☣ Cαρίтυlσ 21 ☣
—¿Por qué? —preguntó Kang, mientras colocaba la vela sobre una mesa—. ¿Porqué soy yo siempre el más listo?
Se acercó un poco más a mí. Traté de darle una patada, pero él me lo impidió con facilidad.
—¿Por qué no sirvieron de nada mis esfuerzos por desanimarte? Tal vez tenía que hablar más claro —dijo, colocándome el cuchillo contra la garganta.
—¿Qué problema tienes? —le espeté con la voz más calmada y neutral que pude encontrar.
—Mi problema es que nadie me ve como una amenaza, pero soy más listo que Jungkook, Jimin y Hanna. Incluso soy más listo que Seokjin, ¿verdad? —me preguntó. Cuando vio que yo no respondía, añadió presión al cuchillo—. ¿Verdad?
Una delgada línea de dolor me cruzó el cuello.
—Sí —respondí. Detrás de Kang, el fantasma de Yunjong surgió de repente, como siempre con una arrogante sonrisa en el rostro.
—Mi jefe quiere que dejes de entrenar. No se me permite matarte. Una pena. Estoy aquí sólo para advertirte.
—¿Hong? ¿Y qué le importa a él?
—Nada. Lo único que le importa es que lo asciendan, al muy imbécil. Sin embargo, al general Son le interesa mucho tu nuevo pasatiempo.
Kang colocó la mano que tenía libre en mi cuello y apoyó su cuerpo contra el mío.
Durante un segundo, el pánico se apoderó de mí y borró todas las técnicas de autodefensa de mi pensamiento. Un suave zumbido empezó a surgirme en el interior de la cabeza, pero lo ahogué y lo transformé en una sencilla escala de notas musicales. La calma se apoderó de mí. Delante de mis ojos, aparecieron los movimientos de defensa personal.
Gemí y eché la cabeza hacia atrás, abriendo las piernas.
Kang sonrió.
—Eres la rata que creía que eras. Ahora, recuerda, tienes que ser castigado.
Pasó una mano por mi entrepierna. Empezó a tirarme del cinturón. Yo le coloqué una rodilla entre las piernas y, a continuación, le golpeé con fuerza la entrepierna. Con un gemido de dolor, Kang se dobló sobre sí mismo. Agarré el cuchillo con ambas manos para evitar que me lo clavara más en la garganta. Jungkook siempre me había dicho que era mejor un corte en las manos que en el cuello. Pensé en sus palabras mientras soportaba el dolor. Aparté el cuchillo de mí y Kang cayó hacia atrás.
—¡Rata! —gritó.
Se abalanzó sobre mí y trató de cortarme con el cuchillo. Yo me hice a un lado y, con toda la fuerza que pude reunir, le golpeé en el brazo. El cuchillo cayó al suelo. Entonces, le agarré el brazo y se lo retorcí. Después giré sobre mí mismo y le coloqué el hombro derecho bajo el codo. Luego tiré de la mano. Se oyó un golpe seco, que indicaba que yo le había roto el brazo a Kang. Aproveché sus quejas y le di un par de puñetazos en la nariz. La sangre empezó a manar con fuerza. Mientras él perdía el equilibrio, le pegué una patada en la rótula y se la rompí también. Kang se desmoronó sobre el suelo.
Me puse a darle patadas en las costillas como si estuviese poseído. La sangre me hervía. Los débiles intentos del soldado por detenerme sólo me enfurecían más. En aquel estado, podría haberlo matado.
El fantasma de Yunjong me animó a hacerlo.
—Eso es, Taehyung —me animó —. Mata a otro hombre. Eso te supondrá la horca con toda seguridad.
Afortunadamente, aquellas palabras alcanzaron la parte racional de mi cerebro y me detuve. Kang estaba completamente inmóvil. Me arrodillé a su lado y le tomé el pulso. Lo encontré. El alivio que sentí se desvaneció cuando Kang me agarró por el codo.
Yo lancé un grito y le di un puñetazo en el rostro. Me soltó rápidamente. Agarré el cuchillo del suelo y comencé a correr, aunque aquella vez no lo hacía presa del miedo.
Con rapidez, llegué a los baños. A aquellas horas del día estaban vacíos, por lo que escondí el cuchillo de Kang bajo una de las mesas de toallas y comprobé el alcance de mis heridas en un espejo. El corte de cuello había dejado de sangrar, pero los que tenía en las palmas de las manos parecían serios. También tenía un brillo salvaje e irreconocible en los ojos.
Como tenía que probar la cena del Comandante, decidí ir a la enfermería para que me curaran.
La doctora me examinó rápidamente.
—¿Cómo...? —empezó.
—Con un cristal roto —dije.
Ella asintió en silencio.
—Iré por mis herramientas.
Me recosté en la cama. Inmediatamente, ella regresó con una bandeja de instrumental. Un tarro del pegamento de Namjoon parecía fuera de lugar entre unos elementos tan científicos. Las manos me dolían mucho y temía la cura que la doctora fuera a hacerme.
En aquel momento, Seokjin entró en la enfermería.
—¿Qué sucedió? —me preguntó.
Yo miré a la doctora. Como respuesta, ella me agarró la mano y empezó a limpiarme la herida.
—Las heridas de cristales rotos dejan laceraciones —me dijo—. Estos cortes tan limpios sólo pueden ser de un cuchillo. Tengo que informar.
La doctora le había informado a Jin y él no iba a marcharse sin respuestas. Con resignación, lo miré, esperando distraerme del dolor que tenía en las manos.
—Me atacaron.
—¿Quién?
Miré a la doctora. Seokjin comprendió.
—¿Nos podrías excusar un momento?
—Está bien —dijo. Entonces, se dirigió al escritorio que tenía al otro lado de la enfermería.
—¿Quién? —repitió Jin. Tenía un rostro serio, diría que casi parecía molesto.
—Kang, un soldado de la unidad de Hong. Me dijo que trabajaba para Son y me advirtió que dejara de entrenarme.
—Lo mataré.
La intensidad de la voz de Jin me sorprendió y alarmó a la vez.
—No, no lo harás. Lo utilizarás. Es un vínculo con Son.
—¿Dónde te atacó? —me preguntó, tras considerar mis palabras.
—En un almacén que estaba a cuatro o cinco puertas del de donde entrenamos.
—Probablemente, ya no esté allí. Enviaré a alguien a los barracones.
—No estará allí.
—¿Por qué no?
—Si no está en el almacén, no habrá llegado muy lejos. Tal vez sea mejor que envíes un par de hombres.
—Entiendo —comentó Jin—. ¿Significa eso que el entrenamiento progresó adecuadamente?
—Mejor de lo esperado.
Seokjin se marchó de la enfermería. La doctora regresó a mi lado. Decidí que la próxima vez me curaría yo solo para que no pudiera traicionarme. Aún tenía un tarro con el ungüento de Namjoon en mi mochila. No podía ser tan difícil limpiar y sellar unos cortes.
Cuando terminó de vendarme las heridas, la doctora me dijo que no podía mojármelas durante un día, que no podía levantar peso alguno o escribir durante una semana. «Eso significa que tampoco podré entrenar durante un tiempo», pensé.
En aquel momento, entraron los hombres de Jin. Arrojaron a Kang sobre otra cama. La doctora me miró asombrada y se acercó rápidamente a Kang, lo que me dio la oportunidad perfecta para marcharme.
Me dirigí rápidamente al despacho del Comandante, pero Seokjin ya se había ocupado. Cerró la puerta y me impidió entrar.
—Encuentra a Dongbae y cancela la reunión de esta noche. Después, regresa a nuestra suite y descansa.
—¿Cancelarla? ¿Por qué? Resultaría sospechoso. Me pondré unos guantes para cubrir los vendajes. Ahora hace bastante frío por la noche y nadie se fijará. Estoy bien —añadí, al ver que él no decía nada.
—Deberías mirarte en un espejo —dijo él, riendo—. Bien. Seguiremos tal y como estaba todo planeado.
Nos detuvimos en la puerta su despacho.
—Tengo trabajo que terminar. Descansa y no te preocupes. Esta noche estaré cerca —prometió.
—¿Jin?
—¿Sí?
—¿Qué le ocurrirá a Kang?
—Lo curaremos, lo amenazaremos con muchos años en las mazmorras si no coopera y, cuando haya terminado de ayudarnos, lo enviaré al Distrito Militar 1. ¿Te parece bien o crees que debería matarlo?
El DM-1 era el más frío y baldío de Athalom. La posibilidad de que Kang cayera presa de un tigre de nieve me provocó una sonrisa en el rostro.
—Me parece bien. Si lo hubiera querido muerto, lo habría hecho yo mismo.
Seokjin se irguió y me lanzó una mirada muy significativa, una combinación de sorpresa, diversión y cautela. Inmediatamente, volvió a controlar sus emociones y volvió a mostrarme el rostro pétreo de siempre.
Tras dedicarle una sonrisa, me marché. Lo de descansar tendría que esperar, dado que primero tenía que hacer algunos recados. En primer lugar, necesitaba guantes y una capa, dado que en aquella estación, las noches eran frías. Afortunadamente, Hoseok seguía en su taller. Charlé un rato con él antes de hacerle mi petición.
—¿Bromeas? —dijo, sonando como un padre indignado—. ¿No tienes prendas para el frío? —me preguntó, mientras rebuscaba entre sus montones de ropa—. ¿Por qué no viniste antes?
—Hasta ahora no las he necesitado. Hoseok, ¿te comportas como un padre con todos los habitantes del castillo?
—No. Sólo con los que lo necesitan.
—Gracias —respondí con afecto.
Cuando Hoseok terminó, yo estaba completamente equipado para el frío. Prendas interiores de franela, calcetines de lana, botas más pesadas... Lo dejé todo en un rincón y le pedí a él que pidiera que alguien me lo llevara a las habitaciones de Seokjin.
—¿Sigues ahí?
—Por el momento, sí. Sin embargo, creo que cuando todo se tranquilice, volveré a mi antigua habitación.
Antes de marcharme, seleccioné una capa del montón y unos guantes y me la eché sobre el brazo.
—Me da la sensación de que seguirás allí mucho tiempo.
—¿Por qué?
—Creo que Seokjin siente algo por ti. Jamás lo he visto interesarse tanto por un catador de comida. Normalmente, los instruye y los deja a su aire. Si hubiera algún problema, le pediría a uno de sus hombres que se ocupara. Jamás lo haría personalmente. ¡Y mucho menos vivir con él!
—Estás demente.
—De hecho, jamás se ha interesado por un hombre. Yo asumí que tal vez prefería las mujeres, pero... ahora tenemos al encantador e inteligente Taehyung para que haga latir el frío corazón de Seokjin.
—Deberías salir de este taller un poco más. Necesitas aire fresco y una dosis de realidad —repliqué. Sabía que no debía creer ni una sola de las palabras de Hoseok, pero me resultaba imposible controlar la estúpida sonrisa que se me había dibujado en el rostro.
La dulce voz de Hoseok me persiguió hasta el pasillo.
—¡Sabes que tengo razón! —gritó.
Mientras recorría los pasillos, pensé que la única razón por la que Jin se interesaba por mí era porque yo era un enigma para él. Cuando creyera que tenía todas las respuestas sobre la maga del sur y Son, me devolvería a mi cuarto en el ala de los sirvientes. No me podía permitir otra cosa.
Una cosa era tener un ligero encaprichamiento que no afectaría en nada mis planes y otra... Ni hablar. Pensar que él sentía lo mismo por mí sería desastroso. Por lo tanto, traté de convencerme de que Hoseok tenía una imaginación muy activa y de que se equivocaba. Me esforcé mucho.
Durante todo el camino a la cocina, me recordé que Jin era cambiante y exasperante, además de un asesino. Sin embargo, por alguna razón, no era capaz de borrar aquella estúpida sonrisa de mi rostro.
Tras dejar la capa sobre una silla, me serví la cena. Namjoon terminó de darle la vuelta a sus cochinillos y fue a sentarse a mi lado. La boca se me hizo agua ante el olor del cochinillo asado.
—¿A qué se debe esto? —le pregunté. El cerdo asado era una comida poco frecuente. Como requería un día entero para prepararse, sólo se elaboraba en ocasiones especiales.
—Esta semana vienen a visitarnos los generales. Se me pidieron los platos más especiales. También se me ordenó que debo preparar un festín para la semana que viene. ¡Un festín! No he tenido que preparar uno desde... En realidad, jamás hemos tenido uno desde que el Comandante está al mando...
—¿Crees que tienes un minuto para echarle un vistazo a esto? —le pregunté, sacando los granos de uno de mis bolsillos. Se los entregué a Namjoon. Había estado esperando la oportunidad perfecta para hacerlo—. Los encontré en un viejo almacén y me pareció que eran los granos de café de los que hablabas.
—No —dijo tras olerlos—. Desgraciadamente, no. No sé lo que son. Los grano sde café son más suaves y redondos. Estos son ovalados y rugosos —añadió. Entonces, mordió uno de ellos, escupiéndolo enseguida por su sabor amargo—. Jamás he visto ni olido algo así. ¿Dónde los encontraste?
—En el sótano —contesté sin especificar. Me sentía muy desilusionado por no haber podido resolver aquel enigma para el Comandante Min.
Namjoon debió de notar mi frustración. —¿Es algo importante?
—Sí.
—A ver qué te parece esto. Déjamelos aquí y, después de la fiesta, trabajaré con ellos.
—¿Trabajarás?
—Probaré molerlos o cocinarlos. Los ingredientes pueden cambiar de sabor y textura cuando se les da calor. Podrían convertirse en algo que sí reconociera.
—No quiero molestarte...
—Tonterías. Me gustan los desafíos. Además, después del festín, volveré a mi rutina diaria. Esto me dará algo interesante en lo que trabajar.
Echó los granos en un tarro de cristal y lo colocó en una estantería. Estuvimos charlando sobre el menú para el festín hasta que Namjoon tuvo que volver a dar la vuelta a los cerdos. Decidí que tenía que marcharme, dado que la reunión con Dongbae se acercaba. Sentí un ligero nerviosismo al despedirme de Namjoon.
Pasé por los baños, con la intención de recoger el cuchillo de Kang, pero había demasiada gente. Tal vez sería mejor acudir a la reunión sin armas. Podría ser que me registraran. Si me encontraban un arma, tendría más problemas. Dongbae tenía su habitual expresión de desagrado cuando me reuní con él en la puerta sur del castillo. En silencio, nos dirigimos a Divitae. Yo esperé que Jin no estuviera muy alejado, pero sabía bien que no podía mirar por encima del hombro para asegurarme.
Cuando llegamos a la ciudad, Dongbae me condujo a una calle bastante apartada y se detuvo delante de una casa. Llamó dos veces a la puerta. Después de unos instantes, la puerta se abrió y una mujer pelirroja alta y de enorme nariz, que iba ataviada con el uniforme de ventera, asomó la cabeza. Miró a Dongbae y asintió. A continuación, me miró a mí y luego asomó un poco más la cabeza para hacer lo mismo con ambos lados de la calle. Por fin, aparentemente, satisfecha, abrió la puerta por completo y nos dejó pasar. Nadie intercambió palabra alguna. Empezamos a subir una escalera.
La mujer nos condujo a una habitación y se sentó a un escritorio. A nosotros no nos ofreció asiento alguno, por lo que Dongbae y yo continuamos de pie.
—El catador de comida —dijo con una sonrisa de satisfacción—. Sabía que sólo era cuestión de tiempo que trabajaras para mí.
—¿Y quién es usted?
—Puedes llamarme capitana Mihee —me informó. Como respuesta, yo miré su uniforme de ventera—. No formo parte del ejército de Min. Tengo el mío propio. ¿Te ha explicado Dongbae cómo trabajo?
—Sí.
—Bien. Esto será un simple intercambio. No es una visita social. Yo no quiero chismes ni habladurías. Y no me preguntes nada sobre mi negocio ni sobre mí. Lo único que necesitas saber es mi nombre. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —afirmé para ganarme su confianza.
—Bien. ¿Qué es lo que tienes?
—El Comandante cambió su sucesor.
Mihee se quedó inmóvil al escuchar mis palabras. Entonces, miró a Dongbae, que pareció algo molesto de que yo fuera portador de noticias tan interesantes.
—¿Y cómo lo sabes? —me preguntó Mihee.
—Escuché una conversación entre el Comandante y Seokjin
—Ah, sí. Seokjin —dijo la mujer—, ¿Por qué vives en sus habitaciones?
—Eso no es asunto suyo.
—¿Por qué debería yo confiar en ti?
—Porque Seokjin me mataría si supiera que estoy aquí. Lo sabe tan bien como yo. ¿Cuánto vale mi información?
Mihee abrió un bolso de terciopelo negro y sacó una moneda de oro. Me la arrojó tal y como alguien le arrojaría un hueso a un perro. Yo la agarré en el aire, conteniendo un quejido. Los cortes de las manos me dolían mucho.
—Tu quince por ciento —le dijo a Dongbae lanzándole una moneda de plata y una de cobre. Él, que conocía las costumbres de Mihee, las atrapó al vuelo—. ¿Algo más? —me preguntó a mí.
—Por el momento no.
—Cuando tengas algo para mí, díselo a Dongbae. Él organizará otra reunión.
En silencio, seguí a Dongbae al exterior de la casa. Justo cuando estábamos atravesando un callejón, Jin salió de las sombras. Antes de que yo pudiera reaccionar, tiró de mí y me metió por una puerta.
Aquella aparición tan repentina me confundió y me sorprendió a la vez. Creía que esperaría un poco antes de arrestar a Dongbae. Él me había seguido al interior de la casa y tenía una sonrisa en el rostro. Era una expresión de placer, lo más alejado que me habría imaginado cuando comprendiera que la habíamos descubierto.
—Yo tenía razón, Seokjin. Vendió al Comandante por una moneda de oro. Regístrale el bolsillo.
—En realidad, Taehyung vino a hablar conmigo antes de la reunión. Creía que iba a dejarte a ti al descubierto.
La sonrisa de satisfacción desapareció del rostro de Dongbae.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó.
—No tuve tiempo.
—Entonces, ¿él no es el espía? —quise saber, muy confundido.
—No. Dongbae trabaja para mí. Le hemos estado dando a Mihee información privilegiada para ver si descubríamos quiénes eran sus clientes. Mihee le insistió mucho a Dongbae para que te implicara a ti. A mí me pareció una buena oportunidad de poner a prueba tu lealtad.
La ira se apoderó de mí. ¿Cómo pudo creer que yo podía traicionar al Comandante? ¿Acaso no me conocía? La ira, la desilusión y el alivio se apoderaron de mi corazón. No fui capaz de pronunciar palabra alguna.
—Esperaba mandar a esta rata al calabozo, donde debe estar —se quejaba Dongbae a Seokjin—. A pesar de todo, sigue siendo una amenaza —concluyó, dándome en el brazo con un dedo.
Yo reaccioné. En un abrir y cerrar de ojos, le retorcí el brazo y se lo coloqué a la espalda. Él gritó cuando yo le levanté la mano un poco más, obligándolo a vencerse hacia delante.
—No soy una rata —le espeté—. Demostré mi lealtad. Ahora, quiero que me dejes en paz. Ya no quiero más mensajes desagradables ni que sigas husmeando en mis cosas. Si no, la próxima vez, te romperé el brazo.
Lo solté bruscamente y él terminó en el suelo. Muy avergonzado, se puso de pie inmediatamente. Cuando abría la boca para protestar, Jin se lo impidió.
—Bien dicho, Taehyung. Ahora, Dongbae, puedes marcharte.
Él cerró la boca inmediatamente y se dio la vuelta. Después, se marchó.
—Ese hombre es exasperante —dije.
—Sí. Precisamente por eso me gusta —replicó. Tras comprobar que Dongbae se había marchado, Seokjin siguió hablando—. Taehyung, te voy a mostrar algo que no te va a gustar, pero que creo que es importante que conozcas.
—¿Sí? ¿Como esta pequeña prueba de lealtad? —le espeté, con la voz llena de sarcasmo.
—Te advertí que ponía a prueba a los catadores de comida de vez en cuando —comentó. Antes de que yo pudiera responder, volvió a hablar—. Guarda silencio y quédate detrás de mí.
Volvimos a salir al callejón. Aprovechando las sombras, regresamos hacia la casa de Mihee. Allí nos escondimos en una entrada oscura, no lejos de la puerta.
—La persona que le ha estado dando información a Mihee va a llegar muy pronto —me susurró Jin al oído. Sus labios me rozaron suavemente la mejilla, lo que me produjo unas sensaciones tan agradables que me distrajeron de lo que había dicho.
No comprendí el impacto de las palabras de Seokjin hasta que no vi a una solitaria figura bajando por la calle con paso irregular: Namjoon.
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