☣ Cαρίтυlσ 7 ☣
Le hice una señal a la doctora con la mano.
—Hay algo en mi té —grité. Estaba empezando a sentirme algo mareado—. Llame a Seokjin.
Tal vez él tendría un antídoto.
La mujer me miró con unos enormes ojos pardos. Tenía el rostro largo y delgado y el cabello muy corto.
—Es una píldora para dormir. Órdenes de Seokjin —respondió.
Dejé escapar un suspiro. Me sentía mejor. La doctora me dedicó una mirada divertida antes de marcharse. Como ya no tenía apetito alguno, aparté la comida. No necesitaba píldoras para dormir que me ayudaran a rendirme al agotamiento que había terminado con todas mis fuerzas.
Cuando me desperté a la mañana siguiente, vi un bulto blanco a los pies de mi cama. Se movía. Parpadeé hasta que conseguí centrar la imagen. Era la doctora.
—¿Has pasado buena noche?
—Sí —respondí. De hecho, había sido la primera en mucho tiempo sin pesadillas.
No obstante, sentía como si mi cabeza estuviera llena de lana. Además,el gusto amargo que sentía en la boca no presagiaba una buena mañana.
La doctora me examinó el vendaje y, tras lanzar un sonido que no significaba nada, me dijo que el desayuno tardaría un rato.
Mientras esperaba, examiné la enfermería. La sala rectangular tenía doce camas,seis a cada lado. Las sábanas de cada una de ellas estaban tensas como la cuerda de un arco. El orden y la precisión que reinaba en la sala me molestaba. Me sentía como una cama revuelta. Ya no podía controlar ni mi alma ni mi cuerpo ni mi mundo. Verme rodeado por tanto orden me molestaba. Sentí un deseo irrefrenable de saltar encima de las camas para deshacerlas.
Yo estaba en la más alejada de la puerta. A continuación, había dos camas vacías entre mí y los otros tres pacientes, que dormían plácidamente. No tenía nadie con quien hablar. Las paredes carecían por completo de decoración. De hecho, las de mi calabozo habían sido más interesantes. Al menos, la enfermería olía mejor. Respiré profundamente. Noté el duro olor del alcohol mezclado con el del desinfectante, tan diferente del aire fétido de la prisión. Mucho mejor. ¿O no? Había otro aroma entremezclado. Volví a aspirar y me di cuenta de que el amargo olor del miedo emanaba de mí.
No debería haber sobrevivido al día anterior. Los soldados de Son me tenían acorralado. No había escapatoria. Sin embargo, un extraño zumbido que surgió de mi garganta me había salvado.
Traté de evitar pensar que aquel sonido era un viejo amigo mío, pero los recuerdos resultaban imparables. Tras examinar los tres años anteriores, me obligué a concentrarme en el momento en el que había empezado a notar aquel zumbido.
Los dos primeros meses de los experimentos de Son se habían limitado aponer a prueba mis reflejos. Lo rápido que era para esquivar una bola o agacharme bajo un palo. Todo había resultado bastante inofensivo hasta que la bola se transformó en un cuchillo y el palo en una espada.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Con mano sudorosa, me toqué una cicatriz que tenía en el cuello. «No siento nada», me dije, apartando las manos como si así pudiera alejar también el miedo.
¿Qué vino después? Pruebas de fuerza y resistencia. Tareas sencillas en las que se levantaban pesos, que después se convirtieron en piedras que había que sostener por encima de la cabeza, primero durante minutos y luego durante horas. Si la piedra caía antes de que el tiempo terminara, venían los latigazos. Después, vino lo de agarrarse a cadenas que colgaban del techo, sosteniendo el peso a centímetros por encima del suelo.
Fue entonces cuando empezó el zumbido. Yo había soltado las cadenas demasiado pronto en demasiadas ocasiones, lo que provocaba la ira de Yunjong. Él me obligó a salir a una ventana, que estaba situada a seis plantas del suelo. Allí, me dijo que debía sujetarme al alféizar con las manos.
—Intentémoslo de nuevo —dijo Yunjong—. Ahora que hay mucho más que perder, tal vez dures la hora entera.
Yo tenía los brazos debilitados por haberme pasado el día colgando de las cadenas y los dedos húmedos de sudor. Los músculos me temblaban de fatiga. La exigencia venía ligada a mi género. Yo debía resistir, porque era hombre, porque ya era mayor, porque Yunjong me lo ordenaba. Tuve miedo. Cuando los dedos se me resbalaron del alféizar, empecé a aullar como un recién nacido. El aullido se transformó en sustancia. Pareció expandirse, acariciarmela piel por todos lados. Me sentía como si descansara en un cálido estanque de agua.
A continuación, me vi sentado en el suelo. Miré hacia la ventana y vi que Yunjong me observaba atónito. Tenía el cabello inusualmente revuelto. Encantado, levantó un pulgar.
El único modo en el que yo podría haber sobrevivido tenía que haber sido gracias a la magia. No. Tenía que haber sido por unas extrañas corrientes de aire queme habían llevado hasta el suelo. No por la magia.
La palabra magia estaba prohibida en Ahtalom desde que el Comandante Min había asumido el poder. Se trató a los magos como si fueran una plaga de mosquitos. Se los cazó, atrapó y exterminó. Cualquier sugerencia deque alguien tenía poderes mágicos era una sentencia de muerte. La única oportunidad de sobrevivir era escapar a Líbarus.
Para distraerme de los recuerdos, conté las grietas que había en el techo. Había llegado a cincuenta y seis cuando Seokjin apareció en la enfermería.
Llevaba una bandeja de comida en una mano y una carpeta en la otra. Examiné la tortilla con una cierta sospecha.
—¿Qué tiene? —pregunté—. ¿Más píldoras para dormir? ¿O un nuevo veneno?, ¿Qué hay sobre darme algo que me haga sentir bien, para variar?
—¿Qué te parece algo para mantenerte con vida? —replicó él. Me incorporé en la cama y me ofreció la pipeta con mi antídoto. Entonces, me colocó la bandeja en el regazo—. Ya no necesitas píldoras para dormir. La doctora me dijo que notaste el sabor anoche —añadió con una nota de aprobación en la voz—. Saborea tu desayuno y dime si permitirías que el Comandante lo tomara.
Seokjin no había exagerado cuando me dijo que yo no tenía días libres. Suspiré y olí la tortilla. No noté nada extraño. Corté la tortilla en cuartos y examiné cada uno de ellos. Después, tomé un trocito de cada sección y me los metí uno por uno en la boca, masticando cuidadosamente. Tragué y esperé a ver si tenían algún gusto extraño. Olí el té y lo moví con una cuchara antes de darle un sorbo. Antes de tragarlo, noté un sabor dulce.
—A menos que al Comandante no le guste la miel en el té, yo no rechazaría este desayuno.
—Entonces, cómetelo.
Dudé. ¿Seokjin estaba tratando de engañarme? A menos que hubiera utilizado un veneno que yo no había aprendido, el desayuno estaba limpio. Me lo comí todo y luego me bebí el té mientras Seokjin me observaba.
—Nada mal —dijo—. Hoy... no hubo venenos.
Uno de los doctores le llevó otra bandeja a Seokjin. Aquella tenía cuatro tazas blancas con un líquido color aceituna que olía a menta.
—Quiero repasar contigo algunas técnicas. Cada una de estas tazas contiene una infusión de menta. Saborea una de ellas.
Agarré la más cercana y di un sorbo. Un abrumador sabor a menta inundó mis papilas gustativas, tanto que me atraganté. Seokjin sonrió.
—¿Notas algo más?
Yo tomé otro sorbo, pero la menta era el sabor predominante. —No.
—Muy bien. Ahora, pellízcate la nariz y prueba de nuevo.
Después de hacer un cierto malabarismo con el brazo que tenía vendado,conseguí tomar el té con la nariz tapada. Me maravillé ante el sabor que notaba.
—Es dulce. Nada de menta —dije. Como mi voz sonaba ridícula, me solté la nariz. Inmediatamente, el sabor a menta eclipsó todo lo demás.
—Correcto. Ahora prueba con los otros —La siguiente taza escondía un sabor agrio. La tercera amargo y la última salado—. Esta técnica funciona para cualquier otra comida o bebida. Cuando se bloquea el sentido del olfato, todos los demás olores desaparecen, a excepción del dulce, del amargo, del agrio y del salado. Algunos venenos pueden reconocerse sólo por uno de esos cuatro sabores —dijo Seokjin. Luego examinó la carpeta que tenía en la mano—. Aquí tienes una lista completa de todos los venenos humanos y sus distintos sabores para que la memorices. Hay cincuenta y dos venenos conocidos.
Examiné el inventario de venenos. Algunos ya los conocía. «Amor mío» encabezaba la lista. Aquella enumeración me habría evitado dolores de cabeza, náuseas, mareos y paranoias.
—¿Por qué no me diste esta lista en vez de hacerme saborear el «Amor mío»?
—¿Y qué es lo que se puede aprender de una lista? El Kattsgut sabe dulce.¿Cómo exactamente? ¿Dulce como la miel? ¿Como una manzana? Hay diferentes niveles de dulzor y el único modo de aprenderlos es saboreándolos personalmente. La única razón por la que te doy esta lista es porque el Comandante quiere que te pongas a trabajar lo antes posible. Que no vayas a saborear estos venenos ahora no significa que no vayas a hacerlo en el futuro. Memorízala. Cuando el médico te dé el alta, pondré a prueba tus conocimientos. Si apruebas, podrás empezar a trabajar.
—¿Y si fracaso?
—Entonces, empezaré a adiestrar a un nuevo catador.
La voz de Seokjin resonó monótona, sin emoción, pero el significado de las palabras hizo que se me detuviera el corazón.
—El general Son estará dos semanas más en el castillo. Tiene más asuntos de los que ocuparse. No puedo tenerte vigilado todo el día, por lo que Dongbae te está preparando una habitación en las mías. Regresaré más tarde para ver cuándo el médico te va a dar el alta.
Observé cómo Seokjin se dirigía a la puerta. Lo hacía de un modo equilibrado y atlético. Sacudí la cabeza. Pensar en Seokjin era lo peor que yo podría hacer. En vez de eso, me centré en la lista de venenos. Me alegró ver que la caligrafía resultaba legible, por lo que empecé a estudiar.
Casi no me di cuenta del momento en el que la doctora se me acercó para ver cómo tenía el brazo. Debió de haberse llevado la bandeja con las tazas,porque ésta había desaparecido de mi regazo. Me había concentrado tanto que me sobresalté profundamente cuando me colocaron bajo la nariz un plato con un pastel redondo.
El brazo que sostenía aquel plato era el de Namjoon. Tenía una alegre sonrisa en el rostro.
—¡Mira lo que pude traerte a pesar de la doctora! Vamos, cómelo antes de que ella regrese.
El cálido postre olía a canela. El almíbar caía por los lados, provocando que se me pegaran los dedos. Examiné cuidadosamente el pastel, tratando de encontrar algún aroma extraño. Un pequeño bocado reveló múltiples capas de masa y canela.
—Dios mío, Taehyung. ¿Acaso piensas que soy capaz de haberlo envenenado? —preguntó Namjoon, muy ofendido.
Aquello era exactamente lo que había estado pensando, pero no quería admitirlo delante de Namjoon. Los motivos de su visita resultaban algo oscuros. Parecía amable y simpático, pero podía ser que siguiera molesto por lo ocurrido a su amigo Seunghyuk el anterior catador. No obstante, podía ser un aliado potencial.
¿A quién mejor podría tener a mi lado? ¿A Namjoon, el cocinero, cuya comida estaría probando a diario o a Seokjin, el asesino, que tenía la desagradable tendencia a envenenar mis comidas?
—Deformación profesional —contesté. Él gruñó. Aún parecía molesto. Di un bocado mayor al pastel—. Maravilloso —añadí, apelando a su ego para que me diera otra oportunidad.
—¿Verdad que sí? —replicó él, más contento—. Es mi última creación. Sin embargo,me está costando encontrarle nombre. Por supuesto, no se lo digas a la doctora. No le gusta que sus pacientes coman nada más que unas sopas básicas que prepara ella. Dice que esas cosas benefician la curación. ¡Por supuesto que producen su efecto! Saben tan mal que todo el mundo quiere marcharse cuanto antes para poder tener una comida decente. Y bien, ¿cómo estás? —añadió, inclinándose sobre mí para que no pudieran escucharle el resto de los pacientes.
Volví a sentir una cierta cautela. ¿Por qué tenía que importarle a él?
—¿Acaso volviste a realizar una apuesta?
—Siempre estamos apostando —admitió—. Las apuestas y los chismes es lo único que hacemos los empleados. ¿Qué otra cosa se puede hacer? Deberías haber visto la conmoción y las apuestas que tuvieron lugar cuando vieron que te perseguían los gorilas de Son.
—Nadie vino a ayudarme —dije, algo apesadumbrado—. Los pasillos estaban completamente desiertos.
—Eso habría sido implicarse en una situación que no nos afecta directamente.Los empleados jamás hacen algo así. Somos como cucarachas en la oscuridad. Si brilla una luz... ¡puf! Nos evaporamos —añadió, chascando los dedos para dar énfasis a sus palabras.
Yo me sentí como la cucaracha a la que siempre sorprendía la luz.
—Bueno —prosiguió—. Todas las apuestas iban en tu contra. La mayoría perdió mucho dinero mientras que sólo unos pocos... ganaron mucho.
—Y, dado que tú estás aquí, supongo que tú fuiste de los que ganaron.
—Taehyung —dijo él con una sonrisa—. Yo siempre voy a apostar por ti. Eres como uno de los perros del Comandante. Pequeño, ladrador, un perro al que nadie le prestaría atención, pero, que cuando muerde, no suelta su presa fácilmente.
—Si se envenena la carne del perro, no volverá a molestar.
—¿Problemas? —preguntó Namjoon con tono preocupado.
Sorprendido de que los canales de chismorreo del castillo no hubieran empezado a realizar apuestas sobre la prueba de Seokjin, dudé. A Namjoon le gustaba mucho hablar y podría meterme en un lío.
—No. Es que esto de ser el catador de la comida...
Namjoon asintió, aparentemente satisfecho con la explicación. Se pasó el resto de la tarde alternando los recuerdos de Seunghyuk con las posibles nuevas recetas. Cuando Seokjin llegó, dejó de hablar, palideció y se marchó con la excusa de que tenía que comprobar cómo iba la cena. Seokjin lo observó atentamente mientras salía de la enfermería.
—¿Qué estaba haciendo aquí? —La expresión de su rostro era neutral, pero la actitud de su cuerpo mostraba que estaba enojado.
Eligiendo las palabras con mucho cuidado, le expliqué que Namjoon había ido a visitarme.
—¿Cuándo lo conociste?
—Después de que me recuperé de «Amor mío». Fui a buscar comida y me encontré con Namjoon en la cocina.
—Ten cuidado con lo que dices en su presencia. No puedes confiar en él. Yo no le habría confirmado en su puesto, pero el Comandante insistió en que se quedara. Es un genio en la cocina. Una especie de protegido. Empezó a cocinar para el Rey cuando era muy joven.
Seokjin me observaba con fríos ojos. Tal vez aquella era la razón por la que no había sentido simpatía por Seunghyuk. Comprendí que ser amigo de alguien que había sido leal al Rey podría ocasionarme problemas. Sin embargo, consentir que Seokjin mediera miedo... Lo miré fijamente, tanto que conseguí que él apartara la mirada. Me sentí jubiloso. Al fin le había ganado una vez.
—Te darán el alta mañana por la mañana —me informó Seokjin—. Arréglate y preséntate en mi gabinete para realizar tu prueba. Aunque apruebes, no creeré que estés listo, pero el Comandante me ha ordenado que estés disponible a la hora de comer. Es un atajo —añadió, meneando la cabeza—. Y no me gustan los atajos.
—¿Por qué? Así no tendrás que seguir poniéndote en peligro —repliqué, arrepintiéndome enseguida de haber pronunciado aquellas palabras.
—En mi experiencia, los atajos normalmente conducen a la muerte.
—¿Es eso lo que le ocurrió a mi predecesor? —pregunté, incapaz de aguantar la curiosidad.
¿Confirmaría o negaría Seokjin las teorías de Namjoon?
—¿Seunghyuk? No tenía estómago para esto.
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