza.
—Vino para celebrar el cumpleaños de nuestra madre. ¿No es obvio? —soltó Francine, colocándole a Eddy en el cuello un collar de flores de papel. Él le obsequió a la chica una sonrisa de agradecimiento que la sonrojó, pero al mirar hacia Colette se fijó que ella apretaba la mandíbula con enfado y le daba la espalda para perderse tras la cortina de cuentas.
—¿Puedo? —pidió a Francine, señalándole el lugar por donde había desaparecido su hermana.
—¡Por favor! —expresó la chica con teatralidad—. Está insoportable, como siempre. Nos harías un gran favor si le quitaras un poco de estrés.
Eddy sonrió viendo como la joven lo dejaba para seguir bailando y cantando a todo gañote con los viejos. El grupo parecía muy animado. Se quitó el collar dejándolo sobre un sillón y fue tras Colette. La halló en la cocina, amasando una enorme bola de masa sobre una mesa.
—No sé por qué sigo soportando esta situación —comentó ella cuando él entró en la estancia. Eddy suspiró hondo al sentir el delicioso aroma de una salsa de tomates bien especiada y ver sobre la mesa platos con anchoas y varios vegetales cortados en tiras. Era evidente que ella preparaba pizza, su comida preferida—. Ellos vienen y hacen su fiesta y yo, debo cocinar. Si no lo hago soy una desconsiderada, una mujer mala, envidiosa, desalmada y sin escrúpulos, que lo único que ha hecho en su vida es criticar a la inconsciente de su madre aún después de muerta.
Eddy se quedó parado tras ella, viendo cómo se inclinaba sobre la mesa para amasar, levantando su apetecible cola. Las manos le cosquillearon por las ganas que lo invadieron de amasar esas nalgas y acariciar sus partes íntimas. Tal vez, con un buen sexo oral, la mujer dejaría de quejarse tanto y se relajaría.
—Todos los años es lo mismo —continuó Colette soltando la masa para buscar en una encimera cercana un par de bandejas humedecidas con aceite. Cada movimiento lo hacía con rudeza—. Ellos celebran y yo debo cerrar mi boca, o me juzgan y me crucifican sin sentir compasión.
La mujer separó la masa en dos y una de las partes la lanzó sobre una de las bandejas estirándola y aplanándola con los dedos. No observaba la tarea que realizaba. Su vista, entre afligida y embravecida, estaba dirigida hacia un punto invisible frente a ella. Quizás, sumergida en recuerdos y amarguras.
—No tengo derecho a opinar —dijo eso último con un tono de tristeza que conmovió a Eddy.
Él se detuvo detrás de ella, muy cerca de su cuerpo, con la mirada fija en su culo apetitoso. Posó las manos en sus caderas, logrando que la mujer detuviera su trabajo.
—Deja eso y hagamos nuestra propia fiesta —susurró cerca de su oreja y sonrió satisfecho al ver cómo la piel de ella se erizaba. Bajó el rostro hacia su cuello desnudo y dejó que su aliento cálido la bañara.
—Necesitan comer —rebatió ella con la voz baja y gruesa, entrecortándose por la necesidad de respirar hondo por culpa de las sutiles caricias que él le prodigaba en el cuello.
—Que se coman los pimientos que ya cortaste. Es sano para ellos.
La giró, para encararla, y enseguida le atrapó los labios con los suyos. Los besó con suavidad y dulzura, produciéndole un estremecimiento general. Suspiró al saberla tan sensible y vulnerable. Estaba triste y enfadada, necesitada de cariño y comprensión.
Algo en su interior hizo un crujido. Por un instante se sintió confundido al no saber de qué se trataba, jamás había sentido tal cosa al tener entre sus manos a una mujer lista para ser devorada. Aquello era nuevo para él y un poco perturbador, pero prefirió seguir sus instintos y así descubrir lo que sucedía.
—Esos sujetos, ¿quiénes son? —preguntó deteniendo el beso. Ella lo observó con los ojos muy abiertos, sorprendida por su repentina empatía. No esperaba ese espaldarazo de su parte.
—Ellos... —dudó, respirando hondo para recuperar la cordura, pero sin alejarse de él. Le fascinaba el calor que trasmitía el cuerpo de Eddy y las sutiles caricias que le prodigaba en los brazos, con la yema de los dedos. La miraba fijamente, esperando su respuesta, pareciendo interesado en lo que ella podía contarle. Eso le produjo un aleteo en el pecho, como si al fin fuera entendida y apoyada—. Fueron los novios de mi madre.
—¿Los novios? —consultó impactado. Colette sonrió con poca gracia.
—Tuvo varios, y algunos... de forma simultanea —reveló, haciendo una mueca de desagrado y bajando el rostro algo avergonzada—. Cuando ella murió, todos nos acompañaron en el velorio y Francine hizo buenas migas con ellos. Los llama en cada cumpleaños de mamá y los reúne en una... fiesta —dijo eso último con molestia.
Eddy no pudo evitar carcajearse y frotarse el puente de la nariz.
—Los cinco se reúnen a celebrar el cumpleaños de su novia muerta —expresó con ironía. Colette hizo una respiración profunda y en esa ocasión se alejó de él para seguir con la preparación de la pizza—. ¿Nunca se han presentado problemas?
Ella negó con la cabeza. Eddy resopló divertido, jamás se le había ocurrido asistir a la celebración del cumpleaños de una de sus exparejas de sexo ocasional y mucho menos, después de su muerte, reuniéndose además con otros de sus amantes.
—Mi hermana está mal de la cabeza, como lo estuvo mi madre. Y ambas son muy buenas haciendo amistades con gente que está peor que ellas, que jamás han sentido verdadero interés por otros, que todo lo hacen por diversión, para salir de la rutina. Que no tienen respeto por el compromiso y les importa muy poco lo que ocurre en la cabeza de la persona que tienen a su lado —relató retomando su actitud enfurecida.
—¿Y por qué le sigues el juego? ¿Por qué no te vas y los dejas solos?
Colette se giró hacia él, para traspasarlo con su mirada rabiosa. Apretó la mandíbula, sintiéndose una idiota. Ese sujeto era como ellas: desprendido y desinteresado. Un holgazán emocional que solo buscaba desfogarse con mujeres fáciles y de bajo intelecto, que solo buscaban placeres carnales, sin ataduras ni compromisos. Y ella... ella no podía dejar de pensar en él. En ese cuerpo ardiente y exigente, y en esa boca hecha para el vicio y el goce, capaz de separar un alma de su cuerpo con solo un beso o con el movimiento despiadado de su lengua.
—Son mi responsabilidad y yo jamás huyo de mis responsabilidades, como lo han hecho ellos.
Eddy se hundió en aquella mirada tensa y agresiva, humedecida por las inseguridades y el miedo. Su pecho se comprimió captando la sensación de desdicha e ira que ella irradiaba, deseando liberarla de ese tormento.
Se acercó de nuevo, erguido y desafiante, observándola desde su altura como si quisiera penetrarla y escarbar en sus emociones hasta sacar del fondo una sonrisa.
—Apuesto a que has sentido enormes ganas por ser como ellos. —Colette se impactó por aquellas palabras, mostrándose nerviosa—. Apuesto a que hay días en que has querido abusar de tu autoridad y tomar a alguno de tus detenidos para esposarlo y follártelo con gusto, sin preocuparte por tener que decir algo cariñoso al final del acto, o quedarte a dormir.
Ella se angustió por su acusación, sintiéndose terrible. Se giró hacia el mesón ocultando su cara avergonzada, odiándose a sí misma por haber caído tan bajo y haberse comportado en varias oportunidades con él como siempre lo había hecho su madre, a quien tanto había criticado.
Eddy se pegó a ella, colocando sus manos a ambos lados de su cuerpo, para acorralarla. Hundió el rostro en su cuello, al que acarició con delicadeza con la punta de su nariz y bañó con su aliento, produciéndole otro estremecimiento. Colette cerró los ojos y gimió de forma involuntaria. Apretó los puños sobre la mesa por no poder moverse y alejarlo, como debería actuar siempre, pero no como deseaba.
—Apuesto a que te ha gustado y estás ansiosa por repetir nuestra experiencia.
—Yo no soy así —rebatió con la mandíbula prieta y las lágrimas en el borde de los ojos.
—Lo sé —susurró Eddy, besándole el cuello—. Tú eres diferente. No has elegido a cinco hombres para descargar tus ganas, sino que has repetido siempre con el mismo —expuso, mordiéndole con sutileza el lóbulo de la oreja. Colette jadeó saturada por sus emociones. Ya no apretaba los ojos, los tenía cerrados para disfrutar de sus atenciones. Él frotaba su enorme erección en sus nalgas y eso le gustaba, levantaba la cola buscando su propio placer—. No quieres coger con cualquier desconocido, sino congeniar con un loco que sea capaz de entender tu necesidad y te produzca un orgasmo de muerte. Uno que no olvides con facilidad.
Ella jadeó, apretando con mayor fuerza los puños. Una descarga de feromonas se produjo bajo su piel, atrayendo más a Eddy, lubricándole sus partes íntimas y endureciéndole los pezones de manera dolorosa.
—Para, Eddy. Para —exigió en medio de suspiros.
—Aprovéchate de mí, corazón —rogó embriagado mientras le lamía la mandíbula y la abrazaba con fuerza aferrándola a su cuerpo llameante—. Tómame de nuevo, hazlo mil veces. Soy todo tuyo.
Una explosión interna la saturó de ansiedades y deseos. Atrapó los brazos de Eddy, clavando sus uñas en él para soportar el fuego que la devoraba por dentro. Se mordió los labios y se esforzó por recobrar su autocontrol. Detrás de una de las paredes se hallaba su hermana, bailando desaforada con los cinco novios que había tenido su madre en su último año de vida, y quienes, por absurdeces del destino, se habían transformado en amigos.
Respiró hondo antes de aplicar fuerza para salirse de aquel fogoso abrazo.
Eddy la observó confuso, con el rostro enrojecido por la embriaguez de su excitación.
—¿Qué pasa? —preguntó inquieto. Si ella decidía dejarlo así iba a tener una muy mala noche en su departamento intentando darse placer él mismo.
Colette clavó en su rostro esa mirada autoritaria y amenazante que lo tenía hechizado.
—Muévete, Bass —ordenó, dejándolo sin palabras y sin respiración.
Lo tomó por el brazo y lo empujó hacia un pasillo largo, llevándolo a su habitación. Eddy estaba a punto de perder la cordura. Todo su ser ardía en potentes llamas como si fuera un dios del infierno.
Esa noche le daría lo que ella había necesitado toda su vida.
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