Durante unos días había estado rondando el las noticias un eclipse solar. Lo escuchaba muchas veces en la biblioteca entre sus visitantes, pero en aquel momento no le preste la atención que se merecía.
Llegó el fin de semana y el día del famoso eclipse. Según las noticias se trataba de uno especial, nunca supe las razones del por que todos decian que era especial. Tuve que descubrirlo en persona, pero estoy segura de que en las noticias no se referían a lo que estaba a punto de sucederme.
El eclipse dio inicio, asta ahí todo iba normal. Todo se complicó en el momento en que este alcanzó el máximo de esplendor. Yo al igual que muchas personas me encontraba fuera, en la calle para admirar mejor el fenómeno. De un momento a otro el tiempo se detuvo y hablo de que se detuvo "literalmente". Las personas se quedaron en su ultima posición, algunas hojas que eran llevadas por el viento quedaron estáticas como si estubieran pendiendo de un hilo invisible. Las aves detuvieron su vuelo, un perro callejero que rebuscaba en la basura quedo inmóvil, todo era una imagen surrealista.
Tallé mis ojos esperando que todo fuera una mala pasada de mis ojos. Al abrirlos nuevamente una luz dorada iluminaba un camino que bajaba desde el cielo y vi una figura humana bajar por este. Si, un humano o ese pensé yo, se acercaba a mi a cada segundo.
Un chico de pelo plateado y ojos grises esta en frente de mi, su físico era esplendoroso, su postura denotaba elegancia por donde quiera que lo miraras, de cualquier ángulo. Llevaba una especie de túnica azul oscuro casi llegando a negro. Era la persona más bella que jamas habia visto. Pero para mi su belleza no me era extraña era como si ya lo hubiera visto y de antemano estuviera enamorada de el. Estaba estática sin saber que hacer o decir. Pero el hablo.
—Hola mi Reina. —yo mire detras de mi automáticamente, pero no había nadie más que yo.
—¿Me hablas a mi? —el sonrió y vi lo guapo que se veía cuando hacia este gesto.
—Claro. ¿Vez a alguien más a quien se lo pueda decir?
—No, pero tampoco soy una Reina. -el dió un paso al frente y acercó su mano a mi rostro
—Si, eres mi Sol. La Reina Sol. —acarició mi mejilla y sentí un calor tan conocido, una calidez que sabia que había sentido antes pero no podía distinguir en donde.
—No, imposible —abrí mis ojos lentamente a mi pesar y aparté su mano, de lo su me arrepentí de inmediato —me llamo Adriana y no soy ninguna Reina
—Mi amor se que no te acuerdas, prometo explicarte todo.
Tomó mi mano y me dejé guiar por el sendero que llevaba directamente al eclipse. En el camino vi una luz envolverme, pero sin asustarme todo lo que estaba pasando continúe el camino. Un vestido fue apareciendo en mi cuerpo, era rojo, en toda la parte del pecho hasta llegar a la cintura era entallado y cubierto con rubíes, la falda se hacia amplia. En realidad si que parecía una Reina.
Llegamos a la cumbre y solo se veían nubes. Pasamos por unas gigantescas puertas doradas que le dieron la bienvenida a un castillo. Por todas partes se veían banderas con un Sol y una Luna unidos, todo era dorado y plateado.
—Llegamos mi Reina.
—¿Es aquí? —señalé el deslumbrante castillo que se erguía ante nosotros.
—Si mi amor, llegamos a nuestro hogar.
Entramos al castillo y era tan lujoso tanto por fuera como por dentro. Nos adentramos y todos los empleados se referían a nosotros como -sus altezas- acompañado de una reverencia.
Un señor mayor hace acto de presencia y su rostro se me hizo extremadamente familiar. Un calor se instalo en mi pecho, algo me decía que ese hombre era realmente importante para mi. El me vio y su rostro se iluminó y salio a mi encuentro.
—Hija mía, por fin estas aquí con nosotros de nuevo.
—Todabia no recuerda nada. —respondio mi acompañante que hasta en ese momento no me había mencionado su nombre.
—Esta bien ya tendrá tiempo para eso. Mejor pasemos ya nos están esperando para el baile de bienvenida y la coronación.
Me llevaron por un pasillo y entramos a un inmenso salón, este estaba repleto de personas que nos admiraban. Los dos hombre sostenía con delicadeza cada uno de mis manos. Esta situación no me pareció para nada extraña, todas esas miradas puestas en mi se sentía como si fuera algo de mi día a día, sentía que pertenecía aquí. Por primera vez era parte de algo al menos eso era lo que me decía mi corazó.
Subimos a un palco donde todos nos observaban un señor mayor apareció con una corona en una especie de cojín. Era hermosa dorada, llena de rubíes.
Recuerdos empezaron a llegarme como gotas de lluvia cayendo en una fuerte tormenta. Me vi a mi al lado de mi esposo ayudando a mi pueblo. Recordé todo, mi mundo, mi hogar, El Reino de los Mil Cielos. Aquí era la Reina y gobernaba al lado del Rey.
La corona fue puesta sobre mi cabeza y todo el salón estalló en aplausos. Llegó la hora del baile, el Rey Luna saco a la Reina Sol a bailar el primer vals. Nos movíamos a la perfección sincronizados en cada paso.
—Te amo David. —se sorprendió al ver que ya recordaba todo y luego me dio la más plena de las sonrisas.
—Yo también te amo mi preciosa Reina Sol.
Nos fundimos en un fugaz beso sin importar las miradas curiosas de nuestros súbditos. Y se que tengo que aprovechar estos mil años juntos, porque cuando acaben tendré que separarme nuevamente de mi amor y nacer en la tierra hasta que el próximo eclipse nos una por unos mil años más.
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