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☣ Cαρίтυlσ 19 ☣

—¿Y qué tendría que hacer yo para obtener ese trozo de queso? —le pregunté.

¡Lo sabía! Dongbae era el que estaba filtrando información sobre mí y, después de hacerlo, quería utilizarme. Por fin tenía pruebas.

—Tengo una fuente que paga muy bien por la información. Es la situación perfecta para una rata.

—¿Qué clase de información?

—Cualquier cosa que puedas escuchar mientras estés en el despacho del Comandante o en las habitaciones de Seokjin. Mi contacto paga según la información. Cuanto más jugosa sea, más grande es el trozo de queso.

—¿Y cómo funciona? —insistí. En aquellos momentos, era la palabra de Dongbae contra la mía. Necesitaba pruebas que pudiera mostrarle a Jin. Ser capaz de acusar a Dongbae y a su fuente sería maravilloso.

—Tú me das la información y yo la paso. Yo recojo el dinero y te lo doy, menos una comisión del quince por ciento.

—¿Y se supone que me tengo que creer que te limitarías a tomar un quince por ciento de un total que yo desconozco?

—O eso o nada —replicó él, encogiéndose de hombros—. Yo diría que una rata medio muerta de hambre se abalanzaría sobre cualquier bocado, por pequeño que fuera —añadió. Entonces, empezó a marcharse.

—¿Y si fuéramos a la fuente juntos? —sugerí—. Seguirías recibiendo tu comisión.

Dongbae se detuvo en seco. La incertidumbre se apoderó de él.

—Tendré que comprobarlo —dijo, antes de desaparecer por el pasillo.

Me quedé en el exterior de los baños durante un rato, considerando la posibilidad de seguirlo durante un par de días, pero decidí que no era buena idea. Si a su contacto no le gustaba mi sugerencia, tendría que meter el rabo entre las piernas y suplicar otra oportunidad. ¡A Dongbae le gustaría mucho! Entonces, lo seguiría. Decirle a Seokjin que era un traidor sería un verdadero placer para mí.

La conversación con Dongbae había consumido el tiempo del que disponía para darme un baño, por lo que me dirigí al despacho del Comandante. Cuando llegué, Wonghong, el que realizaba los recados para Namjoon, estaba en el exterior de la puerta cerrada con una bandeja en la mano. En el interior del despacho, se oían unas voces airadas.

—¿Qué es lo que pasa? —le pregunté a Wonghong.

—Están discutiendo.

—¿Quién?

—El Comandante y Seokjin.

Le quité la bandeja a Wonghong. No había razón alguna para que los dos estuviéramos allí.

—Márchate. Estoy seguro de que Namjoon te necesita.

Él sonrió aliviado y se marchó corriendo. Sabiendo que al Comandante no le gustaba la comida fría, me acerqué a la puerta esperando una pausa en la conversación. Pude oír a Jin muy claramente.

—¿Qué te ha llevado a cambiar tu sucesor? —le preguntaba Seokjin. 

La suave respuesta del Comandante se perdió al pasar por la puerta de madera.

—En los quince años que hace que te conozco, jamás has cambiado una decisión —prosiguió Seokjin—. No se trata de un complot para descubrir a tu sucesor. Sólo quiero saber por qué has cambiado de opinión. ¿Por qué ahora?

La respuesta del Comandante no fue del gusto de Jin. Con un tono lleno de sarcasmo, respondió:

—Siempre, señor.

Abrió de repente la puerta y yo entré de cabeza en el despacho. Él llevaba una expresión glacial en el rostro. Sólo sus ojos demostraban su furia.

—Taehyung, ¿dónde diablos estabas? El Comandante está esperando su cena.

Como no esperaba una respuesta, Jin atravesó con paso rápido el salón del trono. Todos los presentes se apartaron de su paso sin rechistar. 

La ira de Jin parecía extrema. Todos los habitantes de Athalom sabían que uno de los ocho generales había sido elegido como sucesor del Comandante. Como producto típico de la paranoia del Comandante, el nombre permanecía en secreto. Cada general tenía un sobre que contenía una pieza de un rompecabezas. Cuando el Comandante muriera, todos se reunirían para montar el rompecabezas y revelar así el mensaje. Para descifrar la nota haría falta una clave, que estaba en poder de Seokjin. El general elegido tendría entonces el apoyo incondicional del ejército y del personal del Comandante.

La teoría que justificaba tanto secretismo era que así se evitaría que alguien pudiera empezar una rebelión en apoyo del elegido, dado que no se sabía quién era. El riesgo era que el elegido fuera peor que el Comandante.

En mi opinión, un cambio de heredero no afectaría a la vida diaria de Athalom. Como no se sabía quién había sido elegido en primer lugar, el cambio no tendría consecuencia alguna hasta que el Comandante muriera.

Me acerqué al escritorio del Comandante. Estaba leyendo sus informes y parecía poco afectado por la ira de Jin. Probé rápidamente la comida. Él me dio las gracias y dejó de prestarme atención.

Mientras regresaba a los baños, me pregunté si la información que había escuchado conseguiría un buen precio del contacto de Dongbae. Decidí contener mi curiosidad. No tenía deseo alguno de cometer traición a cambio de dinero y, conociendo a Jin, no me cabía la menor duda de que él lo descubriría. Sólo por eso, tenía que demostrar, creyera Dongbae lo que creyera, que yo no era ninguna espía.

Un largo baño me relajó profundamente. Aún era temprano y, como me pareció que sería prudente evitar a Seokjin durante un rato, decidí pasarme por la cocina para cenar. Después de servirme un poco de carne asada y un trozo de pan, me llevé el plato al lugar en el que trabajaba Namjoon. Encontré un taburete y me senté a la mesa para comer.

—¿Te envió el Comandante? —me preguntó Namjoon, de repente.

—No. ¿Por qué?

—Hyun me envió la receta del Criollo hace dos días. Pensaba que el Comandante se estaría cuestionando al respecto.

—A mí no me dijo nada.

Desde que el general se marchó del castillo, había mandado dos grandes paquetes de Criollo para el Comandante, pero sin la receta. Como la cantidad recibida era muy abundante, el Comandante le había dado a Namjoon un poco del postre para que experimentara. Namjoon no se había sentido desilusionado. Estaba experimentado nuevas recetas y presentaciones.

—¿Cómo te va con la receta? —le pregunté.

—Fatal. Lo único que consigo es esta especie de barro de mal sabor —respondió, mostrándome el contenido de un bol con una cuchara—. Ni siquiera se solidifica. Tal vez tú puedas ver lo que estoy haciendo mal —añadió, mostrándome el papel.

Estudié la lista de ingredientes. Parecía una receta normal, pero yo no era un experto en cocina. Sin embargo, lo de saborear se había convertido en mi fuerte. Tomé un poco de la mezcla y me lo coloqué en la lengua. Un sabor muy empalagoso me invadió la boca. La textura era similar a la del criollo, pero carecía del sabor a frutos secos, ligeramente amargo, que compensaba el dulzor extremo.

—Tal vez la receta está mal. Ponte en el lugar de Hyun. Al Comandante Min le encanta el Criollo y tú tienes la única copia de la receta. ¿Se la darías a alguien o la utilizarías para conseguir un cambio de puesto?

—¿Qué puedo hacer? Si no sé hacer Criollo, el Comandante probablemente me mandará a otro puesto. Mi ego no podrá soportalo.

—Dile al Comandante que la receta está mal. Échale la culpa a Hyun de tu incapacidad para hacer Criollo.

Namjoon suspiró y se frotó el rostro con las manos.

—No puedo soportar esta clase de presión política. En estos momentos, mataría por una taza de café, pero supongo que tendré que conformarme con vino —dijo, rebuscando en un armario y sacando una botella y dos copas.

—¿Café?

—Tú eres demasiado joven para acordarte, pero antes del cambio de régimen, importábamos esa maravillosa bebida de Líbarus. Cuando el Comandante cerró la frontera, perdimos una lista interminable de artículos de lujo. De todos, al que más echo de menos es el café.

—¿Y el mercado negro? —pregunté.

—Probablemente está disponible, pero yo no podría prepararlo en el castillo sin que me descubrieran.

—¿Por qué?

—Por el olor. El aroma rico y distintivo del café me delataría. El aroma de una taza de café puede extenderse fácilmente por todo el castillo. Todas las mañanas, antes del cambio de régimen, me despertaba y me tomaba una taza. El trabajo de mi madre era moler los granos y llenar las cafeteras de agua. Es muy similar a la preparación del té, pero el sabor es superior.

Al oír la palabra «granos» me senté más erguida en la silla.

—¿De qué color son los granos de café?

—Marrones. ¿Por qué?

—Nada, sólo curiosidad —respondí con un tono tranquilo, aunque la excitación se había apoderado de mí. 

Mis granos misteriosos eran marrones y Son era lo suficientemente mayor como para saber lo del café. Tal vez echaba de menos la bebida y pensaba fabricarla.

Mis esfuerzos por fermentar la pulpa de la vaina habían resultado en vano. Entonces, saqué las semillas y las dejé al sol, sobre el alféizar de la ventana. A medida que se iban secando, se ponían marrones y se parecían a los otros granos que había encontrado Jin en la caravana. Sin embargo, hasta mi conversación con Namjoon, no pude averiguar nada más.

—¿Sabe dulce el café? —pregunté.

—No. Es amargo. Mi madre solía añadirle leche y azúcar, pero a mí me gustaba solo.

Mis granos eran amargos. Ya no podía seguir sentado más tiempo. Tenía que descubrir si Jin recordaba el café. Me sentía cómodo preguntándole a Namjoon, dado que no sabía si Jin querría que él supiera lo de aquellas vainas.

Después de despedirme de Namjoon, me dirigí corriendo a las habitaciones de Seokjin. A mi llegada escuché el sonido de libros que se cerraban. Jin andaba como un loco por el salón, dando patadas a los montones de libros. Trozos de piedra cubrían el suelo por todas partes. De hecho, tenía una en cada mano.

Me moría de ganas por hablar con él de lo del café, pero decidí esperar.

—¿Qué es lo que quieres? —me espetó al verme.

Llevaba soportando el mal genio de Seokjin desde hacía tres días. Como estaba ya cansado de esconderme de él, decidí abordarle. Él tomó asiento frente a su escritorio, de espaldas a mí.

—Tal vez haya descubierto lo que son esos granos —susurré.

Él se dio la vuelta para mirarme. Su ira parecía haberse disipado.

—¿De verdad? —preguntó, sin convicción alguna.

Yo di un paso atrás. Su indiferencia me resultaba más aterradora que su ira.

—Yo... Yo... Estuve hablando con Namjoon y él dijo que echaba de menos el café. Conoces el café, ¿no es así? Es una bebida del sur.

—No.

—Creo que nuestros granos podrían ser café. Si tú no sabes lo que es el café, tal vez debería ensenárselos a Namjoon, si te parece bien.

—Adelante, comparte tus ideas con Namjoon, tu compañero, tu mejor amigo. Eres como él —me espetó, lleno de frío sarcasmo.

—¿Qué dices?

—Que hagas lo que quieras. No me importa —dijo, antes de darme la espalda de nuevo.

Me dirigí a mi habitación y cerré la puerta con llave. Repasé la semana anterior y traté de descubrir si había habido algo que explicara el cambio que se había producido en Jin. No recordé nada. Casi no nos habíamos hablado y, hasta el momento, yo pensé que su ira iba dirigida al Comandante.

Tal vez había descubierto mi libro de magia. Tal vez sospechaba que yo tenía poderes. El miedo reemplazó a la confusión. Me tumbé en la cama y me puse a mirar la puerta. Con los nervios a flor de piel, esperé el ataque de Seokjin. Sabía que estaba exagerando, pero no podía evitarlo. No podía olvidar el modo en el que me había mirado, como si ya estuviera muerto.

Por fin llegó el alba. Pasé aquel día como un zombi. Jin no me prestó atención alguna.

Esperé algunos días antes de mostrarle los granos a Namjoon. Él estaba ya de mejor humor. Tenía una gran sonrisa en el rostro y me saludó con un delicioso pastelillo de canela.

—No tengo hambre —dije.

—Llevas varios días sin comer. ¿Qué pasa? —me preguntó Namjoon. Evité la respuesta preguntándole por el Criollo—. Tu plan funcionó. Le dije al Comandante que Hyun me había enviado mal la receta. Él me dijo que se ocuparía de ello. Me preguntó si los empleados de la cocina trabajaban bien o si necesitaba más ayuda. Yo me quedé mirándolo sin poder creerlo porque me pareció que me había equivocado de habitación. Normalmente, el Comandante me recibía con sospechas y me despedía con amenazas.

—No me parece que tengan buena relación.

—Mi relación con el Comandante y con Seokjin es tensa en sus mejores momentos. En el momento del cambio de régimen, yo era bastante joven y rebelde, por lo que probé todo lo que se me ocurrió para realizar sabotajes. Le servía al Comandante leche agria, pan duro, verduras podridas e incluso carne cruda. En ese momento, yo sólo quería ser una molestia para ellos. Se convirtió en una batalla de ingenios. El Comandante estaba decidido a que yo cocinara para él y yo a que me arrestaran o a que me enviaran a otro puesto. Entonces, Seokjin convirtió a mi madre en la catadora de comida del Comandante. Eso fue antes de que crearan el maldito Código de Comportamiento. Yo no podía soportar que ella tuviera que probar la basura que yo le preparaba al Comandante. Cuando ocurrió lo inevitable, traté de huir, pero me detuvieron muy cerca de la frontera del sur —dijo Namjoon, frotándose la rodilla izquierda—. Me destrozaron la rótula, dejándome lisiado como si fuera un maldito caballo. Me dijeron que me harían lo mismo en la otra pierna si volvía a escaparme. Y aquí estoy. Eso te demuestra lo mucho que he cambiado. El Comandante se muestra amable conmigo y yo estoy contento. Antes soñaba con envenenarlo, pero siempre tengo la debilidad de sentir aprecio por el que prueba su comida. Cuando Seunghyuk murió, me prometí que no volvería a hacerlo. He fallado. Una vez más —añadió, antes de marcharse a sus habitaciones.

Me incliné sobre la mesa, lamentando que mi comentario le hubiera hecho daño a Namjoon. Comprendía lo ocurrido desde la perspectiva de Namjoon, pero cuando lo pensaba todo desde el punto de vista de Jin, lo comprendía también. Después de todo, su trabajo era proteger al Comandante.

Los dos días siguientes pasaron envueltos en la rutina.

Cuando Dongbae se materializó una tarde, después de una de mis sesiones de entrenamiento, para informarme de que se había organizado una reunión con su contacto para la tarde del día siguiente, me quedé atónito.

No hacía más que pensar en todas las posibilidades. ¿Quién me creería si informaba de la reunión? Nadie. Necesitaba un testigo que pudiera actuar también como protector. Pensé en Jungkook, pero no quería que recayera sobre él sospecha alguna. Cuanto más lo pensaba, más me centraba en un único nombre: Jin.

Temía encontrarme con él. No hablábamos. Hasta el antídoto me lo dispensaba en silencio. Sin embargo, después de probar la cena del Comandante, decidí ir a buscarlo. Su despacho estaba cerrado, por lo que busqué en sus habitaciones. No estaba en el salón, pero oí un ruido en la planta de arriba. Subí las escaleras y vi que había luz en el estudio en el que tallaba sus piedras. El ruido de la piedra de amolar me puso los pelos de punta.

Cuando estaba a punto de llamar, dudé. Seguramente, aquél era el peor momento para molestarlo, pero tenía que reunirme con el contacto de Dongbae al día siguiente. No tenía tiempo que perder. Me armé de valor y llamé. Abrí sin esperar a que él contestara.

—¿Qué quieres? —me preguntó, deteniéndose en su tarea.

—Recibí una oferta. Alguien quiere pagarme por darle información sobre el Comandante.

Rápidamente se dio la vuelta. Tenía el rostro medio oculto por las sombras.

—¿Y por qué me lo dices a mí?

—Pensé que te gustaría investigar un poco el asunto. Ésta persona podría ser la que ha estado filtrando información sobre mí. Además, el espionaje es ilegal. Pensé que tal vez querrías arrestar al responsable o filtrar información falsa.

—¿De quién se trata? —preguntó Jin, por fin, después de un largo silencio—. ¿Y cuándo?

—Dongbae se me acercó y me dijo que tenía un contacto. Tenemos una reunión mañana por la noche —dije, estudiando atentamente la expresión de Seokjin. ¿Se sentía sorprendido o herido por la traición de Dongbae? No lo sabía. Averiguar el verdadero estado de ánimo de Jin era como tratar de descifrar un idioma desconocido.

—Muy bien. Procede. Yo te seguiré a la reunión para ver con quién estamos tratando. Empezaremos dándole información verdadera para que te considere de confianza. Tal vez nos serviría lo del cambio de sucesor del Comandante. Es una información inofensiva que, de todos modos, se hará pública. Ya veremos entonces.

Decidimos los detalles. Aunque estaba poniendo mi vida en peligro, me sentía contento. El Jin de antaño había vuelto. Sin embargo, ¿durante cuánto tiempo?

Cuando terminamos de prepararlo todo, me di la vuelta para marcharme.

—Taehyung.

Me detuve en el umbral y miré por encima del hombro.

—Una vez me dijiste que aún no estaba preparado para creer en la razón que habías tenido para matar a Yunjong. Te creeré ahora.

—Sin embargo, yo no estoy preparado para decírtelo —repliqué. Luego me marché de la sala.



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