ÚLTIMO RECURSO
Jadeante y agotada por la carrera en solitario que había hecho, decidí que era el momento de parar. Tenía el corazón a mil y la respiración agitada. El pecho me espasmaba con violencia, y hacía que las costillas se contrayeran provocándome molestias, y un flato en el costado hizo que me doblara de dolor. Encima la cabeza no paraba de enviarme imágenes confusas que no lograba discernir con claridad. Las piernas me temblaban, como si no fueran capaces de resistir mi peso y amenazaba con derribarme, acompañado a esto, mi vista se nubló momentáneamente. Estaba realmente agotada, así que decidí sentarme en el portal de un edificio, resguardada de la intemperie. El granito de la pared y del suelo estaba frío, pero no me importaba, necesitaba recostarme contra la pared para sobreponerme del esfuerzo y, con suerte, pararme a pensar en qué iba a hacer a partir de ahora.
Pasé largo rato meditando, y cuantas más vueltas le daba al asunto, más claro tenía que solo había una salida, Martín. Había sido un capullo, sí; se había propasado innumerables veces, también; había llegado incluso a pegarme, era obvio... Pero siempre había estado ahí cuando lo había necesitado, desde que éramos pequeños... Además, parecía cambiado y arrepentido la última vez que lo vi y cuando hablé con él. Sí, seguro que la maldita mala racha que nos perseguía se había esfumado y había vuelto a ser él mismo, o al menos, eso quería creer. Era más fácil de pensar eso, a decirme que iba a cometer la peor locura de mi vida... Llamarlo.
Saqué el móvil que me había devuelto en el último encuentro del bolsillo. Con las manos temblorosas y hecha un mar de dudas, busqué su número en la agenda y lo marqué. Apunto estuve de colgar antes de que diera tono, pero finalmente me dejé llevar y esperé. Sonó tres veces hasta que escuché su voz al otro lado contestando:
—Hola, cariño. ¿Qué tal? ¿Al final has decidido que nos veamos después de todo?
—Hola, Martín, pues... sí. Me gustaría vernos... y hablar las cosas bien, si te parece. —Dije dubitativa.
—Claro, dime cuándo y dónde, y ahí estaré encantado. Regresé esta mañana del viaje, así que estoy disponible.
—Lo antes posible, por favor. Ahora te envío la ubicación por WhatsApp. Te necesito...
—¿Estás bien? Tranquila, ya voy, espérame ahí, —fue lo último que dijo antes de colgar.
¿Había hecho bien? Parecía preocupado por el tono de voz que puso. ¿Podía volver a confiar en él? ¿Volvería a ser el hombre del que me enamoré perdidamente? Tenía muchas dudas pero, ¿qué otra cosa más podía hacer? Además, si después de lo ocurrido aún seguía teniendo sentimientos hacia Martín, supongo que él hacia mí igual, o incluso más, ya que no le había hecho nada... Bueno, huir y desaparecer un buen tiempo, pero nada comparado con lo que él me había hecho. Esperaba que no me guardase rencor y que el amor pudiera con todo... Al menos esa era la idea a la que me quería aferrar.
Había empezado a llover, menos mal que encontré refugio a tiempo. Me asomé un momento a ver si lo veía llegar, pero no había nadie en la calle. Lo que sí pude ver fue mi rostro reflejado en un pequeño charco que se había formado. Mi reflejo parecía odiarme, parecía decirme que saliera corriendo de ahí, que sentía vergüenza por lo que iba a hacer... Pero claro, un reflejo no es capaz de tal cosa, por lo que tenía claro que era mi subconsciente el que me enviaba señales de alarma sin parar... Pese a ello, me quedé plantada donde estaba, esperando mi destino, fuera cual fuese.
Volví a meter la cabeza en el portal, y sentí como las gotas de lluvia resbalaban de mi pelo a mi rostro y a mi espalda. Esperaba no ponerme mala encima. Me di la vuelta y me miré en el cristal de la puerta, para acicalarme un poco. Mientras lo hacía, noté como unas manos cálidas y reconfortantes me abrazaban por la espalda, sin avisar. Tuve que contener la respiración para no gritar del susto, pero pronto comprendí de quién eran esas manos. Podía reconocerlas aunque pasaran mil años. Entonces me di cuenta de que las había echado de menos. Era Martín. Por si acaso me equivocara, aunque lo dudaba, me giré lentamente y, efectivamente, tal y como había sospechado, era él. Quedamos fundidos en un abrazo como los que nos dábamos antaño, de amor, con su cabeza sobre mi hombro, buscándome la mejilla para besarla. Mi coraza se iba resquebrajando poco a poco... Lo que me daba miedo.
—Hola mi vida, —me susurró él al oído. —Ya estoy aquí. Te he echado mucho de menos.
—Hola... cariño, yo... también, —respondí nerviosa y apartándome un poco, tratando de evitar el contacto tan cercano. Prefería hablar antes con él y ver cómo estaban las cosas.
Martín, que no pareció entender la indirecta, o si la entendió pasó de todo, me puso la mano en la nuca y me llevó hasta él. Entonces me miró a los ojos y me dijo que lo sentía, que no era nada sin mí, que lo perdonase y que estaba totalmente enamorado. Sus ojos no me transmitieron exactamente lo que decían sus palabras, pero el beso que me plantó en los labios hizo que cayera rendida. Mi coraza terminó de romperse y me dejé llevar. Hacía tanto tiempo que no lo veía... Además, jamás se había disculpado por nada... Quizá si hubiera cambiado después de todo... Me besó con ansias, fuerte y apasionadamente, como si llevase mucho tiempo soñando con ello.
Visto desde fuera, hubiera parecido mágico e incluso idílico. Una pareja bien avenida entregándose su amor bajo la Luna, las estrellas y la lluvia. Aunque todo era más delicado y complicado de lo que parecía. Mis últimos fantasmas empezaron a esfumarse según me llegaba la fragancia de su perfume, combinado con esa pasión y cariño que me entregaba y que se había esfumado tanto tiempo atrás... Muy bonito para ser verdad, pero ojalá lo fuera. Estuvimos así un buen rato, ninguno quería estropear el momento, hasta que Martín habló.
—Bueno cariño, quería decirte que si he sido un poco brusco últimamente, lo siento. Como sabes, tuve una mala racha en el trabajo, y quizá tú no fuiste lo suficientemente comprensiva en ese momento. Luego todo mejoró, te lo quería contar, pero no estabas. Además, estoy convencido de que si hubieras esperado unos días, todo hubiera vuelto a la normalidad. Aunque bueno, no quiero echarte nada en cara, solo disfrutar el momento y arreglar las cosas. ¡Ah! Por cierto, te traigo un regalito. —Dijo tendiéndome una pequeña caja embalada con un precioso papel dorado.
—Sí, puede que tengas razón, quizá no supe estar a la altura de las circunstancias, debí entenderte más, pero entiende que la cosa se desmadró. Sobre todo la última noche. —Por favor que no replicara, o todo lo que acaba de construir en un momento se derrumbaría de nuevo. —Así que perdóname tú también. Si ambos ponemos de nuestra parte, seguro que salimos adelante.
—Bueno, ya lo hecho, hecho está. Ahora abre el regalo, por favor.
Toscamente, con las manos entumecidas por el frío y los nervios, desenvolví el paquete. Con cuidado de no romper el papel, una extraña manía que tenía de siempre. ¡Hala! Era una alianza de oro, con lo que parecía un diamante engarzado en forma de estrella. Aunque no era muy partidaria del oro amarillo, cosa que le había repetido en numerosas ocasiones a Martín, No dije nada al respecto. No quería estropearlo todo por un comentario malavenido, además, he de admitir que era bonito.
—¿Y esto, Martín? ¿A qué se debe?
—Pues esto significa que... Isis Ossorio Báez, ¿quieres renovar nuestros votos nupciales? Hagamos como una segunda boda, para celebrar que nos hemos reconciliado y hemos superado todas las adversidades, ¿qué te parece? —Preguntó arrodillándose.
—Que sí... ¡Sí quiero! —respondí aclarándome la garganta. Por un momento me olvidé de todo lo acontecido y caí rendida totalmente a su voluntad, atónita por el giro tan inesperado de la situación. Era como si mi cerebro se hubiera reseteado y borrado todo lo pasado, y solo le importase lo que estaba pasando ante mis ojos, que Martín estuviese ahí arrodillado ante mí.
—Ya pensaba que me ibas a decir que no. Casi me da algo, —suspiró como aliviado. —Pues si te parece bien, vámonos a casa. Gracias a mi buen trabajo y mis contactos, podremos organizarlo todo para dentro de unos días, mientras podemos aprovechar para ponernos al día, tú ya me entiendes, —me guiñó un ojo.
—¡Martín! No lo estropees, anda. Con lo bonito que te había quedado todo... —Aunque tenía ganas de sentirlo, de volver a conectar íntimamente con él. Además, llevaba mucho tiempo de sequía...
—Está bien, está bien... solo bromeaba. —rio.
Anduvimos juntos de paseo debajo del paraguas de camino al coche. La lluvia caía sobre nosotros y la Luna y las estrellas alumbraban nuestro camino. ¿Qué más podía pedirle a una noche romántica? Lo tenía todo. Parecíamos dos colegiales, no parábamos de besarnos y abrazarnos mientras caminábamos. Martín cuando podía aprovechaba para ponerse juguetón y meterme mano. Al principio lo apartaba rápidamente, pero poco a poco fue seduciéndome más y me fui dejando tocar. Llegó un momento en que me metió incluso la mano dentro del tanga... ¡Ufff! No aguantaba más, aún así estábamos en público y alguien podía vernos. Nunca me había gustado eso.
—Para, Martín. Espera a que lleguemos a casa, —dije ruborizada y acalorada, con una sonrisa tonta dibujada en mi cara.
—Es que estás tan preciosa con ese vestido... ¡Bfff! Qué ganas te tengo. Quiero quitártelo ya. —Me susurró al oído.
—Pues vas a tener que esperar un poco.
—Vale, corta rollos. Esperaré.
—Pero no te enfades...
—No lo hago.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo. Ya estamos cerca del coche, no tardaremos en llegar a casa, y entonces sí, ¿no?
—Sí, entonces, sí.
—Vale, te tomo la palabra, pero no me beses más o no me voy a poder contener, —me guiñó pícaramente un ojo y me sonrió ladeadamente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro