EMOCIONES DESATADAS
Cuando desperté, era de día. Robert estaba sentado en una silla a mi lado, además, me había dejado un ramo de flores en la mesa. ¡Qué bueno era...!
—Buenos días, señorita. Por fin abres los ojos, ¿has dormido bien? —Me preguntó con una de esas sonrisas suyas que tanto le caracterizaban.
—Buenos días, pues sí, he dormido genial, es lo que tiene la sedación. Me hubiera gustado soñar al menos con algún unicornio o algo similar, pero es lo que hay, —bromeé. —Por cierto, ¿sabes que vi la famosa luz de la que hablan? ¡Ah! Y antes de que se me olvide. Gracias por venir, quedarte y por las flores.
—Bueno, al menos no atravesaste el túnel y quedó todo en un susto. De nada, aunque las flores no han sido cosa mía. No me he movido de aquí y me quedé dormido poco después de que tú lo hicieras, así que no sé quién las habrá dejado.
—Ah... pues qué raro, ¿de quién serán? Mira, ¿y Liam?
—Igual te ha salido algún admirador secreto por aquí, —me guiñó el ojo. —Pues en casa, como supondrás, mi mujer ha vuelto por fin, así que está con ella. Además, le conté todo lo ocurrido y le dije que pasaría el día aquí. Incluso hablé con mi secretaria para que anulase mis consultas de hoy, así que no te preocupes, tienes a Robert para rato.
—Si es que eres... ¡Gracias! ¿No le habrás contado lo del bes...? Lo que pasó, ¿no?
—Sí, tampoco le dio más importancia, está deseando conocerte.
—¡Qué comprensiva! Debe parecerse a ti, supongo.
—Bueno... pero no la hagas enfadar, que entonces parece el demonio, —rió.
—Será mejor llevarnos bien entonces, —reí.
—Por cierto, Isis, igual me metí donde no me llaman, perdona, pero he avisado a tus padres, están de camino.
—¡Yo te mato! ¿Y han accedido a venir sin más?
—Sí, ¿por qué no iban a hacerlo?
—No sé, después de tanto tiempo... Pensaba que se habrían olvidado de mí.
—Un padre, por dolido que esté, jamás olvidará y querrá a su hijo. Créeme, que tengo uno y es todo en mi vida.
—Ya, supongo... ¡Qué corte! Encima me verán en esta situación... Se van a poner fatal...
—Deja de una vez de pensar en los demás y piensa un poco más en ti, además, seguro que se alegran de verte y logran reconciliarse.
—Ojalá vaya todo bien...
De repente, las puertas de la sala se abrieron de par en par y mis padres entraron corriendo. Se abalanzaron sobre mí y me abrazaron con fuerza. Mi madre no paraba de llorar y besarme. Robert se despidió y nos dejó intimidad.
—Cariño, ¿cómo estás? Nos enteramos hace unas horas de todo, nos avisó tu amigo Robert y vinimos lo más rápido posible. —dijo Carmen, mi cariñosa madre.
—Bien, ya mejor. Tranquilos, solo ha sido un susto.
—Mi niña, no te preocupes por nada. Nos tienes aquí, cualquier cosa la superaremos y saldremos todos juntos adelante, —añadió Vicente, mi adorable padre.
—Sí, tenemos que hablar bien los tres, pero cuando me recupere. Hay algo que tengo que contarles. Ahora solo necesito que estemos unidos, como cuando era pequeñita, no se alejen de mi lado, por favor, —lloré desconsoladamente.
—Aquí nos tienes para lo que haga falta, lo sabes, te queremos, —se pronunció mi padre.
—¡Ay, mi cielo! ¡Cuántas ganas tenía de verte! Lástima que sea en esta situación, —lloró conmigo.
Pronto fuimos interrumpidos por el enfermero, que vino a comunicarnos el parte médico. Nos dijo que lo peor ya había pasado y que sería cuestión de unos días que me dieran el alta. Menos mal, tampoco quería estar en un hospital encerrada, ya había pasado mucho tiempo encerrada por una persona, como para que ahora lo hiciera un edificio... Una vez se fue el enfermero, no paramos de hablar de todo un poco, les conté por encima lo que había hecho en los últimos años y la falta que me hacían, pero no hablé mucho de Martín, aún no estaba preparada para ello.
Los días pasaron lentos, pero al menos tenía las visitas de mis padres y de Robert. Además, cada mañana tenía repuestas las flores de mi mesa, ¿quién me las estaría enviando? Tenía claro que no era Martín pero entonces, ¿quién? Y hablando de Martín, por suerte nadie sabía nada de él, ni había tratado de ponerse en contacto conmigo, ni de venir a verme... Era como si la tierra se lo hubiera tragado, cosa que agradecí.
Cuando por fin me dieron el alta, abandoné con gusto el hospital acompañada de mis queridos padres. Me encontraba mucho mejor y había respondido perfectamente a todas las pruebas médicas que me habían realizado.
—¡Qué alegría volver los tres juntos a casa! No sabía cómo hablar con ustedes. Me vendrá bien volver a la niñez por un tiempo y que me mimen.
—Tan solo tenías que hacer una llamada, siempre estaremos para ti, aunque no estemos de acuerdo en algunas cosas. Aunque para serte sinceros... Nos pasó un poco igual, no sabíamos si querías vernos, —dijo Vicente.
—Eso está hecho mi pequeña. Te colmaremos de mimitos, —dijo Carmen.
—Ya... Al final, deberíamos hacer más lo que nos diga el corazón y dejar de comernos tanto la cabeza con tonterías. Gracias mamá.
Subimos al coche y nos dirigimos a las afueras, donde estaba la casa. Por el camino, les hablé sobre Robert, sobre lo bien que se había portado. También les conté que estaba escribiendo un libro, por fin había decidido utilizar ese don que la vida me había otorgado, pero seguí obviando en todo momento el tema de Martín, y ellos no preguntaron. Finalmente, llegamos a la casa que tan bien conocía y que tanto había extrañado. Dejamos el coche aparcado a un lado y entramos. Fue entonces cuando me derrumbé y eché a llorar, se desataron todas mis emociones.
—¿Qué pasa cariño?
—Papá, mamá, siéntense por favor, hay algo que no les he contado. —Dije entre sollozos, no puedo callármelo más. Haber entrado en la casa de mi infancia, hizo que se me removiera todo por dentro, a la par que me dio la seguridad y confianza para abrirme.
—¡Ay dios! ¡¿Qué te ha hecho ese maldito?! ¡Mira que lo veía venir al condenado! Por eso nos distanciamos. —Bramó Vicente. —¡Todo por él!
—¡Deja a la niña hablar, Vicente!
—Tranquilos por favor, escúchenme, —dije aclarándome la voz y enjugándome las lágrimas.
Comencé a relatarles todo lo que había sucedido con Martín, intentando suavizar la situación lo máximo posible, sino lo hacía, mi padre entraría en cólera. Les expliqué lo que había vivido en los últimos años, por lo que la conversación se prolongó por horas.
—¡¿Qué?! ¡Yo lo mato, yo lo mato! ¡A ese desgraciado, lo mato! —Maldijo Vicente cogiendo la escopeta que tenía en el armario, como buena persona de campo que era.
—¡Dale su escarmiento a ese mal nacido! —Lo apoyó Carmen, que había abandonado todo su encanto y se había convertido en una fiera.
—¡Quietos, quietos! ¿A dónde van? Por eso no he querido decirles nada. Iré a la policía, tengo pruebas suficientes, creo. Los vecinos habrán escuchado gritos y golpes, tengo el informe psicológico de Robert, pruebas médicas...
—Tú sabes que un juicio de esos tarda mucho en salir, y nunca dan un veredicto justo.
—En serio, mamá, lo que necesito ahora es apoyo y que acepten mi decisión, además, Robert me acompañará. No solo me dará el informe psicológico, sino que irá de testigo.
—No sé, no sé... ¿Estás segura, cariño? Por tu madre y por ti mataría. No me importa ir a la cárcel si es por ustedes. Nadie jode a mi pequeña y se va tan tranquilo.
—Segura, papá, respeta esta decisión.
—Está bien, —dijo relajando el tono de voz y la tensión acumulada en la mandíbula.
—Como solo le den una orden de alejamiento...
—¡Papá! Para, por favor.
—Perdón, ya me callo...
Seguimos hablando largo y tendido durante buena parte del día, hasta que decidimos cambiar de tema. Tanta agitación tampoco le convenía a nadie en ese momento, y menos a mí, que acababa de salir del hospital y lo menos que quería era estar pasándolo mal. Pasado un rato, subí a mi antigua habitación. Estaba tal cual la había dejado años atrás; mis mismos libros, mis peluches, mis viejos CD's... De repente me invadió la nostalgia y me sentí mal por el tiempo que llevaba sin ver a mis padres. Se veía que todos nos habíamos echado de menos, pero ninguno había sido capaz de dar el primer paso. Tuvo que pasar esta maldita situación para que nos reuniéramos de nuevo, aunque al menos así sacaba algo positivo de todo esto. Decidí no seguir ahondando en el asunto, porque si no, sabría que no lograría conciliar el sueño, y lo necesitaba. Me acosté y, por sorprendente que parezca, me dejé dormir enseguida.
Desperté al alba, con el Sol entrando por la ventana y con una ligera brisa que arrastraba el aroma a campo que tantas veces había olido de pequeña. ¡Qué placer! No sé cómo a la gente de la ciudad podía vivir siempre con esos malos olores y no ir a las afueras más a menudo. ¡Cómo lo había echado de menos! Empecé a bajar las escaleras y mi nariz se impregnó del olor del pan recién hecho que acostumbraba a hacer mi madre para desayunar. ¡Ummm! Esto era mejor que el caviar.
—¡Buenos días! —Saludé efusivamente. —¡Qué rico huele!
—Buenos días, cariño. ¿No me digas que no echabas de menos el desayuno de tu madre? Como siempre te he dicho; desayuna como una reina, come como una princesa y cena como una mendiga.
—Ni que lo digas, estoy deseando probarlo ya, —dije mientras me rugían las tripas, lo que hizo que todos nos riéramos.
Desayunamos en familia, como hacía siglos que no lo hacíamos, recordando viejos tiempos. Cuando acabamos de comer, me despedí y fui a dar con Robert, con el cual había whatsappeado la noche anterior para ir juntos a comisaría. Estaba esperándome afuera para recogerme.
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