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EN EL TEATRO

(Veinticinco días después)

Los días pasaron y trajeron el otoño consigo, con la consecuente bajada de las temperaturas. Y aquí me encontraba yo, abrigada con una manta mirando desde la ventana cómo los árboles y las flores habían dejado atrás su color para dejar paso a otros, en tonos marrones y amarillos más deslucidos. Podía ver cómo las hojas caídas que coronaban las aceras eran arrastradas por el viento. No era un paisaje feo, pero prefería verlo más colorido. El atardecer captó pronto toda mi atención y me dejó obnubilada, con la vista perdida en el firmamento. El cielo se proyectaba impactante, en tonos degradados que iban entre el morado y el naranja, con el Sol fundiéndose en el horizonte dejando paso a la Luna. Realmente era un paisaje pintoresco, digno de fotografiar, y precisamente eso fui a hacer, por lo que cogí el móvil antes de que se rompiera la magia. Sin embargo, cuando accedía a la cámara empezó a sonar. ¡Joder! Ya era mala suerte, ¿quién me llamaba? Casi nunca sonaba y prácticamente nadie tenía el número de teléfono que me había regalado Robert tiempo atrás. Claro, ¿quién iba a ser? Pues el propio Gómez. Al ver que era él, dejé de lado la fotografía y descolgué. Nos habíamos hecho muy amigos en este tiempo y seguía esforzándose sobremanera por mí, no podía simplemente dejarlo sonar sin contestarle. Quizá había pasado algo o me necesitaba, no solía llamarme para tonterías.
—Hola, Isis, ¿qué tal? ¿Cómo estás?
—Hola, Robert. Pues trataba de hacerle una foto al cielo, que estaba precioso. Me la has estropeado, más te vale que tengas una razón de peso ante tal desfachatez, —reí.
—Si quieres cuelgo y te llamo en otro momento, o bueno, sabes que puedes usar la cámara y hablar por el móvil a la vez, ¿no?
—¡Ah! ¿Sí? ¿Cómo se hace eso?
—Sabía yo... Dale al manos libres, sal de la llamada, como saldrías de cualquier aplicación, y dale a la cámara, y... "¡voilà!", la magia está servida.
—Bueno, bueno... siendo así, te perdono la vida, —le dije mientras procedía a hacer la foto. —Por cierto, ¿y tú cómo estás?
—Pues algo decaidillo la verdad.
—¿Por qué? ¿Te pasó algo?
—No, Daniela...
—¿Otra vez se retrasa su vuelo?
—Sí, esta vez por temporal. Es la primera vez que paso tanto tiempo sin verla, ya va para más de un mes...
—Bueno, ¿y cuándo se supone que vuelve entonces?
—En dos días, si todo va bien...
—Seguro que sí, positividad, que tú eres el alegre y optimista de los dos. Mira a ver, no te vayas a venir abajo por un contratiempo. Con suerte, ya en dos días la tienes aquí.
—Tienes razón, seguro que ya en dos días está aquí y se me pasa, gracias. Otra cosa, ¿te apetece ir al teatro? Como pensaba que llegaría hoy en la mañana, había comprado dos entradas... No quiero perderlas, pero a mis amigos no les gusta esas cosas, dicen que es para señores mayores.
—¡Sí, claro! Por mí encantada. —Respondí con más entusiasmo del que quería mostrar. —Quiero decir... para que pierdas el dinero, pues vamos, ¿no?
— Sí, al menos así, lo podemos disfrutar, que no es barato precisamente. Pues nada, prepárate y cuando estés lista nos vemos en el garaje para ir juntos. Tienes dos horas antes de que empiece.
—Vale, hasta hora. Gracias por la invitación.
—De nada, hasta ahora.
Debo admitir que estaba nerviosa. Era lo más parecido a una cita romántica que tenía en mucho tiempo. Las últimas que tuve con Martín habían sido en comisaría, para recogerlo borracho o por haberse peleado con alguien. Así que algo hizo que mi estómago se removiera, como esas mariposas que sientes cuando encuentras el amor, pero sin existir ese amor, era extraño, pero no podía dejar de sonreír como una boba. Busqué como una loca entre la ropa, hasta encontrar algo elegante. Pasé bastante tiempo tirando ropa de un lado para otro y probándome prenda tras prenda. Cuando me decanté por el atuendo adecuado, un vestido rojo con unas cuentas de cristal, ceñido, me duché, maquillé y vestí. Entonces fui a dar con Gómez.
—Ya estoy aquí, Robert, perdona el retraso.
—No te preocupes, eso es una malformación de fábrica con la que llevas cargando toda tu vida, no es nada nuevo.
—¿A qué te refieres?
—A tu retraso, —explotó de risa.
—Qué gracioso estás, ¿no? Quién diría que estabas triste hace un rato... —No pude evitar contener la risa.
—Nada, no te preocupes que vamos bien de tiempo. Por cierto, que guapa te has puesto, ¿sales a actuar en el teatro y no me has dicho nada?
—¡Qué bobo eres cuando te pones! Gracias, —me sonrojé. —Tú también estás muy guapo. Por cierto, ¿dónde dejaste a Liam? —Intenté cambiar de tema rápidamente.
—Nuestro capitán se queda hoy en casa de un amigo. Hacía tiempo que no se quedaba a dormir fuera y me lo estaba pidiendo a gritos. Bueno, ¿nos ponemos en marcha?
—Sí, vamos, vamos, —respondí mientras me subía al coche.
¡Se había fijado en lo guapa que me había puesto! ¿Había dicho nuestro capitán? ¡Qué bien sonaba! ¡Ainsss...! ¡Isis, por el amor de dios! ¡Que tiene mujer! Que estás confundiendo las cosas... Él es agradable por naturaleza. Además, sigues casada, y sigues teniendo sentimientos por el estúpido de Martín... ¿En qué demonios estás pensando? No había superado mi pasado como para mezclar más las cosas... Esta cabeza mía... Siempre enredando todo. Intenté apartar los pensamientos que trataban de confundir mi cabeza.
Tardamos un poco en llegar por el tráfico, pero lo hicimos a tiempo. ¡Vaya! El teatro era majestuoso. Estaba compuesto por columnas de aspecto dórico de la época griega. Sin podernos detener a mirarlo mejor nos adentramos en él. Enseguida nos dieron las indicaciones para ir a nuestros asientos. De camino me pareció ver a Ángel, el amigo de Robert que me había tendido un pañuelo y sus consejos cuando me encontraba mal. Estaba lejos, por lo que no me quedaba claro si era él, pero me quedé un rato escudriñando en la semi penumbra para comprobarlo. Pareció percatarse, porque clavó su mirada en la mía, sonrío y levantó la mano para saludarme, a lo que respondí con el mismo gesto. Robert, que parecía en la inopia buscando los asientos con la linterna del móvil ni se percató de a quién saludaba.
—¿Qué haces ahí? Ven, aquí están los asientos, que esto empieza ya. —Me dijo en susurros haciendo un ademán con la mano.
—Voy, voy. Estaba saludando a Ángel.
—¿Qué Ángel, mi amigo? ¿Está aquí?
—Sí, está enfrente, un poco más arriba.
—¡Ah! Luego podemos saludarlo si quieres. No pensé que te acordaras de él.
—No hace falta, no te preocupes y, sí, lo recuerdo porque me lo encontré en El Retiro hace casi un mes. Me mandó saludos para ti, por cierto.
—Un poco tarde los saludos ya, ¿no? —Dibujó una sonrisa en su rostro.
—Me olvidé, lo siento, —respondí tapándome la boca para tratar de ahogar la risa y que no se oyera en el teatro.
—No pasa nada. ¡Shhh! Ya empieza, mira.
Presenciamos dos horas de una magnífica función. Me había traído ni más ni menos que a ver el Rey León. ¡Guau! ¡Fue una pasada! Lo disfrutamos como niños chicos, al menos yo, aunque viéndole la cara, creo que incluso a él le gustó más que a mí. Cuando salimos, Robert me invitó a cenar en el propio restaurante del teatro. Menos mal que pagaba él, porque viendo los precios... No me gustaba que me invitaran a todo, pero para mí era imposible costear algo así. Tendría que buscar un regalo que pudiera permitirme para agradecerle el gesto.
La verdad es que estábamos pasando una buena velada, comiendo, charlando y bebiendo vino blanco afrutado, mucho vino, al menos para mí, que no acostumbraba a beber. Bajaba solo, como agua. La cabeza empezó a darme vueltas y la lengua a trabarse sutilmente. Me sentía algo ida y una sensación de extraña felicidad me invadió. Me sentía capaz de hacer cualquier cosa, como si algo de mi interior se hubiera liberado. Me encontraba bien, pero a la vez asustada, nunca había bebido hasta este punto de casi perder el control y eso que solo estaba tomando vino.
—Robert, ven, acércate un poco, tengo que decirte algo... —Dije en un momento dado de la noche con el subidón del alcohol.
—Dime, ¿pasó al... —Sus palabras se vieron interrumpidas por el beso que le planté en los labios.
Robert, fue incapaz de reaccionar por un instante, hasta que lo hizo separándose con brusquedad. En ese momento retomé la compostura.
—¡Perdón, perdón! ¡No sé qué me ha pasado! Yo no quería... —Empecé a llorar.
La borrachera que pudiera llevar encima se me bajó de golpe y me sentí la mujer más miserable del mundo. ¿Qué acababa de hacer? Encima a la persona que me había dado todo y me había estado ayudando... ¿Me había convertido en la típica buscona que tanto detestaba? ¿Me estaba volviendo loca y había perdido el poco juicio que me quedaba? Estaba echa un mar de dudas ahora mismo respecto a mis sentimientos... No tenía nada bueno a lo que aferrarme y había hundido mi único salvavidas en medio de la tormenta que tenía por vida. ¡Joder! ¿Qué pensará ahora mismo Robert de mí? Solo quería desaparecer de aquí ahora mismo.
—Tranquila, Isis. No pasa nada, todos podemos...
—¡Sí pasa, Robert! Siempre lo estropeo todo... Todo lo que toco lo rompo. Seguro que hasta lo de Martín ha sido culpa mía... Yo... —Eché a correr sin terminar la frase y sin dejar hablar a Gómez.
Yo lo siento, solo quiero que me perdones, que olvides esto. Me gustaría volver al pasado y cambiar lo que acaba de pasar. Me muero de vergüenza ahora mismo. Actué por impulso, sin pensar, como un animal que se deja llevar por su instinto más primitivo... No estoy enamorada de ti, lo que pasa es que te idolatro. Te he puesto en un pedestal porque has sido mi protector todo este tiempo y la he cagado. He podido poner en peligro incluso tu relación, todo lo que has construido por un arrebato momentáneo... Espero que algún día puedas perdonarme este descaro. ¡Perdón! Es lo que quise decirle antes de que me pusiera a correr como una loca desquiciada y no me atreví, y lo que me repetía una y otra vez como un mantra en mi cabeza, mientras deambulaba por las calles sin saber a dónde ir. ¡Vaya! La escena se repetía, tras echarlo todo a perder con un hombre por mi culpa, me encontraba llorando y corriendo sin un rumbo fijo, sin un hogar al que acudir... ¡Sola!

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