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Capitulo cinco.

"Soda de piña"

Habían pasado dos días desde la última vez que Cheryl estuvo con Justin en el lago esa fresca tarde. Esas últimas noches intentó asomarse por el ventanal de su recámara, como veces pasadas, solo para saber si él estaba en su pieza tras las persianas, pero lo único presente allí era la oscuridad y el fuerte viento moviendo los árboles que estaban afuera de su porche. No había rastro de él por ninguna parte. Pensó las mil posibilidades de su ausencia, y lo único rescatable y lógico era que tal vez había salido del pueblo a vacacionar con su familia, ya que eran épocas de verano. Pero, ¿por qué no le habría dicho? Era una pregunta de la cuál no encontraba respuesta. Es decir, ya no eran unos totales desconocidos, habían convivido por días, también le había confesado la muerte de sus padres, algo de lo cuál le costaba mucho desahogar y la pasaba bien a su lado. Empezaba a considerarlo un amigo, claramente no tan cercano ni tan querido, pero era el comienzo de una, como pensaba ella, bonita amistad.

Aunque por otro lado, tampoco tenía que preocuparse del todo, solamente habían pasado dos días, y no quería verse como una completa paranoica solo por no haberlo visto recientemente.

—Después de insertar el jarabe de vainilla, es probable que el cliente no esté satisfecho con el resultado y quiera agregar...—calló mostrando un extraño gesto en su rostro y tocó el hombro de su nieta. —¿Cariño? ¿Estás presentado atención?

Cheryl regresó de sus teorías y pensamientos al escuchar la voz dulce de su abuela, retornándose así nuevamente al mundo real. —Claro, el jarabe va después de la soda de cola.

—Eh, no cariño. Solo he mencionado soda de cereza.

—Lo siento Nana, si estaba un poco distraída. —contestó soltando un leve suspiro.

Nana sonrió con compasión. —Cheryl, si estás así por el incidente del otro día...

—Abuela —la interrumpió secamente. —Que quede claro que no fue ningún incidente. Lo he explicado antes a ti y al abuelo, y si quieres lo diré de nuevo. —miró sus ojos azulados atentamente. —Solo fui a nadar al lago por aburrimiento, y la estaba pasando tan bien que era inevitable no sonreír ni reír. ¿Por eso quise atentar contra mi propia vida? ¿Acaso debo permanecer encerrada en mi habitación todo el tiempo?

—Cheryl, lo siento... —habló con arrepentimiento. —Lo siento de verdad, solo es mi instinto protector. Quiero lo mejor para ti, cariño.

Y solo por eso, la pelirroja ahora yacía en el pequeño bar del pueblo, junto a su abuela, mientras le explicaba y le daba tutoría de como hacer las bebidas más pedidas por la gente de ese lugar. Solo estaría a prueba por unos días, los cuáles la dejarían a cargo del establecimiento, a lo que serían días de descanso para su abuela. Cheryl sabía que era justo darle un poco de libertad a su abuela mientras ella hacía su trabajo. Podía hacerlo y no le costaba absolutamente nada, no era la gran cosa hacer bebidas preparadas. Y lo mejor, es que el local ni siquiera tenía tanta clientela.

—Esta bien Nana. —contestó tratando de olvidar el tema. —Mejor dime cómo preparar la bomba aqua, no se como hacer ese color azul rey exacto en la soda.

Nana rió divertida. —Tienes razón, es la bebida más difícil, pero nada del otro mundo, pequeña. Además, ¡A quién se le ocurrió llamarla con ese espantoso nombre!

Cheryl estalló en carcajadas junto a su abuela. Media hora después de seguir ayudándola con los procedimientos del menú del bar, una persona por fin entró al local, haciendo la pequeñita campaña sonar, atrayendo la atención de ambas.

—Oh Cheryl —mencionó su abuela. —Aquí viene tu primer cliente. ¿Podrás hacerlo?

—Claro que si Nana. —contestó mientras el hombre se acercaba a la barra. —¡Hola! Bienvenido al bar del viejo Mckensey, ¿qué te preparo?

El señor frunció el ceño mirando a su abuela. —Annie, ¿ya no trabajas aquí?

—Oh Edward claro que sí. He decido tomarme un descanso y mi nieta estará a cargo, así que no la desprecies.

Cheryl se sintió un poco humillada ante los comentarios. Sin embargo, el hombre volvió a hablar. —¡Por supuesto que no! Mucho gusto, soy Edward y me encantaría una soda de naranja con una rebanada de pastel de zanahoria.

Mostró una sonrisa, brindándole seguridad a la pelirroja. —Enseguida Edward. Si gusta tomar asiento, lo llevaré a su mesa. Mi nombre es Cheryl y estoy a sus órdenes.

El hombre agradeció y caminó hacia una mesa desocupada para sentarse y sacar su laptop de su pequeño maletín. Hombre de negocios seguramente, pensó Cheryl.

—Lo has hecho increíble cariño. Le has caído bien, y créeme, Edward es un hombre un poco amargado. Viene una vez a la semana. —dijo su abuela susurrando.

La chica se aguantó una risita. —Calla Nana, puede oírte. —la abrazó de un de repente. —Gracias por enseñarme, ahora puedes marcharte a casa. Debes descansar mientras yo esté aquí.

—¿Segura que puedes con esto? Podría quedarme.

—No, yo puedo con el local abuela. Te lo prometo. —sonrió.

—De acuerdo pequeña. Muchas gracias por el favor. El local cierra a las ocho de la noche. Eres también la encargada de cerrar la puerta con la llave. —le explicó. —Al asegurarte, Albert pasará por ti, ¿de acuerdo?

—Claro. Entendido.

Annie se marchó del lugar, dejando solamente a Cheryl como responsable. Con el paso de las horas, parecía que todo marchaba de maravilla, la chica sabía como ganarse a los consumidores del lugar con su divertido y bonito carisma hacía ellos. Se dió cuenta que en realidad la mayoría de ellos, o eran personas de mayor de edad o parejas solitarias sin hijos, algo que llamó mucho su atención, de verdad no había muchos adolescentes vagando por el pueblo, haciendo sus desastres sobre las calles o sencillamente tomando un café junto con algún otro amigo, solo había conocido a uno después de varios días viviendo allí, y ese era Justin.

Su primer día trabajando, o más bien siendo la sustituta de su abuela, había estado bien para ella y aparte también había logrado un buen trabajo. Dió un secreto bostezó y echó rápidamente un vistazo al reloj que se situaba en la pared blanca del local. Solo faltaban seis minutos para que la manecilla por fin diera con las ocho de la noche. Se alegró un poco, ya qué aunque no pareciera, era cansado estar parada todo el tiempo detrás de la barra preparando bebidas y llevarlas a cada mesa. Solo deseaba llegar a casa de sus abuelos, ponerse su pijama de gatitos, unas calcetas que le dieran calor para soportar el fuerte frío de la villa y dormir cómodamente en la cama.

El local estaba por fin vacío. Cheryl limpiaba con un trapo húmedo la poca suciedad que restaba en las mesas cuando alguien entró rápidamente soltando un fuerte portazo.

—¡Tú debes ser Cheryl! Un gusto, soy Gustav McKensey. —saludó extendiendo la mano frente a ella.

La pelirroja respondió a su gesto. —Mucho gusto señor. Estaba por cerrar el lugar.

—Oh —soltó una risita incómoda. —Sobre eso, quería pedirte un favor.

—Si, ¿dime?

Gustav explicó. —Verás, necesito que cierres el local en una hora más, a las nueve.

Cheryl abrió los ojos un poco. —¿Cuál es el motivo?

—La empresa que nos surte la soda no podrá venir mañana por la mañana, así que vendrá en media hora. Nos hace falta mucho producto, esta por acabarse.

—Oh... pues...

McKensey la interrumpió. —Te pagaré la hora extra, de eso no hay duda. Yo no puedo quedarme, tengo un compromiso, es por eso que te lo pido a ti.

—No hay problema, supongo que está bien. Puedo quedarme. —contestó con una sonrisa postrada en la comisura de sus labios. —Solo necesito avisarle a mi abuelo.

—Por eso no te preocupes, he hablado con Albert.

—De acuerdo. —dijo. —Cierro a las nueve.

Gustav sonrió totalmente agradecido. —¡Gracias! Nos vemos mañana, te debo una. —finalizó, saliendo de nuevo por la puerta principal.

Cheryl terminó de limpiar y tomó asiento en una periquera mientras esperaba a que el camión llegara a surtir las sodas de sabores. Gustav mencionó que llegaría en media hora, pero ya habían pasado cuarenta y cinco minutos y no había señal de que aparecieran. Cansada, posó su cabeza sobre su brazo, cerrando un poco los ojos. Esperaba no quedarse profundamente dormida.

Las calles del pueblo estaban vacías a esa hora, las luces no alumbraban mucho haciendo que la oscuridad ganara. El sonido de la pequeña campana sonó, indicando que alguien estaba entrando por la puerta. Cheryl dió un brinco, agitada y volteó sobre su hombro enseguida.

—Hola.

—¿Justin? ¿Qué haces aquí? —preguntó asombrada. —¿Cómo sabes dónde trabajo?

Él castaño se acercó a ella, paso por paso. —Más bien, qué haces tú aquí, niña. ¿Has visto el reloj?

—¿De qué hablas? —mencionó confundida y miró la pantalla de su celular. —¿¡Qué?! ¡Son las diez y media!

—Nunca llegó el camión. —contestó levantando sus hombros. —Vámonos, te llevaré a casa.

Cheryl no entendía que estaba pasando. No pudo quedarse dormida tanto tiempo. —Espera, ¿cómo sabes lo del camión?

—Intuición. ¿Por qué más te quedarías aquí? —preguntó rodando los ojos.

La pelirroja asintió suavemente y se dirigió hacía él. —¿Dónde estuviste estos días?

—Estuve enfermo, mucha fiebre. —formó un gesto de desagrado. —Pero ya estoy mejor.

Entonces Cheryl recordó lo ocurrido en el lago. —Mis abuelos casi se enteran de ti. ¡Por suerte no te vieron nadando conmigo!

—¿Aquel día? —rió entre cerrando sus ojos mieles. —Si, es mejor que no sepan sobre mí, tus abuelos son muy sobre protectores Cheryl, no te dejarían seguir saliendo conmigo. Soy bueno escondiéndome debajo del agua, eh.

La chica sonrió y caminó a su lado. —Lo sé, por eso no te preocupes, no se enterarán.

—Ahora vámonos. —mencionó Justin. —Este lugar es aburrido. ¿O acaso quieres hacerme una soda de piña?

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