Capitulo uno.
"No estás sola"
Las gotas apenas caían como una leve brisa del cielo, el clima era totalmente nublado con un poco de viento, se podría ver desde aquél gran ventanal. Allí estaba estaba ella, parada con dos maletas a cada costado de su cuerpo, dirigiendo la vista hacía la pequeña multitud de gente que recibía a sus seres cercanos, esperando toparse con sus abuelos, a los cuales no veía desde hace casi alrededor de tres años.
Echó un vistazo a su reloj, en el cual las manecillas marcaban las siete con cuarenta minutos del atardecer. Suspiró. Su vuelo había llegado hace cuarenta minutos exactamente, y sus abuelos aún no mostraban señales de vida.
Prefirió sentarse en la sala de espera, mientras sacaba de su bolsillo su celular. —Oh, vaya.— rodó los ojos, pues la pantalla mostraba que no había mucha señal, excepto por dos rayitas insignificantes.
Podrían haber pasado diez minutos como máximo cuando la pelirroja se sobresalta al sentir unas manos posadas en sus hombros descubiertos.
—¡Cheryl, has llegado! —habla emocionado el señor canoso con una gran sonrisa en el rostro mientras la abraza por detrás.
La chica muestra una sonrisa de oreja a oreja al ver a sus abuelos detrás de ella, así que inmediatamente se para del pequeño sillón de la sala de espera y los recibe con un fuerte abrazo a ambos.
—El vuelo se ha retrasado, ¿o que ha pasado? —pregunta ahora la señora de ojos claros y cabello con tinte oscuro recién lavado al separase del inmenso abrazo.
—¿De que hablas, abuela? —frunce el ceño confundida. —Ustedes han sido los retrasados aquí, he llegado puntual. Llevo esperándolos casi una hora.
La pareja de edad mayor se voltean a ver con expresión confusa, y el hombre canoso vuelve a hablar. —¿De veras? Cheryl, ¿por qué puerta saliste?
—C, abuelo.
—¡Oh! —ríe su abuela cubriéndose la boca con la palma de su mano, mostrando las pequeñas arrugas entre sus dedos. —Parece que el alzheimer nos esta afectando, recuerdo que el jovencito de seguridad nos informó que los visitantes de Long Beach llegaban por la puerta A, una disculpa corazón por nuestra torpeza.
Cheryl sonríe con ternura. —No hay problema, Nana, lo importante es que me han encontrado.
—Vamos, nuestra casa te espera, pequeña.
Los tres rieron al unísono, y dirigieron su camino hasta el coche de los abuelos, con las maletas en mano.
{..}
El camino del Aeropuerto de Reno hacía el pequeño pueblo de Truckee fue bastante relajador para la joven pelirroja. Trató de dormir en el vuelo pero su temor por las alturas era más grande, así que, o dormía o rezaba para llegar sana y salva a su destino.
La pequeña brisa de lluvia comenzaba a hacerse un poco más fuerte, no al grade de una tormenta, pero si los vidrios del coche empezaban a empaparse de gotas cada vez más. Cheryl suspiró. Tal vez estar alejada de la sociedad le haría un bien, o al menos eso era lo que ella deseaba, después de todo lo que había pasado en tan solo una semana antes. Una semana llena de tragedias. Pero decidió no pensar en eso, y comenzó por hacerle preguntas a sus abuelos, como, si el clima siempre era así en ese lugar, o que si la abuela seguía haciendo esas galletas deliciosas que solía hacer cuando era un día especial.
—Oh, claro que si mi pequeña Cheryl. —le guiñó un ojo su amada abuela. —Llegando a casa, haré las galletas que tanto te gustan. Estamos muy felices de que estés con nosotros, nos hacías falta.
La pelirroja sonrió con los labios y contestó. —Y ustedes a mi.
Veinte minutos después, se encontraban bajando las dos maletas rosadas de Cheryl, mientras la Nana abría la puerta principal de madera, de como la llamaba ella, su acogedora casa.
Y tenía razón, era una casa terriblemente acogedora, hecha de madera, con muchísimas flores en cada rincón del lugar, un pequeño columpio formado de una llanta de un auto amarrado del árbol más alto, y lo más hermoso, una increíble vista al lago. Donde vivían sus abuelos se adentraba un poco más al bosque, dejando al pueblo a unos quince minutos de allí. A su alrededor, solo había unas cinco casas más, igual de acogedoras, excepto por una, que llamó mucho la atención de Cheryl, ya que era casi lo triple de grande que la de su abuela, con una fachada algo vieja pero lujosa a la ves, podría decirse que fue hogar de alguna familia rica pero de hace muchos años, aún así, se preguntaba si alguien viviría allí.
—Es hermoso aquí, abuelo. —alaga su nieta admirando el paisaje. —No puedo creer que nunca me hayas invitado antes. —ríe.
—Siempre invitaba a tus padres a pasar la Noche Buena aquí, más nunca quisieron. —levantó los hombros. —Decían que sentían una mala vibra en este pueblo, pero en realidad, no querían viajar hasta acá. Lo cual es ilógico Cheryl, solo son dos horas de vuelo, pero en fin... —desvió el tema, al ver que su nieta ponía el rostro con expresión triste. Supone que al haber mencionado a sus padres no había sido buena idea. —Vamos a la cocina, seguramente tu abuela necesita de nuestra ayuda con esas galletas.
Toda la velada fue muy linda a lado de los abuelos de Cheryl, ella se sintió más que apoyada con ellos. Estuvieron recordando anécdotas de cuando iban a visitarla a Long Beach y estallaban de risa o de ternura. Más que nada, trataban de evitar a sus padres en la conversación, ya que era muy reciente para la pelirroja, y no podía lidiar con eso aún.
Después de cenar, de la charla y de recoger los trastes para después lavarlos, donde Cheryl se ofreció a hacerlo, la llevaron hacía el segundo piso de la casa, donde se encontraban tres habitaciones en un solo pasillo. Se dirigieron hasta la ultima puerta, y el abuelo la abrió tomándola se la perilla. Una habitación demasiado rosada, definitivamente de una adolescente.
—Esta era la habitación de tu madre. —confesó Nana. —Si no quieres dormir aquí, podemos ofre...
—No, abuela. —asiente Cheryl con una sonrisa en sus labios. —Dormiré aquí, no hay problema.
—Cualquier cosa que necesites, pequeña, estamos en la primera puerta del pasillo. —dice el señor canoso, su abuelo, y después da un toquesito cariñoso en la nariz de la pelirroja. —No estas sola, Cheryl.
La joven al escuchar las últimas palabras de su abuelo, sintió un escalofrío, sintiendo un poco de miedo. A decir verdad, no sabe por qué sucedió, ella sabía que lo había dicho con buenas intenciones, pero su cabeza intento darle un doble sentido a esas palabras.
—Gracias, Albert. —dijo llamándolo por su nombre y después rió. —Oh no, no suena tan bien, prefiero llamarte abuelo.
Él y la señora Cooper sólo rieron y se despidieron, con un beso en la frente de su querida nieta.
—Buenas noches, los quiero. —finalizó, cerrando la puerta detrás de ella y entrando con sus maletas. Admiro la habitación, seguía siendo acogedora, igual que toda la casa. Caminó hacia el armario, temiendo encontrar con prendas de su madre, pero para su sorpresa, no había nada, estaba absolutamente solo. Sintió un gran alivio.
Inspeccionó cada rincón de la habitación. Era linda, le gustaba. Prosiguió a sentarse en la cama y pudo asegura que era demasiado cómoda, estaba consiente que dormiría como bebé esa noche. Estaba cansada, y lo único que quería era despejarse del mundo real y dormir, ya acomodaría las cosas de su maleta al día siguiente. Así que sin más pensarlo, se deshizo de sus tenis negros, quedando solo en calcetas, hacía frío aún con la calefacción, así que decidió dejárselos puestos. Estaba a punto de tocar el interruptor para apagar la luz, cuando frente a ella, vió una ventana, de la cual no se había percatado antes, y la cuál estaba abierta. Se levantó de la cama, caminando hacía ella con la intención de cerrarla por dos motivos. Uno; hacía mucho frío. Dos; tenía miedo. Así era ella, cada que llegaba la noche, su mente, intencionalmente, la hacía recordar escenas de películas de terror, como si lo hiciera a propósito.
Al llegar a la ventana, jalaría la persiana para cerrarla, cuando se dió cuenta que la casa vieja y enorme que había llamado su atención desde un principio, quedaba justamente en frente de su ventana, algo retirada, pero se podía apreciar bastante bien. Todas las luces de la mansión estaban apagadas, excepto por una habitación, ya que la luz se podía admirar desde la ventana. Una sombra de una persona se vió reflejada, acumulando escalofríos por las piernas de Cheryl. Quiso cerrar de una vez la persiana pero su interés fue más fuerte, obligándola a seguir mirando. Segundos después, lo sintió. Sintió como pudo ser observada por aquel individuo, e inmediatamente la luz de aquella habitación se apagó. Dejando solo oscuridad.
Cheryl cerró de golpe la persiana, dirigiéndose a la cama con prisa, y tapándose con la cobija de los pies a la cabeza. Minutos después, la pelirroja estaba profundamente dormida.
Tal vez su abuelo tenía razón, tal vez no estaba sola.
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