DE VUELTA A LAS CAVERNAS
Tardé bastante más de lo esperado en llegar a casa, el tiempo se me había pasado volando en el Parque. Era la hora de comer y no había preparado nada, por lo que haría algo rápido y rico antes de que llegara Martín. A él no le gustaba ni se le daba la cocina, por lo que me encargaba yo, bueno, como todo lo de la casa, aunque bueno, era normal, él trabajaba y yo no, yo era una simple mantenida. Seguro que si le escribía una carta bonita y le hacía los macarrones que tanto le gustaban haríamos las paces, no merecía la pena estar así de enfadados por un simple tortazo en un mal día y por culpa del alcohol.
Al llegar a casa, saqué las llaves de mi bolsillo, las deslicé dentro de la cerradura, giré el pomo y abrí la puerta. Para mi sorpresa, Martín estaba esperándome justo detrás de ella, con cara de pocos amigos.
—¡Isis! ¡¿Dónde estabas metida?! ¡Llevo aquí más de una hora esperándote para comer! Si lo sé, hubiera ido a tomar algo por ahí. ¡Encima que te traigo flores! ¡Hay que ser tonto!
—Lo siento, cariño. Salí a tomar el aire. No me di cuenta de la hora.
—¡Cállate! ¡No quiero escuchar más excusas! ¡Toma, tus flores! —Gritó lanzándomelas a la cara con un mal gesto.
—Pero, Martín, tranquilo. Solo estaba dando una vuelta. Como te habías ido a trabajar y me quedé sola... necesitaba coger algo de aire... Se me pasó el tiempo, como te dije, perdona, tienes razón. Solo quiero que hagamos las paces. Nosotros no somos de estar peleando todo el día, no somos así, nunca lo hemos sido. Dejémoslo en que hemos tenido una mala racha y ya está, mi amor. Además, las flores son preciosas, me encantan, muchas gracias cariño. —Dije recogiéndolas del suelo.
Me dio la sensación de que Martín iba a estallar en cólera en cualquier momento. Sin embargo, finalmente, pareció recapacitar y calmarse un poco.
—Bueno, tengamos paz por hoy. No he tenido un buen día en el curro y encima el dichoso florista me sacó de quicio. Ya sabes lo que me afecta cuando una inversión no sale como espero. Encima llego a casa muerto de hambre y no está puesta la comida ni te encuentro a ti. Solo estaba preocupado porque no sabía dónde estabas y como no me habías avisado de que no ibas a estar...
—Sí, cariño. Se me olvidó avisarte, ni se me pasó por la cabeza, pensaba llegar mucho más temprano, pero me entretuve jugando con un perrito que se había escapado. —Respondí mientras me acercaba a él y le besaba en los labios. —Perdona, perdona perdona. Ahora mismo te preparo esos macarrones que tanto te gustan, ¿vale?
—Está bien, yo voy a arriba a cambiarme de ropa y ponerme cómodo. Pon las flores en agua.
—Sí, por supuesto, qué bonitas son y hay muchas a punto de abrirse, ¡qué guay! Les pondré una aspirina para que florezcan antes.
Aunque viendo cómo habían quedado las flores después de que me las hubiera tirado a la cara y al suelo dudaba mucho que fueran a florecer. Se habrían salvado una o dos varas a lo sumo, pero no quería añadir más leña al fuego. Sin más palabras fui a la cocina y preparé la comida. Esperaba que el día mejorase, total, peor ya no podía ir. Por suerte, tuvimos una comida agradable y sin sobresaltos. Parecía que Martín se había relajado y volvía a ser el chico amable y tranquilo de siempre. Últimamente, el trabajo no le iba muy bien y eso lo tenía alterado. Sí, tenía que ser eso. Seguramente, sería una mala racha que terminaría pasando. Esperaba que pronto.
Una vez terminamos de comer recogí la loza y fui a dar con él al comedor. Estaba sentado repantigado sobre el sofá, así que yo me puse en posición fetal, con la cabeza apoyada sobre sus muslos. Enseguida, puso sus manos sobre mi pelo y empezó a acariciarme. ¡Vaya! No me lo esperaba, lo más probable es que fuera su forma de pedirme perdón, ya que era tan orgulloso que nunca había pronunciado esas palabras, al menos nunca se las había escuchado decir. Parecía que las aguas se habían calmado por fin y que la tarde iba a ser tranquila, disfrutando de su compañía.
—[...El índice de mujeres muertas en España a manos de sus maridos en lo que va de año ha subido un 2%...]. [...Recordamos a todas las mujeres que estén sufriendo una situación similar, que existe un teléfono para denunciar estos casos: 900 116 016 (016). No esperen a que sea demasiado tarde, quizá mañana no podrán denunciarlo. Hay que actuar cuanto antes...] [...Además, hay una nueva seña para indicarle a la gente si están pasando por esta situación: sitúen la mano extendida frente a la persona o cámara en cuestión, metan el pulgar hacia el centro de la palma y cierren el puño atrapando el pulgar entre los dedos, repitan la acción varias veces para asegurarse de ser vista...].
Estaban hablando sobre la violencia de género en la tele e, inconscientemente, miré a Martín al escuchar los relatos de algunas de las víctimas. Sabía que él no era así, que no llegaría nunca a esos extremos pese a lo que le sucedía cuando bebía y pese a las dos últimas escenas que habíamos vivido, pero él se percató de que había desviado la mirada hacia él inconscientemente.
—¡Qué! No pensarás que yo soy igual a esos tipos, ¿no?
—No, pues claro que no. ¿Por qué lo preguntas?
—No, como desviaste tu mirada hacia mí cuando la chica estaba contando cómo había pasado todo... Por si acaso. Me sentiría muy ofendido si lo pensases. Es más, si lo piensas dilo ahora y lo dejamos, no puedo estar con una persona que piense eso de mí.
—Tengo claro que no serías capaz de eso, mi amor, si lo pensara realmente, no estaría contigo.
—No sé, no sé... No lo tengas tan claro, no descarto darte una paliza, meterte en el coche y prenderle fuego un día. —Dijo a modo de broma y se rió.
Aunque sabía que el comentario había sido en tono jocoso, me dio un escalofrío repentino proveniente de la espina dorsal que me recorrió todo el cuerpo. Una sensación indescriptible, de esas que te ponen los pelos de punta y te hielan el alma.
—No bromees con eso, ¡bobo! Sabes que no me gusta.
—Estoy de coña, Isis. No me atrevería, además, no podría vivir con ello. Además, qué pereza estarte cargando hasta el coche y más ahora que has subido unos kilitos, —rió.
—Gracias, ¡eh! —Respondí ofendida. Aunque sabía que no había subido ni un gramo, porque siempre intentaba cuidarme con las comidas y salía a correr a menudo, me sentí de repente la mujer más gorda y fea del mundo.
—No pasa nada mujer. Nada que no arregle un mes de dieta y algo de gimnasio.
—¿Vas a seguir? ¿Por qué te pones tan estúpido de repente?
—Has sido tú la que me ha acusado de maltratador.
—¡Pero si no he dicho nada!
—No hace falta pronunciar palabras para decir lo que la mente piensa. A buen entendedor... Además, que tu mirada te delató.
—Ya te dije que no había sido por eso. Simplemente te estaba mirando en el momento más inoportuno por lo que veo. Si lo sé no te miro.
—¿Por qué? ¿Ya no te atraigo? ¿Por eso no quieres mirarme?
—Estás tergiversando las cosas... Claro que me atraes, como el primer día... Pero... ¡Ag! Nada, déjalo, me voy para arriba.
Empecé a caminar hacia las escaleras a paso acelerado y pisando fuerte, para que notase que estaba cabreada con él. Había conseguido sacarme de quicio, enfadarme y hacerme sentir una mierda.
—¡Eso, mi gordi, a hacer ejercicio! —Gritó, mofándose de mí.
¡Aggg! ¡Qué rabia sentía ahora mismo! ¿Por qué era tan estúpido? ¿Qué coño le había hecho yo? Ya me quería poco yo, como para que él me humillase así y, lo peor de todo, es que sabía que siempre había padecido problemas de autoestima. No pude evitar que se me aguaran los ojos y que me saliera un leve gimoteo por la boca que traté de reprimir.
Al llegar al cuarto me miré al espejo enterizo que teníamos puesto al lado de la cama y me sentí una foca, incluso me dieron ganas de vomitar. ¡Qué asco me daba ahora mismo! Ya no pude reprimirme más y lloré desconsoladamente. Estuve así al menos durante media hora. Cuando empecé a calmarme un poco me acordé del psicólogo y busqué la tarjeta para llamarlo. Hecha un mar de dudas y con muchos nervios, cogí el móvil, marqué su número con mano temblorosa y esperé su respuesta. Solo quería hablar un rato con alguien que estuviera dispuesto a escucharme. No sabía exactamente qué le diría ni de qué le hablaría, quizá tonterías, pero necesitaba a alguien ahora mismo y como no tenía a nadie a quien acudir, pensé en un desconocido que me debía un favor.
—Buenas tardes, consultoría psicológica de Robert Gómez Pérez, le atiende Claire Bennett, ¿en qué puedo ayudarle? —Preguntó una voz afónica, aparentemente de señora mayor.
—Buenas tardes, pues... me gustaría hablar con el señor Gómez, por favor.
—Perfecto, un momento por favor, manténgase a la espera.
Me quedé a la espera escuchando el desquiciante hilo musical que ponen las empresas, ¡cómo los odiaba! Pasados unos dos minutos volvieron a coger el teléfono.
—Hola, buenas tardes, le atiende Robert Gómez, ¿en qué puedo ayudarle?
—Buenas tardes, pues... esto... verá... —empecé a titubear y a pensar que estaba haciendo mal al hablar con él. Realmente no necesitaba ayuda de nadie, era un problemilla sin importancia que se solucionaría solo. Era cuestión de días, además, mis complejos me los tenía que tratar yo misma, me los creaba yo sola... Además, acudir a un profesional, ¿para qué? ¿En qué lugar dejaba eso a Martín? ¡Qué mala esposa era! —Soy Isis y... —No pude terminar la frase, me quedé callada sin colgar el teléfono.
—¿Isis? ¿Te encuentras bien? ¿Estás ahí?
Ambos nos quedamos en silencio durante un rato, sin saber qué decir por mi parte y, supongo, que por la de él igual. Sin embargo, al cabo de un instante, Robert retomó la palabra.
—No sé si estás ahí y si me estás escuchando, tampoco sé el motivo de la llamada, pero si quieres mañana puedes venir sobre esta hora a recibir la primera consulta gratuita que te ofrecí y hablamos mejor, que tengas un buen día.
¡Mierda! ¡Qué mal había quedado! Además, igual lo había dejado preocupado sin motivo alguno, pero es que me sentía tan mal por haberlo llamado. Aún así, prefería que pensara que estaba loca a haber hablado con él y haber dejado en mal lugar a Martín, que es la persona que realmente me importaba. Con lo enfadada y triste que estaba, si le hubiera contado mis sentimientos se habría pensado que era infeliz con Martín o, peor aún, que él era un maltratador y eso no lo podía permitir, porque era mentira. Martín me quería, de eso estoy segura, aunque estemos pasando por una mala temporada. Él... él me quiere.
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