MI BODA
—¡Sí, quiero! —Respondí con la voz ahogada por los nervios y con los ojos vidriosos por la emoción, pero con seguridad, mucha más de la que aparentaba a la pregunta de: "¿...quiere usted a Martín como legítimo marido?".
La multitud clamó en vítores rompiendo la paz y la armonía que nos envolvía. La algarabía se hizo eco por toda la iglesia y, seguramente, por las calles y casas cercanas. Sentía la alegría de la gente, se podía respirar en el ambiente, pero tenía el corazón dividido. Por un lado, sabía y sentía que era el día más feliz de mi vida, estaba comprometiéndome con el hombre de mis sueños. Lo tenía plantado ante mí, tan guapo con su traje negro, camisa blanca y corbata negra, con esa sonrisa suya que tanto me fascina... No pensaba en otra cosa que no fuera en comérmelo a besos y en que estaríamos juntos el resto de nuestras vidas. Pero, por otro lado, no era la boda que me había imaginado desde pequeña, cuando veía películas de princesas y buscaba como loca vídeos y fotos de bodas por Instagram, Pinterest e Internet. En todas ellas había algo común, la familia de ambos estaba presente y, en la mía, solo estaban los parientes de Martín. Eso me dolía en el alma y me rompía el corazón, pero no podía hacer nada, mi estúpida familia había decidido no hacer acto de presencia. Traté de disimularlo y guardármelo para mí misma como pude. Aunque la ausencia me desgarraba el alma, no quería estropearle el día a nadie, y mucho menos a mi Martín. Realmente no sabía por qué, pero con el paso del tiempo, mi familia le había ido cogiendo manía a mi novio, al que conocían desde la infancia, al que tanto querían de niño, pero poco a poco se habían ido alejando de nosotros. Aún así, nunca me había importado, pues estaba total y completamente enamorada de él y eso me importaba más que ninguna otra cosa en el mundo, por él renunciaría a mi propia esencia si fuera necesario, porque lo quería, porque lo amaba. Sin embargo, hoy no podía evitar echar de menos a mi gente, ni siquiera mis padres habían acudido al evento y, eso, era muy duro de digerir.
Encima, como Martín y su familia eran muy tradicionales y religiosos, había terminado sucumbiendo a sus deseos de casarnos por la Iglesia, aunque yo era atea y realmente quería casarme de oficio al aire libre. La verdad es que me hubiera gustado que el acto hubiese sido en algún acantilado, con un precioso y bien cuidado césped verde, con el Sol a nuestras espaldas, el mar rompiendo de fondo y la brisa marina acariciando mi rostro. ¡Ay! Pero Martín era tan encantador y embaucador que no podía resistirme a darle todo aquello que deseaba. Al final, lo importante, era que iba a casarme con el hombre al que amaba, las formalidades solo eran puro trámite y la gente que estuviera presente o no, puro atrezo.
—¡Puede besar a la novia! —Anunció el cura interrumpiendo mis pensamientos.
Entonces, nos inclinamos el uno hacia el otro, mi cuerpo se detuvo, y si no supiera que era imposible, diría que el tiempo también se paró en ese momento. Me quedé helada, no podía moverme de los nervios que sentía. Martín enseguida puso su mano tras mi nuca y me atrajo hacia él, pero al notar un poco de resistencia por mi parte, tiró con un poco más de fuerza de mi cabeza hasta que nuestros labios se alcanzaron y se buscaron el uno a el otro hasta fundirse en uno. Yo me sonrojé tras el beso. Nunca me habían gustado mucho esas exhibiciones en público, pero a él pareció agradarle, ya que miró hacia la gente y sonrió. ¡Qué guapo era cuando sonreía! Además, ese día, parecía un modelo de Calvin Klein. Estaba arrebatador.
—¡Estás guapísimo, cariño! —Le dije mirándolo a los ojos mientras sonreía como una quinceañera.
—Gracias, Isis. Vamos a dar con la gente. Quiero saludar a mis padres antes de ir al banquete, seguro que están emocionados de ver a su hijo casarse, ¿no crees?
—Sí, cariño. Seguro que sí. ¡Vamos a buscarlos! —Le respondí. Me molestó un poco el hecho de que no me dijera un simple "y tú", pero seguro que con lo nervioso que estaba ni se dio cuenta del detalle. Él siempre me decía lo guapa que era y lo afortunado que era por estar conmigo, aunque yo nunca terminaba de creérmelo, no era gran cosa comparada con él, pero me encantaba oírselo decir.
Enseguida fuimos a dar con sus padres, quienes nos estaban esperando aún sentados en primera fila. Al vernos se levantaron torpemente y muy despacio, pues estaban algo mayores y achacosos. De hecho, Martín tuvo que ayudar a su madre, quien padecía de las rodillas y de la cadera. Una vez en pie, nos saludaron y abrazaron cálidamente con lágrimas en los ojos, seguro que de la emoción de ver cómo su pequeño se les había hecho mayor y había cumplido sus sueños: casarse con la chica que amaba desde que iba al colegio, pensé.
—¡Qué guapa estás, Isis! ¡Estás espectacular, querida! ¡Qué ojo y qué suerte ha tenido mi hijo!—Me halagó su madre. —¡Qué contenta estoy de que mi Martín haya encontrado una buena mujer que lo cuide cuando yo no esté! Martín, ya sabes, tienes que cuidarla mucho tú también, ¡eh! Aunque sé que lo harás, más te vale, con la buena educación que te hemos dado y el dinero que nos hemos gastado en ti siempre... —Sonrió.
Aunque esté feo decirlo, tenía razón, estaba deslumbrante. Había encontrado un traje precioso en una tienda a las afueras de Madrid. Era Blanco, de cola larga, con un fino encaje de seda y pequeñas piedrecitas que lo recorrían de arriba a abajo, era muy elegante y me iba como anillo al dedo. Además, en la peluquería me habían hecho un precioso recogido en mi larga caballera negra azabache, y un maquillaje espectacular, que realzaban aún más mis enormes ojos verdes y mis labios carnosos. Hasta me sentía guapa, yo, que nunca me he tenido en alta estima, ya que me consideraba más bien una chica del montón, y no del montón alto precisamente. De hecho, aún no sabía cómo Martín me había elegido para compartir nuestras vidas, me parecía un sueño. Yo era una chica normal, no me consideraba fea tampoco, pero sí muy normalita. Tampoco se podía decir que hubiera triunfado en la vida. Solo había acabado el instituto, porque mis padres no habían podido costearme la universidad, que era lo que realmente quería hacer, estudiar el Grado de Estudios Hispánicos y, encima, no lograba encontrar trabajo. Sin embargo, él con mi misma edad, veinte años, era un chico que estudiaba Economía, ya que quería ser director de banco o un importante bróker. A parte de estudiar, dedicaba gran parte del día a las apuestas, algo que no me hacía mucha gracia, pero que se le daban y le iban muy bien, de hecho, gracias a eso estábamos viviendo juntos y nos acabábamos de casar. Sin embargo, me daba miedo que su avaricia nos llevara a quebrar y perderlo todo, pero nunca le decía nada, porque se ponía algo insoportable e irascible cuando se lo comentaba. Siempre decía que lo tenía todo bajo control y que sabía cuándo parar y cuándo apostar, era muy orgulloso y cabezón, no le gustaba que nadie le dijera qué hacer. Además, dejando a un lado lo académico y lo económico, Martín era un guaperas de pelo rubio, ojos verdes, barba recortada, alto, atlético y de rostro aniñado, lo que lo hacía adorable y encantador. Vamos, un partidazo, lo que toda mujer querría, y me había elegido a mí. ¡Qué afortunada!
—Sí, mamá. No me pongas en evidencia. —Rió. —Sabes que siempre he sido un buen chico.
—Nunca está de más recordártelo, hijo mío.
—Sí, Martín, cuídala bien. Menudo pibón te llevas. —Dijo un primo de mi marido, que pasaba por ahí (marido, qué bien sonaba, pensé). —¡Estás preciosa, Isis! Disfruta de tu día y suerte en los venideros. No sé cómo soportas a mi primo, —rió.
—Eso haré. Está bien, está bien. Deja de adularla tanto. —Dijo en un tono que sonó algo amenazante, pero que enseguida se extinguió al echarse a reír.
—Que sepas que tu primo Martín aún no me ha dicho lo guapa que estoy con esto de los nervios, —bromeé, aunque realmente quería oírlo de su boca. ¿Qué novia no quiere escuchar a su marido decirle lo guapa que está el día de su boda?
—Ya sabes que para mí siempre estas guapa, Isis. —Se excusó.
—Gracias, mi vida. Me hacía ilusión oírtelo decir.
Una vez concluida la conversación con sus padres y su primo nos dirigimos al banquete. Habíamos montado un festín por todo lo alto en el afán de aparentar de Martín ante su familia. Había comida para alimentar a un regimiento, seguramente sobraría más de la mitad. La tarta tenía como diez pisos, pero bueno, era su forma de ser, ostentoso, como decía siempre: "más vale que sobre a que falte". La decoración del recinto era un poco recargada para mi estilo, pero debía de reconocer que me gustaba bastante, sobre todo por los colores elegidos, tonos blancos y dorados. Al llegar, nos reunimos con los familiares y amigos de Steve para el convite y nos deleitamos con las exquisiteces que habían por plato. Platos, que por cierto, eran más pequeños que mi puño, pero deliciosos. La verdad es que al final, aunque echaba de menos a mi familia, lo pasé genial y me sentí la mujer más feliz, afortunada y protegida del mundo a su lado. Sabía que podría confiar y contar siempre con él para todo lo que necesitase y, eso, es algo muy importante en una relación.
Sin lugar a dudas, nuestra boda fue el mejor día de mi vida: especial, mágico y el más romántico de todos. Todo el mundo nos decía que se nos veía súper felices y que éramos una pareja de envidiar, idílica, joven y llena de esperanzas e ilusiones.
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