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Capítulo 2: Un ángel junto a la carretera

Damon

Tenía hambre.

Hacía una semana y media que no me alimentaba como Dios mandaba. En esta estúpida ciudad no había más que ratas y ardillas. No había un solo centímetro verde en más de 100 kilómetros a la redonda. Ni siquiera sabía por qué había venido aquí. Había estado en París cuando todavía se veía el cielo; que podía notarse su color celeste y no grisáceo como se veía ahora casi siempre. Había estado aquí cuando la gente no consideraba que París era “la ciudad del amor”, y venían para algo más que tomarse fotos en la maldita Torre Eiffel. Está bien, es un milagro de la arquitectura, pero por favor, ya basta.

Por alguna razón hasta me había "inscrito", por decirlo de alguna manera, a un instituto bastante pijo, con la finalidad de volverme un miembro semi productivo de la sociedad, cosa que en realidad nunca había sido, ni había tenido la intención de ser. La verdad era que estaba bastante hambriento, y estar en dicho instituto no me ayudaba en nada. La sangre humana era totalmente deliciosa; estar en un aula con veinte latidos diferentes, veinte aromas diferentes, y un vampiro hambriento… era demasiada tentación. No era que me molestara ir al bosque y volver, pero no quería llamar la atención. Además, no era como que solo me iría por unos segundos, y antes de que nadie se preguntara por mí, estaría de vuelta. El bosque más cercano estaba en una ciudad vecina, y el hecho de ir y volver, junto con todo lo que involucraba alimentarme, me llevaría una buena media hora, por lo que esa idea debía ser descartada.

Me quedé sentado en el aula de trigonometría como un niño bueno, tratando de no respirar de forma tan continua. La chica que estaba a mi lado estaba lo más pegada a mí que podría estar, tanto que casi se sentaba en mi regazo. No iba a negar que era bastante linda. Piel oscura, cabello largo, y un cuerpo excelente. Yo, por un poco de diversión, le puse la mano en la pierna, y ella enseguida se tensó un poco; noté cómo su ritmo cardíaco aumentaba, pero luego se relajó y puso su mano encima de la mía, buscando que mi mano se afianzara un poco más en su muslo… o tal vez un poco más arriba de éste; era bastante interesante la idea, pero rápidamente retiré la mano.

Normalmente no me molestaba el contacto con los humanos, pero ese no era el mejor momento para tocar muy cerca de sus azuladas venas, a través de la fina piel; sabía que solo bastaría un pequeño rasguño para que saliera una gota de sangre y eso sería todo. Podía hacerlo. Me detendría. Tenía autocontrol. Lo volví a pensar y… no, debía parar. Era una niña inocente. Bueno, al parecer no tan inocente, pero seguía siendo una niña. No creía poder aguantar una hora de trigonometría, (la cual, por cierto, no te sirve de nada en la vida) con toda la tentación a mi alrededor; yo podía salir del salón cuando quisiera. Claro que también podía comerme a este salón lleno de chiquillos, pero sabía que estaba mal. No es que hubiese sido nunca muy fanático del bien, pero tenía principios. Y siempre había odiado esconder cosas. La verdad era que esconder veinte cuerpos no sería nada fácil. El resto del tiempo pasó mientras yo maquinaba esto. Casi no noté cuando la campana por fin sonó y antes de irme volando (literalmente), la chica a mi lado me puso la mano en el hombro.

—¿Qué vas a hacer hoy? —me preguntó. A duras penas podía escucharla con claridad. Con su mano puesta en mi hombro podía sentir como la sangre fluía por sus venas, y sabía que esa sangre estaba peligrosamente cerca de mi boca.

—Tengo trabajo. —respondo, pero lo reconsidero al ver la cara de desilusión de la chica. No tenía nada que perder. Podría ser un buen bocadillo, o una buena amante. No lo había decidido aún, así que me decidí a arriesgarme. —Aunque es hasta las seis, ¿por qué?

—Oh... podemos ir a ver una película. —Ah, los humanos siempre han sido tan poco originales. Siempre era al cine, a una discoteca, o a la cama.  Algunas veces las tres juntas.

—Claro ¿seis treinta en el cine? —dije, dándole una sonrisa bastante pícara.

—Lo esperaré con ansias. —respondió y me pasó una "inofensiva" mano por el brazo, sin una pizca de inofensivo.

Corrí como nunca hasta la parte de granjas que había en la ciudad. Siempre había preferido a los animales salvajes, esos que daban un poco de pelea. La excitación que venía con la lucha siempre era algo que, de una u otra forma, hacía que el alimentarse fuese aún mejor. Pero hoy no había tiempo para eso, y algo era mejor que nada. Sabía que si salía con la chica en este estado, ella no tendría oportunidad. No que tuviese mucha a pesar de que me  alimentara, pero esto aumentaba sus posibilidades de salir con vida de mis manos. Alenté el paso, ya que quería buscar una granja en la que hubiese buen ganado y no hubiera ningún pastor. La verdad no me apetecía que mi bocadillo fuese un pobre hombre dedicado de lleno a sus animales.

Llegué a una granja que parecía perfecta; olfateé el ambiente. Había vacas, ovejas, caballos. Suspiré ante el delicioso olor de la sangre de ganado. Yo prefería los tigres, pero el ganado no estaba mal. Seguí oliendo, mientras caminaba un poco más, y noté un olor diferente, uno que me gustaba más.

No era un animal. Era un humano. Y no solo un humano... era sangre joven, y me parecía extrañamente familiar. Sé que si hubiese olido eso antes, no lo habría olvidado. La sangre era bastante parecida a una huella dactilar. Ninguna era igual a otra, y estaba bastante seguro de que aunque el olor se me hacía familiar, nunca la había probado.

Me acerqué más a la fuente del exquisito aroma, para echar un vistazo. Pude notar que la sangre joven estaba entremezclada con una de oveja, aunque no fue precisamente una oveja lo que pude ver. Vi a una chica de pelo rojizo y de baja estatura, a un lado de la carretera, prácticamente cubierta en sangre.

Me acerqué, y me fijé que tenía los ojos abiertos. Miraba directamente al cielo. A pesar de todo, parecía estar disfrutando de la vista, aunque podía notar que sus ojos estaban llenos de un dolor insufrible. Cuando me vio, o cuando creo que lo hizo, esbozó un intento de sonrisa. Su boca estaba prácticamente llena de sangre por lo que me costó bastante entenderle, pero aun así creo que lo que quiso decir fue “¿vienes para llevarme?”, con lo que estaba casi seguro que era su último aliento.

Miré sus ojos fijamente durante unos segundos. Eran de un hermoso verde pálido, que a pesar de todo lo que le había ocurrido, aun conservaban su brillo. Me recordaron intensamente a... No. Eso era imposible. Cassey había muerto por mi culpa, hacía casi 400 años. Pero era demasiado parecida y no físicamente, si no en un nivel más profundo que no cualquiera podría entender, ni siquiera yo mismo lo entendía muy bien.

Me compadecí de la chica, pues había algo en ella que valía la pena salvar. Entonces me armé de valor, y en un impulso no completamente consciente, me incliné hacia ella. Al hacerlo, pude oler con mayor intensidad su sangre; sentí mis colmillos salir de su escondite, me acerqué aún más y la mordí en el cuello. Sabía que estaba corriendo un riesgo alto, ya que a pesar de mi edad, y de toda la experiencia que había logrado adquirir, una semana y media sin sangre no era algo fácilmente controlable. Sabía que si tomaba demasiado, no podría parar.

Ella se estremeció, yo saboreé su sangre, era deliciosa. No quería parar. La tomé por la cabeza y la pegué más a mí. Sentí su sangre fluir con menos fuerza, y esa fue mi señal, sabía que si tomaba siquiera un poco más, la mataría. Me separé, no sin una gran cantidad de esfuerzo de mi parte. A lo largo de mi vida no había convertido a muchas personas, por esto mismo de que separarse de una presa que aun tenía sangre en su cuerpo, era casi físicamente doloroso, pero conocía el proceso para hacerlo.

Posé su cabeza sobre la carretera con delicadeza; sus ojos ya estaban cerrados, y su respiración era pesada y muy irregular. La única señal de que estaba viva era el tenue latido de su corazón, que cada vez era más débil. Miré la herida que le había dejado mi mordida, era bastante limpia; pasé un dedo por mis colmillos, para hacer salir una gota de sangre, con eso era más que suficiente, y la pasé por la herida. Al instante, ésta se cerró, dejando la piel de la zona tan lisa como porcelana. Sabía que en el momento en el que nuestras sangres se mezclaran, se iniciaría todo.

Pude escuchar como su ritmo cardíaco de repente se aceleró con locura, y lo supe. La dolorosa transformación había comenzado.

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