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☣ Cαρίтυlσ 6 ☣

Por encima de los cuerpos de los soldados, Seokjin me tomó el brazo y lo examinó.

—No es tan grave como parece. Sobrevivirás. Primero, iremos a ver al Comandante y después al médico.

Seokjin me condujo a través del castillo a toda velocidad. El brazo comenzó a dolerme, y empecé a quedarme atrás. Además, la perspectiva de encontrarme con el Comandante me impedía caminar. Ir a ver al médico y darme un baño caliente resultaba mucho más atractivo.

Entramos en una espaciosa sala redonda que servía como sala de Guerra del Comandante. Unas esbeltas vidrieras decoraban las paredes desde el suelo hasta el techo. El crisol de colores me hizo sentir como un trompo. Tan mareado, que habría caído al suelo si no hubiera sido porque algo me clavó en el suelo.

Una larga mesa de madera ocupaba el centro de la sala. A la cabeza de la misma, protegido por dos soldados, estaba el Comandante. Tenía el ceño fruncido en un gesto de enojo. A su lado, había una bandeja de comida intacta. Junto a él, estaban sentados tres de sus generales. Dos de ellos estaban ocupados comiendo mientras el tenedor del tercero parecía haberse detenido en el aire. Me centré en la mano. Los nudillos estaban blancos por la rabia. De mala gana, me enfrenté a la mirada del general Son.

Éste bajó por fin el tenedor. Tenía el rostro muy tenso. Yo era el blanco de su ira, y como un conejo sorprendido en el bosque, me sentía demasiado asustado para moverme.

—Seokjin... —comenzó el Comandante Min.

—Llegas tarde —terminó Seokjin—. Lo sé. Sufrimos un ligero altercado —, añadió, haciendo que me acercara un poco más.

Intrigados, los otros dos generales dejaron de comer. Me mordí los labios y experimenté un profundo deseo de salir huyendo. Como no había tenido contacto con oficiales de alto rango, reconocí a los generales por sus uniformes. Mi viaje al calabozo del Comandante había sido la primera vez que atravesaba los límites del DM-5. De hecho, durante los primeros diez años de mi vida en el orfanato de Son, sólo había visto a su familia y a él en contadas ocasiones.

Desgraciadamente, después de cumplir los dieciséis años, la imagen de Son y de su hijo Yunjong se convirtió en mi pesadilla diaria. Al principio me sentí honrado por la atención de mi benefactor. Con su cabello gris, su rostro agradable y su aire de respetabilidad representaba la imagen perfecta de figura paterna. Son me dijo que yo era el más listo de sus niños "adoptados" y me pidió ayuda en algunos experimentos. Por supuesto, yo estaba encantado de poder participar.

El recuerdo de lo tonto y agradecido que estaba me provocaba náuseas. Eso había sido hacía tres años. Yo era como un cachorrito que no hacía más que menear la cola al escuchar la voz de su amo. Tuve que sufrir durante dos años. Mi mente trataba de olvidar los recuerdos. Miré a Son, sentado en la mesa del Comandante. Tenía los labios apretados y la mandíbula le temblaba. Casi no podía contener su odio. Muy tenue, el fantasma de Yunjong apareció detrás de su padre. Tenía un profundo corte abierto en la garganta, del que chorreaba abundante sangre que le manchaba el camisón. No dejaba de recordar un cuento que decía que las víctimas de un asesinato no cesaban de acosar a sus asesinos hasta que concluyen su venganza.

Me froté los ojos. ¿Veía alguien más a aquel espectro? Si era así, lo disimulaban muy bien. Miré a Seokjin. ¿Lo perseguirían a él los fantasmas? Si aquella vieja historia era cierta, él debería estar acosado por ellos.

A pesar de todo, no lamentaba lo que había hecho. Lo único de lo que me arrepentía era de no haber tenido el valor de matar a Son cuando tuve la oportunidad. De no haber podido salvar a mis hermanas y mis hermanos del orfanato del horror que les esperaba al cumplir los dieciséis. De no haber podido advertir a Kyungji y Yunsoo ni de ayudarlos a escapar.

La voz del Comandante me obligó a centrarme en la sala.

—¿Un altercado, Seokjin? —preguntó, con el tono que utilizaría un padre indulgente—. ¿Cuántos muertos?

—Ninguno. No podía justificar la muerte de unos soldados sólo porque obedecían las órdenes de Son de cazar y asesinar al nuevo catador de su comida, Comandante. Además, no eran muy listos. De hecho, me parece que él estaba a punto de escapar cuando se encontró conmigo. Menos mal que no pudo hacerlo, de lo contrario, jamás me habría enterado de lo ocurrido.

El Comandante me observó durante un instante antes de centrarse en Son. Aquello le bastó al general. Se levantó de un salto y empezó a gritar.

—¡Este hombre debería estar muerto! ¡Lo quiero muerto! ¡Mató a mi hijo!

—Pero el Código de Comportamiento... —le recordó Seokjin.

—Al diablo con el Código. Soy un general. Él mató al hijo de un general y aquí está...

La emoción le impidió seguir hablando. Los dedos le temblaban como si quisiera agarrarme el cuello y estrangularme. El fantasma flotaba detrás de su padre con una sonrisa en los labios.

—Para mí, que este hombre siga con vida representa un deshonor. Un insulto —prosiguió Son—. Adiestren a otro prisionero. ¡Lo quiero muerto!

Instintivamente, me escondí detrás de Seokjin. Los otros generales asentían e indicaban su aprobación. Yo me sentía demasiado asustado como para mirar al Comandante.

—Tiene razón —dijo éste, sin emoción alguna en la voz.

—Jamás nos hemos desviado de lo que dice el Código de Comportamiento —replicó Seokjin—. Si empezamos ahora, sentaremos precedente. Además, habremos terminado con el mejor catador de comida que hemos tenido nunca. Casi he terminado de adiestrarlo —añadió, indicando la bandeja de comida del Comandante.

Yo me asomé un poco para ver la expresión que se dibujaba en el rostro del Comandante. Mientras consideraba el razonamiento de Seokjin, parecía pensativo. De eso dependía mi vida, de una simple oración. Me crucé de brazos y, sin poder evitarlo, me clavé las uñas en la carne.

Son, sintiendo que el Comandante cambiaba de parecer, se acercó a él.

—Es listo porque yo lo eduqué. No puedo creer que vayas a escuchar a este ladrón mentiroso e intrigante... —dijo. Se detuvo inmediatamente. Sabía que había dicho demasiado. Había insultado a Seokjin e incluso yo había comprendido lo mucho que el Comandante apreciaba a su consejero.

—Son, deja en paz a mi catador de comida.

Yo respiré aliviado. 

Son trató de replicar, pero el Comandante lo silenció.

—Es una orden. Construye tu nueva fábrica. Considera que tienes mi aprobación —le dijo.

¿Acaso valía más una fábrica nueva que mi muerte? Todo el mundo esperó en silencio la respuesta de Son. Él me lanzó una mirada envenenada. El fantasma de Yunjong sonrió y yo deduje que aquel permiso era muy importante para Son. Seguramente, estaba pensando que podría construir su fábrica primero y matarme después. Sabía perfectamente dónde encontrarme.

Son se levantó y se marchó de la sala sin decir una palabra más. El divertido fantasma se despidió de mí pronunciado en silencio las palabras Nos volveremos a ver. Entonces, siguió a su padre.

Cuando los otros generales empezaron a protestar por la conclusión de aquel permiso, el Comandante escuchó sus argumentos en silencio. Como momentáneamente se habían olvidado de mí, los estudié a ambos. Sus uniformes eran parecidos a los del Comandante, a excepción de que llevaban chaquetas negras con botones de oro. En vez de diamantes de verdad en el cuello, cada uno tenía cinco rombos bordados sobre el pecho izquierdo. No había medalla alguna que decorara sus uniformes.

Los rombos del general que estaba sentado cerca del Comandante eran azules. Era el general Shin, que estaba a cargo del Distrito Miliar 6, al oeste del de Son. Los del general Lee eran plateados, que indicaban el DM-4, que quedaba al norte del de Son. Si un distrito planeaba un gran proyecto, como lo era construir una fábrica o crear más tierras de cultivo, se requería el permiso del Comandante. Para los proyectos de menor importancia, como instalar un nuevo horno en una tahona o construir una casa, sólo se necesita la aprobación del general del distrito. La mayoría de los generales tenían personal que se ocupaba de la tramitación de los nuevos permisos.

Resultaba evidente por las quejas de los dos generales que el permiso de Son aún estaba en su etapa inicial. Dicho proceso terminaba con la firma del Comandante, aunque éste tenía la potestad de acelerar los trámites.

Se nos había enseñado el Código de Comportamiento en el orfanato. Además de leer y escribir, la educación que yo recibí de Son incluía también Matemática y la historia del cambio de régimen de Athalom. Desde dicho cambio de poder, todo el mundo tenía derecho a recibir educación. Éste había dejado de ser privilegio de los hombres de clases acomodadas.

No obstante, mi educación dio un giro a peor cuando comencé a "ayudar" a Son. Los recuerdos amenazaron con abrumarme. Mi piel parecía tensada. Temblé, y me obligué a regresar al presente. Los generales dejaron de replicar la decisión del Comandante. Seokjin estaba probando la comida para acercársela después.

—Todas sus preocupaciones quedan anotadas, pero mi decisión sigue en pie —dijo el Comandante antes de volver hacia Seokjin—. Espero que este muchacho sea digno de todos los elogios que hiciste sobre él. Un error y tendrás que preparar a su sustituto antes de buscarte un nuevo destino. Puedes marcharte.

Seokjin me agarró del brazo y me sacó de la sala. Cuando cerró la puerta, volteó para mirarme. Su rostro parecía una máscara de porcelana.

—Taehyung...

—No digas nada. No me amenaces ni trates de intimidarme, suficiente tengo con Son. Me esforzaré todo lo que pueda por ser el mejor catador y porque me gusta la idea de seguir con vida. Además, no quiero darle a Son la satisfacción de verme muerto.

Dicho esto, me aparté de él. Seokjin me siguió. Cuando llegamos a una intersección, me tomó por el codo. Oí que pronunciaba la palabra médico y me guiaba a la izquierda. Sin volver a mirarlo, dejé que me llevara a la enfermería.

Me sentaron junto a la mesa. Desde allí, contemplé el uniforme del médico, que era todo blanco. La única nota de color era dos pequeños rombos rojos en el cuello. Estaba tan fatigado que tardé algún tiempo en darme cuenta de que se trataba de una mujer. Tras lanzar un gruñido, me recosté en la mesa.

Cuando la mujer se marchó para ir a recoger lo que necesitaba, Seokjin me dijo:

—Pondré guardias en la puerta, por si Son cambia de opinión.

Antes de marcharse de la enfermería, vi que hablaba con la mujer. Ella asintió y me miró.

Regresó a mi lado con una bandeja llena de instrumental médico, que incluía una jarra de una sustancia que parecía mermelada. Ella me frotó los brazos con alcohol, haciendo que las heridas me ardieran. Me mordí el labio para no gritar.

—Son todas superficiales, a excepción de ésta —dijo, señalándome el codo con el que había roto el cristal—. Tendré que sellar esta herida.

—¿Sellarla?

La doctora tomó la jarra de mermelada.—Relájate. Es un nuevo método para tratar las laceraciones profundas. Utilizamos este pegamento para sellar la piel. Cuando la herida cicatriza, el cuerpo lo absorbe —me explicó. 

Luego sacó una buena cantidad del ungüento con los dedos y lo aplicó al corte.Yo hice un gesto de dolor. Ella pellizcó mi piel, uniendo con fuerza los bordes de la herida. Mordí mis labios con todas mis fuerzas—. Lo inventó el cocinero del Comandante. No hay efectos secundarios y sabe muy bien en el té.

—¿Namjoon? —pregunté, sorprendido. Ella asintió. 

Sin soltarme la piel, me dijo: 

—Tendrás que llevar una venda durante unos días y evitar que el corte se te moje —Empezó a soplar sobre la mermelada para que se secara. Cuando terminó, me vendó el brazo—. Seokjin quiere que te quedes aquí esta noche. Te traeré la cena para que puedas descansar. 

Yo pensé que comer me iba a costar un gran esfuerzo, pero, cuando la doctora me llevó la comida, me di cuenta de que estaba muerto de hambre. No obstante, un sabor extraño en el té me quitó inmediatamente el apetito. 

Alguien había envenenado mi té.



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