DESAYUNO DEL CHEF
Eran las ocho de la mañana cuando el Sol penetró por la ventana recalando justamente en mis ojos. Luchando contra la luz que amenazaba con despertarme, apreté fuertemente los párpados y seguí intentando dormir. Sin embargo, cada vez la luz se volvía más insoportable, así que me tapé la cara con la manta, aunque todo fue en vano. Me había espabilado y ya no podría dormirme más. Bastante suerte había tenido ya con haber conciliado el sueño con todo lo que había sufrido. Por desgracia con el despertar los recuerdos de todo volvieron a hacer acto de presencia en mi cabeza.
Intenté deshacerme de ellos. Me desperecé en la cama y entreabrí los ojos como pude, pues la claridad me encandilaba y me hacía ver un distorsionado paisaje moteado y centelleante. No me había percatado hasta ahora, pero Golfo estaba acostado a mi lado (¿cómo habría entrado y llegado hasta ahí? Me pregunté). Me supuse que debió ser por la única ventana que había dejado entreabierta por la noche, pero lo que no sabía era cómo la alcanzó, debía de saltar mucho el perrito. Sea como fuera, hizo que me mejorara algo el humor. Lo saludé acariciándole la cabeza y dándole un abrazo, a lo que me correspondió lamiéndome la cara.
—¡Quita, quita! ¡Cochino! ¡Que me comes la boca! Mira que tengo mal aliento, que me acabo de levantar, —reí mientras hablaba sola con Golfo.
Lo siguiente con lo que me encontré fue con el libro que había estado leyendo por la noche. Se había quedado arrugado bajo mi cuerpo al haberme quedado dormida con él. Me apresuré a estirarlo hoja a hoja descubriendo, para mi sorpresa, que era un ejemplar inacabado. Apenas tenía unas cuantas páginas más de lo que había leído (¡vaya, qué lástima! Me habría gustado leerlo entero, era fascinante. Ahora nunca sabría cómo había acabado la historia de María y si encontró la felicidad... pensé apenada).
Acto seguido fui al baño para darme una ducha rápida. Con el calor del verano, los nervios que había pasado anoche, mi manía de taparme siempre hasta arriba y mis movimientos de culebrilla en la cama, me habían perlado de un ligero aunque inoloro sudor en el cuerpo. Me metí dentro de la bañera y dejé fluir el agua hasta que estuvo a la temperatura idónea. Entonces me situé debajo y dejé que el rocío de la ducha acariciara mi delicada y amoratada piel. Lo positivo es que me dolía algo menos que la noche anterior. Cuando empezaba a enjabonarme el pelo sonó el móvil. Menos mal que lo había dejado al lado de la bañera. Saqué y estiré el brazo hasta alcanzar una toalla con la que me medio sequé apresuradamente, cogí el teléfono y lo descolgué al ver que se trataba de Robert.
—Buenos días, Robert, ¿qué tal?
—Buenos días, señorita. Bien, esperándote para desayunar en la cocina, que me tienes muerto de hambre. La bella durmiente que no quería despertarse, —bromeó. —Además, me supongo que también tendrás hambre, no hay nada de comer ni cocina en la casa de invitados.
—¡Calla, bobo! ¡Pero si son las nueve nada más! —Reí.
—Algunos madrugamos.
—Ya veo, ya. Pero la verdad es que sí que tengo hambre. Me termino de duchar y voy enseguida.
—Perfecto, aquí te espero, dúchate tranquila. Hasta ahora.
—Hasta ahora.
Colgué el teléfono y me apresuré a terminar de aclararme el pelo y secarme para no hacer esperar mucho a Robert. Me puse uno de los vestidos veraniegos que había comprado, unas sandalias y fui hacia la cocina. Tuve que atravesar el garaje, donde toqué el portero que había en la puerta que conducía a la casa y Gómez abrió desde la distancia. Caminé por el pasillo atravesando gran parte de la casa. Casi me pierdo, pues aún no la conocía bien, pero al final llegué a la cocina donde me estaba esperando Robert.
—¿Qué tal durmió anoche la señorita?
—Pues bien, mejor de lo que esperaba, la verdad. ¿Y tú?
—Como un rey, —respondió sonriendo.
—Me alegro, ¿estabas preparando algo? Lo digo por ese delantal que llevas, —me burlé de él mientras señalaba el atuendo.
—¡Oye! No te metas con mi delantal, ¿eh? Que bien bonito que es. ¡A ver si te quedas sin comer! —bromeó.
—No, no, por favor, me muero de hambre. Además, lleva usted un delantal la mar de precioso y masculino, —le adulé entre risas.
—Así está mucho mejor, aunque un pelín sobreactuada. Pues mira, aquí donde lo ves, el gran chef te ha preparado su plato especial.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué es? Deléitame.
— Pues nada más y nada menos que unas tostadas con mantequilla y mermelada, un jugo de naranja y un café con leche. Algo que solo saben apreciar los paladares más exquisitos y exigentes. Así que seguro que te gusta. Entre tú y yo, con esto gané mi segunda estrella Michelín. Sinceramente, lo mío no es la cocina la verdad, tengo que admitirlo, pero al menos no es pan con pan, —rió.
—¡Algún fallo tenía que tener! —Dije en voz alta sin querer y me sonrojé enseguida. No pretendía decirlo en voz alta, es de esto que piensas para ti y tu boca habla sola, sin permiso. Intenté disimularlo sin mucho éxito carraspeando y añadiendo otra frase rápidamente, aunque él se hizo el loco. —No te preocupes es perfecto, —añadí devolviéndole una sonrisa.
Gómez haciendo caso omiso al comentario, puso la comida en la mesa y me hizo un gesto para que me sentara en una silla frente a él. Enseguida empezamos a degustar el "manjar" que había preparado. Aunque había cierta tensión en el ambiente y un silencio un poco incómodo, quizá por el comentario impropio que había hecho o quizá por el hambre, no lo sabía muy bien. No parábamos de mirarnos como queriendo decirnos algo, pero arrepintiéndonos antes de hacerlo. Esperaba que no se hubiera tomado a mal la tontería que había dicho, por favor.
Una vez acabamos de comer, le dije que yo recogería todo y lo metería en el lavavajillas ya que él había hecho el desayuno. Aunque Robert rehusó al principio, terminó aceptando y me dijo que mientras recogía iría a prepararse para ir a recoger a su hijo, Liam, al campamento. Me invitó a que lo acompañase, por lo que supuse que no estaba molesto conmigo, lo que me tranquilizó. Por supuesto acepté la propuesta con gusto, pues al menos así me mantendría distraída, total, no tenía otra cosa que hacer tampoco. Salió de la cocina y a su regreso ya tenía todo listo, así que fuimos directos al garaje, nos subimos al coche y salimos de la casa con la música a todo volumen.
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