UN DÍA CUALQUIERA
(Ocho años después)
Mientras estaba fregando la casa escuchando música, pensé en lo que la vida me había sonreído estos años y me sentí la mujer más feliz del mundo. Seguía casada con Martín, el hombre al que amaba y por el que daría mi vida si fuera necesario. Vivíamos juntos y económicamente no estábamos mal, pues él había conseguido un buen puesto de trabajo, por lo que yo podía dedicarme a la casa y a él enteramente como me había pedido. El pobre, es más bueno... Quería evitar a toda costa que me enfrentara al mundo laboral y a la explotación que decía que había.
Lo único que echaba un poco en falta era a mi familia, que por algún motivo que desconocía se había alejado completamente de mí. Aunque desde que no aparecieron en la boda, no había vuelto a intentar contactar con ellos, me había ofendido mucho ese acto tan feo. Así es la vida, supongo, a veces nos distanciamos de la gente que queremos y aún siguiendo queriéndoles y echándoles de menos el orgullo nos impide retomar el contacto.
También echaba en falta a mis antiguas amistades. Como a Martín no le hacía mucha gracia que quedara con ellos, pues me había alejado un poco, hasta el punto de no quedar con ninguno. Lo entendía perfectamente, la mayoría del grupo eran chicos y eso lo ponía celoso, porque me quiere mucho. Yo no me había dado cuenta hasta que él me lo dijo, pero varios del grupo estaban colados por mí, así que lo mejor era distanciarme. Aunque aún no sabía por qué alguno iba a estar interesado por mí, con lo poquita cosa que era. Bastante agradecida estaba ya de que Martín se hubiera fijado en mí y fuera mi marido.
Pese a todo esto, no podía ser más feliz, cada día más. No siempre se puede estar al lado de la persona a la que ama, y yo lo estaba. Nos conocíamos desde muy pequeños y nunca nos habíamos separado. ¡Qué bonito! Aún recordaba el día en que me pidió matrimonio. Fue uno de los mejores días de mi vida, me hizo sentir la mujer más especial y afortunada del mundo. No me lo creía y aún seguía sin creérmelo.
Ensimismada como estaba pensando en mis cosas, tiré al suelo el marco de la foto de nuestra boda. Le había dado con el palo de la fregona sin querer y se hizo añicos. Martín que en ese momento estaba repantigado en el sofá viendo un partido de fútbol se sobresaltó.
—¡Isis! ¡Ten cuidado, mujer! —Gritó.
—Perdona, cariño. Fue sin querer.
—¡Pues vaya susto me has dado! ¿Qué has roto esta vez? ¡Eres un desastre!
—Ya te he dicho que lo siento. El marco con nuestra foto de bodas, le di un golpe sin querer con la fregona... Mañana compraré otro.
—Eso, tu rompe que yo pago. Claro, como no sabes lo difícil que es conseguir el dinero... No lo valoras.
—Claro que lo valoro. Sé lo mucho que te esfuerzas para traer dinero a esta casa, mi vida.
—Encima te cargas, el marco de nuestra foto de bodas. Parece que lo haces aposta.
—¿Y por qué iba a romperlo a postas?
—Porque ya no me quieres, o qué sé yo que pasa por esa cabecita tuya...
—Pero, ¿cómo no te voy a querer si eres todo en mi vida? ¡No seas bobo cariño!
—Mira... No me hagas hablar mejor y vamos a tener la fiesta en paz. Tráeme una cerveza fría y olvidemos el tema. Además, estoy perdiéndome el partido.
—Vale, perdona, de verdad. Ya te la traigo. —Le respondí mientras me retiraba a la cocina tras recoger con cuidado los cristales del suelo.
Bueno, igual las cosas no eran tan idílicas como al principio pero, ¿qué pareja era perfecta? ¿Qué pareja no discutía o tenía problemas? Quien diga lo contrario miente. Además, últimamente estaba bastante estresado y discutíamos un poco más de lo habitual, pero seguro que pronto pasaría todo. Era una mala racha que superaríamos juntos. Todo volvería a la normalidad en cuanto se tranquilizara un poco, estaba segura. Tan segura como que lo amaba y que era el hombre de mi vida. Tan segura que pondría la mano en el fuego por él a ciegas, sin pensar siquiera que podría quemarme ni un poco. Porque sabía que él también me amaba, no obstante me había elegido y seguía a mi lado pese a la adversidad.
—Toma cariño, tu cerveza bien fresquita, en jarra, como a ti te gusta. ¿Cómo va el partido?
—¡Bah! La mierda del equipo este, acaba de perder en el último minuto. Gol en propia puerta. ¿Te lo puedes creer? ¡Panda de maricones! ¿Y a estos les pagan la millonada que les pagan? ¡Venga, hombre!
—Bueno, tranquilo es un partido nada más.
—¿Un partido solo dices? ¡Cómo se nota que no entiendes de fútbol! —Me espetó mientras se bebía la cerveza de un trago.
—Tenías sed, ¿eh? —reí, quitándole hierro al asunto.
—¿Insinúas algo?
—No, nada, nada.
—Pues voy a darme una vuelta, a ver si me calmo un poco, que me noto estresado.
—¿Quieres que te acompañe?
—Prefiero estar solo, gracias. Pero entre la escenita de antes y el partido... Mejor despejarme un poco de todo yo solo.
—Vale, como quieras. Te espero para cenar, te haré algo rico. Hasta luego, te quiero, mi gruñoncete.
—Hasta luego, Isis, hasta luego. —Se despidió de malhumor.
Cuando abandonó la casa de un portazo se me vino el mundo encima. ¡Joder! Era una mierda de novia. Sabía lo mal y saturado que estaba y no le daba más que problemas. Tendría que tener más cuidado, ser más atenta, detallista y empática con él o cualquier día me dejaría por otra. Unas lágrimas recorrieron mi rostro mientras pensaba en ello. Me sacudí la cabeza intentando alejar esos pensamientos y me dispuse a prepararle una buena cena para cuando llegara. Iba a ser la mujer que esperaba que fuera, iba a darlo todo. Superaríamos este bache, estaba convencida.
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