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CON EL CORAZÓN EN LA MANO

(Cinco días después)

Las terapias se siguieron sucediendo, pero no fui capaz de volver abrirme como lo había hecho hacía unos días atrás. Me había vuelto a encerrar tras mi coraza, sobre todo por el miedo de que Robert llegase a denunciar a Martín... ¿En qué había estado pensando ese maldito día para contarle todo? Además, el haber visto y hablado de mi marido, o de mi "ex", o lo que sea que fuese, me había removido las entrañas. Ya no sabía qué pesaba más en la balanza, si el amor que le profesaba o la rabia y el miedo que le tenía. Parecía tan cambiado la última vez... Estaba tan mono... Aunque la gente no cambia tan rápido, y menos alguien así, ¡por dios, Isis, espabila!
Mi corazón y mi cerebro tenían una dura pugna por ver quién ganaba la batalla. Yo esperaba que ganara mi cabeza, pero quería que vencieran mis sentimientos. Era todo tan raro y estaba tan confundida... Desde que lo había visto no me había separado del móvil en ningún momento. Tenía varias llamadas y whatsapps suyos, pero no había contestado a ninguno. Simplemente lo llevaba encima porque, en cierto modo, me hacía sentir que seguía unida a él de alguna manera, y porque me recordaba que todo lo sucedido había sido real, no un mal sueño. Todo era un sinsentido en este momento.
Robert me había invitado a ir esta noche a cenar con él a una reunión de antiguos alumnos del instituto. Me dijo que no le apetecía ir solo, ya que aunque ahora mantenía una cordialidad con la mayoría, de pequeño más de uno le había hecho bullying. Iba más bien por compromiso, y decía que mi compañía le sería de apoyo, ¿y cómo iba a negárselo después de todo lo que estaba haciendo por mí? Aunque no es que me hiciera especialmente ilusión ir con un montón de desconocidos, pero por él lo haría, se lo merecía.
Me puse un bonito vestido negro de "brilli-brilli", ajustado, que había comprado para la ocasión. Realzaba y estilizaba mi figura, pero no enseñaba demasiado. Quería sentirme elegante y guapa por un día. A juego con el vestido, me calcé unos tacones negros con piedras que imitaban diamantes. En cuanto al maquillaje opté por ponerme un poco de base, pintarme los labios de color morado, ponerme rímel y hacerme un difuminado en los ojos.
—¡Vaya, Isis, estás espectacular! —Me elogió Robert con una sonrisa dibujada en la cara.
—Gracias, quería sentirme bien, para variar. —Me sonrojé. —Tú también estás muy bien, algo pijo para mi gusto, pero muy guapo.
Robert se había puesto súper pijo, como era él, pero estaba realmente atractivo. Salvo por lo mal que cocinaba, era un hombre diez, de los que cualquier mujer se enamoraría.
—Gracias, supongo, —rió. —¿Tú crees que soy tan pijo?
—No tanto en tu forma de ser, porque no tienes esos gestos ridículos de la gente de alta alcurnia ni ese acento repipi, ni todas esas bobadas... pero sí vistes como tal, y tienes cosas y gustos bastante... ¡pijos! —reí. —Ropa de marca, coche caro, Rolex y un largo etcétera que te delata, que no es malo, no me mal interpretes, no lo digo a malas. Si quitamos esas "pijotadas", eres un Sol de persona.
—Te pareces a mi mujer, siempre me dice exactamente lo mismo. De verdad, no lo entiendo, yo no me veo así, pero debo estar equivocado, está claro.
—Pues no te queda nada cuando la conozca y nos pongamos de acuerdo para meternos contigo, —intenté bromear, aunque me había molestado un poco que hubiera mencionado a Daniela en ese momento, no sé por qué.
—¿Te pasa algo? Es que te cambió la cara de repente.
—No, nada. ¡Mira la hora que es! Tenemos que ir saliendo o no llegaremos a tiempo.
—Tienes razón, vamos.
Nos demoramos un buen rato en llegar al restaurante, habían elegido uno a las afueras de Madrid. Al llegar nos encontramos con el aparcacoches. Un chico joven, alto, desgarbado y algo consumido, aparentemente por las drogas. Pese a la primera impresión, me di cuenta por cómo nos habló, que era muy educado y simpático. Tras saludarnos, Robert le dio las llaves para que aparcase el coche y le recompensó con una suculenta propina.
Al bajarme del Porsche me reencontré con el precioso coche antiguo que tanto me había atraído, quizá fuera de alguien del instituto de Robert, tenía curiosidad por conocer al dueño. Era la tercera o cuarta vez que lo veía, parecía obra del destino. Era como si nos estuviésemos persiguiendo mutuamente. ¡Qué bonito era! Que pena que no pude pararme a contemplarlo con más detenimiento porque llegábamos tarde. Así que, dejándolo atrás, emprendimos el camino hasta la entrada del lujoso, moderno y bien iluminado restaurante.
—Robert... Debo de confesarte que me da un poco de vergüenza entrar ahí, no sé si me sentiré cómoda. —Dije cuando estábamos en la puerta.
—¿Te confieso yo algo? ¡Estoy aterrado! A la mitad les odio, o les odiaba de pequeño al menos, y la otra mitad me es indiferente. Me llevaré bien con dos o tres a lo sumo. Va a ser un reencuentro... No sé como decirlo, extraño. Por eso te pedí el favor, pero si no quieres entrar al final, no pasa nada, lo entendería, estamos a tiempo de dar media vuelta aún.
—No, no te preocupes, pero no me dejes sola. No estoy acostumbrada a esto.
—Está bien, tienes mi palabra, aunque más bien la que no debería abandonarme eres tú a mí. Hoy serás mi escudo humano, —bromeó.
—Vale, si me insistes así, vamos. ¿Qué puede salir mal?—Dije mientras entraba.
La cena transcurrió con normalidad. No parecía que los "malotes del insti" siguieran jugando a desempeñar ese rol. Parecían todos bastante normales y cordiales. Robert podía presumir, sin lugar a dudas, de conservarse mucho mejor que el resto. También pondría la mano en el fuego en que podría fardar de trabajo, de ser mejor persona y otras tantas cosas más si quisiera ante ellos. La verdad es que ningún comensal, hombre o mujer, parecía llegar a hacerle sombra.
A Gómez se le veía contento y risueño, se había encontrado un panorama mucho mejor del que esperaba. Nos habíamos sentado, por si acaso, entre los compañeros con los que se llevaba bien. Eran dos hombres, algo avejentados para su edad. Uno estaba calvo y presentaba bastantes arrugas para su edad. El otro tenía el pelo oscuro, cara de cansado y ojeras, pero era mono y tenía una sonrisa bonita. Parecía simpático. Me percaté que la mayoría, por no decir todos, habían ido con sus parejas. Eso me hizo sentir un poco como la mujer de pega de Robert, lo que me incomodó en cierta medida. Sin embargo, le resté importancia, era una tontería mía nada más.
De repente, se mascó la tragedia. La frágil normalidad se rompió, al menos para mí. En un momento dado la atención se desvió hacia mi persona. Me preguntaron si era la mujer de Robert, y al decir que no empezaron a preguntarme quién era, si estaba con alguien... Entonces empezó a entrarme calor y comencé a sudar. Se me hizo un nudo en la garganta, me faltaba el aire, quería gritar, salir corriendo y desaparecer. Y eso hice. Sin decir nada, arrastré la silla hacia atrás con un fuerte estruendo, y salí corriendo del bar empujando sin querer a una camarera que pasaba en ese momento, pero no me importó, seguí huyendo. Huí sin importarme lo que pensaran de mí, sin importarme dejar mal a Robert, sin importarme cómo se sentiría... No podía pensar en otra cosa que no fuera escapar de ese tormento.
—¡Isis! —Oí gritar a Gómez, jadeante desde la distancia. —Para, por favor.
Aminoré la marcha un segundo, pero enseguida la retomé. Necesitaba sentir los latidos desenfrenados de mi corazón bombeando sangre a toda prisa. Era la única manera de que no regase bien mi cerebro para que este no me bombardeara con todo lo que había pasado con Martín. Sin embargo, Robert logró alcanzarme y agarrarme del brazo. No sé cómo ni en qué momento acabamos abrazados y llorando sobre su hombro.
—Ya está, tranquila. No pasa nada. Si estabas incómoda podíamos habernos ido antes, solo tenías que decirlo.
—No estaba incómoda... Fue de repente, un comentario fuera de lugar y todo se rompió de nuevo... Lo siento, debo de haberte avergonzado, —continué llorando.
—Lo entiendo, no te preocupes. ¿Avergonzado? Me has salvado, estaba harto de fingir ahí dentro. Solo porque hayan cambiado un poco, no les perdono todo lo que sufrí. Además, prefiero verte bien a estar ahí metido con esa panda de viejales, —dijo señalando el restaurante y riéndose.
—¡Calla, bobo! Siempre logras hacerme sonreír, hasta en los peores momentos. ¡Te odio! Además, tienen tu edad, así que considérate un viejo más.
—¿Viejo yo? ¿Tú los viste? Dime que no es cosa mía, que no estoy tan mal como esa panda.
—La verdad es que no, al lado de ellos pareces un pipiolo.
—Menos mal, ya me iba a dar algo.
Sin darme cuenta me había relajado y parado de llorar, es más, estaba riendo. Robert sacaba lo mejor de mí. Me transmitía tanta positividad... y siempre sabía cómo darle la vuelta a las cosas sin que me diera cuenta. ¿Cómo podía ser una persona así? Era perfecto, y nunca esperaba nada a cambio ni pedía nada... Daniela debía estar encantada con él, esperaba que lo cuidase mucho, se lo merecía.
—Si quieres nos vamos para casa juntos, estos callejones no son seguros para que vayas sola por la noche.
—¿No te importa, de verdad? Si quieres quedarte yo cojo un taxi.
—No, no. Si lo que no quiero es volver ahí dentro.
—Está bien, pues sí, vámonos entonces. Siento si te causé alguna molestia.
—Ni te preocupes, lo que te dije, me salvaste de seguir ahí.
Al llegar a casa, como no tenía sueño me puse a escribir. Decidí coger parte de la tesis de: "Psicología: María", y adaptarla contando mi propia historia. Cogí una hoja y un boli y con lágrimas en los ojos y el corazón en la mano empecé:
"Capítulo 1: Desgarrando la noche.
"[...—¡Isis! ¡¿Es que no oyes que estoy tratando de abrir la puerta?! ¡Hip! ¡Baja a abrirme, mujer! Estas putas llaves están mal. ¡Hip! ¡No me hagas pasar más vergüenza con los vecinos, estoy haciendo el ridículo! ¡Hip! ¡Venga ya, Isis! —Bramó Martín como pudo entre la ebriedad y el hipo que le ocasionaban esas copas de más.
¿Quién me llamaba a gritos? ¿Por qué me despertaban? Con lo a gusto que estaba... ¡Mierda! Era Martín. Otra vez había bebido de más, no había más que escucharlo, y seguramente necesitaría ayuda hasta para subir las escaleras de la casa. Odiaba cuando bebía tanto, parecía otro. Me había prometido una y otra vez que lo dejaría, pero siempre que quedaba con sus amigos, lo arrastraban por el mal camino y lo obligaban a beberlo eso me decía. Eran mala compañía, debería de decírselo, porque la verdad es que no toleraba bien el alcohol, le sentaba fatal al pobre. Tan rápido como pude me despojé de mi manta, me puse mis sandalias de pelo violetas y bajé a recibirlo...]".
Con cada palabra que escribía, sentía como si la tinta con que lo hacía fuera mi propia sangre y cada letra me fuera arrebatando un poco más de mi vida. Aquella no había sido la peor de las noches, ni si quiera la primera vez que tenía una escena similar con Martín, pero fue cuando, aunque no quisiera admitirlo, ya sabía que mi mundo empezaba a tambalearse. La primera vez que me di cuenta de que algo iba mal, aunque pensara que todo se terminaría arreglando... ¡Ufff! Si sé todo esto, si sé que me hace mal y que debo alejarme de él a toda cosa, ¿por qué sigo queriéndolo? No lo entiendo... No me entiendo...
Se me estaba haciendo un mundo escribir, pero a la vez me sentía más aliviada, como si plasmarlo en el papel hiciera que el mal que llevaba dentro fuera expulsado poco a poco. Seguí escribiendo un buen rato, hasta que no pude más y resbaló el boli de mis manos y di un cabezada. Entonces me levanté y me fui a la cama.

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