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☣ Cαρίтυlσ 25 ☣

Mientras me reclinaba contra la pared, me aferré a la mano de Kyunshin. Sentía que el mundo se difuminaba a mí alrededor. De repente, sentí un incómodo tirón y el bloqueo que me oprimía la garganta desapareció. Al tiempo que trataba de recuperar el aliento, recuperé los sentidos y me di cuenta de que estaba recostado en el suelo. A mi lado, Seokjin estaba sentado sobre el pecho de Kyunshin. Lo tenía agarrado por el cuello, pero no dejaba de mirarme a mí.

Kyunshin sonrió cuando Seokjin se puso de pie y le obligó a él a hacer lo mismo.

—Espero que seas consciente de la pena que te espera por ser mago en el territorio de Athalom —le dijo—. Si no, yo estaré encantado de decírtelo.

Kyunshin se estiró el uniforme y ajustó la larga y oscura trenza en la que llevaba recogido su cabello.

—Algunos dirían que tu habilidad para oponerte a la magia te convierte a ti en un mago, Seokjin.

—El Comandante tiene otra opinión. Estás arrestado.

—En ese caso, tú te llevarás una gran sorpresa. Te sugiero que hables con el Comandante antes de que hagas algo demasiado drástico.

—¿Qué te parece si te mato ahora mismo? —le espetó Jin, acercándosele peligrosamente.

Un profundo dolor me atravesó el abdomen. Yo lancé un grito y me enrollé sobre mí mismo. La agonía era insoportable. Jin dio otro paso al frente. Yo grité al experimentar una sensación parecida a la del fuego en la espalda y en la cabeza.

—Acércate más y él se convertirá en cadáver —dijo Kyunshin, con la voz llena de astucia.

Con los ojos llenos de angustia, Jin trató de seguir hacia delante, pero al final permaneció inmóvil.

—Vaya, vaya... Eso sí que es interesante. Al Seokjin de antaño no le habría importado que yo matara a un simple catador de comida. Taehyung, niño mío, me acabo de dar cuenta de lo útil que vas a ser para mí.

El intenso dolor resultaba insoportable. Habría muerto gustoso tan sólo para escapar de él. Antes de perder el conocimiento, lo último que vi fue cómo Kyunshin se marchaba, sin que Seokjin se lo impidiera.

☣☣☣

Me desperté sumido en la oscuridad. Tenía algo pesado sobre la frente. Alarmado, traté de incorporarme.

—Tranquilo —dijo Jin, obligándome a recostarme.

Me toqué la cabeza y noté un trapo húmedo. Parpadeé para que los ojos se me acostumbraran a la luz y comprobé que estaba en mi habitación. Jin estaba de pie a mi lado con una taza en la mano.

—Bébete esto.

Tomé un sorbo. Me repugnó el sabor a medicina, pero él insistió en que lo terminara. Cuando la taza estuvo vacía, la colocó sobre la mesilla de noche.

—Descansa —me ordenó, antes de girarse para marcharse.

—Jin —dije, para que se detuviera—. ¿Por qué no mataste a Kyunshin?

—Una maniobra táctica. Él te habría matado a ti antes de que yo hubiera podido acabar con él. Tú eres la clave de muchos enigmas. Te necesito.

Se dirigió de nuevo a la puerta, pero se detuvo en el umbral.

—He denunciado a Kyunshin ante el Comandante, pero él se mostró... impasible —añadió, agarrando con fuerza el pomo de la puerta—. Yo me encargaré de vigilar al Comandante hasta que Son y Kyunshin se marchen. Designé a Jimin y a Jungkook como tus guardaespaldas personales. No te marches de estas habitaciones sin ellos. Y deja de comer Criollo. Yo me encargaré de probar el del Comandante. Quiero ver si te ocurre algo.

Seokjin se marchó, dejándome a solas con mis turbadores pensamientos.

Tal y como había prometido y para enojo del Comandante, Jin no se apartó de su lado. A Kook y a Jimin les gustó poder disponer de un cambio de rutina, pero yo hice que trabajaran mucho. Cuando no estaba probando las comidas del Comandante, hacía que Kook me instruyera en las peleas a cuchillo y que Jimin me diera más clases sobre abrir cerraduras.

La marcha del Comandante estaba programada para el día siguiente, lo que significaba que había llegado el momento de realizar mi propio reconocimiento. Era media tarde, y sabía que Seokjin estaría con el Comandante hasta muy tarde. Les dije a Jimin y Jungkook que me iba a acostar temprano y les di las buenas noches en el umbral de la puerta de las habitaciones de Jin. Después de esperar durante una hora, salí al pasillo.

Los corredores del castillo no estaban tan desiertos como había esperado, pero, afortunadamente, el despacho de Jin estaba situado en una parte bastante tranquila del castillo. Me acerqué a la puerta y, tras asegurarme de que no había nadie, metí mis punzones en la primera de las tres cerraduras. Sin embargo, los nervios hicieron que me resultara imposible hacer saltar la cerradura. Respiré profundamente y volví a intentarlo.

Había conseguido abrir dos de las cerraduras cuando oí voces. Rápidamente, saqué los punzones de la cerradura y llamé a la puerta justo cuando los dos hombres aparecían en el pasillo.

—Está con el Comandante —dijo uno de ellos.

—Gracias —repliqué.

Comencé a caminar en la dirección opuesta. El corazón me latía con la misma velocidad que las alas de un colibrí. Cuando vi que los hombres se habían marchado, regresé al despacho de Jin. La tercera cerradura resultó ser la más difícil. Cuando conseguí abrirla, estaba completamente cubierto de sudor. Entré rápidamente en el despacho y cerré la puerta a mis espaldas.

Mi primera tarea era abrir el armario en el que se guardaba mi antídoto. Tal vez Jin tenía allí anotada la receta. Cuando lo conseguí, encendí una pequeña lámpara para mirar en su interior. Había muchas botellas y frascos. La tensión se fue apoderando de mí. Lo único que descubrí fue una gran botella que contenía el antídoto. Vertí unas cuantas dosis en el frasco que llevaba en el bolsillo, sabiendo que Seokjin notaría si tomaba demasiado.

Después de volver a cerrar el armario, empecé a registrar los archivos de Jin. Afortunadamente, sus papeles personales estaban muy bien organizados. Encontré informes sobre Dongbae y el Comandante. Sentí la tentación de leerlos, pero me centré en buscar el archivo que contenía mi nombre o alguna referencia al Polvo de Mariposa. En mi archivo personal, Jin había escrito unos comentarios muy interesantes sobre mi habilidad para notar sabores, pero no había mención alguna del veneno ni del antídoto.

Cuando terminé con el escritorio, me dirigí a la mesa de conferencias. Rebusqué entre libros y carpetas, pero era consciente de que el tiempo se me estaba acabando. Tenía que regresar a mi habitación antes de que Seokjin acompañara al Comandante a su suite.

Terminé con la mesa. Sentí una profunda desilusión al darme cuenta de que aún me quedaba por registrar la mitad del despacho. De repente, oí el distintivo sonido que hacía una llave al introducirse en la cerradura. Un clic. Se retiró la llave. Apagué la luz mientras sonaba el clic correspondiente a la segunda cerradura. Me lancé bajo la mesa de conferencias, esperando que las cajas que se apilaban debajo de ella me ocultaran por completo. Recé para que fuera Dongbae y no Seokjin. El tercer clic hizo que se me detuviera el corazón.

La puerta se abrió y se cerró. Unos pasos cruzaron la sala y alguien se sentó al escritorio. No me arriesgué a mirar para ver de quién se trataba, pero sabía que era Jin. ¿Se había retirado pronto el Comandante? Repasé las opciones que tenía: ser descubierto o esperar a que Jin se marchara. Me puse cómodo.

Unos minutos después, alguien llamó a la puerta.

—Entre —dijo Seokjin.

—Su... su paquete ha llegado, señor —anunció una voz masculina.

—Hágalo pasar. 

Inmediatamente, oí un ruido de cadenas y alguien que arrastraba los pies al andar.

—Puede marcharse —ordenó Jin. La puerta se cerró. Inmediatamente, capté el olor rancio del calabozo.

—Bien, Gae. ¿Eres consciente de que eres el siguiente en ir a la horca? —preguntó Jin. 

—Sí, señor —susurró una voz. 

—Estás aquí porque mataste a tu hijo de tres años con un arado y afirmaste que se trataba de un accidente. ¿Es correcto?

—Sí, señor. Mi esposa acababa de morir. Yo no me podía permitir una niñera para el niño. No sabía que él se había metido debajo —murmuró el hombre, con la voz desgajada por el dolor.

—Gae, en Athalom no valen las excusas. 

—Sí, señor. Lo sé, señor. Quiero morir, señor. 

Me resulta imposible soportar la culpa.

—En ese caso, la muerte no sería un castigo adecuado, ¿no te parece? Vivir sería una sentencia mucho más dura. De hecho, yo conozco una granja muy productiva en el DM-4 que, trágicamente, ha perdido al granjero y a su esposa. Han quedado tres huérfanos con menos de seis años. Gae morirá en la horca mañana mismo, o eso será lo que crea todo el mundo. Sin embargo, tú te dirigirás al DM-4 para hacerte cargo de una granja de trigo y de criar a esos tres niños. Te sugiero que lo primero que hagas sea contratar a una niñera. ¿Comprendido?

—Pero...

—El Código de Comportamiento ha realizado un papel fundamental a la hora de librar a Athalom de los indeseables, pero también carece en cierto modo de comprensión humana. A pesar de mis argumentos, el Comandante no logra comprender este punto, por lo que en ocasiones yo me ocupo personalmente de algunos asuntos. Mantén la boca cerrada y sobrevivirás. Uno de mis hombres de confianza te irá a ver de vez en cuando...

Yo escuché completamente incrédulo aquellas palabras. No podía creer lo que acababa de oír.

En aquel momento, alguien llamó a la puerta.

—Entre —dijo Jin—. En el momento justo, como siempre Wing. ¿Traes los documentos? —preguntó. Oí el ruido de unos papeles—. Tu nueva identidad, Gae. Wing te acompañará al DM-4. Puedes marcharte.

—Sí, señor —repuso Gae, con la voz rota por la emoción. Seguramente se sentía abrumado. Yo sabía cómo me sentiría si Seokjin me ofreciera una vida en libertad.

Cuando los hombres se marcharon, un doloroso silencio se apoderó del despacho. Temí que el sonido de mi respiración me delatara. La silla de Jin se deslizó sobre el suelo. Entonces, él bostezó ruidosamente.

—Bueno, Taehyung, ¿te pareció interesante esa conversación?

Me mantuve inmóvil, esperando que él estuviera hablando consigo mismo. Sin embargo, su siguiente frase no me dejó dudas.

—Sé que estás detrás de la mesa.

Me puse de pie. No había ira en su voz. Se había reclinado sobre la silla y puso los pies en el escritorio.

—¿Cómo es que...? —empecé.

—Te gusta el jabón de lavanda y yo no seguiría con vida si no pudiera darme cuenta de que alguien forzó mis cerraduras. A los asesinos les encantan las emboscadas y eso de dejar cadáveres detrás de puertas misteriosamente cerradas. Muy divertido.

—¿No estás enfadado conmigo?

—No. En realidad, me siento aliviado. Ya me estaba preguntando cuándo registrarías mi despacho para buscar la receta del antídoto.

—¿Aliviado? —repetí, furioso—. ¿De que haya intentado escaparme? ¿De que haya rebuscado en tus papeles? ¿Tan seguro estás de que no voy a conseguir nada?

—No. Lo que me alivia es que vayas siguiendo los pasos habituales de los intentos de escapada y que no hayas inventado un plan diferente. Si sé lo que estás haciendo, puedo anticipar tu siguiente movimiento. Si no es así, podría ser que se me escapara algo. Naturalmente, el hecho de aprender a forzar cerraduras conduce a esto. No obstante, dado que la fórmula del antídoto no está escrita y sólo la conozco yo, estoy seguro de que no la encontrarás.

Lleno de furia, apreté con fuerza los puños para no estrangular al señor sabelotodo.

—Muy bien. No tengo posibilidad de escapar. ¿Qué te parece esto? Le diste al tal Gae una nueva vida. ¿Por qué no a mí?

—¿Cómo sabes que no lo he hecho ya? —replicó Jin, poniéndose de pie—. ¿Por qué crees que estuviste un año en el calabozo? ¿Fue sólo la suerte la que provocó que tú fueras el siguiente cuando Seunghyuk murió? Tal vez simplemente estaba actuando en nuestra primera reunión, cuando pareció que me sorprendía tanto de que fueras un joven y no un adulto o un anciano. 

Aquello me resultaba insoportable.

—¿Qué es lo que quieres, Jin? —pregunté—. ¿Quieres que deje de intentarlo? ¿Qué me contente con una vida envenenada?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Sí...

—Te quiero... no como sirviente, sino como colaborador leal. Eres inteligente, rápido y te estás convirtiendo en un luchador decente. Quiero verte tan dedicado como yo a la hora de preservar la vida del Comandante. Sí, es un trabajo peligroso, pero, por otro lado, un salto mal calculado sobre el cable podría hacerte romper el cuello. Eso es lo que quiero. ¿Serás capaz de dármelo? —dijo, mirándome atentamente a los ojos—. Además, ¿a dónde irías? Tu lugar es éste.

Sentí la tentación de ceder. Sin embargo, sabía que si no moría víctima del veneno o asesinado por Son, la magia salvaje que había en mi sangre terminaría por explotar y me llevaría con ella. La única marca física que dejaría en el mundo sería una pequeña arruga en la fuente de poder. Además, sin el antídoto, estaba perdido de todos modos.

—No lo sé. Hay demasiado...

—¿Que no me has dicho?

Asentí, incapaz de hablar. Hablarle sobre mis habilidades mágicas sólo serviría para que me mataran antes.

—Resulta difícil confiar y mucho más saber en quién hacerlo —dijo.

—Y mi experiencia ha sido horrenda. Es una de mis debilidades.

—No, uno de tus puntos fuertes. Mira a Jimin y Jungkook. Se convirtieron en tus protectores mucho antes de que yo los asignara para que lo fueran, todo porque tú los defendiste delante del Comandante cuando no lo hizo ni su propio capitán. Piensa en lo que tienes ahora antes de que me des una respuesta. Te has ganado el respeto del Comandante y de Hanna y la lealtad de Jimin y de Jungkook.

—¿Y qué me he ganado de ti, Jin? ¿Lealtad? ¿Respeto? ¿Confianza?

—Tienes mi atención, pero, si me das lo que quiero, podrás tenerlo todo.

☣☣☣

A la mañana siguiente, los generales se prepararon para marcharse. Los soldados tardaron cuatro horas en reunirse. Cuatro horas de ruido y confusión. Cuando por fin todos pasaron por las puertas exteriores de la muralla, pareció que el castillo exhalaba un suspiro de alivio. El Comandante informó que la delegación de Líbarus llegaría al día siguiente. Sus palabras provocaron un enorme revuelo. El silencio inicial se vio seguido por una frenética actividad mientras los sirvientes se disponían a llevar a cabo sus obligaciones.

Aunque me alegraba de que Son y Kyunshin se hubieran marchado, me sentía sin fuerzas. Aún no le había dado a Seokjin su respuesta. Para seguir con vida, tenía que marcharme al sur, pero, sin el antídoto, no sobreviviría. El temor llenó mi corazón al comprender la realidad de mi inevitable destino.

Al día siguiente, se requirió mi presencia en la ceremonia de bienvenida que se organizó para la llegada de la delegación de Líbarus. Yo sentía una cierta aprensión ante la presencia de los sureños. Me parecía como si alguien me estuviera diciendo que mirara lo que no podía tener.

Desde que la sala del trono se había convertido en un enorme despacho, el único lugar del castillo que podía albergar aquella clase de acontecimientos era la sala de guerra del Comandante. Una vez más, Jin tuvo que ponerse su uniforme de gala y colocarse al lado derecho del Comandante mientras yo esperaba tras ellos.

Por fin, cuando se anunció la llegada de la delegación, me asomé un poco para ver mejor.

Los de Líbarus entraron en la sala como si estuvieran flotando. Sus exóticos y coloridos vestidos eran largos y les cubrían por completo los pies. Además, completaban su atuendo con máscaras animales adornadas con brillantes plumas y pieles. Se detuvieron delante del Comandante y se abrieron hasta formar una uve.

Su líder, que llevaba la máscara de un halcón, habló con voz muy formal.

—Le traemos los saludos de sus vecinos del sur. Esperamos que esta reunión acerque más a nuestros dos países. Para mostrar nuestro compromiso con este empeño, hemos venido preparados para mostrarnos ante usted.

Acto seguido, los cinco se quitaron las máscaras con un estudiado movimiento. Parpadeé varias veces de asombro, esperando que todo cambiara durante aquellos segundos de oscuridad. Desgraciadamente, mi mundo había pasado de mala peor. Jin me miró con rostro resignado, como si él tampoco pudiera creer el giro que habían dado los acontecimientos.

La persona que se ocultaba bajo la máscara del halcón era Sihwha. Su líder era una maga maestra que estaba a una corta distancia del Comandante Min.


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