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Capítulo doce

"Cereal con leche"

AÑO 1940

El día era como de costumbre nublado con un viento helado. Hacía días que el sol no se dejaba ver en aquel solitario pueblo. Él miraba tras la ventana de la pequeña habitación, preguntándose por qué estaba allí, dónde estaban sus padres, dónde estaba su hermanita menor. Miró sus manos, las cuáles permanecían atadas con cadenas muy pesadas, provocando un dolor sobre sus muñecas. No entendía que estaba pasando, tan solo tenía cinco años. Lo único en lo qué podía pensar, era en dónde estaba su familia.

Horas después, la habitación, que parecía ser un ático, comenzaba a llenarse por más niños, no mayores de doce años. Yacían alrededor de ocho pequeños, algunos enjaulados y otros al igual que él, encadenados. Todos lloraban y sollozaban, causando temor en el crío castaño. Al cabo de un rato, la puerta por fin rechinó abriéndose y una figura se hizo presente. Un señor canoso y poco agraciado caminó dentro de la habitación, visualizando de pies a cabeza a cada uno de los niños. Los pequeños permanecieron en silencio, y el ojimiel decidió ser el primero en romper el hielo, preguntándole que hacían allí, cuándo un chico mayor que él, no por muchos años, habló provocando la atención de todos los presentes, incluso de la persona mayor.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó enfrentándolo. —Quiero irme.

El señor vestía una bata blanca, al parecer de un médico. Lo miró y postró una sonrisa pilla. —¿Quieres irte, pequeñin?

El crío moreno asintió rápidamente. —Sí, mis papás deben estar preocupados.

—Oh claro, ¿tus papis? —se rascó el mentón contestando con un toque de sarcasmo —, bueno, ven conmigo, te llevaré con ellos.

Sonrió agradecido y el supuesto medico tomó de su pequeña mano. Salieron por la puerta, dejando a los demás confundidos.

—Tengo miedo. —susurró una niñita en la esquina de la habitación, atrayendo la mirada de la mayoría.

El castaño se acercó y se hincó delante de ella. —Tranquila, todo estará bien. Pronto nos llevarán de nuevo con nuestra familia.

—No sé dónde está Noah —contestó con temor —, cuando nos trajeron aquí, estaba conmigo, pero llegaron unos hombres y lo arrebataron de mi brazo.

Otro niño se acercó al oír la conversación. —¿Quién es Noah?

La pequeña rubia respondió con preocupación. —Mi hermanito gemelo.

—Debe de estar por aquí, pronto lo volverás a ver —el ojimiel trató de tranquilizarla, pero al no obtener respuesta por parte de ella, se presentó. —Soy Justin. Justin Bieber

—Soy Leah —dijo y después señaló al otro niño. —¿Y tú?

—Bryce.

Pasó el tiempo, y los pequeños comenzaban a tener conversaciones entre ellos. Se conocían y reían sin saber lo que en verdad estaba ocurriendo. Algunos de los críos confesaron que también tenían un hermano gemelo, lo cual se les hacía muy curioso. El pequeño Justin no tenía uno, pero si tenía a su hermanita menor, recién nacida. Su nombre era Jasmine, pero él la apodaba Jazzy de cariño. Ella no estaba en el suceso, por fortuna.

HORAS ANTES.

El ojimiel caminaba en el pueblo junto con su padre, se dirigían al escaso mercado a comprar una botella de leche. Esa mañana se había acabado para el típico desayuno de todas las mañanas de Justin, su cereal con leche. Así, que su padre decidió llevarlo, sin saber que sería la peor decisión de su vida.

—Papi, ¿me compras una golosina también? Porfavooor. —dijo haciendo su mejor puchero, provocando la tierna risa de su padre.

—Si campeón. —contestó tomando la leche.

—Mejor dos, uno para Jazzy y uno para mí. —sonrió pillamente.

Jeremy arqueó la ceja. —Si sabes que Jazzy no puede comer dulces, ¿verdad?

—Mmm... —susurró el castaño. —No sabía... lástima papi, ya los tomé y los puse en la caja para pagar.

Su padre rodó los ojos y rio ante el acto divertido de su pequeño. Yacían frente a la señora mayor que cobraría las cosas, cuando la puerta de cristal se abrió brutamente, asustando a los presentes del mercado. Hombres vestidos de trajes color caqui entraron, junto al señor de la bata blanca. La gente comenzó a exaltarse e intentaron huir, pero les era imposible ya que los mismos hombres protegían la entrada para que nadie saliera. La señora de la caja le susurró a Jeremy antes de echarse a correr —Esconde a tu hijo.

La tropa de hombres comenzó a ocasionar un desastre en la tienda, y las personas gritaban temiendo por sus vidas. El padre de Justin lo abrazó, intentando protegerlo y esté totalmente confundido le dijo en un murmullo. —¿Qué ocurre, papi?

—Nada campeón, estoy contigo. Nada te pasará. —contestó apretándolo aún más sobre su pecho.

Cómo loco, buscaba una salida con la mirada, pero solo había una y estaba censurada. Posó los ojos en una ventana y corrió hacía ella, pero al topársela se percató que no tenía seguro para abrirse. Estaba desesperado, el miedo se proyectaba en su rostro. Tenía que sacar a su pequeño de ahí. —Nadie te hará daño, Justin.

Corrió de nuevo, agitado sin saber qué hacer. Estaba atrapado en un laberinto sin salida alguna. No permitiría que le arrebataran a su hijo de sus brazos.

Al fondo, logro captar el momento de como un hombre de la tropa, tomaba consigo a un bebé de una carriola. La pobre madre intentó golpearlos, pero lamentablemente recibió un disparo, provocándole la muerte. —Papi, tengo miedo. Hay disparos, quiero irme a casa. —lloriqueó asustado.

—Campeón, te sacaré de aquí. Te lo juro —contestó.

Una salida, necesitaba solo una salida o al menos una diminuta ventana por la cual cupiera su hijo y sacarlo de allí. Localizó una, atrás de unas cajas de mercancía y rápidamente se apresuró a llegar a ella, cuando de repente, sintió un jalón de brazos, ocasionando un rasgón en su camiseta.

—¿A dónde crees que vas? —dijo el hombre de bata blanca, deteniéndolo.

—Déjame sacar a mi hijo de aquí, por favor. Yo me quedo, hagan lo que quieran de mí, pero deja que mi hijo huya. —contestó al borde las lágrimas —, por favor. Su madre lo espera en casa.

Justin comenzó a llorar débilmente. —No papi, no quiero que te quedes. No me abandones.

El hombre comenzó a reír, sin sentimiento alguno. —Tranquilo pequeñin, tu papi no se quedará. Pero tú sí, vendrás con nosotros. ¡Éste niño castaño, agregad a la lista, se viene conmigo! —gritó para su tropa, y estos enseguida corrieron hacía Jeremy y su hijo.

—¡No! —rugió su padre apretándolo aún más fuerte. —¡No, es mi hijo, no les pertenece!

—Papi... se acercan...

Los hombres golpearon al castaño mayor y le arrebataron a su pequeño de sus brazos. Lo esposaron de sus diminutas muñecas y el señor de la bata lo abrazó. —Tranquilo, estarás bien.

—¡No, por favor! —lloriqueó Jeremy en el suelo, mientras la sangre comenzaba a brotar de su rostro lastimado por los golpes. —¡Es mi hijo, por favor, tengan compasión! ¡No es de su propiedad!

Justin asustado lloraba con desesperación. —¡Papi, tengo miedo! ¡Por favor, papi! ¡No te mueras!

—Todo estará bien... Justin...

Y esa había sido la peor mañana para la familia Bieber. Les habían arrebatado a su primogénito de tan solo cinco años. Todo, por un maldito cereal con leche.

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Confieso, lloré escribiendo este capitulo.

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