MUNDO PARALELO
Mira que consiguió sacarme de quicio anoche esta mujer. ¡Madre mía! Es única para conseguirlo. Al final logra siempre sacar lo peor de mí, y eso que me controlo. Encima, ahora estará ofendida porque le di un golpecito sin querer en la cara... Pero, ¡coño! Se lo merecía. Es que siempre es la misma, con esa actitud de mosquita muerta, como si nunca rompiera un plato. Preguntándome a dónde fui, ¡vaya control! Ya logré deshacerme del control de mis padres como para que ahora me intente controlar mi mujer. Además, me dejó cerrada la puerta aposta con llave, con lo difícil que es atinar de noche, sin luz. No podía entrar y estuve buen rato intentándolo, me dejó en ridículo con los vecinos... Pero, bueno, haré lo que tiene que hacer un hombre para evitar más problemas, darle la razón como a las locas y decirle que lo siento mucho, para que no le dé más importancia a esta tontería. Le compraré unas flores aquí, aunque vaya pereza tener que haberme desviado recién salido del trabajo, con lo cansado que estoy, ¡qué pérdida de tiempo! Pero, bueno, así seguro que se olvida de todo.
—Buenos días, Martín. ¿Qué tal? ¿Te acuerdas de mí? ¿En qué te puedo ayudar? —Me preguntó el florista sacándome de mi ensimismamiento.
—Hola... ¿qué tal? Juanito el Trufas eras, ¿no? ¿Cómo va la cosa? —Claro que me acordaba de él, pero prefería hacerme un poco el loco y mantener las distancias, no era buena compañía.
—Pues bien, tirando, últimamente las cosas no van tan bien por aquí, pero es lo que tienen los negocios, un día estás en la cima y al otro... pues escapando, como ahora.
—Cuánto lo siento, seguro que vuelve a mejorar la cosa. Bueno, si te puedo echar una manita... Tú sabes, cómo en los viejos tiempos, pero no como cuando te fugabas y te metías con todos los golfos del insti y tenía que defenderte para que no te mataran a hostias y al final acababa peor que tú. Pues una manita sí, pero de esa manera no, ¿vale? —Le dije entre risas a la par que le lanzaba una puya. —Para pelearme no me llames, que ahora tengo una reputación que cuidar, ¿eh?
La verdad es que tenía muy buenos recuerdos con Juanito en el instituto, pese a las dichosas peleas, aunque también eran divertidas, cargadas de adrenalina, pero ahora era mejor tenerlo lejos. Había sido muy buen estudiante, hasta que falleció su madre y decidió tirar su vida por la borda y meterse en las drogas, ahora estaba consumido y seguía enganchado. Era casi todo pellejo, se le podían contar todos los huesos del cuerpo, tenía tantos tatuajes, que casi no se le veía la piel y estaba lleno de piercings, además, los pocos dientes que le quedaban estaban ennegrecidos y el pelo brillaba por su ausencia. Daba verdadera lástima. Sabía por algunos compañeros del instituto que tenía cuatro hijos de cuatro mujeres distintas y ninguna de ellas le dejaba verlos. ¡Las mujeres siempre jodiéndonos! ¡Cómo si no nos necesitaran para poner la dichosa semilla! ¡Claro, buscan que las preñen cuando se les despierta la mierda esa de reloj biológico y, luego, hala, una patada y te lo quitan todo! Encima el desgraciado tenía un trabajo de mierda que apenas le daba para malvivir, ¡pobre diablo! Realmente me daba un montón de pena. Podría haber llegado a médico si no se hubiera descarrilado.
—Gracias, Martín, siempre tan amable. ¡Ay! Lo que podría haber sido, ¿te acuerdas cuándo nos picábamos a ver quien sacaba las mejores notas en el colegio? Pero ya en el instituto me eché a perder, así que bueno, es lo que hay, me lo busqué o quizá la vida me empujó a ello. Ahora escapo como puedo.
—Bueno, fueron buenos tiempos, pero pasó lo que pasó, ahora solo te queda mirar para adelante, seguro que sales de esta. Mira, déjame el ramo más grande, caro y bonito que hayas hecho nunca. Así agrado a mi mujer y te echo una mano.
—¿Y tanto romanticismo tú? Te recordaba más sosón amigo. ¿Viene un crío en camino?
—¿Un niño? Quita, quita, eso solo te arruina la vida, parece mentira que no lo sepas tú bien.
—Bueno, para mí mis hijos son lo más bonito que tengo, al menos me alegraban la vida cuando podía verlos, ese cariño incondicional, sin juzgarme, sin un por qué. Aunque ahora que no puedo verlos... ¡Me rompe! ¡Me destroza!... Prefiero no hablar de ello. Cambiemos de tema mejor. ¿Entonces? ¡Cuéntame bribón! ¿A qué se debe tanto amor? ¡Qué afortunado!
—Nada, para mi mujer, que está sensiblona.
—¡Ay! Las mujeres... No podemos vivir sin ellas. ¿Qué le habrás hecho? Ellas se enojan por todo y por nada a veces, pero cuando es con razón, menudas son.
—¿Qué le voy a hacer? Soy un tío cojonudo con ella. No tiene que trabajar, porque se lo doy todo, me porto bien con ella, le doy regalos como este... No sé, creo que soy un marido modélico o lo intento. ¿Por qué lo dices? ¿Qué insinúas? —Le pregunté, subiendo un poco la voz, arqueando la ceja y sintiéndome verdaderamente ofendido.
—Nada, nada. Era por sacar algo de conversación simplemente. Yo con mis exmujeres era buen marido, pero todas terminaron repudiándome por culpa de mi adicción a las drogas. No puedo echárselos en cara, pero echo de menos tener a alguien que me quiera a mi lado y, sobre todo, a mis peques, pero ni ellas ni asuntos sociales me dejan acercarme, dicen que soy un peligro y eso que nunca le he hecho daño a nadie.
—Bueno, ¿el ramo está listo? ¿O qué? Tengo prisa. —Le espeté cortante.
—Sí, ya casi está. ¡Hala, listo! Mira qué bonito quedó, ¿verdad? ¿Te gusta?
—Sí, está bien, colorido. Seguramente, la floristería de la esquina lo habría hecho más bonito, no sé por qué cerró, pero no está mal. Gracias igualmente. ¿Cuánto es?
—Son ochenta euros, precio de amigo. —Dijo guiñándome un ojo.
—No, Juanito, dime el precio real, no pasa nada, tengo dinero de sobra, así te ayudo un poco.
—De verdad, así está bien, es lo menos que puedo hacer por un viejo amigo y es lo único que puedo hacer de valor, nunca podré invitarte a una cerveza si salimos juntos ni nada por el estilo, voy súper tieso de dinero.
—Bueno, no necesito que me invites a nada, dime cuánto es, anda.
—Como quieras, ciento veinte euros. —Respondió en un tono que sonó más seco de como había estado hablando hasta ahora.
—Toma, ciento cincuenta, quédate con la vuelta, espero que te venga bien y te ayude. —Le dije lanzando los billetes sobre el mostrador.
—Gracias, pero no hace falta, quédate con tu limosna. Detesto a la gente como tú, y mira que he intentado ser amable. Odio que me mires con esos aires de superioridad que te gastas. Prefiero ser pobre y humilde, incluso ser un desgraciado como soy, a ser como tú.
—Perdona, Juanito, no quería herir tus sentimientos. Era por ayudar...
—Ayudar, ayudar... Te llenas de boca con esa palabra, pero lo que haces es sacar a relucir tu poder y tu dinero, yo te importo una mierda, bueno, dudo que alguien te importe algo. Hace años que sabes de sobra que estoy aquí muerto del asco, has pasado por delante de mí en muchísimas ocasiones y ni me has mirado, es más, me rehuías la mirada. Incluso alguna vez te fui a saludar, aceleraste el paso o cogiste el móvil y te hiciste el loco. Ahora no me vengas con tu chulería barata y con tu falso altruismo. Sí, por si no lo sabías sé usar palabras como "altruismo", aunque sea un mierda y un yonki, o un despojo de la sociedad.
—Bueno, ya está bien, yo no he dicho nada de eso...
—Me ha bastado con mirarte a los ojos y escucharte un momento para saber lo que piensas de mí... ¡Te doy asco! Te has tenido que rebajar y venir a mi puesto porque los otros han cerrado y te jode.
—¡Ya está bien! ¡Vamos a calmarnos o vamos a acabar mal! —Dije amenazante.
—¿Es una amenaza Martín? ¿Me estás amenazando? Ya no soy un niño asustadizo que tiene que protegerse detrás tuyo. Además, ya no tengo nada que perder. ¡Lo perdido todo, joder!
—Es lo que pretendas que sea, Juanito. Por tu bien, ¡para!
—¡Vete! Toma tu mierda de ramo y vete de aquí. —Gritó enloquecido mientras sacaba un cuchillo.
—¡Trae anda! ¡Y vete a tomar por el culo, yonki de mierda! —Le espeté mientras agarraba el ramo y me alejaba.
Acto seguido, Juanito salió de detrás del puesto con el cuchillo gritando como un loco con los ojos inyectados en sangre. Me había metido en problemas sin quererlo, sin buscármelo, tratando de ayudar a un viejo conocido y así me lo agradecía... ¡La gente estaba loca! Primero mi mujer, ahora Juanito... ¿Qué estaba pasándole al mundo? Se iba a la mierda. No quería que me apuñalara, así que salí corriendo de ahí con el ramo en las manos y amenazándolo con que avisaría la policía y que le iban a quitar todo lo que tenía, bueno, lo poco que le quedaba. Al menos me llevaba el ramo para mi mujer y arreglaría el pequeño desencuentro que habíamos tenido.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro