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LA PASIÓN VIENE Y VA

Cuando llegamos a casa, mi hogar, ese que tan bien conocía y que tanto añoraba, el amor que nos habíamos entregado por el camino, se convirtió en una lujuria desenfrenada. Hacía demasiado tiempo que nuestros cuerpos no conectaban y ahora parecían atraerse, como los polos opuesto de un imán. Martín me puso contra la puerta de la entrada, y se situó detrás de mí. Podía notar cómo le palpitaba y se le hinchaba al roce con mi culo. Entonces metió una mano por debajo de mi vestido, mientras que con la otra, sacaba las llaves y las introducía torpemente en la cerradura.
—Frena, ya estamos llegando, no quiero que los vecinos nos vean así.
—¡Calla! No aguanto más... —Me dijo jadeante al oído. —Tengo muchas ganas de follarte, te he echado de menos.
—Martín, ¿puedes dejar de ser tan ordinario? Yo también tengo ganas, muchas, pero no me gusta cómo usas la palabra: "follarte". No soy ninguna puta, soy tu mujer, un poco de respeto.
—Está bien, perdona. Hacerte el amor...
Antes de que pudiera seguir hablando y estropeando el momento, consiguió abrir la puerta. Prácticamente me empujó hacia el interior y cerró con un portazo. Mi espalda golpeó contra la fría pared y me quedé apoyada frente a él, mientras un cuadro caía al suelo haciéndose añicos. Nuestras miradas se cruzaron, por un momento sentí miedo por la brusquedad con que me trataba, pero supuse que sería por las ganas que tendría de estar conmigo y el tiempo que llevábamos sin vernos ni hacer nada. Así que me dejé llevar. Podía sentir su respiración y su lengua recorriéndome el cuello, y sus manos jugando en mi entrepierna, por dentro del tanga. ¡Ufff! La verdad es que estaba excitada. Me cargó con las dos manos agarrándome el culo y me subió a la habitación, donde me soltó sobre la cama, otra vez con más violencia de la esperada, pero sin hacerme daño.
Me arrancó el vestido y me quitó la ropa interior, e hizo lo propio con su indumentaria. Una vez estuvimos completamente desnudos...
—¡Chúpamela, guarra!
—¿Eh? ¿Qué dices? Me estás cortando el rollo... ¿Por qué me tratas así?
—Perdona, es la emoción del momento... Es que llevo tanto tiempo esperándolo y sin hacer nada... Encima estás tan guapa, que no me puedo contener.
Terminé cediendo a sus deseos, total, tampoco era algo que no hubiéramos hecho antes, y no me desagradaba hacerlo con él. Así que se la comí como tantas otras veces había hecho. Sin embargo, al poco tiempo, empezó a embestirme con brusquedad, provocándome varias arcadas y dejándome al borde del vómito.
—¡Para! ¡Me estás ahogando! —Le grité poniendo mis manos contra su pelvis para empujarlo y poder separarme.
—¡Ufff! Lo estás haciendo genial, cariño. Eres una diosa, no puedo evitar estar tan eufórico. Te echaba de menos.
—Está bien, pero ten más cuidado, por favor.
—Tranquila...
Al final se comportó, y en vez de seguir insistiendo en que se la comiera, bajó él hasta mi pubis y empezó a juguetear con su lengua, cada vez más abajo y adentrándose más. ¡Dios! Ahora sí lo estaba disfrutando yo también. Junto a su lengua noté que empezó a usar los dedos. Me los introdujo de uno en uno hasta llegar a tres. Cuando creía que iba a explotar paró en seco y me empezó a hacer el amor. Suave al principio y acelerando el ritmo cada vez más, algo más intenso y brusco a como lo recordaba, pero igualmente placentero. Al final él gritó al llegar al orgasmo, por mi parte me quedé insatisfecha, por algún motivo no lograba alcanzarlo, cuando antes me era fácil y rápido con él. Sin embargo, no quise decirle nada, no quería herir su orgullo masculino.
—Qué rico, Isis... ¡Qué ganas tenía de estar así otra vez! ¿Te hice disfrutar? ¿Te corriste? —Dijo con voz ahogada.
—¡Ufff! Sí, —mentí. ¿Desde cuándo me preguntaba esas cosas? No recordaba que fuera tan salido... —Yo también tenía ganas de estar a tu lado.
Entonces me apoyé en su pecho, quería dormir sobre su regazo, como en los buenos tiempos. Junto al calor de su cuerpo y escuchando el sonido relajante de su corazón.
—¡Quita, Isis! Si te pones así no podré dormir. Estoy muy cansado, buenas noches.
—Buenas noches...
¡Vaya! Qué mágico todo... No quería pararme a pensar y darle más vueltas, había decidido volver con él, y no podía estar midiendo cada gesto o cosa que dijera. Seguro que no tenía importancia. Volvió hoy del viaje y estaría deseando descansar, y se había tomado la molestia de recogerme y pasar la noche conmigo. Sería eso, seguro. Aún así me sentía un poco molesta, así que me giré hacia el lado contrario de él, me puse en posición fetal y me quedé dormida al cabo de un rato.
A la mañana siguiente me despertó la vibración del móvil, era Robert. No había parado de llamarme preocupado. Decidí que lo mejor por ahora era apagarlo y usar el mío de siempre. Además, si lo cogía para hablar con él seguro que Martín se enfadaría, o peor aún, se pensaría cosas raras. Como mi marido no estaba en la cama, me puse algo de ropa, y bajé. Por el camino escuché que estaba hablando con alguien por teléfono.
—(...Pues sí, al final volvió a mi desespera...).
—¡Hola, cariño, ¿ya te has levantado? —Me preguntó sobresaltado y colgando rápidamente el teléfono.
—¡Hola, cariño! Sí, buenos días. ¿De qué hablabas? —Le pregunté, ya que me extrañó su reacción y su nerviosismo.
—¡Ah! De nada importante, cosas de trabajo, tú sabes. Nada que te incumba, pero quería quitármelo rápido de encima para aprovechar el tiempo contigo.
—¡Qué detalle! —Estaba claro que me ocultaba algo, hablaba de mí, estaba segura.
—Bueno, ¿qué te parece si vamos a comer fuera con mis amigos? Quiero probar un restaurante que me recomendaron para la ceremonia de renovación de los votos. Ya he avisado a algunos, me imaginé que no te importaría, después del detalle tan bonito que tuve anoche. —Me preguntó claramente para cambiar de tema.
—¡Genial, vamos! Aunque me hubiera gustado más ir los dos solos, ahora que estamos reconciliándonos.
—Pensé que no te importaría, si quieres les digo que prefieres que no estén, no pasa nada.
—No, no, tranquilo, que vengan, no pasa nada.
¿Cómo iba a dejar decirle a los amigos que era yo la que no quería que fueran. Me hubiera hecho quedar fatal...
—Pues venga, vístete, que enseguida salimos, es que queda lejos.
—Vale, ya voy, no tardo.
Al final me demoré un poco, quería estar guapa para Martín. Cuando estuve preparada bajé a dar con él.
—Cariño, ¿qué tal? ¿Voy guapa así?
—Sí, muy guapa, vamos, que llegamos tarde. —Me contestó sin apenas mirarme.
Sin hablar mucho más salimos hacia el restaurante. Cuando llegamos, sus amigos, que eran menos que de costumbre, cosa que me sorprendió, estaban sentados en la mesa esperando. Incluso había uno que no conocía, de aspecto rudo, me atrevería a decir que era ruso, o de por ahí. Tras saludarlos nos sentamos en los asientos que quedaban libres. Efectivamente, acerté, el hombre era ruso, se llamaba Dimitri, un nuevo compañero, por lo visto. En lo que hablábamos se acercó el "maître" para tomarnos la comanda, acompañado de una botella de vino que nos sirvió. Al retirarse, Martín propuso un brindis:
—Quiero brindar por mi esposa y por mí. Hemos decidido renovar nuestros votos a pesar de todo lo que nos ha pasado. He decidido perdonarle todo, a pesar de que haya huido como bien sabéis. Al menos se ha dado cuenta y ha tenido la decencia de volver, ¿verdad cariño? —Me preguntó con una sonrisa maquiavélica en la cara.
—Sí, cariño... —Respondí avergonzada y sin saber dónde meterme. ¿Por qué tenía que decir eso? ¿Eran todos los hombres así de machitos? No, claro que no, Robert no hubiera sido capaz, y Ángel, por lo poco que lo conocía creo que tampoco. A Martín lo que le pasaba es que era un bocazas, y le gustaba destacar. Yo creo que ni pensaba lo que decía, ni lo que podía hacerme sentir...
El resto de comensales rió a carcajada limpia, tomándolo por una simple broma. Enseguida alzaron sus copas y brindamos. Por suerte, el resto de la comida siguió un transcurso normal, sin ninguna otra palabra mal dicha, ni comentario desafortunado. Estuvimos entre todos intercambiando ideas y opiniones sobre el menú. Sin embargo, estaba dolida. Pese a que Martín había tenido una bonita iniciativa después de tantos años, no paraba de darle vueltas a sus palabras. Acabamos la velada con un par de copas de ginebra del caro, de esos que se sirven en copa de balón y le ponen toda esa parafernalia tan llamativa y sabrosa.
Al llegar la noche, nos despedimos y regresamos a casa. Una vez estuvimos en la habitación, me puse el pijama con la intención de dormir, e intentando que Martín pillara la indirecta. Él, que no pareció entenderlo y quería seguir la fiesta, comenzó a tocarme los pechos:
—¡Para, cariño! Hoy no tengo ganas, me encuentro mal, me duele la cabeza, —mentí.
—¿Cómo no vas a tener ganas? Eres mi mujer, nos hemos reconciliado y vamos a renovar los votos. Esto hay que celebrarlo por todo lo alto. Anda, no me hagas este feo...

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