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¿POR QUÉ A MÍ?

(Una semana más tarde)

—Pero, hijo, ¿qué haces tirado en este banco? —Me preguntó una voz de mujer que me resultaba familiar, aunque la oía distante y distorsionada, como si estuviera soñando.
—¿Quién eres...? —Le pregunté mientras intentaba abrir los ojos. El Sol me deslumbraba y apenas veía nada, además, la cabeza me pesaba, daba vueltas y dolía mucho. ¿Dónde estaba? ¿Quién me estaba molestando?
—¡Martín! ¡Por el amor de Dios! ¡Levántate de ahí ahora mismo! —Me gritó un hombre, cuya voz también quería sonarme, pero no lograba distinguir.
—¿Qué... qué pasa? ¿Qué quieren?
—¿Cómo que qué pasa? Estás durmiendo en un banco en medio de la calle cariño. Hacía días que no sabía nada de ti, me tenías preocupada y ahora te encuentro en este estado...
—¡Quieres levantarte de ahí! ¿Qué te ha pasado? Estás sucio, lleno de sangre, de vómito... ¿Qué has hecho hijo? ¿En qué clase de lío andas metido?
—¿Papá? ¿Máma? ¿Sois vosotros?
—Pero, ¿estás tonto? ¿No ves que somos tus padres? ¿Te estás drogando? ¡Deja que se lo cuente a tu mujer!
—Deja al niño que se explique, Fernando. —Le espetó mi madre, a mi padre.
—Está bien, Marisa. Bueno, Martín, ¿qué te ha pasado?
—No sé, tengo leves recuerdos de estos últimos días... Ha pasado todo tan rápido... No pude controlarlo.
—¿Qué no pudiste controlar, cariño?
—¡Nada!
—¡Coño! Explícate un poquito, anda, inténtalo al menos.
—¡Fernando! ¡Esa boca!
—Perdón, es que tu hijo me saca de quicio....
Ya estaban discutiendo estos dos como siempre, es lo que había visto desde pequeño. ¡Cómo odiaba cuando se ponían así! Encima discutían cuando el que estaba mal era yo y al que deberían atender era a mí... Pero bueno, las viejas costumbres nunca se pierden.
—A ver... ¿Por dónde empiezo...? Isis se ha ido...
—¿Cómo que se ha ido? ¿Ves Fernando? Y tú echándole la bronca a tu hijo.
—No discutáis, por favor, aquí el problema lo tengo yo. Además, hablad más bajo, me duele la cabeza,—les interrumpí antes de que se enfrentaran. — Como iba diciendo, Isis se ha marchado de casa. Discutimos y se largó, sin decirme nada. No lo entiendo y me está matando por dentro... Creo que está con otro.
—¿Hace mucho de eso? ¿Por qué no nos habías dicho nada? Sabes que puedes contar conmigo, para eso soy tu padre, bueno, y con mamá también, por supuesto.
—Pues... No sé, hará cosa de unas dos semanas aproximadamente, la verdad es que he perdido la noción del tiempo.
—¿Y qué has hecho en todo este tiempo? —Me preguntó Marisa.
—Pues dar tumbos de un lado a otro, de bar en bar. No sabía qué hacer, estoy perdido. Encima mis amigos se enfadaron conmigo, ¡no me entienden! Cuando más los necesito no están, ahora me doy cuenta de quiénes están a mi lado de verdad. Solo puedo confiar en vosotros.
—¡Pobrecito, mi niño! Ven, mamá ya está aquí. —Dijo abriendo los brazos para abrazarme, aunque se detuvo. —Bueno, en la distancia, que hueles a muerto y estás manchado por todas partes.
—Bueno, entiendo todo lo que dices y lo siento mucho, de verdad, pero eso no explica toda esa sangre... ¿Qué más ha pasado Martín?
—Me ha vuelto a pasar... He perdido el control. La ira se apoderó de mí, como cuando era pequeño y por eso me llevabais a esos malditos psicólogos que tanto odiaba. —¡Aggg! Pensar en psicólogos me revolvían el estómago y más sabiendo que la puta de Isis estaba con uno. ¡Qué asco!
—¿Alguna cosa importante al respecto que debamos saber mamá y yo? Sabes que podemos ayudarte si ha pasado algo más grave...
—Pero, ¡qué dices Fernando! Si tu hijo es un santo... Habrá tenido alguna peleilla tonta y ya está, ¿a que sí, Martín?
—Sí, sí, la típica pelea de bar, nada importante, tranquilos.
—¡Ummm! Contigo uno no puede estar tranquilo, solo das problemas.
—¡Deja al chico! Bastante tiene ya con que su mujer le engañara y se largara.
—Siempre has sido muy blanda con él...
—¡Joder! ¡Dejad de discutir de una puta vez!
—¡Eh! A tus padres no se te ocurra levantarles la voz, y menos a tu madre, porque hasta aquí podríamos llegar, ¿te queda claro?
—Sí, perdón papá, es que estoy tan mal...
—No es excusa para tratarnos así.
—Bueno, cariño, está claro que nos necesita, no lo machaques más. ¡Vámonos a casa! Martín, mi cielo, ¿quieres venirte unos días?
—Pues... Estaría bien recibir un poco de cariño por una vez. Hacía tiempo ya que Isis y yo estábamos mal. Siempre estaba arisca y enfadada. No me mostraba amor, ni siquiera quería acostarse conmigo... Ahora lo estoy entendiendo todo... ¡Qué ciego estaba!
—¡Ay! No digas estas cosas delante nuestra. No nos interesa saber si te acostabas o no con ella. Sabes que no concebimos que pueda existir la idea del sexo por el placer. De toda la vida el acto sexual se ha hecho por y para procrear. Guarda tus sucios pensamientos para ti. Te aceptamos como eres, pero tampoco lo saques a relucir así tan campante.
—Perdón, papá... A veces se me olvida que estás chapados a la antigua...
—¿Qué estás dici...? —Fue interrumpido por mi madre antes de acabar la frase.
—Pues eso, vámonos para casa ya. Necesitas una buena ducha, algo caliente que llevarte al estómago y descansar. En casa de tus padres mejor que en ningún otro sitio. Pobrecito, mi pequeño, lo mal que lo has tenido que estar pasando.
Me incorporé como pude del banco, me dolía todo el cuerpo y todo me daba vueltas. Sin embargo, traté de disimularlo, aunque creo que fue en vano por la cara y gesto de mi padre, que pese a todo se acercó deprisa a ayudarme. Por fin alguien entendía que yo era la pobre víctima de todo esto y me apoyaban, a su manera, pero lo hacían. Estaba claro que ver el demonio interior de Isis era difícil, siempre con esa actitud impecable, esa cara de inocente y esa sonrisa que parecía que no rompía un plato... Y, por supuesto, no rompía solo uno, rompía la vajilla entera. No en vano me había puesto los cuernos y se había largado con el otro, la muy puta... Y aún así, yo seguía esperando por ella... ¡Qué tonto he sido! ¿Por qué me pasaba esto a mí? ¡A mí, que se lo he dado todo!

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