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☣ Cαρίтυlσ 28 ☣

El séquito de viaje del Comandante Min consistía de casi cincuenta soldados de su guardia de élite. Algunos precedían a la caravana, otros marchaban a su lado. Los soldados también protegían a los sirvientes, que precedían a los caballos. El resto de los soldados cerraba el cortejo. Jimin y Jungkook iban examinando la ruta del viaje, por lo que llevaban horas de adelanto.

Avanzábamos a paso rápido en el frío aire de la mañana. Yo había guardado la mariposa de Jin bajo mi camisa y me había sorprendido tocándola a través de la tela en varias ocasiones. El regalo provocaba un tumulto en mis sentimientos. Cuando creía que ya lo conocía, él volvía a sorprenderme.

Junto con mi mochila, también llevaba un bastón, que utilizaba como si lo necesitara para caminar. Algunos de los soldados me miraban con cierta sospecha, pero no me importaba. Namjoon se negaba a mirarme a los ojos. Miraba hacia delante en completo silencio. No tardó mucho en quedarse atrás. Su pierna le impedía mantener el paso.

☣☣☣

Después de detenernos para almorzar, seguimos hasta una hora antes de la puesta de sol. El mayor Gahm, el oficial al mando de la expedición, quería montar el campamento a la luz del día. Unas espaciosas tiendas se erigieron para el Comandante y sus consejeros y dos más pequeñas para los sirvientes. Descubrí que compartiría mi espacio con un hombre llamado Myo, que hacía recados y servía a los consejeros del Comandante.

Me acomodé en la tienda mientras Myo se calentaba al lado del fuego. Encendí una pequeña lámpara y saqué el libro sobre símbolos de guerra que había tomado prestado de Jin. Después de descifrar el nombre del sucesor, no había tenido tiempo de interpretar los símbolos de la navaja que Jimin me había regalado. Cuando terminé de traducir los seis símbolos, esbocé una sonrisa. Jimin podía resultar muy irritante, pero bajo esa apariencia, era un hombre muy dulce.

Cuando Myo entró en la tienda, guardé rápidamente el libro.

Unos turbadores sueños hicieron que no descansara mucho aquella noche. Al alba, me desperté completamente agotado. Con el tiempo que la procesión tardaba en comer y reagruparse, además del hecho de que había menos horas de sol, estimé que el viaje a la casa de Son nos llevaría unos cinco días.

En la segunda noche del viaje, encontré una nota en mi tienda. Era una cita. A la tarde siguiente, mientras los soldados montaban el campamento, yo tenía que seguir un pequeño sendero que llevaba hacia el norte. El mensaje iba firmado por Jimin. Examiné cuidadosamente la firma, tratando de recordar si había visto alguna vez su caligrafía. ¿Sería una trampa? ¿Debería ir o quedarme en el campamento, donde estaba a salvo? ¿Qué haría Jin en aquella situación en particular? La respuesta me ayudó a formar un plan.

Cuando se oyó la señal de que nos deteníamos para pasar la noche, esperé a que todo el mundo estuviera ocupado para dejar el claro. Cuando nadie podía verme, me quité la capa y me la puse al revés. Antes de marcharnos del castillo, le había pedido a Hoseok que me diera tela gris, que había cosido al forro de mi capa por si tenía que escapar y ocultarme en el paisaje invernal. Esperaba que aquel improvisado camuflaje me ayudara a ocultar mi presencia cuando me acercara al lugar de la reunión.

Me até el bastón a la espalda y me coloqué la navaja en el muslo derecho. Agarré mi cuerda y mi gancho. Encontré el sendero del norte. En vez de ir caminando por él, busqué un árbol adecuado y enganché mi cuerda entre las ramas. Lo primero que me preocupó fue el ruido que podría hacer al moverme entre las ramas, pero muy pronto descubrí que los árboles sin hojas sólo crujían levemente bajo mi peso.

Cuando me acerqué al lugar, vi a un hombre alto, de cabello claro. Parecía inquieto y agitado. Era demasiado alto para ser Jimin. Entonces, se dio la vuelta. Era Namjoon.

¿Qué estaba haciendo allí? Rodeé el claro. Al descubrir que no había amenaza alguna entre los árboles, bajé al sendero, aunque dejé la cuerda colgando del árbol. Por último, escondí mi mochila en el tronco de un árbol.

—Maldita sea —dijo Namjoon—. Creía que no ibas a venir —añadió. Su agotado rostro mostraba profundas ojeras.

—Y yo creía que Jimin era el que iba a estar aquí.

—Quería explicártelo, pero ya no hay tiempo, Taehyung —afirmó, mirándome fijamente a los ojos—. ¡Es una trampa! ¡Corre!

—¿Cuántos? ¿Dónde? —pregunté, sacándome el bastón de la espalda.

—Mihee y dos gorilas. Están muy cerca. Se suponía que guiarte hasta aquí me reportaría la cancelación de mi deuda —susurró Namjoon con lágrimas en los ojos.

—Pues has hecho un buen trabajo —le espeté—. Veo que has cumplido con tu cometido.

—No —gritó—. No puedo hacerlo. Corre, maldita sea, corre... ¡No!

Namjoon me apartó hacia un lado. Algo me pasó silbando al lado de la oreja mientras caía al suelo. Él cayó a mi lado, con una flecha clavada en el pecho. La sangre manaba abundantemente y empapaba la camisa blanca de su uniforme.

—Corre —susurró—. Corre...

—No, Namjoon. Estoy cansado de correr.

—Perdóname, por favor —suplicó, agarrándome la mano.

—Estás perdonado.

Suspiró una vez y entonces dejó de moverse. El brillo de sus ojos se apagó. Le cubrí la cabeza con su capucha.

—Levántate —me ordenó la voz de un hombre.

Apoyándome en mi bastón, obedecí. Suavemente, empecé a frotar la madera, encontrando rápidamente mi zona de concentración.

—La zona está controlada, capitana —dijo el hombre gritando hacia el bosque—. Tú no te muevas —añadió, refiriéndose a mí, mientras me apuntaba con su arma al pecho.

Se oyeron pasos. El hombre apartó los ojos de mí para buscar a sus compañeros. Yo ataqué.

Le di el primer golpe en los antebrazos. La ballesta se le cayó de las manos y se disparó hacia el bosque. El segundo golpe aterrizó en la parte posterior de las rodillas, lo que le hizo caer de bruces al suelo.

Desde allí, me miró con una expresión atónita en el rostro.

Antes de que pudiera reaccionar, le golpeé en el cuello, aplastándole la tráquea. Cuando miré por encima del hombro, vi que Mihee y otro hombre se acercaban rápidamente al claro. Mihee empezó a gritar. Su gorila sacó la espada. Yo comencé a correr por el sendero. Los pesados pasos del hombre resonaban a mis espaldas. Cuando alcancé la cuerda, arrojé el bastón al bosque y me subí al árbol. La espada del hombre me rozó las piernas. El filo me cortó la tela de los pantalones y el tacto frío del acero me animó a subir más aprisa.

Mientras me subía al siguiente árbol, lanzó una maldición. Yo me movía con rapidez por las copas de los árboles. Cuando el sonido de sus pasos quedó atrás, encontré un lugar en el que esconderme. Me envolví en mi capa y esperé.

El gorila no tardó en aparecer. No lejos de donde yo estaba, se detuvo para escuchar y para examinar las copas de los árboles. Los latidos del corazón se me aceleraron.

Cuando noté que estaba debajo de mí, tiré la capa y me lancé, golpeándole la espalda con los pies. Caímos al suelo. Yo me puse de pie antes de que él pudiera recuperarse, le quité la espada de las manos con una patada, pero él se mostró más rápido de lo que yo había anticipado. Me agarró por el tobillo y me hizo caer al suelo.

Antes de que yo pudiera reaccionar, sentí su peso encima y sus manos alrededor del cuello. Mientras me golpeaba la cabeza contra el suelo musitó:

—¡Esto es por darme problemas!

Empezó a apretarme la garganta con los pulgares. 

Yo comencé a tirarle de los brazos, tratando de apartarlos. Luego recordé mi navaja. Rebusqué en el bolsillo mientras la vista se me empezaba poner borrosa. En ese momento, noté el suave tacto de la madera. Agarré con fuerza el mango, saqué la navaja y apreté el botón.

El sonido de la hoja provocó miedo en los ojos del hombre. Antes de que pudiera reaccionar, le hundí la navaja en el estómago. Con un gruñido, él incrementó la presión que me estaba aplicando a la garganta. La sangre me corrió por los brazos, mojándome la camisa. A pesar de la asfixia que tenía, levanté la navaja y probé otra vez. En esta ocasión, apunté directamente al corazón. El hombre se desmoronó hacia delante y murió.

Con un gran esfuerzo, me aparté el cadáver de encima. Me sentía como preso de un sueño. Limpié la navaja en la tierra, encontré mi bastón y fui en busca de Mihee.

Dos hombres. Acababa de matar a dos hombres. Ni siquiera había dudado. El miedo y la rabia se me instalaron en el pecho, rodeándome el corazón de una capa de hielo.

Mihee no había ido muy lejos. Estaba esperando en el claro. Su rojo cabello destacaba sobre el fondo gris del bosque. Muy pronto caería la noche.

Al verme, lanzó un pequeño sonido de sorpresa. Entonces, se fijó en la sangre que yo tenía en la camisa. Cuando vio que yo no estaba herida, miró a su alrededor buscando a su gorila.

—Está muerto —le dije.

Mihee palideció enseguida.

—Podemos solucionar todo esto —suplicó.

—No, no podemos. Si te dejo marchar, regresarás con más hombres. Si te llevo a presencia del Comandante, tendría que responder por la muerte de tus gorilas. No me queda opción.

Di un paso hacia ella. Tenía el cuerpo paralizado por el miedo. Había matado a los otros en defensa propia. Matar premeditadamente sería más difícil.

—¡Taehyung, detente!

Me di la vuelta para ver quién me había llamado. Uno de los soldados del Comandante se acercaba con la espada en la mano.

Debió de darse cuenta de que yo estaba listo para presentar batalla porque se detuvo y envainó su espada. Entonces, se quitó el pasamontañas de lana que le cubría la cabeza y dejó a la vista su cabello rubio.

—Pensé que tenías órdenes de quedarte en el castillo —le dije a Seokjin—. ¿No te supondrá eso un consejo de guerra?

—Y yo que creía que tus días de matar habían terminado —replicó él, examinando el cadáver del gorila de Mihee—. A ver qué te parece esto. Si tú no dices nada, yo tampoco. Así los dos podremos evitar la soga. ¿Trato hecho?

—¿Y ella?

—Hay una orden de arresto a su nombre. ¿Pensaste en algún momento llevarla ante el Comandante?

—No.

—¿Por qué no? El asesinato no es la única solución a un problema. ¿Ha sido ésa siempre tu manera?

—¡Mi manera! Perdona, señor Asesino, que me ría. Voy a recordar mis lecciones de historia sobre cómo terminar con un monarca tiránico matándolo a él y a su familia.

Jin me lanzó una peligrosa mirada. Entonces, decidí cambiar de táctica.

—Basé mis acciones en lo que creía que tú harías si eras objeto de una emboscada.

Seokjin consideró mis palabras en silencio durante una incómoda porción de tiempo. Mihee parecía horroriza con nuestra discusión. No dejaba de mirar a su alrededor, como si estuviera pensando escapar.

—No me conoces en absoluto —dijo Seokjin.

—Piénsalo, Jin. Si la llevo al Comandante y le explico los detalles, ¿qué me ocurriría a mí?

La expresión del rostro de Jin me sirvió como respuesta.

—En ese caso, fue una suerte para los dos que llegara yo —comentó.

En el momento en el que Mihee comenzaba a correr, Jin lanzó un extraño silbido. Yo traté de seguirla, pero él me dijo que esperara. Dos formas se materializaron entre los árboles, a ambos lados del camino. Agarraron a Mihee. La mujer gritó de sorpresa.

—Llévenla al castillo —ordenó Jin—. Ya me ocuparé de ella cuando regrese. Y envíen a alguien que recoja todo. No quiero que nadie se encuentre con esto. 

Inmediatamente, los hombres empezaron a llevarse a Mihee.

—Esperen —dijo —. Tengo información. Si me sueltan, les diré quién planeó estropear el tratado de comercio con Líbarus.

—No te molestes —le espetó Seokjin—. Me lo vas a decir de todos modos. Sin embargo, si quieres revelar el nombre de tu patrón ahora mismo, nos podremos saltar un interrogatorio mucho más doloroso más tarde, pero te advierto que mentir sólo empeoraría tu situación.

—Shinyuk —dijo, muy a su pesar—. Llevaba un uniforme de soldado del DM-8.

—El general Jung —dijo Jin, sin sorpresa.

—Describe a ese Shinyuk —le ordené, sabiendo que era el otro nombre del consejero Kyunshin. No obstante, no podía decirle a Jin cómo había descubierto esta información.

—Alto, con cabello largo y negro, recogido en una trenza. Un canalla arrogante. Casi lo eché a patadas, pero me mostró un montón de dinero que no pude rechazar.

—¿Algo más? —preguntó Jin.

Mihee negó con la cabeza. Seokjin chascó los dedos y los dos hombres se la llevaron.

—¿Podría ser Kyunshin?

—¿Kyunshin? No. Son estaba muy contento con lo de la visita de la delegación. ¿Por qué iba a querer poner en peligro el tratado? No tiene sentido. Por otro lado, Jung se mostró furioso con el Comandante. Probablemente envió a uno de sus hombres para contratar a Mihee.

Traté de encontrar una razón por la que Kyunshin quisiera poder en peligro el tratado con Líbarus, pero no hallé ninguna. Me pregunté cómo podría convencer a Seokjin de que Kyunshin había contratado a Mihee. 

Empecé a temblar. La sangre me empapaba el uniforme y las manos. Me sequé éstas en los pantalones y me puse a buscar mi capa. Sin embargo, antes de que pudiera ponérmela, Jin me dijo:

—Es mejor que dejes esas ropas aquí. Se montaría un buen lío si te presentaras a cenar cubierto de sangre.

Retiré mi mochila de donde la había guardado y, mientras Jin inspeccionaba el lugar, me puse un uniforme limpio. Después, nos dirigimos al campamento.

—Por cierto, muy bien —me dijo—. Vi la pelea. No estaba lo suficientemente cerca como para poder ayudarte, pero te defendiste bien. ¿Quién te dio la navaja?

—La compré con el dinero de Mihee —respondí. En parte, era verdad. No quería meter a Jimin en un lío.

—Muy apropiado.

Cuando llegamos, Jin se mezcló con los soldados mientras yo me dirigía rápidamente a la tienda del Comandante para probar su comida.

Aquella noche, mientras estaba sentado junto al fuego del campamento, empecé a reaccionar ante lo ocurrido aquella tarde. Sentí un inmenso dolor por Namjoon y la melancolía se apoderó de mí. Tal vez sería mejor que me marchara al sur y dejar que Jin se ocupara del Comandante y de Son... Las dudas me asaltaron de repente.¿Estaría alguien influenciándome para que tuviera esos pensamientos? Erigí mi muralla de protección y conseguí disipar algunas dudas, pero no todas.

La desaparición de Namjoon no se descubrió hasta la mañana siguiente. El mayor Gahm, que creía que se había escapado, mandó una pequeña partida para buscarlo mientras los demás nos íbamos adentrando en el distrito de Son.

El resto del viaje transcurrió sin incidentes, a excepción del turbador hecho de que, cuanto más nos acercábamos a la casa, más ausente parecía el Comandante. Había dejado de dar órdenes o de mostrar interés por lo que le rodeaba. La chispa inteligente y letal que adornaba su mirada iba desapareciendo con cada paso.

Por el contrario, yo me sentía cada vez peor. A medida que avanzábamos, me convencía más de que había sido un profundo error. Cuando el pánico se apoderaba de mí, me refugiaba tras mi muro de protección y me centraba en mis pensamientos de supervivencia.

A una hora de camino de la casa de Son, el rico aroma del Criollo flotaba casi palpablemente en el aire. Como precaución, yo me deslicé en el bosque y, tras tomar sólo lo imprescindible, escondí mi mochila y el bastón en un árbol.

Cuando por fin llegamos a la casa, los soldados exhalaron un suspiro de alivio. Ya habían entregado sano y salvo al Comandante. A partir de entonces, podrían descansar en los barracones hasta que llegara el momento de volver a casa. Pero mis sentimientos eran completamente opuestos. Mientras seguía al Comandante y a sus consejeros al despacho de Son, me iba costando más respirar. Al entrar, Son nos recibió con una enorme sonrisa. Kyunshin lo acompañaba. Coloqué en su lugar mi escudo mental y permanecí cerca de la puerta.

—Caballeros, deben de estar muy cansados —dijo el General Son, refiriéndose a los consejeros del Comandante—. Mi ama de llaves los conducirá a sus aposentos.

Mientras los consejeros se marchaban, traté de marcharme con ellos, pero Kyunshin me agarró por el brazo.

—Todavía no —me dijo—. Para ti tenemos planes especiales.

Alarmado, miré al Comandante. Carecía por completo de expresión. Tenía la mirada perdida en la distancia. Era como una marioneta esperando que su dueño tirara de los hilos.

—¿Y ahora qué? —le preguntó Son a Kyunshin.

—Disimularemos durante unos días. Lo llevaremos a ver la fábrica, tal y como estaba planeado. Mantendremos contentos a sus consejeros. Cuando todo el mundo esté enganchado, no tendremos que fingir más.

—¿Y él? —preguntó Son con satisfacción. Yo me centré en la imagen de mi muro de ladrillos.

—Taehyung —comentó Kyunshin—. Has aprendido un truco nuevo. Ladrillo rojo, qué vulgar. Sin embargo... —Escuché un ruido, como el que puede hacer la piedra frotándose contra la piedra.

—Hay puntos débiles aquí y aquí —dijo, señalando en el aire—. Y creo que este ladrillo está suelto...

El mortero empezó a desmoronarse. Aparecieron pequeños agujeros en mi pared mental.

—Cuando tenga un momento, haré pedazos tus defensas —prometió Kyunshin.

—¿Por qué perder el tiempo? —preguntó Son, sacando la espada—. Lo quiero muerto. Ahora mismo.

—Quieto —le ordenó Kyunshin—. Lo necesitamos para tener a Seokjin a raya.

—Pero si tenemos al Comandante...

—Es demasiado evidente. Hay que considerar a otros siete generales. Si matamos al Comandante mientras esté aquí, sospecharán. Jamás te convertirías en su sucesor. Seokjin lo sabe, por lo que no nos servirá amenazar al Comandante. Sin embargo, ¿quién se preocupa por un catador de comida? Nadie menos Seokjin. Si él muere aquí, los generales creerán que está justificado.

Kyunshin se inclinó sobre el Comandante y le susurró al oído. El Comandante abrió su maletín, sacó una petaca y se la entregó a Kyunshin. Mi antídoto.

—Desde ahora, tendrás que venir a mí para que te dé tu antídoto —dijo sonriendo.

Antes de que yo pudiera reaccionar, alguien llamó a la puerta. Entraron dos soldados sin pedir permiso.

—Estos son tus escoltas, Taehyung. Se ocuparán bien de ti —comentó. Luego, se volvió a los soldados—. No necesita que le den un paseo para que lo conozca todo. Nuestro infame Taehyung ha vuelto a casa.


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