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☣ Cαρίтυlσ 4 ☣

—¿Crees que deberíamos comprobar si está muerto? —preguntó uno de los soldados de Son. Tenía la lámpara contra la puerta de mi habitación.

—No. Ese mayordomo viene a verlo todas las mañanas y le da una poción. Ya nos enteraremos pronto. Además, ahí adentro apesta —respondió el otro soldado, agitando una mano delante de la nariz.

—Sí. Si ese olor no nos quita las ganas, el hecho de tener que quitarle ese uniforme lleno de vómito haría vomitar a cualquiera. Aunque... Podríamos llevarlo a los baños y divertirnos con él antes de que se muera —comentó el soldado que llevaba la lámpara.

—No. Alguien podría vernos. Si sobrevive, tendremos tiempo de sobra para divertirnos. Será como abrir un regalo y te aseguro que será mucho más entretenido si está despierto —repuso el segundo con una expresión lasciva en el rostro.

Los dos largaron carcajadas y se alejaron. Muy pronto, habían desaparecido. Yo me aferré a la pared y me pregunté si lo que acababa de ver había sido real.

¿Estaría teniendo aún alucinaciones paranoides? Sentía la cabeza como si la hubiera tenido demasiado tiempo en una tina con agua. Además, mi cuerpo no había dejado de experimentar en ningún momento mareo y náuseas.

Pasó mucho tiempo desde que se marcharon los soldados hasta que conseguí regresar a mi habitación. Abrí la puerta de par en par e iluminé la estancia con la lámpara, asegurándome de que la luz llegaba a todos los rincones y debajo de la cama. Lo único que me atacó fue un hedor agrio y desagradable. Entre arcadas, conseguí abrir las contraventanas y así poder respirar bocanadas de aire fresco y purificador.

Miré el desagradable charco que había en el suelo. Lo último que quería era tener que limpiarlo, pero sabía que no podría dormir bien mientras tuviera que respirar aquel desagradable olor. Después de que busqué y reuní algunas cosas de limpieza, y de tener que detenerme por las náuseas de vez en cuando, conseguí limpiar el suelo.

Agotado, me recosté por fin en la cama. El colchón parecía lleno de bultos. Me di la vuelta, esperando hallar una postura más cómoda. ¿Y si regresaban los soldados de Son?, Dormido en la cama yo era presa fácil. Me había bañado por lo que no habría necesidad de llevarme a los baños. La habitación olía a desinfectante y se me olvidó poner la silla contra la puerta.

Mi imaginación echó alas, representando ante mis ojos una nítida escena de mí atado a la cama, atrapado mientras los soldados saboreaban mi terror. Las paredes de mi habitación parecieron cobrar vida. Sin poder contenerme, salí al pasillo, casi esperando encontrarme con los soldados de Son frente a mí puerta. Sin embargo, el corredor estaba oscuro y desierto. 

Cuando traté de volver a entrar en mi cuarto, me sentí como si alguien me apretara una almohada contra el rostro. No podía atravesar el umbral. Mi habitación me parecía una trampa. ¿Sería el efecto de la paranoia que provocaba el «Amor mío» o mi propio sentido común? La indecisión me mantuvo en la puerta hasta que el estómago empezó a gruñirme. Guiado por mi propio apetito, me fui en busca de comida.

Esperando encontrar la cocina vacía, me llevé una gran desilusión al ver a un hombre muy alto, llevaba un uniforme blanco con dos diamantes negros en la pechera de la camisa. Estaba murmurando para sí mientras examinaba los hornos. La pierna izquierda no se le doblaba. Traté de salir sin que él me viera pero no lo conseguí.

—¿Me estás buscando? —me preguntó.

—No —dije yo—. Estaba... estaba buscando algo de comer —respondí.

El hombre frunció el ceño y apoyó su peso sobre la pierna buena mientras estudiaba mi uniforme. Pensé que era demasiado delgado como para ser cocinero, pero llevaba el uniforme correspondiente y, además, sólo un cocinero estaría despierto tan temprano. Tenía una belleza sutil, la frente despejada y ojos marrones oscuros. Su cabello era rubio pero más oscuro que el de Seokjin. Me pregunté si sería Namjoon, el hombre del que Dongbae había hablado con relación a Hoseok.

—Sírvete tú mismo —dijo, señalando dos barras de pan recién sacadas del horno—. Acabo de ganar el sueldo de una semana gracias a ti.

—¿A mí?, ¿Cómo es eso posible? —pregunté, mientras cortaba un buen trozo de pan.

—Eres el nuevo catador de comida, ¿no? —quiso saber. Yo asentí—. Todo el mundo sabe que Seokjin te dio una dosis de «Amor mío». Yo me aposté el salario de una semana a que tú sobrevivirías —añadió, mientras sacaba tres barras de pan de uno de los hornos—. Fue un gran riesgo, dado que eres el catador más delgado y menudo de los que ha habido nunca. Casi todo el mundo apostó a que no sobrevivirías, incluso Dongbae.

El cocinero empezó a rebuscar en uno de los armarios.

—Toda —añadió, entregándome un trozo de mantequilla—. Ahora te prepararé unos pastelillos dulces.

Luego sacó el resto de los ingredientes y empezó a mezclarlos.

—¿Cuántos más ha habido? —pregunté entre bocado y bocado de pan con mantequilla.

Con las manos en constante movimiento, el cocinero respondió:

—Cinco, desde que el Comandante Min lleva en el poder. A Seokjin le encantan los venenos. Envenenó a muchos de los enemigos del Comandante y le gusta seguir practicando. Ya sabes, poner a prueba a los catadores de la comida del Comandante de vez en cuando, para asegurarse de que no se han relajado demasiado.

Las palabras del cocinero me provocaron un escalofrío por la espalda. Me sentí como si mi cuerpo se hubiera licuado y vertido en uno de aquellos gigantes boles. Yo sólo era un puñado de ingredientes a mezclar, cocinar y utilizar. Cuando el cocinero vertió la mezcla en la parrilla ardiendo, la sangre me chisporroteó al unísono de los pastelillos.

—Pobre Seunghyuk... Jamás gozó de la simpatía de Seokjin. Lo ponía a prueba constantemente hasta que él ya no pudo seguir aguantando la presión. La causa oficial de su muerte fue el suicidio, pero yo creo que Seokjin lo mató.

Vuelta. Observé cómo el cocinero daba la vuelta diestramente los pastelillos con un giro de muñeca. Mis músculos parecían temblar en sincronía con el sonido que los pastelillos producían al cocinarse.

Yo estaba preocupado por Son cuando un mal paso con Seokjin podría... Vuelta. Yo habría desaparecido. Probablemente tendría un par de venenos reservados por si decidía reemplazar al catador. Miré por encima de mi hombro y me imaginé a Seokjin entrando en la cocina para envenenar mi desayuno. Ni siquiera podía disfrutar de mi charla con un cocinero sin que se me recordara que el hecho de saborear comida que podría haber sido envenenada no era el único peligro de mi nuevo trabajo.

El cocinero me entregó un plato lleno de pastelillos dulces, sacó tres barras de pan del horno y volvió a llenar los moldes de masa. Aquellos pastelillos me parecían una delicia tal que los devoré a pesar de la extraña sensación que tenía en el estómago.

—Seunghyuk era mi amigo. Era el mejor catador de comida que el Comandante tuvo jamás. Solía venir a mi cocina todas las mañanas después de desayunar para ayudarme a inventar nuevas recetas. Tengo que innovar mis platos, porque sino el Comandante comenzará a buscar un nuevo cocinero, ¿Sabes a lo que me refiero?

Yo asentí y me limpié la mantequilla que tenía en la barbilla. Entonces, el cocinero extendió la mano.

—Soy Namjoon.

—Taehyung —dije yo, estrechándosela.

☣☣☣

Me detuve junto a una ventana abierta cuando me dirigía al gabinete de Seokjin. El sol estaba saliendo por encima de las montañas del Alma, al este del castillo. Los colores del cielo parecían una pintura estropeada, como si un niño hubiera vertido agua sobre un lienzo. Yo dejé que mis ojos gozaran de aquella vibrante muestra de vida e inhalé el aire fresco de la mañana. Todas las plantas habían florecido y muy pronto la brisa fresca de la mañana se caldearía hasta resultar más cómoda. La estación cálida estaba empezando. Los días de agobiante calor y noches húmedas estaban aún por llegar. Llevaba quince días estudiando con Seokjin antes de que él me administrara «Amor mío». 

Me pregunté cuánto tiempo había estado inconsciente. Me aparté de la ventana y me dirigí al despacho de Seokjin. Llegué a la puerta justo cuando él se marchaba.

—¡Taehyung! ¡Lo conseguiste! —dijo con una sonrisa—. Pasaron tres días. Estaba empezando a preocuparme.

Yo estudié atentamente su rostro. Su alegría al verme parecía sincera.

—¿Dónde está Dongbae? —me preguntó.

—No lo vi —respondí. «Afortunadamente».

—En ese caso, necesitas tu antídoto —dijo Seokjin, mientras regresaba junto al armario.

Cuando tragué el líquido, Seokjin se dirigió una vez más hacia la puerta. Cuando vio que yo no lo seguía, me hizo un gesto.

—Tengo que probar el desayuno del Comandante —dijo, apurando el paso—. Además, ya va siendo hora de que conozcas al Comandante y veas cómo se debe probar la comida.

Salimos por fin al corredor principal del castillo. Seokjin no se inmutó, pero yo tropecé y ahogué un grito. Los famosos tapices de la era del Rey estaban rasgados y manchados de pintura negra. En el orfanato de Son, se nos había enseñado que cada tapiz representaba una provincia del antiguo reino y que contaba su historia. En aquellos momentos, a pesar de estar destrozados, hablaban poderosamente sobre el mandando del Comandante.

El desdén que éste sentía por la opulencia, los excesos y las injusticias del anterior jefe del estado y de su familia era bien conocido por todos los rincones de Athalom. Desde la monarquía hasta el mandato militar, los cambios en Athalom habían sido radicales. Mientras que algunos ciudadanos aceptaban de buen grado las sencillas pero estrictas reglas del Código de Comportamiento, otros se rebelaban y se negaban a llevar uniformes, no pedían permiso para viajar y escapaban al sur.

Según el delito que se cometiera, el castigo se correspondía exactamente con lo estipulado en el Código. El hecho de no llevar uniforme suponía dos días encadenado completamente desnudo en la plaza de la ciudad. No importaba que el acusado tuviera una buena razón para ello. El castigo era siempre el mismo. Tampoco servían de nada los sobornos ni las influencias de amigos. Según el Comandante, había que vivir según el Código o atenerse a las consecuencias.

Aparté los ojos de los tapices a tiempo para ver cómo Seokjin desaparecía a través de una puerta decorada con una intrincada decoración de piedra. Por el contrario, la pesada puerta de madera, colgaba, completamente astillada, de los gozones, aunque aún se distinguía la hermosa talla que se había realizado en la madera. Sin duda, aquella puerta había sido víctima del cambio de régimen. Otro recordatorio de las intenciones del Comandante.

Tras franquear el umbral de la puerta, me detuve completamente atónito. Aquél era el salón del trono. En su interior había numerosas mesas ocupadas por una gran cantidad de consejeros y oficiales militares de todos los Distritos Militares del territorio. La sala viraba con actividad.

Resultaba difícil distinguir a nadie en aquel maremágnum. Al final, conseguí ver a Seokjin antes de que atravesara una puerta abierta que había al fondo de la sala. Tardé algunos instantes en encontrar el modo de atravesar las mesas. Cuando llegué, oí que un hombre se quejaba de que los pastelillos dulces estaban fríos.

El Comandante Min estaba sentado detrás de un escritorio de madera muy sencillo. Su despacho era muy austero en comparación con el de Seokjin y carecía de elementos decorativos personales. El único objeto de la sala que no tenía un propósito era una estatua del tamaño de una mano que mostraba un tigre de nieve. Los ojos del felino relucían gracias a la plata y unas brillantes motas del mismo metal se extendían por la poderosa espalda de la bestia.

El uniforme del Comandante Son tenía un corte inmaculado y era idéntico al de Seokjin, a excepción de que los rombos que tenía en el cuello eran diamantes de verdad y relucían bajo la luz de la mañana. El cabello negro del Comandante estaba empezando a cubrirse de gris y era muy corto en la parte de la nuca.

En las aulas de Son, yo aprendí que el Comandante evitaba apariciones públicas y que se pintara su retrato. Cuantas menos personas conocieran su aspecto, menos posibilidades había de que lo asesinaran. Algunos creían que era un paranoico, pero yo era de la opinión de que, dado que había adquirido el poder utilizando asesinos y guerra sucia, simplemente se mostraba realista.

Aquel hombre no se parecía en nada al Comandante que yo me había imaginado: grueso, con barba y cargado de medallas y armas. Este era un hombre delgado, bien afeitado y con rasgos delicados. Sus ojos y mentón eran pequeños y tenía el cabello platinado y un flequillo cubriendo su frente.

—Comandante, él es Taehyung, su nuevo catador de comida —dijo Seokjin, haciéndome entrar en la sala.

Los ojos almendrados del Comandante se cruzaron con los míos. Su mirada tenía la agudeza de la punta de una espada y me sentí completamente inmovilizado por ella.

Cuando miró a Seokjin, respiré aliviado.

—Por lo que ha estado rugiendo Son, esperaba que este hombre respirara fuego —dijo el Comandante.

Al oír que nombraba a Son, me tensé. Si el general empezaba a quejarse con el Comandante, podría volver a ser candidato a la horca.

—Son es un necio —respondió Seokjin—. Quería el drama de una ejecución pública para el asesino de su hijo. Yo, personalmente , me habría ocupado de él inmediatamente. Habría tenido pleno derecho —añadió, mientras probaba el té del Comandante y olisqueaba los pastelillos—. Además, el Código de Comportamiento estipula claramente que el siguiente reo que vaya a ser ejecutado se convierte en el nuevo catador y Son fue uno de sus autores —explicó. Cortó el pastelillo por el centro y tomó un trozo, que se llevó a la boca. A continuación, hizo lo mismo con un trozo de los laterales—. Tenga —concluyó, ofreciendo al Comandante el plato.

—A Son no le faltan motivos —dijo el Comandante. Luego, tomó su té y observó el líquido—. ¿Cuándo va a empezar? Me estoy cansando de la comida fría.

—Unos cuantos días más.

—Bien —replicó el Comandante. Y volvió a dirigirse a mí—. Quiero que llegues con mi comida y la pruebes con rapidez. No quiero tener que estar buscándote. ¿Comprendido?

—Sí, señor —respondí.

—Seokjin, estoy perdiendo peso por tu culpa. El almuerzo es en la sala de Guerra. No llegues tarde.

—Sí, señor —afirmó Seokjin.

Se dirigió a la puerta. Yo lo seguí. Una vez más, tuvimos que sortear las mesas para poder encontrar la salida. Cuando Seokjin se detuvo para charlar con otro consejero, yo miré alrededor. Me sorprendí al notar que un puñado de los Consejeros del Comandante eran mujeres, y noté que había dos capitanas y una coronela. Había oído sobre modificaciones en las labores de la mujer gracias al cambio de régimen, pero no esperaba verlas en puestos tan relevantes. La monarquía siempre prefirió que el papel de la mujer se limitara al de doncellas, ayudantes de cocina y esposa, pero al parecer el Comandante les daba la libertad de elegir qué querían hacer. Supongo que por eso no me había cruzado con ninguna hasta el momento.

Cuando por fin llegamos al gabinete de Seokjin, Dongbae estaba limpiando los montones de papeles que había sobre la mesa. A mí me pareció como si estuviera pasando más tiempo leyendo los papeles que ordenándolos. ¿No se había dado cuenta Seokjin? Me pregunté lo que Dongbae haría para él además de limpiar.

Él miró a Seokjin con un gesto agradable en el rostro, pero, en cuanto no pudo verlo me dedicó a mí un gesto de desprecio. Seguramente acababa de perder mucho dinero por mi supervivencia. A pesar de todo, sonreí. Cuando vio que Seokjin se daba la vuelta, controló la desagradable expresión de su rostro.

—Taehyung, pareces agotado. Me haces sentir cansado con sólo mirarte. Ve a descansar. Regresa después del almuerzo y proseguiremos con tu adiestramiento.

En realidad, no me sentía cansado, pero aquella sugerencia me pareció una excelente idea. No obstante, cuando empecé a recorrer los pasillos para dirigirme a mi habitación, el cansancio se apoderó de mí. Tanto así que me encontré con dos soldados de Son sin que pudiera evitarlo.

—¡Mira, Choi! ¡Acabo de encontrar una rata! —exclamó uno de los guardias, agarrándome el brazo.

—Me alegro por ti —respondió el tal Choi—. Vayamos a mostrarle tu captura al general Son.

—Al general no le gustan las ratas vivas. En especial ésta.

El soldado me zarandeó con fuerza. El dolor se me extendió rápidamente por el brazo, hombro y cuello. Presa del pánico, miré por todas partes para ver si encontraba ayuda. El pasillo estaba completamente desierto.

—Es cierto, prefiere que las despellejen vivas.

Ya había escuchado más que suficiente. Hice lo que cualquier rata hubiera hecho. Con mi estado físico deplorable y mi necesidad de huir, mordí la mano del soldado hasta que noté el sabor de la sangre. Entre gritos y maldiciones del soldado, aproveché el factor sorpresa para escaparme. Tiré con fuerza de mi brazo y salí corriendo.


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This is nuestro amado Comandante Min uwu


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