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Capítulo 1(SEÑOR GRUÑON)

— 98... 99... 100... ¡¡Joder!— exclamo, dejando escapar la tensión acumulada en mi cuerpo, mientras limpiaba el sudor que perlaba mi pecho y frente. La extenuación se había apoderado de mí, cada músculo clamando por un respiro tras el intenso entrenamiento.

Estaba exhausta. Sin embargo, una chispa de determinación aún brillaba en mi interior. Con un giro ligero de mi mirada, me percato de la hora que marcaba el reloj. Era temprano, y la luz del día apenas comenzaba a colarse por la ventana. Tenía tiempo; suficiente para arreglarme y prepararme para la nueva entrevista de trabajo que se avecinaba.

Con el objetivo fijo en mi mente, me levanté y, agotada por la rutina, me dirigí directamente a la cocina. Buscaba algo que calmara mi hambre, algo sano y con un toque de azúcar que me devolviera la energía. Abrí la nevera, dejando que el aire fresco me acariciara el rostro, y mis ojos se iluminaron al encontrar lo que ansiaba: un tazón de yogur con frutas frescas.

Decidí que era el momento ideal para relajarme. Me senté en la mesa, el tazón frente a mí, y permití que cada bocado se convirtiera en un pequeño placer. Mientras saboreaba el dulce y fresco manjar, mi mente comenzaba a despejarse, alejando las preocupaciones y enfocándose en el futuro. Era el momento de recargar energías, de encontrar la calma antes de enfrentar el nuevo desafío que me esperaba.

Me llamo Keityn Ross, tengo 21 años y mi vida comenzó en un pequeño pueblo de la República Dominicana. A la tierna edad de cuatro años, mis padres tomaron la decisión de mudarse a Nueva York, una ciudad vibrante y llena de oportunidades. Para mí, en ese entonces, el cambio de hogar no significaba mucho; era solo una nueva aventura en la que estaba dispuesta a embarcarme. Pero mis dos hermanos, en cambio, no podían contener su descontento, expresando su desagrado con berrinches que resonaban en el hogar.

Sin embargo, la fortuna no siempre sonríe. Al llegar a la ciudad, mi madre descubrió que estaba embarazada, lo que le impidió trabajar en ese momento. A pesar de la adversidad, mi padre encontró empleo como contador, y nuestra vida comenzó a tomar un rumbo favorable. Pero la estabilidad fue efímera; pronto, él fue despedido. Para ese entonces, nuestra familia había crecido: ya no éramos tres hermanos, sino seis, y las deudas empezaron a acumularse, al igual que nosotros.

Con el tiempo, mis hermanos mayores encontraron trabajos para contribuir al hogar, convirtiendo nuestra difícil situación en una lección de unidad y esfuerzo. Cuando cumplí catorce años, éramos ya ocho hermanos, formando una familia de diez, donde cada uno aportaba algo valioso.

Sin embargo, la vida siempre tiene sus sorpresas. Mi querida hermana, con apenas 20 años, decidió embarazarse, lo que trajo consigo un incremento en los gastos familiares. Con el peso de las responsabilidades sobre nuestros hombros, comprendí que necesitaba tomar una decisión crucial para mi futuro.

Al cumplir dieciocho años, decidí mudarme a Seattle en busca de nuevas oportunidades. Sabía que si permanecía en ese entorno, mis sueños se verían eclipsados por las limitaciones de la vida familiar. Quería avanzar, crecer y alcanzar todo lo que me propusiera.

— Señorita Ross, aquí abajo se encuentra un chico preguntando por usted, se hace llamar su novio — anunciaron desde el comunicador de la cocina, interrumpiendo mis pensamientos.

¿Novio?. La palabra resonó en mi mente como un eco desagradable. No tengo novio. La irritación empezó a burbujear dentro de mí.

— Pídele sus datos y dile que no me encuentro. — respondí con tono brusco, sintiendo que la frustración desbordaba. Quien quiera que fuera ese imbécil que inventaba tal barbaridad, sabía que le daría un merecido bofetón si se presentaba ante mí.

Mi interlocutora asintió, acostumbrada a mis arrebatos. Mientras tanto, decidí que lo mejor era darme una ducha y prepararme para la entrevista que se avecinaba. Una semana había pasado desde que perdí mi anterior empleo, y la razón no era otra que un desliz que no debería haber ocurrido. Tuve sexo con el hijo de mi jefa, un acto que, aunque breve y sin compromiso, resultó ser un error monumental. "Solo fue sexo”, pensaba, pero la realidad era que él se había enamorado, y eso complicó las cosas de maneras que no podría haber anticipado.

— Pendejo de mierda — murmuro, sintiendo una mezcla de desprecio y rabia. Ojalá se muera, pienso, dejando que la ira fluyera por un momento.

Recorrí mis recuerdos, y todo era claro: fue él quien hizo la invitación, asegurando que solo sería un encuentro físico, sin lazos emocionales. Idiota, enamorado.

Al mudarme aquí, lo hice con la esperanza de construir un futuro mejor, también para alejarme de alguien que había marcado mi vida de manera profunda: Alexander, mi primer y único amor. Aquel sujeto había sido la luz en mi vida, pero todo se desmoronó cuando se acostó con mi prima. Sí, mi prima. La traición de mi propia familia fue un golpe devastador.

Después de trasladarme, mis otras tres tías decidieron seguir el mismo camino, una decisión que solo trajo más caos y frustración a mi vida adolescente.

¡¡Me frustraron la adolescencia y la vida entera!!.

Con estas memorias pesadas en mi mente, me duché, dejando que el agua caliente borrara un poco de la tensión acumulada. Hoy era un nuevo día, y no permitiría que el pasado dictara mi futuro. La entrevista era mi oportunidad para comenzar de nuevo, y me negaba a permitir que el ruido de mi historia personal me distrajera de lo que realmente importaba.

Caminaba de lado a lado en mi habitación, el nerviosismo apoderándose de mí mientras buscaba qué ponerme. Lo menos que deseaba era llegar viéndome fatal al que podría ser mi nuevo trabajo. Sabía que aún no debía estar segura de que me aceptarían, ya que en mis experiencias anteriores, había sido rechazada mucho antes de entregar siquiera el currículum.

"No volver a involucrarme con nadie del trabajo". Esa frase resonaba en mi mente como un mantra, recordándome la lección que había aprendido de la manera más dura. No podía seguir por la vida perdiendo empleos simplemente por dejarme llevar por impulsos momentáneos.

La voz en mi mente se interrumpió cuando apareció el mensaje sobre el chico que preguntaba por mí. "Se hace llamar Federico". ¿Federico? La mención del nombre hizo que una oleada de confusión y desagrado me invadiera. ¿Cómo me consiguió? Este chico realmente estaba enfermo.

— No lo conozco — mentí sin titubear, aunque la incomodidad se hacía palpable. — Si llega a aparecer de nuevo, dile que me mudé.

— Perfecto — respondió la voz al otro lado, como si hubiese captado la gravedad de la situación.

No podía creer que este tipo estuviera buscándome. Debería regalarle el premio al mejor descaro. Recordaba con claridad que el sábado anterior había estado tan ebria que me dejé arrastrar por la corriente y terminé acostándome con un idiota que simplemente pasó a mi lado. Las palabras que él pronunció seguían resonando en mi mente: "Te voy a dejar inválida". ¿Inválida? ¿En serio?

Ese "hombre", si es que se le podía llamar así, solo se encargó de dejarme un momento realmente humillante que parecía seguirme como una sombra. La vergüenza me invadía, y la frustración se mezclaba con el deseo de que todo ese episodio se desvaneciera. Pero no podía permitirme perderme en la autocompasión; debía concentrarme en mi futuro, en la entrevista que me esperaba, y en la promesa de un nuevo comienzo.

Mis tacones al menos me dejan las piernas temblando. No como otros.

Decidí que era mejor deshacerme de esos recuerdos. Necesitaba concentrarme en lo que importaba, así que me apresuré a mi habitación para terminar de arreglarme. Abrí mi clóset y elegí un conjunto profesional: una camiseta blanca, una falda negra y un blazer que me confería un aire de confianza y elegancia.

Una vez vestida, caminé al baño para maquillarme y arreglar mi cabello. Siempre he disfrutado de llamar la atención y sobresalir cuando llego a un lugar; es algo que forma parte de mí. En ese momento, mi flequillo y la parte delantera de mi cabello brillaban en un vibrante color morado. Aunque no siempre lo llevaba así, me encantaba cómo me quedaba y decidí mantenerlo por un tiempo más.

Con una prisa intensa, salí de mi departamento, pero al darme cuenta de que había olvidado el blazer, volví corriendo a recogerlo. ¡No podía irme sin él!. Ahora sí, con el look completo, me sentía perfecta.

Tomé las llaves de mi coche y me dirigí a la puerta, pero no sin antes marcar el número de Mario, mi gran amigo. Quería agradecerle por conseguirme esta magnífica entrevista de trabajo. Sus palabras resonaban en mi mente: iba a un lugar fascinante, donde solo realizarían entrevistas a unas cuatro o cinco mujeres.

Con cada paso que daba hacia mi coche, mi corazón latía con emoción y nerviosismo. Era una nueva oportunidad, y estaba decidida a aprovecharla al máximo. Sería el comienzo de algo grande, y no permitiría que los fantasmas del pasado me detuvieran. Era hora de brillar.


                              ••••••••••

— Un café con leche.— le pido a la operadora que se encontraba detrás de la barra de metal.

Aún me faltaba más de media hora para la entrevista así que decidí tomar algo que me relajara y pusiera mi mente a asimilar las cosas con más calma.Emocionada giro mi cuerpo para ir directamente hacia una mesa que daba a la calle.

Recuerdo haber escuchado a mi madre decirle a mis tíos que yo sería muy grande, que sabía perfectamente lo que yo quería en mi vida. Por ahora no tengo una fortuna, pero tengo un pequeño trabajo de medio tiempo que me ayuda a cubrir muchas de mis responsabilidades.

— Tome Señorita..— una de las meseras se acerca con mi pedido.

Los fines de semana bailo en un club nocturno para llamar a clientes que puedan beber y gastar dinero. Obviamente a nadie de mi familia le parece buena idea.

Supongo que hay personas que creen que bailar sexualmente no es un muy buen trabajo.

Después de unos minutos recuerdo porque estaba ahí sentada viendo a la nada y recordando boberías . Así que me levanto asustada de la silla para correr calles afuera.

No puedo llegar tarde.

No hoy.

No el día de la entrevista.

Sin darme cuenta una prepotente figura aparece en mi campo de visión haciendo que mi cuerpo cayera rápidamente al suelo.

Maldita sea.

Era de esperarse que todas las miradas del local se posaran en mi y en el ridículo que acababa de hacer.

Mírale el lado positivo a la situación, a ti te gusta llamar la atención y ya lo has hecho.

— ¿¡Eres idiota o que!?.— una prepotente voz resuena, haciendo que mi cuerpo se estremesca. — . Vea por dónde camina señorita.— se queja.

Indignada me levanto del suelo, era evidente mi molestia. Aquel hombre fue quien apareció de la nada haciendo que cayera al suelo y me golpeara.


— ¿¡Idiota!?.— suelto, indignada.— ¡¡Idiota, usted!!..— le reprendo con el dedo índice en su pecho.— Y si no le enseñaron de modales, déjeme y le enseño. — ¿Quién demonios se creía a él?.— "A una mujer no se trata así, ni mucho menos se le dice idiota".— molesta por su presencia decido alejarme.— Con tanta pinta de macho alfa y con la mente de un niño de kinder.

Giro sobre mis talones y me voy hacia la salida, lo menos que quiero ahora es llegar tarde a la entrevista de trabajo por un imbécil.

••••

            "Petrov Empresa "

El gigantesco nombre de la empresa se hace notable a medida que avanzo, me era inevitable no quedar boquiabierta. Todo realmente se veía estupendo y sobre todo gigantesco.

Debi haber averiguado primero sobre esta empresa.

Mis manos sudaban un poco al acercarme al interior de dicho lugar. No pude evitar percatarme de la decoración, la cuál era realmente impresionante.

La recepción me pareció un buen reflejo de la cultura de la empresa. Los muebles eran ergonómicos y funcionales, lo que sugiere un ambiente de trabajo enfocado en la productividad. Los colores utilizados en la decoración eran neutros y relajantes, creando un espacio tranquilo y sereno.

Observo algunos detalles que me captan mi atención, los cuadros en las paredes y los libros en la estantería.

"Creo que esto puede darme pistas sobre los valores de la compañía".

—Buenas tardes.— una chica aparece captando mi atención.

— Buenas tardes..— saludo.—. Soy Keityn Ross, vengo por una entrevista de trabajo.

— ¡Oh, sí!.— sonríe.— . La entrevista será en el piso treinta. — me señala el ascensor.—. Muchas suerte.

Nerviosa decido seguir no sin antes volver a mirarla. Era rubia, demasiado para mí, llevaba el cabello recogido en una coleta alta, con cierto maquillaje algo inestable.

Al llegar al piso correspondido, logro visualizar a tres chicas, sé que venían a lo mismo que yo. Marco, me lo había comentado.

— ¿Keityn Ross?..— Preguntan, al verme.

— Sí..— intento no sonar nerviosa.

— Puede sentarse ahí..— me señala un sofá de cuero, aquel dónde también reposaban las otras chicas. —. El jefe no se encuentra ahora, Pero pronto aparecerá.— Aquella chica indica para luego irse. Está al menos no era rubia.

Curiosa ante el lugar decido practicar lo que diría. Era experta en trabajar, hacia todo tipo de cosas antes de venir a Seattle, ser secretaria era pan comido.

El ruido del ascensor me saca de mis cavilaciones, haciendo que levanté la mirada para fijarla en la persona que estaba a punto de salir. Debía ver qué clase de hombre era y que podía decir para convencerlo. De repente, las puertas se abrieron con un suave "ding" y, como si el tiempo se detuviera, lo vi aparecer. Su expresión era neutral, pero había una chispa en sus ojos que me decía que la discusión aún no había terminado.

Mierda.

No puede ser este hombre.

Una mezcla de nervios y determinación se apodera de mí. Necesitaba mostrar mi mejor versión, a pesar de lo que había sucedido entre nosotros.

" Supongo que mi suerte se debió quedar en casa o en mi otra vida". .

Al cruzar miradas, sentí que el aire se volvió denso. Caminó hacia mí con una confianza que me hizo cuestionar mi propia preparación.

—Buenas tardes señoritas..— sonríe. Sin dejar de apartar la mirada de mí.

Era más que evidentemente que quería hundirme, humillarme.

— ¡Buenas tardes señor Petrov!..— el eco del saludo me saca de mis cavilaciones.

Apenas era conciente que estaba ahí viendolo.

— ¿Usted no me piensa responder?..— cuestiona, no sin antes volver a sonreírme de forma maliciosa.

¡Que inmaduro!.¡Te odio Petrov!.

— Opss..— coloco mi manos en la boca para taparla.— . Lo siento señor, no era mi intención ignorarlo, simplemente que doy el mismo trato que recibo..— contraataco.

No pude evitar percatarme de como su semblante cambia drásticamente. Su mandíbula se tensa, al igual que los músculos de sus brazos, no se imaginaba que yo lo trataría así.

Era más que evidente que a este hombre le encantaba tener el control de todo.., y el hecho de no tenerlo conmigo le molestaba.

De manera automática las miradas se posaron en mí o mejor dicho en ambos. Curiosa por las reacciones decido sonreír. Al fin de cuentas este trabajo no era mío.

— Yo mismo la entrevistaré a ella..— le dice a la morena que hace unos minutos atrás me invitó a sentarme.

Los minutos comienzan a transcurrir y con ellos la aparición de la morena, la cuál me invita a seguirla hacia aquella oficina.

— Por lo que veo ni tocar la puerta le enseñaron en su hogar..— se queja al verme.

— En mi hogar me enseñaron muchas cosas, solo que ahora no pretendo enseñársela a usted.

— Tiene un mal carácter señorita y ni hablar de sus modades.

-—Si, lo sé. Me lo dicen muy a menudo.

— Puede tomar asiento.— me invita a acercarme.

— Gracias..— camino hacia él.

Vamos, es hora de intentar hacer las cosas bien.

— Viene por el puesto de secretaria, ¿Cierto?.

Retiro lo dicho, este hombre me está tocando hasta mis antepasados

— No.— ironizo.— .., el de jefe.

— Se le agradece que le trate con respeto y acorde a esta entrevista.

— ¿Con cuál respeto?.¿Con el mismo que usted tuvo conmigo hace unos momentos atrás en la cafetería?.

— Por lo que veo es rencorosa.

— Como no tiene idea.

— ¿Tiene experiencia en este tipo de trabajo?..— retoma nuevamente la conversación.

— Sí, llevo años dos años trabajando de recepcionista y tres de secretaria..— le entrego mis papeles para que pueda verlos.

Mientras lo veo leer los documentos decido analizarlo. Era alto, atlético y con elegancia. Olía bien, su perfume me llegaba aún estando a metros de distancia.

— Tiene mucha experiencia por lo que veo aqui..— levanta los documentos para dejarlo en la mesa.

— He trabajado toda mi vida, así que puedo adaptarme rápidamente a cualquier ambie...

— Mañana comienza..— Me corta.

-— ¡¿Qué?!.— me sorprendo. Nisiquiera conversamos lo suficiente.

Debe estar tocandome los cojones. Así que poso mis ojos en los suyos, intentando conseguir algo. Nada que no fuera sus iris grises.

— Mañana la espero a primera ahora aquí, pero necesito que se quite el color morado de su cabello.

— ¿Por qué?

— Esto es una empresa y hay que mantener una buena imagen.

— ¿Esta seguro que quiere que me quite el morado?

— Si, estoy seguro.

— Entonces lo haré, hasta mañana Jefecito..— me levanto de la silla para salir de aquel lugar.

Me era imposible de creer que había conseguido este puesto. No así, tan fácil. Estoy más que segura que este hombre me hará la vida imposible.

— Me has dicho que me quite el morado, más no que me pinte el cabello de un solo color..— sonrío, al estar lejos.

Vamos a ver quién se cansa primero de los dos. Está batalla está a punto de comenzar.

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