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Capítulo 32: Víctor Fournier

Clarissa

—Oh, ¿tú vives en esta casa? ¿Para dónde me dijiste que fuiste? —dijo mi madre. Estaba sentada en el sillón, mirándome fijamente. Ni siquiera las lanzas de fuego me provocaban tanto pavor.

—Creo que no lo dije. —respondí, tratando de no lucir como la niña pequeña que me sentía en este momento.

—Ah, cierto. ¿Pero sabes quién dijo algo? ¡YO! ¿Y SABES QUÉ DIJE? ¡QUE ESTÁS JODIDAMENTE CASTIGADA, CLARISSA MARIE! —gritó las últimas palabras. Hace bastante tiempo que no me gritaba, y mucho menos utilizaba malas palabras. Mi madre acostumbraba a lidiar con el enfado con frialdad cruel. Debía estar realmente enojada.

—¿Pero qué demonios te pasa? ¿Estás sufriendo episodios de la mediana edad tan pronto, Michelle? —Al decir esto me sentí mal; a pesar de que estaba molesta seguía siendo mi madre... mi madre la cual odiaba que la llamara por su primer nombre.

Su rostro se puso completamente rojo y se rio, incrédula. Pensé que en cualquier momento me daría una bofetada o algo así. —¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Quién te crees que eres? —Se acercó con paso firme a mí, y a pesar de que éramos del mismo tamaño, de nuevo me sentí sumamente pequeña.

—Madre, solo escucha...

—¡No! ¡Se acabó el tiempo de escuchar! No sé qué es lo que te sucede. ¿Es que pronto voy a descubrir que estás en una especie de secta? ¿Un culto extraño? ¿O es simplemente ese chico que te sigue a todas partes? —La miré un poco sorprendida por esto último. Ella esbozó una sonrisa fría sin apartar sus ojos de los míos. —Sí, puede que no esté todo el tiempo en casa, pero sigo siendo tu madre, y sigo sabiendo cómo enterarme de ciertas cosas.

—En realidad, madre, supongo que podrías decir que es un poco de todo lo que has mencionado. —dije, reponiéndome un poco de la sorpresa. —Sin embargo, no entiendo aún por qué tanto alboroto. Dentro de poco cumpliré dieciocho y me iré a la universidad; esperemos que sea bastante lejos de aquí. Solo practica vivir sin mí.

Ella rio de forma amarga. Cuando se acercó un poco más a mí, noté sus ojos un tanto enrojecidos. —Tú no te irás a estudiar en ningún sitio, Clarissa Marie. —Apreté mis manos en puños, eso ciertamente no era su decisión.

—En realidad, madre, he estado hablando con papá al respecto y...

Su expresión se endureció de forma notoria. —¿Con André? ¿En serio? ¿No has estado hablando con su desabrida nueva esposa también, o sí? Sería lo único que falta.

—Oh vamos, Michelle. No lo hagas todo sobre ti.

Antes de siquiera pensarlo, y juraría que más rápido que cualquier otro vampiro, mi madre cerró la distancia entre nosotras y me dio una bofetada. —¡Esto es sobre mí! ¡Tú pasaste sobre mí y hablaste con André acerca de irte a otro sitio SIN MI AUTORIZACIÓN! Te guste o no, yo soy tu madre y...

—¿Y qué? —la corté, de forma retadora. Aparentando un valor que no tenía, sin embargo, ya estaba empezando a molestarme. Mis emociones no estaban fuera de control, pero en definitiva estaban ganando volatilidad.

—Y no voy a permitir que otro de mis hijos se vaya de aquí... no voy a permitir que termines como... —No la dejé terminar. No permitiría que dijera su nombre.

—¡Todos los problemas que él pueda tener son tu culpa! Bueno, tuya y de André. Pero yo no tengo que pagar porque mi hermano haya querido alejarse de ustedes y de su maldita toxicidad. ¿Pero yo? ¿Yo madre? —Cerraba la distancia que había entre nosotras poco a poco. Posiblemente mis ojos fuesen color carmesí, pero no me importaba, y no creía que ella lo notara tampoco. —Cuando André se fue yo era una niña pequeña. Mi hermano me cuidó como pudo, siendo un niño también. Así que no te vanaglories en todo lo que pasaste y todo lo que sufriste siendo mi madre y tus múltiples contribuciones en mi crianza. Porque eso es todo de él. No tuyo. Luego que se fue te has esforzado bastante en no estar aquí nunca. No sabes quienes son mis amigos, no sabes si salgo o no... no sabes nada de mí. Así que deja de fingir que eres mi madre, porque ambas sabemos que no es así.

Mientras hablaba, un millón de emociones surcaron el rostro de mi mamá. Enojo, rabia, desolación, pero sobre todo tristeza. Cuando terminé de hablar, y en un abrir y cerrar de ojos, ella parecía haber envejecido unos cincuenta años. Parpadeó un par de veces, pero las lágrimas comenzaron a correr, y solo así la vi derrumbarse. Mierda, ¿qué diablos había hecho?

—Clarissa, hoy recibí una llamada. —dijo, tratando de que su voz no temblara tanto, aunque las lágrimas no dejaban de caer y no parecía que iba a mejorar en ningún momento cercano. —Tu hermano murió. —terminó, y acto seguido, ya no hubo nada que contuviera su llanto.

Lo cierto es que nunca había visto llorar a mi madre, así que no sabía muy bien qué hacer en este momento. Pero luego, el peso de sus palabras llegó a mí, y no pude hacer más que terminar de cerrar la distancia entre nosotras con un abrazo fuerte, durante el cual no pude evitar recordar todos los momentos que pasé con Víctor.

Cuando iba a la escuela de pequeña nuestros padres discutían mucho, así que era frecuente que se olvidaran del dinero de mi almuerzo; Víctor me daba el suyo sin chistar. Él me enseñó a andar en bicicleta. Cuando por fin aprendí, después de caerme incontables veces, siempre que papá tenía que irse a trabajar en algún otro sitio él me llevaba al parque para que me mantuviese entretenida. Habíamos sido muy unidos siempre, y yo lo amaba con locura. Había sido el primer amor de mi vida; para cualquier otra niña habría sido su papá, pero bueno... el mío nunca tuvo mucho que decir acerca de nosotros.

Uno de mis recuerdos más preciados con mi hermano era justo cuando me estaba enseñando a andar en bicicleta. La primera vez que lo intenté me caí, y me di un golpe tan fuerte, que al ver la sangre saliendo de mi rodilla comencé a llorar y le dije que nunca volvería a intentarlo... él me sobornó con un helado de nueces, el cual era mi favorito, para que volviera a intentarlo. Posiblemente no sabría andar en bicicleta todavía de no ser por él. El pensar esto solo me hizo sonreír; pensar en mi hermano nunca me había inspirado nada más.

Cuando yo tenía nueve años, y mi hermano ya dieciocho, él se fue a la universidad en otra ciudad. Hubo tal vez algunos meses en los que lo odié por dejarme aquí, con el divorcio de nuestro padres tan reciente, pero lo cierto es que no podía culparlo... yo también habría escapado de haber podido. Después de eso habíamos perdido la comunicación casi de forma absoluta. Sin embargo, sabía que estaba tocando en una orquesta, pues llamaba cada año para mi cumpleaños sin falta. Él siempre había tenido talento para la música. Yo lo intenté en una ocasión, pero ni de cerca era tan buena.

—¿Cuándo fue? ¿Qué sucedió? —pregunté suavemente, cuando me repuse un poco.

—La noche de ayer. —dijo, su voz estaba quebrada e hipaba. Sus ojos estaban notoriamente hinchados. Probablemente había llorado mucho. —Solo me dijeron que estaba con una amiga acompañándola a su casa, se bajaron unos sujetos de una camioneta, le dispararon tres veces y se fueron. Nadie sabe por qué, pero no fue algo fortuito. Tú sabes que él estaba en cosas... turbias. —Me miró a los ojos por un momento, y luego volvió a esconder la cara entre sus manos. —¡Oh por Dios, mi niño! Si no hubiese sido una madre de mierda, él todavía estuviese vivo. —Abracé a mi madre y la sostuve contra mi cuerpo como si fuese una niña pequeña en lo que las lágrimas también corrían por mi rostro.

Ya no servía de nada lamentarse. Por muy molesta que esté con mi madre, por más cosas que pueda recriminarle no podía decir que ella no nos amaba. No había sido la mejor madre del mundo, eso era cierto, pero demonios... la vida no se lo puso fácil. Ni yo tampoco.

—Mamá, ¿cuándo es el funeral? —pregunté.

—Mañana, en Lyon.

—Tenemos que ir. Debemos quedarnos al entierro también. Debemos despedirnos de él. —Me sorprendía lo serena que sonaba, cuando lo cierto es que estaba completamente rota por dentro.

—Sí, tienes razón nena, debemos hacer eso. —respondió, aunque se notaba que solo lo decía por decir. Obviamente ninguna madre querría estar en el funeral de su hijo, pero tanto ella como yo, que estaba leyendo su mente, sabíamos que si se quedaba aquí se volvería loca.

—Entonces ve a hacer tus maletas, mamá. Vamos a Lyon. —dije, dándole un último abrazo antes de apartarme de ella. —Nos iremos lo más rápido posible. —dije, y fui hasta mi habitación para yo hacer lo mismo.

Empaqué todo de forma rápida, tal que al cabo de quince segundos ya había acabado, luego salté por la ventana y me propuse a buscar a Damon. Sabía que había ido a jugar paintball con Paolo. Miré a la noche que se extendía frente a mí, y respiré profundo, dejando que mis sentidos se expandieran. Casi de forma inmediata sentí ese hilo dorado emanar de mí y tirar hacia donde estaba esa persona que me complementaba. Cuando por fin llegué, al cabo de unos veinte segundos, entré en el lugar que en circunstancias normales a esta hora estaría cerrado, y divisé a Damon con facilidad. Se encontraba al otro lado del campo cubierto por una pared. Sin embargo, cuando se descubrió un poco pude ver que estaba completamente cubierto por pintura azul. Noté que no estaban jugando con ningún tipo de protección, y es que al ser vampiros, ¿qué es lo peor que podría pasar?

Del lado opuesto a Damon pude ver a Paolo, el cual solo tenía una mínima mancha roja en el centro de su camiseta. Paolo lucía tremendamente concentrado en lo que le apuntaba a mi novio, a pesar de tener los ojos de color ámbar brillante. Se veía como una especie de guerrero exótico, con el cabello dorado que le caía por el rostro resplandeciendo bajo la luz de la luna, y los marcados músculos de sus brazos luciendo excepcionales. Sin duda lucía como un cazador experto; tenía su mirada puesta en su único objetivo: Damon.

Ninguno de los dos había reparado en mi presencia; ambos estaban verdaderamente concentrados. Entré en el campo y me puse en el centro con la intención de decirles que pararan un segundo. Sin embargo, antes de poder hablar escuché un silbido que me hizo girar mi rostro hacia Damon. De no haber sido un vampiro, la pequeña bala de pintura me habría dado en la frente, pero gracias a mis súper reflejos la logré detener a solo milímetros de mi rostro. Aunque lo cierto es que no medí mi fuerza al tomarla y ésta terminó salpicándome todo el rostro y la mano. Pensaba darle a Damon una mirada matadora, pero antes de hacerlo sentí unos reconfortantes brazos rodeándome por la espalda. Al girarme, en vez de encontrarme con la cabellera desordenada de mi novio, me encontré con la perfección del rostro de Paolo.

—Lo siento nena, no eres mi tipo. —dijo Paolo, sonriendo de forma dulce. —Aunque no te dejaré con las ganas. —terminó, en lo que me dio un dulce beso en la mejilla. Yo solté una risita, y antes de notarlo, Paolo me había tomado en brazos y aventado hacia arriba, para caer en los fuertes brazos de Damon.

No pude evitar notar que a pesar de la pintura que cubría todo su cuerpo, lucía realmente hermoso. Lo atraje hacia mí con fuerza y plasmé un beso en sus labios, lleno de tanta tristeza y emoción que casi no podía soportarlo. Al cabo de unos veinte segundos terminé el beso. Él me puso sobre mis pies. Miré mi ropa; Damon me había manchado con pintura azul, excepto por un pequeño punto en mi mano que estaba rojo.

—¡Tú fuiste el que me disparó! —le reclamé juguetonamente a Damon.

—En mi defensa, debo decir que solo logré atinarle una vez a Paolo. Me daba vergüenza hacerlo tan mal, así que solo disparaba a todo lo que se movía. ¿Qué haces aquí tan pronto? Son las dos de la madrugada. Pensé que aún estarías discutiendo con tu madre.

Sabía que estaba cambiando de tema adrede, y sin embargo lo aprecié. No había venido a discutir con él ni a burlarme de sus nulas habilidades para el paintball. Al recordar el motivo real de mi visita me invadió una tristeza infinita y casi pude sentir mis ojos tornarse color azul. Cuando levanté mi rostro hacia Damon, podía ver que él también lo notaba; incluso Paolo me miraba intrigado.

—Mataron a Víctor. —dije en un susurro, tratando de no quebrarme por completo allí.

Antes de que hablara, ambos tenían una sonrisa juguetona en el rostro, pero esto dio paso a una expresión confundida cuando escucharon lo que tenía que decir. Aunque claro, el de la expresión confundida fue Paolo; Damon entrecerró los ojos y me miró con detenimiento. Podía sentir que intentaba entrar en mi mente, pero a pesar de mis emociones, había mantenido mi escudo en alto y firme.

—¿Quién es Víctor, Clari? —preguntó, intentando controlar su voz, según pude notar. No le presté atención. Lo cierto es que en el momento en que lo dije... se hizo real. Mi hermano había muerto, y esa ola de sentimientos y emociones que había intentado mantener a raya a causa de mi madre ahora estaban viniendo a mí todos a la vez, al punto de realmente sentir que me estaba ahogando.

De repente, un par de manos me tomaron por los hombros con fuerza. Al parecer estaba balbuceando. Ni siquiera sabía qué era lo que estaba diciendo. Todo se estaba tornando negro a mi alrededor, no escuchaba nada de lo que decían; parecía estar cayendo por un pozo sin fondo. El par de manos que me sacudió me devolvió de forma repentina a la realidad.

—¿Quién demonios es Víctor, Clarissa? —preguntó Damon, alterado. De repente, la ira me invadió por completo, ¿cómo podía estar celoso en un momento como este?

—¡MI HERMANO, DAMON, MALDICIÓN! —grité, limpiándome las lágrimas que no pararon de salir en ningún momento. —¿QUIÉN CARAJOS TE PENSABAS QUE ERA?

—¿Cómo demonios voy saberlo? Por lo que sé de él, que es nada, bien podría ser un amante, o algo por el estilo. —dijo, encogiéndose de hombros de forma despreocupada.

—¿Y quién demonios te piensas que soy yo? —dije, dando un paso en su dirección. Escuché a Paolo susurrar algo por lo bajo, pero no le presté atención. —¿Crees que después de lo que hemos pasado tendría un amorío con alguien simplemente así? —Damon simplemente sonrió de forma pícara y se encogió de hombros de nuevo.

En un impulso que no quise, ni pude controlar, le di una bofetada. El choque de nuestras pieles sonó más fuerte de lo que esperaba. Incluso su piel adquirió una tonalidad rojiza, la cual desapareció en tan solo un parpadeo. Sin embargo, los ojos de Damon no denotaban molestia, todo lo contrario, eran color ámbar vivo.

—No creo que lo sepas, pero encuentro esas pequeñas muestras de agresividad bastante adorables y provocativas. —dijo él, sin dejar de sonreír en ningún momento. Puse los ojos en blanco.

—No es el momento para esto. Debemos ir a Lyon; Víctor estaba allá.

—Por supuesto, nena. Pero debemos empezar a correr ya; Lyon no está tan cerca. —Me sorprendió que de verdad considerara irse corriendo.

—No vamos solos, Damon. Mi madre viene con nosotros. Nos iremos en avión.

—¡Pero tardaremos demasiado! ¿No podemos noquearla y llevarla a cuestas? —se quejó él; le di una mirada significativa.

—¿Estás sugiriendo que llevemos a mi madre al funeral de su hijo, a cuestas, mientras corremos a velocidad vampírica? ¿En serio?

—¿Sí? —dijo, como si ese plan no fuese totalmente ridículo. Entrecerré los ojos en lo que lo miraba.

—No me hagas golpearte de nuevo, Damon. —Mi novio levantó las manos en señal de rendición en lo que Paolo se reía un poco y me miraba con ternura.

—Bueno chicos, yo debo irme. Tengo a un latino desnudo esperándome en este momento. —dijo Paolo, dándonos un beso en la mejilla a cada uno, y un abrazo extra a mí. —Sé fuerte, nena. —Le di un asentimiento y un último estrujón antes de que desapareciera por completo.

Corrimos a mi casa y llegamos bastante rápido. Podía escuchar a mi madre llorando; podía incluso oler un poco lo salado de sus lágrimas, y antes de pensarlo un poco más, empecé a llorar también. Damon me dio un beso reconfortante y nos propusimos a entrar.

—Espera, toca el timbre. Se supone que estoy en mi habitación preparando el equipaje. —Él asintió, me dio un último beso, y se acercó a la puerta. Miré la ventana de mi habitación e hice los cálculos; di un salto que me dejó con las manos en el borde de la ventana, así que logré entrar casi sin hacer ruido. Acto seguido sonó el timbre. Grité un "yo voy", para que mi madre no se encontrara con la sorpresa de Damon allí en la puerta en este momento tan vulnerable. Fui hasta la puerta a velocidad humana, y la abrí. A pesar de haber dicho que yo habría la puerta mi mamá estaba pegada a mi espalda de modo "silencioso".

—Clari, recibí tu mensaje. ¿Qué sucede? —Damon tenía una expresión preocupada y ansiosa. Era un excelente actor, debía admitirlo. Intenté hacer lo mismo.

—Damon, mi hermano murió. —dije, y me eché en sus brazos a llorar libremente, lo cual no era una actuación por completo. Al hacer esto, escuché a mi madre aclararse la garganta, por lo que me volteé, luciendo falsamente sobresaltada; tratando de lucir como si no la hubiese escuchado venir desde que salió de su habitación.

—Mamá... él es mi novio, Damon. —le dije, algo nerviosa. Era algo gracioso. Ahí estaba mi madre; una mujer menuda, bastante llorosa y frágil, y allí estaba yo; una eterna adolescente, vampiresa súper poderosa... y aun así me ponía nerviosa que mi madre no aprobara a mi novio.

—Solo llámame Michelle. —le dijo amablemente a Damon, aunque sin prestarle demasiada atención, para luego girar su mirada hacia mí. —¿Ya estás lista?

—Sí, ya empaqué todo. ¿Y tú Damon? ¿Viniste preparado?

—Justo aquí está mi equipaje. —dijo inclinándose un poco fuera de la vista de mi madre; yo claramente pude ver que acababa de manifestar la pequeña maleta.

—¿Él vendrá con nosotros? —preguntó mi mamá, ignorando que Damon estaba justo allí, en lo que me daba una mirada desaprobatoria. Giré los ojos y le hablé con firmeza.

—¿Cómo crees que conseguí los boletos de avión tan pronto? —dije, improvisando conforme a la situación.

—Sí, me gustaría acompañarlas... si eso está bien con usted, por supuesto. —dijo, usando un mínimo toque de coacción con sus palabras para hacerlo aún más encantador, aunque yo no lo consideraba necesario. La actitud normal de Damon era de un chico un tanto bravucón, nunca habría imaginado verlo en una situación donde se comportara como un niño bueno. Debía admitir que era bastante gracioso.

—Bien, si quieres venir, solo ven. No hay tiempo que perder. —dijo mi madre, saliendo un poco del trance de la coacción, y tomando las llaves de su auto.

—No te preocupes por eso, Michelle. Vamos en el mío. —respondió Damon.

El auto de Damon, esta vez, era uno color verde limón, bastante familiar y lindo. Nada parecido a todos los anteriores que había manifestado en ocasiones distintas que eran más dignos de una competencia de aficionados por los autos. Mientras conducía al aeropuerto, a una velocidad bastante moderada, Damon pasó por el típico interrogatorio parental. Mi madre le hizo todas las preguntas que se le pudieron haber ocurrido. Yo no estaba preocupada, pues era completamente imposible que lo desaprobara de cualquier manera; especialmente cuando él tenía la habilidad de contestar justo lo necesario en cada ocasión. Además, debía tener experiencia en esto... mucha más que mi madre.

Llegamos al aeropuerto, y por suerte, no había fila, así que Damon logró comprar los boletos sin que mi madre se diera cuenta. Nuestro avión salía en unos veinte minutos. Mi madre quería estar sola un rato, así que se quedó tomándose un café en lo que Damon y yo caminábamos por los alrededores.

—¿Por qué nunca me habías hablado de Víctor? —preguntó mi novio con curiosidad y un poco de recelo.

—No lo sé. Cuando estoy a tu lado no pienso demasiado... además, el tema nunca surgió. —dije balbuceando. Me sentía estúpida, estaba hablando como si fuese la primera vez en mi vida que hablaba con un chico.

Pensar en esto me puso a reflexionar sobre algo que había pensado de forma superficial en varias ocasiones. Nunca sería una adulta de verdad. Estaría atrapada en este estado por lo que durara mi existencia. Tal vez mis rasgos cambiaran de forma ligera, pero siempre sería así. Al pensar en esto, una gran melancolía se apoderó de mí. Nunca había meditado a fondo mi condición actual, y lo cierto es que dejando de lado lo genial que venía con esto, mi estado era bastante triste. Estaba muerta... o algo bastante parecido. Dentro de veinte años, Hillary sería una adulta, posiblemente tendría hijos... sería normal. Y yo seguiría siendo una chica de diecisiete años. Una risita de Damon me sacó de mis pensamientos; al parecer él no había notado mi repentino cambio de ánimo.

—Te entiendo, novata. Suelo tener ese efecto en la mayoría de las chicas... incluso en algunos chicos. —dijo, aceptando mi cumplido anterior. —¿Y por qué no vivía con ustedes?

—Porque fue a la universidad. Necesitaba relajarse y apartarse un poco de nuestro drama familiar. Consiguió una beca, y decidió ir a Lyon a estudiar. Se fue hace ocho años, y no volvió nunca. Sin embargo, siempre fuimos muy unidos, aunque solo fuese por teléfono, y aunque lo resintiera un poco por abandonarme aquí. Desearía haber compartido un poco más con él.

—¿No sabes si tenía alguna clase de problema? Adicciones, deudas... esos son unos de los muchos motivos para matar a alguien en este mundo moderno.

—No lo sé. Yo no lo vi nunca siquiera probar un cigarrillo... supongo que igualmente ha pasado demasiado tiempo como para que pueda tener una opinión real.

—No me sorprende. Estoy seguro que nunca le arruinaría esa imagen a su hermanita de nueve años. Cuando yo me transformé, mi hermano y yo hacíamos todo juntos. —En ese momento la mirada de Damon se perdió por completo, y su mente emitió un poder tan fuerte que me vi absorbida en sus recuerdos de forma casi accidental. —Recuerdo que incluso le conté la primera vez que besé a Cassey, lo cual era algo bastante osado para la época.

»Cuando me convertí, sin embargo, sabía que no podía volver a verlo. No sabía controlarme bien, y además, solo había dos opciones con él. O querría matarme, porque era un monstruo; o querría ser como yo... y no podía hacerlo vivir con cualquiera que fuese su decisión.

»Él tenía toda una vida por delante, y yo no iba a ser quien se la arrebatara. Y a pesar de todo, nunca me podría perdonar el dejar a mi padre sin sus dos hijos. ¿Te conté que mi padre fue el fundador de La Lanza de Fuego? Nunca supe si él se enteró alguna vez de que yo era un vampiro... —dijo, dejando la frase en el aire.

En mi mente se reproducía todo una y otra vez. Un chico muy parecido a Damon, pero notoriamente más joven, riéndose, jugando... siendo feliz. Incluso pude ver a Cassey en sus recuerdos una vez más; su cabellera rubia era imponente, y ella misma parecía una especie de reina. Incluso mediante sus pensamientos, pude ver que en esa época, Damon era verdaderamente feliz.

Consideré sus palabras por un momento. Cuando Víctor estaba aquí todavía, solíamos hacer planes para nuestro futuro, a pesar de ser solo unos niños. Incluso recuerdo que me prometió que volvería y que iríamos juntos a San Petersburgo, Rusia. Él siempre había querido ir allá desde que nuestro padre se mudó; yo no quería nada que ver con mi padre, pero iría hasta el fin del mundo con mi hermano. Supongo que Víctor tenía una especie de deseo inconsciente por atención paternal. Vagamente podía recordar cuando juntos, en nuestros ratos libres, buscábamos fotos e información sobre el lugar.

Iba a comentar algo más al respecto, pero un llamado por los altavoces para el vuelo ochocientos cincuenta y tres a Lyon me detuvo. Ya era hora.

—Ya debemos irnos. —dije, y tomé a Damon de la mano, lo cual de cierto modo me reconfortaba un poco.

—¿Estás bien, cariño? —dijo, dándome un apretón.

—Perfectamente. —dije, y le devolví el apretón. Él me dio un beso en la frente y nos dirigimos a buscar a mi madre.

La divisamos cuando estábamos a unos cuantos metros de distancia. Tenía un vaso de agua en su mano junto con varias pastillas de diversos colores. Me acerqué a ella casi a velocidad vampírica.

—¿Qué tienes, mamá? ¿Te duele algo? —le pregunté, sabiendo que esas pastillas no eran precisamente para el dolor. Di un vistazo rápido a su mente y la noté completamente turbada por lo que creía, eran calmantes. Ella se notó un poco sobresaltada al verme a su lado; dejó el vaso de agua en la mesa, y guardó las pastillas en su bolso de forma precipitada.

—No nena, no te preocupes. Estoy bien. Solo un pequeño malestar además de los nervios por el vuelo. —respondió, medio tartamudeando. Decidí dejarlo pasar, a pesar de que sabía que mentía, después investigaría más a fondo... solo por el día de hoy entendía la decisión que estaba tomando. Posiblemente si las pastillas tuviesen algún efecto en mí, haría lo mismo. Le di una mirada a Damon, que tenía el ceño fruncido. Me miró y se encogió de hombros, también sabía que lo mejor era dejarla estar por ahora.

—De acuerdo. —dije, dándole un beso en la cabeza.

—Bueno, es hora de subir al avión. —dijo mi mamá, suspirando de forma resignada.

Tomamos nuestras maletas y abordamos sin decir mucho más. Me senté entre mamá y Damon. Él puso su mano sobre mi pierna, apoyándome silenciosamente. Cerré los ojos por unos segundos y luego dirigí mi mirada a mi madre. Se veía pequeña, cansada, y terriblemente triste. Respiré profundo y traté de dormir un poco.

Allá vamos, hermano.

***

Holaaa!!! Sé que llevo rato sin pasar por aquí. Lo cierto es que me tardé bastante editando el capítulo, y la inspiración me faltó en varias ocasiones, pero ya está aquí y es bastante largo.

¿Qué les pareció el capítulo? ¿Qué les parece la actitud de la madre de Clarissa? ¿Qué creen que sucederá en este viaje a Lyon?

Díganme lo que piensan en los comentarios <3

En multimedia tenemos a Damon un tanto molesto cuando pensaba que Víctor era una especie de amante de Clarissa jijiji

El próximo capítulo que subiré será de Nacidos para la Eternidad, así que pasará un rato antes de volver a actualizar acá, pero por favor, pásense por aquella historia y léanla. Apenas la voy empezando, pero creo que la disfrutarán.

Sin nada más que decir, me despido mis amores <3

Espero leerlos en los comentarios👀👀👀 y que dejen muchísimos votos❤❤❤

Los amo💖

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