𝓐𝓻𝓲𝓼𝓾
Respiré hondo y me lavé la cara en el baño de esa gasolinera abandonada, había perdido la cuenta del tiempo desde el momento en el que entré al nuevo Tokio, pero recordaba que no había sido mayor al mes. Escuché el grito de una persona y me puse alerta, después un disparo. Inconscientemente puse mi mano en mi vientre, que aunque no estaba abultado, era lo único que me mantenía cuerda en ese lugar de mierda.
Dos meses, ese era el tiempo de embarazo que tenía cuando lo descubrí. Nunca había sido muy regular en mi periodo, y además el uso constante de pastillas para quitar el sueño tenían como consecuencia mi ausencia de regla cada mes. La universidad me estaba consumiendo, pero mil veces hubiera preferido presentar una prueba final, a ver a todas esas personas morir.
Recordaba como si hubiera sido ayer el momento en el que lo supe. Karube, mi hermano mayor, me encontró vomitando en el lavabo de la cocina porque no fui lo suficientemente rápida para llegar al baño; me preguntó, le respondí que podía ser la anemia combinado con el estrés de los finales, pero apenas pude sostenerme bien de sus brazos antes de caer desvanecida. Solo recuerdo después despertar en una habitación blanca, aturdida, de ver en sus ojos el miedo, incluso, acompañado de una pisca de decepción.
El doctor me lo dijo; dos meses de embarazo. Karube tenía la cara entre las manos y no me miraba a los ojos, yo tampoco podía verlo, y entonces aquel hombre de la bata blanca se marchó, esperando a que yo decidiera qué hacer.
—Tengo que preguntarlo. —exclamó mi hermano, poniéndose de pie rápidamente. —¿Él es el padre?
Me sentí ofendida y humillada, apenas alcancé a asentir. El pensamiento de que mi hermano llegara a sospechar que me había acostado con cualquier otra persona que no fuera mi novio, su mejor amigo, me caló en lo más profundo de mi ser.
—Mierda, Scarlett. — puso los brazos en su cintura, se balanceo de adelante hacia atrás y entonces me miró. Quise esconderme entre mi cabello, avergonzada de la situación. —¿Qué quieres hacer? Estamos a tiempo, si es que no lo quieres. Jamás le diré, es tu decisión. Tienes una vida por delante, y yo respeto eso.
Me lancé a llorar, y creo que él se conmovió ante eso, porque su semblante cambió completamente para caminar y sentarse en el otro lado de la camilla, reconfortándome y dando un pequeño masaje a mi espalda.
—Lo que tú quieras y decidas está bien. —murmuró, para después dejar un beso en mi frente.
—Quiero tenerlo, pero estoy muy asustada. — y es que lo estaba, de la reacción de todos, de nuestros padres, de mis profesores, de mis amigos, y también de lo que pensaría Arisu.
—Él es un buen chico, mejor padre no va a tener mi sobrino. —me pasó un pañuelo de la mesita del hospital, y yo me soné la nariz ruidosamente —Ese pequeño va a tener tus pecas, y voy a ser el mejor tío del mundo.
Y comenzó una lista de planes que giraban en torno al pequeño ser que ahora crecía en mi vientre. Hablaríamos los dos con nuestros padres, y, en caso de que me dieran la espalda, me mudaría definitivamente con Karube. Estaba decidido, además, que hablaría con Arisu al respecto.
Pero no me sentía lista, nadie te prepara para dar ese tipo de noticias. Amaba con locura a mi novio, pero tampoco me lo imaginaba en una faceta de padre, a veces era difícil que separara a los videojuegos de la realidad, y no quería arruinar su vida sometiéndolo a un gran cambio.
Pero Karube era necio, y me dijo que debía contarle. Llegamos a la conclusión de que así sería, porque además tenía que darle una explicación a por qué pasaba de sus llamadas y mensajes.
Ese día Karube se reuniría con los chicos, distraería a Chota lo suficiente como para que no interrumpiera nuestra charla, pero también se mantendría a una distancia prudente por si tenía que sacarme de alguna situación bochornosa. Lo había ensayado de mil formas frente al espejo. Recuerdo que me puse un vestido hasta los tobillos de color rosa pastel, mi cabello azabache en una coleta baja, apenas me puse brillo labial porque no quería verme horrible si soltaba el llanto, y me subí al último vagón del metro, aquel donde nadie se subía, para poder repetir mis líneas ante los cristales sin ninguna interrupción.
Las luces se apagaron a medio trayecto, una explosión se escuchó, y después al llegar a la estación me encontraba en el nuevo Tokio, uno al que Dios había abandonado.
Otra explosión me sacó de mi ensoñación, además de risas que cada vez se hacían más cercanas. Tenía que salir de ahí o quién sabe qué pasaría, por lo que ubiqué la puerta trasera y corría algunas cuadras, dando vueltas para despistar a los otros jugadores que buscaban su perdición en los juegos.
Llegué a un centro comercial, uno que aún no estaba marcado. Las personas usualmente hacían fuertes dentro, con armas modificadas a su manera, para evitar que otras personas tomaran sus pocas provisiones. Subí por las escaleras eléctricas apagadas, escuchando voces de una tienda departamental de artículos para el hogar. Me acerqué cautelosamente, unirse a un grupo en algunas ocasiones era lo mejor, quizá podría pedirles quedarme aunque sea una noche porque estaba muy cansada, ese era mi plan hasta que tiré un jarrón y la movilización de las personas inició.
—¿Quién está ahí? —la voz de una mujer, una chica. Por lo menos ellas siempre eran más empáticas.
—¡Responda! —esa voz, se me hacía conocida. No puede ser...—¡¿Scarlett?!
El sonido de un bate azotando el piso se escuchó en la tienda, seguido de gritos de emoción y el llanto producto del encuentro de dos hermanos que se extrañaron mutuamente.
—¡Pero, ¿cómo es que estás aquí?! — acunó mi cara entre sus manos, revisando en cada momento que no tuviera ninguna herida.
—Llevo tiempo aquí, he estado ganando los juegos, es la única forma y...
—Escuché ruidos...¿Scarlett? —no necesitaba girarme para saber quién era el dueño de esa voz. Su cara completamente desencajada, además de aquella camisa azul que yo misma le había regalado. Sus ojos brillosos y sus brazos abiertos me dieron la tan esperada bienvenida y el reconforte que necesitaba. Corrí a abrazarlo, porque su toque era lo que más ansiaba mi cuerpo, y lo besé, solo comprobando que era real, que él estaba ahí ahora conmigo, que no estaba sola otra vez.
Nos pusimos al día, hablamos de las cosas que yo había hecho, me presentaron a Shibuki, aquella mujer que había escuchado al principio. Me contaron además de los dos juegos previos a los que habían entrado.
—Arisu. —le llamé, con la mirada recelosa de Karube a mis espaldas. —Tengo que decirte algo importante.
—¿Puede ser cuando regresemos? — me habían explicado que hoy se terminaba el visado de Shibuki y Chota, por lo que era necesario que entraran a un juego. Con la pierna lastimada de Chota este era incapaz de moverse por sí mismo, por lo que debían jugar todos juntos. —Ya es algo tarde, y las inscripciones a los juegos pueden cerrar en cualquier momento.
Habíamos acordado en que yo me quedaría a hacer guardia, juntando algunas cosas para recibirlos cuando volviera, buscando además algún equipo médico que pudiera ayudar con la pierna de Chota. Mi visado aún tenía 3 días, además que debía descansar.
Asentí, porque pensé que tendría tiempo cuando volvieran, y los vi marcharse despidiéndose de mi con la mano, con una sonrisa tranquila en su cara, prometiéndome regresar lo más pronto posible.
Que ingenuos éramos.
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