☣ Cαρίтυlσ 18 ☣
Los pulmones me ardían. Completamente arrebolado y empapado de sudor, iba detrás del grupo principal de soldados. La garganta me ardía con cada respiración. Era la cuarta vuelta que daba alrededor del castillo. Me quedaba una.
Después de probar el desayuno del Comandante, me dirigí a los barracones que había al nordeste. Cuando vi que un grupo de soldados pasaba corriendo a mi lado, vi a Kook, que me saludó y me indicó que me uniera a ellos. Me preocupaba que el resto de los militares se sintieran molestos por mi presencia, pero había otras personas con los soldados, como criados, mozos de establo y otros trabajadores del castillo.
Las primeras dos vueltas me aceleraron el pulso y me dejaron sin aliento. El dolor de pies empezó durante la tercera vuelta y empezó a recorrerme las piernas durante la cuarta. Todo lo que me rodeaba se difuminó hasta que lo único que vi fue un pequeño trozo de terreno delante de mí. Cuando, cojeando, llegué a mi meta, terminó mi agonía. Encontré un grueso seto y vomité los pastelillos dulces que había comido aquella mañana. Al incorporarme, vi a Jimin mostrarme los pulgares de ambas manos hacia arriba cuando pasaba a mi lado. Por su parte, él ni siquiera tenía la decencia de parecer cansado. Además, aún tenia seca la camiseta.
Mientras me limpiaba el vómito de los labios, Jungkook se detuvo a mi lado.
—Campo de entrenamiento a las dos. Hasta entonces —me dijo.
—Pero...
Kook se marchó antes de que yo pudiera terminar la frase. Casi no podía estar de pie, por lo que no me imaginaba haciendo más esfuerzos.
☣☣☣
Aquella tarde, en el campo de entrenamiento, Jimin y Jungkook se apoyaron contra la valla mientras observaban cómo dos hombres peleaban con la espada. Los luchadores habían atraído la atención de todos los presentes. Muy sorprendido, me di cuenta de que uno de ellos era Jin. No lo había visto desde aquella mañana temprano y había dado por sentado que estaba descansando después de estar despierto hasta muy tarde la noche anterior.
Seokjin era como un líquido en movimiento. Mientras lo observaba, se me ocurrió una única palabra: belleza. Sus movimientos tenían la velocidad y la cadencia de una compleja danza. En comparación, su adversario parecía un ternerito recién nacido, al que le resultaba imposible controlar brazos y piernas. Los rápidos movimientos y los certeros golpes de Jin desarmaron a su oponente inmediatamente.
Con la punta de la espada, envió a su derrotado oponente en dirección aun pequeño grupo de hombres. Entonces, le indicó a otro que atacara.
—¿Qué es lo que está pasando? —pregunté.
—El desafío de Seokjin.
—¿Qué es eso?
—Seokjin declaró un desafío a todos los habitantes de Athalom. Si se le derrotaba con el arma que el otro eligiera o mano a mano, el ganador se convertiría en el segundo al mando —explicó Kook, que ya estaba enzarzado en combate con un tercer hombre—. Luchar con Seokjin al menos en una ocasión es como una especie de graduación para los soldados, aunque, por supuesto, se puede intentar tantas veces como uno quiera. Los capitanes observan los combates y recluían a los soldados más prometedores. Además, si se consigue impresionar a Seokjin con las habilidades, tal vez consigas que él te ofrezca un puesto en el cuerpo del servicio de inteligencia.
—¿Cómo les fue a ustedes? —les pregunté.
—Bien —contestó Kook.
—¡Bien dice! —replicó Jimin—. Kook estuvo a punto de derrotarlo. Seokjin se mostró muy contento, pero a Jungkook no le gusta ser espía.
Seguimos observando. Jimin y Jungkook realizaban comentarios técnicos sobre las diferentes peleas, pero yo no podía apartar los ojos de Jin. Su cabello rubio se movía con gracia sobre su frente. Con los rayos del sol reflejándosele en la espada, se deshizo de dos hombres más. Les daba con la parte plana de la espada para que supieran que había roto sus defensas sin derramar ni una gota de sangre. El siguiente oponente se le acercó con un cuchillo.
—Mala elección —comentó Kook.
Jin dejó la espada y sacó la daga de la vaina. La pelea terminó en dos movimientos.
—Seokjin es un maestro en la pelea de cuchillos —dijo Jimin.
La última persona que lo desafió era una mujer. Alta y ágil, se le acercó empuñando un largo bastón de madera. Le presentó batalla a Jin. Su combate duró más que los anteriores. Al fin, el bastón de la mujer se partió en dos y se terminó la lucha. Mientras la gente se dispersaba, Jin empezó a hablar con la mujer.
—Es Hanna —dijo Kook—. Si ella no pasa a formar parte del cuerpo de inteligencia, deberías pedirle a ella que te enseñe el manejo del bastón. Como eres tan menudo, te daría algo más de defensa contra un atacante más alto y fuerte.
—Sin embargo, no se puede esconder un bastón —comenté.
—En el castillo no, pero si vas a dar un paseo por los bosques, no llamaría la atención que llevaras uno.
Miré a Hanna y consideré las posibilidades. ¿Querría ella ayudarme? Probablemente no.
Como si Jungkook me hubiera leído el pensamiento, me dijo:
—Dado que muchos aspirantes fracasan en las pruebas físicas, Hanna siempre intenta ayudarlos. Ahora, tenemos más mujeres en el ejército gracias a ella. Hemos tratado de conseguir que nos enseñe a nosotros, los hombres, pero es como si sólo seleccionara a los más pequeños o delgados en vez de a los que tienen apariencia más intimidante. Quizás sea porque sabe que el bastón es una buena defensa para los que no suelen usar la fuerza bruta.
—Sin embargo, yo no soy recluta. Soy el catador de comida del Comandante. ¿Por qué iba a perder su tiempo conmigo? Yo podría estar muerto mañana mismo.
—Noto que estás un poco gruñón esta mañana —dijo Jimin alegremente—. ¿Acaso hiciste demasiado ejercicio esta mañana?
—Cállate —le espeté. Él se limitó a sonreír.
—Muy bien. Ya basta. Vamos a empezar.
Me pasé el resto de la tarde aprendiendo cómo pegarle un puñetazo a alguien sin romperme la mano y practicando la técnica de patada adecuada. Mis nudillos se pusieron rojos brillantes después de golpear el saco de boxeo una y otra vez. Dominar la patada era un desafío, dado que la tensión que tenía los músculos del muslo impedían mi flexibilidad.
Cuando Kook me dijo por fin que podía marcharme, dirigí mi magullado cuerpo hacia el castillo.
—Hasta mañana —dijo Jimin, con un tono alegre en la voz.
Al volverme para decirle dónde se podía meter sus despedidas, me encontré cara a cara con Jin. Contuve el aliento. Él nos había estado observando. Me sentía avergonzado.
—Tus puñetazos son muy lentos —me dijo. Entonces, me agarró la mano y examinó los hematomas con cuidado, que estaban empezando a enrojecer—. Al menos, tienes buena técnica. Si levantas pesas mientras entrenas, tus puñetazos serán mucho más rápidos que sin ellas.
—¿Puedo continuar? —pregunté, lleno de incredulidad. Jin no me soltaba la mano ni yo podía encontrar la fuerza de retirarla. La calidez del contacto me recorrió todo el cuerpo, haciendo que mis dolores desaparecieran temporalmente.
Aún con el recuerdo de su demostración física en el pensamiento, le miré el rostro. Sus brillantes y peligrosos ojos cafés siempre me habían llamado la atención. Había aprendido a leer sus expresiones faciales como táctica de supervivencia, pero jamás lo había mirado de aquel modo. Era un estudio de contradicciones. El hombre que era capaz de tallar delicadas estatuas era también capaz de desarmar a siete oponentes sin empezar a sudar. Mi relación con Seokjin parecía un paseo por la cuerda floja. Unas veces me sentía seguro y equilibrado y otras inseguro e inestable.
—Creo que es una idea excelente —dijo sonriendo levemente—. ¿Cómo lograste que los gemelos de poder consiguieran ayudarte?
—¿Gemelos de poder?
—Si combinaras la fuerza de Jungkook con la velocidad de Jimin, el resultado sería un hombre indestructible, pero hasta ahora, no he puesto a prueba mi teoría ya que no quieren pelear a la vez conmigo. Nadie dijo nunca que no pudiera tener a dos personas como segundos al mando. Tú no me vas a delatar, ¿verdad?
—No.
Jin me apretó la mano y me la soltó.
—Bien. Probablemente sean los mejores instructores que podrías encontrar en el castillo. ¿Cómo los conociste?
—Fueron los hombres que me encontraron en el bosque. El Comandante los ascendió y yo aproveché de su gratitud —expliqué. La mano aún me vibraba donde él me la había tocado.
—Eres taimado y oportunista. Me encanta —replicó él, como si estuviera orgulloso.
Mientras me acompañaba de regreso al castillo, noté que estaba de muy buen humor, probablemente la adrenalina por haber derrotado a tantos oponentes. Antes de que alcanzáramos la entrada este, se detuvo.
—Hay un problema.
—¿Cuál?
—No deberías entrenar tan a la vista de todo el mundo. Este tipo de cosas corre como la pólvora. Si Son se entera y protesta, el Comandante te ordenará que lo dejes. Y hará que sospeche. ¿Por qué no utilizas los almacenes que hay en el sótano del castillo?
Retomamos el camino y entramos en el castillo. Mientras lo recorríamos, Seokjin permaneció en silencio. Yo me dirigí al despacho del Comandante para probar su comida y él me acompañó.
—Al mencionar a Son, recordé que llevo algún tiempo queriendo preguntarte sobre ese Criollo que tanto le gusta al Comandante. ¿Te gusta su sabor?
—Sí, me parece un postre excelente —respondí.
—Si dejaras de comerlo, ¿cómo te sentirías?
—Bueno... —dudé. No estaba seguro de adónde se dirigía aquella conversación—. Verdaderamente, me sentiría desilusionado. Estoy deseando probarlo todas las mañanas.
—¿Has estado pensando antes en el Criollo alguna vez?
—¿Te refieres a algo parecido a una adicción? —pregunté, comprendiendo por fin adónde él quería llegar a parar.
—Sí.
—No lo creo, pero...
—¿Qué?
—Yo sólo lo como una vez al día. El Comandante toma un trozo después de cada comida. ¿A qué viene esta repentina preocupación?
—Es tan sólo un presentimiento. Podría no ser nada —replicó Jin. Guardó silencio durante el resto del trayecto.
—Bien, Seokjin, ¿algún ascenso hoy? —le preguntó el Comandante, en cuanto entramos en su despacho.
—No, pero Hanna es una gran promesa. Desgraciadamente, no quiere pasar a formar parte de mi servicio de inteligencia ni ser mi segunda. Sólo quiere derrotarme —comentó Seokjin con una sonrisa. Parecía encantado con el desafío.
—¿Y puede hacerlo? —quiso saber el Comandante.
—Con tiempo y el entrenamiento adecuado, sí. Es letal con su bastón. Sólo necesita mejorar sus tácticas.
—Entonces, ¿qué podemos hacer con ella?
—Ascenderla a general y retirar a alguno de esos viejos zorros. Le vendría bien a usted sangre nueva en los puestos de mando.
—Jin, tú jamás has comprendido bien la estructura miliar.
—Entonces, asciéndala a teniente hoy, mañana a capitán, a coronel el día después y a general a continuación.
—Lo aceptaré como sugerencia. ¿Algo más?
Yo terminé de probar la comida y coloqué el plato delante del Comandante. Entonces, me dirigí hacia la puerta.
Antes de que pudiera marcharme, Jin me agarró del brazo.
—Me gustaría probar un experimento. Quiero que Taehyung pruebe el Criollo cada vez que lo tome usted durante una semana. A la semana siguiente, yo lo probaré. Quiero ver si le ocurre algo cuando deje de tomarlo.
—No —replicó el Comandante, levantando una mano cuando Jin quiso replicar—. Admito tu preocupación, pero creo que te equivocas.
—Hágalo por mí.
—Podremos hacer tu experimento cuando Namjoon consiga realizar el postre según la receta del general Son, ¿de acuerdo?
—Sí, señor.
—Bien. Quiero que me acompañes en una reunión que tengo con el general Noh. Muy pronto llegará la estación fría y él se está empezando a preocupar por los tigres de nieve. Taehyung —dijo el Comandante, fijándose de repente en mí—, puedes marcharte.
—Sí, señor —repliqué.
Después de parar en los baños para lavarme, fui a la cocina para tomar prestado un bol y un colador, que me llevé a la biblioteca. Como las cuatro vainas que me quedaban se habían puesto marrones y estaban empezando a pudrirse, las abrí, saqué la pulpa y las semillas, lo pasé todo por un colador y lo coloqué en el bol. El olor de las semillas era tan fuerte que decidí dejar el bol en el alféizar de la ventana. Mi experimento no estaba basado en pruebas científicas. Sólo quería ver si la pulpa fermentaba. Tal vez Son la estaba utilizando para hacer alguna clase de bebida alcohólica.
Mi estudio de los libros de Botánica aún no había revelado nada útil. Los libros de venenos, aunque resultaban interesantes, no mencionaban el Polvo de Mariposa. En cuatro volúmenes diferentes sobre venenos, había descubierto que faltaban páginas. Seokjin probablemente las había quitado anticipando el interés de los catadores por el Polvo de Mariposa.
Con un suspiro, apilé los libros sobre mi mesa. Sabía que Jin estaba en una reunión con el Comandante, por lo que saqué el libro de magia de mi mochila. Las letras plateadas de la portada relucían. Se me hizo un nudo en el estómago.
Abrí el delgado libro y comencé a leer una discusión técnica sobre el origen del poder de un mago. Como me resultaba imposible comprender todas las descripciones, llegué a la conclusión de que la fuente de poder cubría el mundo entero, haciendo que resultara accesible desde cualquier parte.
Los magos utilizaban su poder de modos diferentes, dependiendo de sus talentos. Algunos eran capaces de mover objetos, mientras que otros podían leer el pensamiento y ejercer influencia sobre él. Algunos sólo tenían una capacidad, pero, cuanto más fuerte fuera el mago, más podía hacer. Me puse a temblar ante el hecho de que Sihwha era capaz de controlar mi mente.
Sin embargo, los magos tenían que tener mucho cuidado a la hora de absorber poder. Absorbiendo demasiado o utilizándolo mal, un mago podría causar rupturas que podían causar un efecto en cadena. Este efecto era capaz de concentrar el poder en ciertas zonas y dejar otras sin nada.
El libro hablaba de un tiempo en el que un mago muy poderoso había empezado a tirar de la fuente de poder. Como era tan poderoso, podía controlar la manta sin causar una explosión. Sin embargo, los otros magos quedaron al descubierto. Como se les había arrebatado su poder, se unieron y marcharon a buscar al que se lo había robado. Cuando lo encontraron, y después de una batalla que dejó muchos muertos, lo mataron a él. Por fin, consiguieron que la manta de poder recuperara su equilibrio y regresara a la normalidad, pero en eso se tardó más de doscientos años.
Por fin, comprendí lo que Sihwha me explicó en el bosque, y el porqué se mostraba tan decidida a que yo recibiera preparación o mi muerte. No obstante, me sentía algo desilusionado de que el libro no contuviera hechizos mágicos o consejos. Había estado esperando una respuesta. Algo que me explicara por qué tenía el poder, cómo utilizarlo y, de paso, cómo crear el antídoto del Polvo de Mariposa.
Me había equivocado. Parecía ser que la esperanza, la felicidad y la libertad no eran para mí.
Me mantuve sentado en mi silla hasta que se puso el sol. Cuando las piernas me empezaron a doler por la inactividad, me puse de pie. Decidí que, si no era capaz de encontrar el antídoto en los libros, lo haría de otro modo. Alguien tenía que saber algo. El Comandante Min tenía catadores de comida desde hacía quince años. Si nadie podía ayudarme, probaría otras maneras. Tal vez robaría el antídoto o trataría de averiguar cómo lo conseguía Seokjin.
Me faltaban conocimientos, pero estaba dispuesto a aprender.
☣☣☣
A la mañana siguiente, preparado en aquella ocasión con el estómago vacío, me reuní con los soldados. Jimin y Jungkook ya estaban entre ellos. Jimin me dedicó una descarada sonrisa. Más tarde, cuando escuché unos pesados pasos a mis espaldas, di por sentado que Jimin me iba a hacer blanco de una de sus bromas.
Me aparté para que pudiera pasar, pero el corredor se mantuvo pisándome los talones. Me volví a tiempo para ver cómo Kang extendía los brazos y me pegaba un fuerte empujón. Me caí de bruces sobre el suelo. Kang no se detuvo. Pasó corriendo por encima de mí. Me pisó las costillas y me dejó sin respiración.
Sentí un profundo dolor por todo el pecho. Traté de recuperar el aliento en posición fetal. Cuando lo conseguí, me senté. El grupo de soldados seguía con su camino. Me pregunté si alguien había sido testigo de lo ocurrido.
Si estaba tratando de desanimarme, se equivocaba. Kang sólo conseguía incrementar mi resolución por aprender autodefensa para no ser víctima de matones como él. Me levanté y esperé que volviera a pasar, pero no regresó.
Jungkook se detuvo a mi lado.
—¿Qué ocurrió?
—Nada —respondí. Kang, como Dongbae, era mi problema.
—Tienes el rostro cubierto de sangre.
—Me caí —dije, mientras me limpiaba.
Antes de que pudiera seguir interrogándome, cambié de tema dándole algo más en lo que pensar. Repetí el consejo de Jin sobre lo de ocultar mis sesiones de entrenamiento. Kook estuvo de acuerdo que aquello era lo más prudente. Se ofreció a encontrarme un lugar adecuado.
☣☣☣
—Eres Hanna, ¿verdad? —pregunté, mientras trataba de tomar aire. Llevaba corriendo ya una semana y aquella mañana lo había preparado todo para correr junto a Hanna.
Ella me lanzó una mirada de apreciación. Tenía el cabello negro recogido en una coleta. Hombros fuertes y musculosos y una esbelta cintura provocaban que su figura no pareciera proporcionada. Se movía con atlética facilidad. Tuve que esforzarme para mantenerle el paso.
—Y tú eres el Vomitón.
Aquel insulto tenía un propósito. Le interesaba mucho mi respuesta. Si hubiera querido deshacerse de mí, habría hecho su comentario y habría apretado el paso, sin molestarse a esperar una reacción.
—Me han llamado cosas peores.
—¿Por qué lo haces?
—¿Hacer qué?
—Correr hasta que vomitas.
—Se me han asignado cinco vueltas y no me gusta fallar. Te vi luchar con Seokjin. Me dijeron que eres la mejor con el bastón y a mí me gustaría aprender a utilizarlo —dije, antes de que el ejercicio me dejara sin resuello.
—¿Quién te lo dijo?
—Jimin y Jungkook.
—¿Son amigos tuyos?
—Sí.
—Ya recuerdo. Ellos fueron los que te encontraron en el bosque. Se rumorea que te estaban entrenando para la lucha, pero que tú preferiste dejarlo. ¿Están tratando de colocarte conmigo?
—El problema de los rumores es... —susurré, jadeando—... que resulta difícil discernir la verdad de las mentiras.
—¿Por qué iba yo a querer dedicarte mi tiempo?
—Información —contesté. Ya había anticipado aquella pregunta.
—¿Sobre qué?
—Quieres derrotar a Seokjin, ¿no? Pues ven a la entrada este esta tarde a las dos y te lo diré —murmuré, con el último aliento que me quedaba. Como me resultaba imposible seguir su ritmo, me detuve.
Ella siguió adelante. La perdí de vista enseguida.
A lo largo del resto de la mañana, repasé la conversación mentalmente, tratando de averiguar cuál sería su respuesta. A las dos, me dirigí a la puerta este mordiéndome el labio. Jimin y Jungkook habían hecho correr el rumor de que ya no me estaban preparando. Yo me había arriesgado mucho sugiriéndole a Hanna que esto no era cierto.
Cuando vi que se acercaba una alta figura con dos bastones, me tranquilicé un poco. Hanna se detuvo cuando me vio apoyado contra el muro. Antes de que pudiera decir nada, yo le dije:
—Sígueme.
La conduje a un callejón, en el que nos esperaban Jimin y Jungkook.
—Supongo que no debo confiar en los rumores —comentó Hanna.
—No, pero hay ciertos rumores que nos gustaría que siguieran como tales —dijo Jungkook, sin ocultar una cierta amenaza en la voz.
—Muy bien, Vomitón —replicó Hanna, sin prestarle atención—. ¿Cuál es tu información? Espero que sea buena o me largo.
—Bueno, tal y como yo lo veo, los cuatro nos podemos ayudar mutuamente. Jimin, Jungkook y yo queremos aprender cómo luchar con el bastón. Tú quieres derrotar a Seokjin. Si trabajamos juntos, todos podremos alcanzar nuestros objetivos.
—¿Cómo me va a ayudar a mí enseñarles a ustedes en un enfrentamiento con Seokjin? —preguntó Hanna.
—Tú eres muy hábil con el bastón, pero necesitas mejorar tus tácticas. Jimin y Kook te pueden ayudar en ese sentido.
—Una semana de entrenamientos y el Vomitón cree que es un experto —le dijo Hanna a Kook con voz incrédula. El permaneció en silencio.
—Yo no soy un experto, pero Seokjin, sí.
—¿Él ha dicho eso sobre mí? —preguntó Hanna, con mirada incrédula.
—Sí.
—Es decir, yo les enseño a luchar con el bastón, Jimin y Kook, tácticas. ¿Cuál es tu contribución?
—Bueno, yo podría enseñarles algo de acrobacia y ayudarles a tener más flexibilidad y equilibrio, lo que resulta muy beneficioso en una lucha.
—Vaya —dijo Jimin, impresionado—. En eso tiene razón. Además, un grupo de entrenamiento de cuatro es mejor que uno de tres.
Enojada, Hanna miró a Jimin. Él sonrió dulcemente.
—Muy bien. Lo probaré temporalmente. Si no funciona, lo dejo. ¡Ah! Y no se preocupen. Tal vez escuche los rumores, pero no participo de ellos.
Cuando nos dimos las manos para sellar nuestro acuerdo, mi aprensión se disipó. Le mostramos a Hanna el lugar en el que llevábamos una semana reuniéndonos.
—Muy acogedor —comentó ella, cuando le mostramos nuestra sala de entrenamientos.
Kook había encontrado un almacén abandonado en el sótano del castillo. Estaba en el ala suroeste del castillo, que estaba abandonada. Dos ventanas que había cerca del techo proporcionaban suficiente luz para trabajar. Nos pasamos el resto del tiempo practicando los conceptos básicos de la lucha con bastón.
—No está mal, Vomitón —me comentó Hanna al final de la sesión—. Veo potencial en ti.
Cuando recogió sus bastones para marcharse, Jungkook le colocó una mano en el hombro.
—Su nombre es Taehyung. Si no quieres llamarlo así, entonces no regreses mañana.
Vi mi propia expresión de sorpresa reflejada en el rostro de Hanna, pero ella se recuperó con más rapidez que yo. Asintió secamente y estrechó la mano de Kook antes de marcharse. Me pregunté si volvería a reunirse con nosotros.
Volvió al día siguiente y siguió haciéndolo sin falta durante los dos meses siguientes. El tiempo se había ido haciendo más fresco. Los árboles fueron tiñéndose de tonos naranjas y, al final, las hojas cayeron al suelo.
Mi investigación sobre las vainas se había estancado por completo. Sin embargo, a Jin no parecía preocuparle mi falta de progresos. En ocasiones, nos observaba mientras entrenábamos y realizaba comentarios y sugerencias.
Kang siguió molestándome cuando corría por las mañanas. Me tiraba piedras, me escupía y me ponía la zancadilla. Tuve que cambiar mi rutina para evitar encontrarme con él y empecé a correr por la pared exterior del castillo. Mis habilidades defensivas estaban aún en pañales y no me resultaban suficientes para un enfrentamiento con Kang. Al menos, no por el momento.
Al final de la estación fresca, nuestras sesiones de entrenamiento terminaban con la puesta del sol. En la semi oscuridad del crepúsculo, yo me dirigía una noche a los baños cuando me fijé que había una sombra a la puerta. Inmediatamente, me puse en posición de ataque, aunque no sabía si tendría que defenderme ni si sería capaz de hacerlo.
La amplia figura de Dongbae salió de entre las sombras. Al verlo, me relajé un poco.
—¿Qué es lo que quieres? —le pregunté—. ¿Estás haciendo otro recado para tu dueño como un buen perrito?
—Es mejor que ser una rata en una ratonera.
Decidí dejarlo atrás. El intercambio de insultos, por muy agradable que pudiera resultar, era una pérdida de tiempo.
—¿Le gustaría a la rata un poco de queso? —me preguntó.
—¿Cómo dices? —repliqué, volviéndome para mirarlo.
—Queso. Dinero. Oro. Me apuesto algo a que eres la clase de rata que haría cualquier cosa por un buen trozo de queso.
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