VOLVIENDO A LOS OCHENTA
Sin embargo, a pesar del buen día que se había quedado, algo me entristeció un poco, bueno un poco más de lo que ya estaba. El precioso coche antiguo que tanto me había gustado, se había ido, ¡una lástima! Por algún extraño motivo que desconocía, quería volver a ver ese peculiar e increíble automóvil, no sé, me parecía tan "cuqui"... que no podía resistirme a su encanto, lo quería para mí.
Sin más deparo, Gómez, haciendo acto de galantería, me abrió la puerta haciéndome volver en mí misma. Con un gesto de cabeza agradeciéndole el detalle me subí al Porsche, me cerró la puerta y tomó asiento. Nos dirigimos por fin al restaurante, compartiendo de nuevo gratificantes momentos musicales por el camino. Incluso en ocasiones se animó a cantar, se le olvidaba que estaba a su lado, se notaba porque enseguida me miraba y paraba avergonzado. Aún así me ocasionó más de una carcajada pese a no estar de humor para ello. Era muy gracioso y ridículo escucharlo cantar, era malo... pero con ganas. Tenía uno de esos timbres de voz que se te meten en el oído y te martillean la cabeza y solo quieres que pare.
Tardamos alrededor de unos veinte minutos en llegar. Y otra vez, el maldito Robert consiguió aparcamiento enseguida, estaba claro que tenía una suerte descomunal para esas cosas. No era normal conseguir sitio ni en el Centro Comercial ni en pleno Madrid tan fácil y menos a esas horas. Encima paramos debajo de un árbol frondoso y majestuoso con flores color lila, muy bonito e ideal para que le diera sombra al coche y no se recalentase.
Hasta entonces no me había fijado en el local, el bar era estilo ochentero. Estaba dispuesto con peculiares bancos de cuero de color rojo y blanco a rayas. Las paredes eran color aguamarina con una pequeña cenefa a cuadros blancos y negros y estaban llenas de enormes y pulidas cristaleras que hacían juego con el suelo, que imitaba el tablero de un ajedrez. Había una cabina telefónica roja antiquísima adherida al paredón, numerosos cuadros a modo de cartel metálico y un reloj muy llamativo. Además, estaba repleto de motos por doquier y las cartas de los comensales imitaban a los padres de nuestros CD's convencionales, los vinilos. Esperaba que no fueran vinilos reales, o podría matar a alguien, con lo que me gustaban, pero por suerte, no lo eran. La verdad es que la ambientación estaba muy bien recreada y hacía del lugar un sitio entrañable, mágico y muy acogedor. Invitaba al recuerdo y a tiempos mejores.
Tomamos asiento en una mesa pegada al ventanal más amplio aprovechando que en ese momento se levantaban unos clientes, lo que fue perfecto porque así teníamos vistas espléndidas al Parque del Retiro. El camarero no tardó en venir a tomarnos la comanda a pesar de que el bar estaba bastante lleno. Menos mal, estaba a punto de desfallecer del hambre, tenía miedo de que los de al lado me pudieran oír las tripas de lo fuerte que me rugían.
—¡Buenas tardes, bienvenidos! ¿Qué desean los señores para beber?
—Buenas tardes, yo quiero una botellita de agua, por favor.
Aunque igual debería haberme pedido algo con alcohol y beberme hasta el agua de los floreros, al menos así olvidaría las penas un rato, pero no era cuestión de abusar de las confianzas, ya que invitaba Robert.
—A mí ponme una jarra de cerveza bien fresquita, por fa—dijo Gómez.
—Perfecto, marchando, ya mismo les traigo la carta para la comida.
—Gracias, —respondieron al unísono.
—¿Qué te parece el sitio? Muy ochentero, ¿eh? Como me dijiste que te iba lo clásico pensé que esto te podría gustar. Yo soy más de otro estilo, pero no está nada mal, he de reconocerlo, he venido alguna vez y la comida no está tan mal.
—Sí, tú tienes pinta de ir a sitios más pijos. —Bromeé. —Pero este bar es bien bonito, había pasado por delante muchas veces, pero no había entrado, me gusta.
—¡Oye, oye! Que tampoco soy tan pijo, ¿enserio tengo pinta de serlo?
—Un poco, pero oye, no te juzgo y eso no es malo tampoco.
—Al final mi mujer va a llevar razón, —rió.
La conversación se vio interrumpida al llegar el camarero, no había tardado ni dos minuto en volver. ¡Pues sí que atendían rápido en este sitio la verdad!
—Disculpen, aquí tienen, —dijo amablemente mientras nos daba las cartas.
—Gracias.
El enorme vinilo que tenían por carta hizo que nuestras caras desaparecieran tras ellos mientras las leíamos. Había un poco de todo, hamburguesas, perritos, bocadillos, platos combinados... Él se decidió rápido, yo que era algo indecisa me demoré un poco, de hecho cuando el camarero volvió a aparecer para preguntarnos, no lo tenía del todo claro aún.
—¿Ya saben qué quieren para comer?
Gómez se adelantó esta vez:
—Yo quiero una hamburguesa de la casa, con patatas fritas y salsa barbacoa.
—Otro plato igual para mí. —Al final mi indecisión me hizo decantarme por ir sobre seguro y pedir lo mismo que él.
—De acuerdo, disculpen. —Dijo el camarero recogiendo las cartas y retirándose para decirle la comanda a cocina.
En lo que llegaba la comida estuvimos hablando de varias cosas. Robert me preguntó que a qué me había dedicado y sobre mis gustos. Le comenté que había estudiado hasta Bachillerato y que no había estudiado una carrera porque no había podido costeármela, pero que hubiera querido estudiar el Grado de Estudios Hispánicos. Eso sí, le dije que me había sacado el Ciclo Superior de Administración y Finanzas a posteriori, para entender un poco y ayudar en lo que pudiera a Martín con su trabajo, aunque siempre me hacía caso omiso, como si no supiera de nada. En cuanto a gustos le comenté que me encantaba la lectura y que me apasionaba la escritura, además, el cine y el deporte.
—Vaya, eres una caja de sorpresas, ¿y teniendo el ciclo nunca te dedicaste a nada relacionado?
—Bueno, una siempre tiene que tener aficiones. No, Martín nunca ha querido que trabaje, él gana suficiente para vivir bastante bien los dos. Dice que así no tengo que sufrir la explotación del mundo laboral, así que yo me hacía cargo de todo lo que tuviera que ver con la casa y él trabajaba. No sé, el ciclo me lo saqué como te decía por intentar ayudarlo, no porque me gustara. Aunque total, de nada sirvió, nunca era suficiente para él, ni me escuchaba. Pero claro, es normal, no es lo mismo tener su carrera y experiencia que mi ciclo, ¿qué le iba a aportar yo al final...?
Se me aguaron los ojos y tuve que reprimir el llanto, hablar de él me hacia sentir tan mal... Tan vacía, tan rota... Menos mal que justo en ese momento llegó la comida y pude desviar la cara de Robert rápidamente y se dio por finalizado el tema. Sin embargo, se me había hecho un nudo en el estómago al hablar de él e incluso me entraron náuseas por los nervios.
—Perdona Robert, voy al baño un segundo, no tardo.
—Vale, aquí te espero. No tardes o se te va enfriar esto. ¿Estás bien?
—Sí, sí, no es nada, —mentí.
Ni me fijé ni como era el camino hasta el baño, solo sé que llegué a tiempo para abrir y cerrar la puerta, arrodillarme y vomitar en el inodoro. Expulsé la bilis, ya que no tenía nada en el estómago. Respiré profundo un par de veces y logré calmarme un poco. Al vomitar me sentí más aliviada, como si parte de la tensión que tenía acumulada se hubiera ido con ello. Me enjuagué la boca, me eché un poco de agua por la cara y volví con Robert. Ahora si es verdad que no podía aguantar más sin comer, me dolía la barriga del hambre.
—Ya estoy aquí, perdona.
—No pasa nada.
Casi no hablamos mientras comimos, y lo poco que comentamos fueron temas banales y sin importancia, ya que lo verdaderamente importante en ese momento lo teníamos en nuestros platos. Las hamburguesas eran enormes y pringosas, de esas que saben a gloria bendita, y más cuando te mueres de la fatiga. Estaba todo muy bien presentado, venía en una bandeja de pizarra muy bien colocado. Las patatas las habían puesto sobre una cesta metálica y le habían puesto la salsa bien distribuida por encima, pero no como si la hubieran echado así, sin más, sino con gusto. No sabía si era el hambre o que todo estaba delicioso, los sabores de la hamburguesa se mezclaban creando un éxtasis casi orgásmico para el paladar.
Una vez terminamos de almorzar, y con la barriga contenta después de comernos un brownie caliente con helado de vainilla y sirope de chocolate, Gómez pidió la cuenta. No me dejó ni ver el importe total, pero seguro que por el sitio que era no fue muy barato. Una vez pagó regresamos al coche para ir a su casa, bueno a la de invitados, a descansar, pues había sido un largo y duro día, al menos para mí, y estaba deseando acostarme y regodearme un poco en mi mierda a solas.
He de reconocer que seguía teniendo cierto reparo por confiar tan pronto en Robert como para ir a su "casa de invitados", si es que tenía una de verdad. Igual este había sido mi último almuerzo y amanecía mañana violada y descuartizada por ahí. ¡Uggg! Pensar en eso me produjo un escalofrío que me recorrió toda la espina dorsal. Aunque bueno, la muerte igual me ahorra este dolor tan grande que tenía. ¡Por Dios, Isis! ¡Que no! Robert es un buen hombre que solo quiere ayudarte, no pienses eso, me dije.
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