OBRA DEL PROPIO MIGUEL ÁNGEL
No sabía bien qué hora era, no había parado de dar vueltas toda la noche, soñando con miles de mierdas que ahora mismo no recordaba. Tenía las sábanas pegadas por el sudor y mi cuerpo se negaba a seguir postrado en la cama. Así que le hice caso y me levanté de un salto.
Lo primero que hice fue darme una ducha fría para despejarme y quitarme el sudor que perlaba mi cuerpo. Luego, bajé a desayunar en familia. Una vez sentados en la mesa de la cocina, empezamos a hablar con el telediario puesto de fondo, una mala manía de mi padre que mi madre siempre le recriminaba, comer con la tele puesta.
[...el índice de abuso de género se ha incrementado un 4% en los últimos meses...].
La noticia llegó en el peor momento, cuando todos tratábamos de pasar página. Tras denunciar había intentado por todos los medios omitir el tema y mi familia también. Trataba de empezar de cero, pero parecía que el mundo se quería poner en mi contra y recordarme mis desgracias...
—¡Todo por culpa de sinvergüenzas como Steven! ¡Y la policía no hace nada! ¡Lo mato, es que me lo cargo! —Bramó Bernard.
—¡La justicia no hace nunca nada! ¡Mira que lo veía venir a ese desgraciado desde que lo conocí...! ¡Mira que te lo dije, Isis! —Apoyó Adeline a su esposo.
Con los ojos aguados, apunto de llorar y con la vena de la sien hinchada de la impotencia y el enfado, estallé en cólera. Ya estaba mal, y aún peor con la noticia, como para que mis padres me estuvieran diciendo que me lo habían advertido y me estuvieran dando sermones ahora mismo:
—¡Ya basta! ¿No? ¡Joder! Ya estoy lo suficientemente mal como para que me lo recuerden constantemente. Ya sé que fui una estúpida, una incrédula, que me lo advirtieron y blablabla... pero lo que necesito ahora es apoyo, no sermones.
Vi como mis padres, que no esperaban mi reacción, se miraron el uno al otro, agacharon la cabeza y se disculparon. Me sentí fatal enseguida por hablarles así. Sabía que no lo habían hecho a propósito y que no tenían malas intenciones, pero estaba desquiciada. Por suerte, no se lo tomaron a mal y siguieron hablando de otros temas más triviales. Supongo que intentando calmar un poco la situación, pues se podía palpar la tensión en el ambiente.
Cuando acabamos de desayunar, o al menos ellos, yo solo hice compañía, pues no pude probar bocado por el mal sabor de boca que se me había quedado, abandonamos la cocina y cada uno se fue para un lado.
Decidí regresar al cuarto para calmarme y desconectar un rato. Intenté abstraerme continuando el relato, aunque pronto sentí como un nudo en el pecho me iba oprimiendo cada vez más y a sentirme más y más agobiada. Necesitaba salir de aquí y hablar con alguien, pero, ¿con quién? Robert estaba ocupado con el trabajo y mis padres no eran la mejor opción ahora mismo.
Tras meditarlo unos instantes, decidí darle una oportunidad al encantador Platón. Ya total, de perdidos al río, ¿qué más me podía pasar? Y si no, me iría directa al río, pero al fondo, para no salir jamás. Rápidamente aparté esas malas ideas de la cabeza. ¡Mierda, Isis! Tienes que ser más positiva... Seguro que es un buen chico. Un chico que necesita conocer gente nueva, como tú.
Cogí el móvil, busqué en el apartado de favoritos de Whatsapp y localizé su número enseguida. En lo que más me demoré fue en buscar alguna frase ingeniosa que decirle. No quería sonar desesperada, ni que pensara mal de mí, además, quería ser ingeniosa. Al final se me ocurrió una que no parecía del todo mal, al menos bajo mi criterio: "Platón, necesito que seas el Sol que ilumine mis ideas, que me hagas pasar del mundo sensible al mundo inteligible".
Pasaron varios minutos antes de verlo en línea y unos segundos más en recibir su respuesta. He de admitir que me encontraba nerviosa, muy nerviosa. No recordaba tantos nervios como cuando era pequeña y estaba esperando por las notas de un examen. Su respuesta me encantó: "Volvería a adentrarme a la caverna, te explicaría lo que he visto fuera hasta convencerte de que la realidad no es lo que has visto hasta ahora, no son esas sombras proyectadas por un falso Sol llamado fuego y te guiaría hasta el exterior para que vieras la belleza del verdadero Sol. Para que veas que hay un mundo mucho más amplio por descubrir ahí afuera".
Estuvimos hablando largo y tendido sobre mí, sobre mis problemas y en qué y cómo podría ayudarme. Al final, sin saber muy bien por qué, ni en qué momento, la conversación derivó en una cita. Decidimos vernos y conocernos para seguir hablando mejor en persona. Elegimos un lugar público y transitado, la cafetería del parque. ¡Qué nervios! ¡Qué vergüenza! Esperaba que fuera tan buen chico como parecía.
Me puse guapa, creo, al menos lo intenté, quería causarle buena imagen a mi nuevo amigo. Aunque tampoco me arreglé en exceso, no quería que se pensara algo que no era, aunque tampoco creía que se fuera a fijar en mí, pero por si acaso, mejor ser precavida.
Cuando creí estar lista, me despedí de mis padres y me encaminé al parque. Cada vez me encontraba más nerviosa, ¿qué me iba a encontrar? Al fin y al cabo una nunca sabe qué se esconde tras la red en internet. ¿Sería un lunático? Además, ¿cómo sería físicamente? Hasta ahora no nos habíamos visto ni en foto. Bueno, sí, lo había visto en una de espaldas en su perfil. ¿Por qué de espaldas? ¿Trataba de ocultar su identidad? ¿Ocultaba algo? No, Isis, es un buen chico, aparta esos pensamientos.... Estuve a punto de dar media vuelta y marcharme varias veces, pero siempre buscaba una excusa para autoconvencerme y seguir adelante.
Al llegar a la cafetería, alcé la vista en busca de un hombre con libro y sombrero, pues era el punto de referencia y la vestimenta que habíamos pautado. Sí, sombrero, se ve que no tenía vergüenza alguna, pocos hombres los usan hoy en día, pero eso lo hacía diferente, y eso me gustaba.
Cuando por fin lo vislumbré, me acerqué tímida y me senté frente a él. Ya no había marcha atrás. Se levantó a recibirme y nos presentamos debidamente, ya que tampoco sabíamos nuestros verdaderos nombres aún. Se llamaba Cristopher y parecía sacado de una revista de modelos, realmente perfecto, era como si lo hubiera esculpido el propio Miguel Ángel.
Al principio me sentía intimidada y amilanada ante tanta belleza, pero cuanto más se prolongaba la conversación y más lo conocía, mejor me caía. Además, pronto me percaté, por suerte para mí, así estaba más tranquila, de que no tendríamos más futuro que el de buenos amigos, seguramente, muy buenos amigos, pues era homosexual. Esto resultó ser de un gran alivio, pues no estaba preparada para tener nada más allá que amistad, aunque realmente necesitaba ampliar mis agenda de amistades, que se reducía a una, Robert.
La distendida, agradable y reconfortante conversación se prolongó hasta bien entrada la noche. Cristopher fue un bálsamo para mi alma, un salvavidas en medio de mi océano negro. La verdad es que me ayudó bastante hablar con él, e hicimos buenas migas. Al final ambos nos sentíamos solos. Él acababa de llegar a la ciudad y no conocía a nadie.
Tras varias horas de distendida conversación llegó el momento de despedirnos, aunque más que por ganas por cansancio, además, me dolía la cabeza. Sin embargo, quedamos para vernos al día siguiente, seguir conversando y conociéndonos mejor. Ya tenía ganas de que fuera mañana.
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