ENTRELAZANDO ALMAS
Salimos juntos de la consulta y cogimos el ascensor. Aunque estaba ocupado por otras cuatro personas más, nos subimos en él, ya que según las indicaciones del cartel, cabían seis. Sin embargo, pronto nos arrepentimos de ello, el elevador empezó a hacer un ruido horroroso e íbamos súper apretados. Seguramente el cálculo de seis personas lo había hecho algún iluminado pensando que es de agrado ir como sardinas en lata, pensé. Aunque ahora mismo que se cayera o se trabase el maldito ascensor era el menor de mis problemas, es más, igual hasta me hacía un favor si se estampaba... ¡Isis! ¡Por Dios! No pienses esas cosas, me dije mentalmente.
La situación era extraña y algo incómoda, estaba frente a Robert, muy pegados, un hombre que no conocía de nada y que me acababa de invitar a comer. Él parecía sentirse igual, se le veía inquieto. Nos exploramos con la mirada sin saber exactamente a qué punto mirar pero, cuando nuestras miradas se encontraron, sentí algo que nunca me había pasado con otra persona, como si me perdiese en lo más profundo de su ser, un ser de luz, noble, sincero y transparente, que no buscaba más de lo que decía con sus palabras. Fue un momento mágico, como si nuestras almas se hubieran entrelazado. En ese mismo instante, supe que podía fiarme de él, no sabría explicarlo, es algo que se tiene que sentir para entenderlo, pero me di cuenta de que podía confiarle mi vida ahora mismo. Decidí que podía ser mi salvavidas en medio del océano. Además, fue la primera vez que me fijé en él. Era un hombre sencillo, de pelo color ceniza y de peinado moderno, cara angulosa, ojos color marrón, de mirada profunda, barba recortada y cuerpo corpulento y atlético, como si hubiera sido jugador de rugby.
Por fin llegó el momento de salir del ascensor. Me sentía mareada por el traqueteo o, quizá, por la falta de comida en mi estómago, o quizá fuera por el calor y el espeso aire del interior, condensado por las respiraciones de todos, que incluso empañaron los cristales. No estaba segura, el hecho es que fue agradable abandonarlo y respirar aire, aunque fuera el de un garaje con olor a gasolina, humedad y hollín. Anduvimos callados, tratando de apartar de mi mente a Martín, me dolía el hecho de pensar en él, era todo muy reciente. Se me venían a la mente las imágenes de la noche anterior y me daban ganas de llorar y de odiarlo, y de odiarme por aguantar lo que había aguantado, a la vez que me preguntaba qué estaría haciendo, si estaría arrepentido, si estaría buscándome...
—Pues este es. —Dijo indicando un bonito Porsche deportivo color plata a la vez que interrumpía mis pensamientos, cosa que era de agradecer.
Tan caballeroso como aparentaba ser, se adelantó y me abrió la puerta del copiloto. Justo en ese momento, y por lo que dijo a continuación, debió darse cuenta de que mi ropa, sobre todo el pantalón, estaba sucia de barro, seguramente por haber dormir tirada en el parque.
—Antes de comer, ¿te parece bien que vayamos al centro comercial a por algo de ropa nueva? Esas que llevas no son digna de una reina. —Bromeó para quitarle importancia.
—Robert, no tienes por qué hacerlo, ya has hecho bastante... No tienes que comprarme nada. Gracias igualmente. —Intenté ser un poco cortante, igual me equivocaba confiando tan rápido en él y sí pretendía algo más que ayudarme.
—Bueno, bueno, no te lo tomes como un regalo, porque no lo es, es un adelanto de tu sueldo como canguro, —dijo saliendo bien al paso.
—Ummm... Está bien, si es así, lo acepto. La verdad es que tengo ganas de cambiarme y no ir por ahí con estas pintas, toda sucia, a saber lo que pensará la gente.
—¡Baaah! A la gente que le den. Yo lo digo por ti, para que te sientas más cómoda.
—Ya, bueno... Pues vamos entonces, gracias.
—De gracias, nada, que será comprada gracias a tu futuro esfuerzo trabajando como canguro, —rió.
Robert era un hombre de unos treinta y cuatro años, muy positivo, que trataba de buscar el lado bueno de las cosas, altruista, implicado, responsable, buen samaritano... o eso es lo que me parecía. Era muy bromista y risueño, de los que transmiten buen rollo. Tenía el don de la palabra, pues siempre sabía qué decir, aunque supongo que eso sería una virtud adquirida al ser psicólogo. Aún así, aunque había decidido confiar en él y habíamos conectado tan bien, quería mantener mi pequeña barrera y mi espacio. Lo que supongo también que es normal con todo lo que me estaba pasando.
Igualmente, ahora mismo no estaba para pensar en demasía, y si era mal conductor y nos estampábamos con el coche, o si era un puto maníaco y me raptaba, se aprovechaba de mí, o me torturaba... Tampoco creo que me hiciera sufrir más de lo que estaba sufriendo. Aunque de verdad esperaba y confiaba en que fuera una buena persona. Hasta ahora, al menos, no había dado indicios de lo contrario.
Robert puso en marcha el automóvil, nunca me había subido en un coche tan lujoso. Cuando lo arrancó quedé impresionada, ¡cómo sonaba ese motor! Por un momento el sonido del coche incluso acalló las voces que torturaban mi mente. Por el camino, Gómez puso un app de música, conectando el bluetooth del móvil a la radio del coche, la cual era una enorme pantalla táctil.
—Pon la canción que te guste, Isis, tengo el pase Premium, así que no te cortes y elige tus preferidas.
Vale, ya había descubierto un pequeño fallo al perfecto de Robert, era un poco presuntuoso. Le gustaba un poco presumir de lo que tenía, pero eso no lo hacía peor persona, solo algo arrogante, quizá. La verdad es que casi podía asegurar que era un buen hombre y eso que apenas lo conocía y no solía fiarme mucho de la gente, pero siempre me había fiado de la mirada de las personas y, la suya, era pura, por eso sabía o quería creer que podía confiar en él.
—Es tu coche, elige tú mejor, Robert. —Dije tímidamente, mientras esbozaba un intento fallido de sonrisa.
Realmente me daba vergüenza que escuchara mis canciones, no solía coincidir en gustos con muchas personas. Era raro que alguien tan joven como yo escuchara música clásica. También me gustaban canciones modernas pero, mis preferidas, eran las de antes, las de verdad, las que no tenían Auto-Tune.
—De acuerdo, va, a ver qué tal esta, dime si te gusta, si no la cambio. Suelo tener gustos raros, o eso dice mi mujer al menos.
Sorprendentemente, la canción que empezó a sonar me encantaba, era una de mis favoritas de las canciones actuales, y mira que eran pocas las que me llamaban la atención de verdad.
—¿Te gusta esta o la cambio?
—Me gusta... De hecho, me gusta bastante. Para ser de las de hoy en día tiene muy buena letra y suena genial, aunque por lo general, suelo escuchar clásicos, pero me gusta mucho este grupo, y este single en concreto, es una pasada.
—¿En serio? También es una de mis preferidas, qué coincidencia, ¿eh? Yo no sé por qué a mi mujer no le gusta, es... simplemente, genial. Se lo diré, para que vea que no soy un bicho raro como me dice a veces—Dijo regalándome una sonrisa.
—Pues sí, la verdad, pero bueno, tú sabes que sobre gustos... no hay nada escrito.
—Tienes razón, ella se lo pierde, —dijo entre risas.
Proseguimos el resto del camino escuchando canciones en las que compartíamos más o menos el mismo gusto, aunque él era algo más moderno. No hablamos de gran cosa, tan solo nos dejamos llevar por la melodía, y al menos yo, dejé de pensar en otra cosa.
Finalmente, llegamos al centro comercial La Vaguada. Estaba bastante lleno pero, por suerte, mucha suerte, encontramos aparcamiento cercano a la entrada, ya que en ese momento un coche estaba saliendo. No estaba mal tener un poco de suerte después de tanta desgracia, aunque sea para algo tan simple como aparcar. Dejamos el coche justo al lado de un coqueto coche antiguo, muy bien cuidado. Era bicolor; negro y granate metalizado, con la defensa y la parrilla metálica. Era realmente bonito, no podía dejar de mirarlo. Solo dejé de hacerlo cuando Robert empezó a caminar hacia el centro comercial y me apresuré a seguirlo.
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